De qué habría sentido Sirius Black el segundo exacto en el que estuvo a punto de matar a Peter, antes de que Harry lo impidiera. No debería ser una reflexión muy extensa ya que no se alcanza a pensar en muchas cosas en un puro segundo, sobre todo cuando se tiene un cerebro afiebrado por el deseo de matar.
La venganza de Sirius Black
Black y Lupin se mantenían uno junto al otro, con las varitas levantadas.
-Tendrías que haberte dado cuenta –agregó Lupin en voz baja –de que si Voldemort no te mataba lo haríamos nosotros. Adiós Peter.
Hermione se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared.
La mente de Sirius Black era un torbellino de ideas macabras y placenteras. Iba a matar a Peter por fin...
JA, JA, JA...
No quería dejar escapar esa oportunidad después de tanto tiempo planeándola, imaginándola y disfrutándola de antemano. Lo mataría y consumaría su venganza, la razón por la que lo habían encerrado doce años. Su varita estaba ya empuñada en su dirección y Remus se hallaba –como en los viejos tiempos– a su lado, dispuesto a matar a la rata humana que desorbitaba sus ojos desesperado, en espera de una ayuda que no vendría.
JA,JA,JA,JA,JA,JA...
No hacía frío pero Sirius temblaba de pies a cabeza, igual que Peter, aunque era obvio que la fuente de esos espasmos era distinta. Lo sabía bien: el frío que sentía Black brotaba del fondo de su alma, lo consumía por dentro día y noche y llegaba a sus extremidades sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Respiraba profundamente, con calma, porque sentía el pecho tan apretado que costaba con doloroso esfuerzo, respirar así. El frío congelaba y se clavaba en el pecho como agujas de fuego; sí, fuego: Se estaba quemando por dentro. Se quemaba de frío.
El placer que sentía correr por las venas era macabramente doloroso y ver al traidor así, a sus pies, humillado como el gusano que realmente era, lo llenaba de unas horripilantes ganas de reír... Ganas de reír de rabia, de impotencia, de vergüenza por haber confiado en esa rata cuando le reveló el secreto de su mejor amigo –secreto causante de su muerte –y también, ganas de reír de horror para sacudirse el frío que durante tanto tiempo había rodeado su persona y congelado sus emociones. Ya no le quedaban lágrimas, pero quería reír, por fin, al ver que su venganza estaba por consumarse, que su pesadilla estaba por acabar. Al ver que Peter indefenso, estaba a punto de morir por sus manos.
JA,JA,JA,JA,JA...
Reía su cerebro afiebrado. Si tan sólo pudiese reír abiertamente, mientras le quitaba su despreciable vida en espera que su tormento agónico fuese muy prolongado y que su negro espíritu se pudriera por toda la eternidad en el más doloroso de los infiernos, sería el hombre más feliz del planeta. Sí, eso lo haría reír más que ninguna otra cosa: Saber que Peter sufriría la más agónica de las torturas por sus crímenes durante toda la eternidad. ¡Ojalá pudiese ser ese verdugo! El sufrimiento previo a la muerte podría resultar muy fugaz para un excremento del infierno como era esa basura, y no quería fallar en ese punto.
El momento había llegado. ¡Por James, su muerte y la amistad que Peter había traicionado! ¡Por él, Sirius Black, y la vida que le había arrebatado su repugnante cobardía! Era una lástima tener que hacerlo enfrente de Harry, pero el deseo de acabar con esa vida era más fuerte que cualquier tipo de remordimientos, de hecho, si ni siquiera le importaba convertirse en un asesino por él.
-¡No! –gritó Harry. Se adelantó corriendo y se puso entre Pettigrew y las varitas. -¡No pueden matarlo! –dijo sin aliento–. No pueden.
Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra...
Fin.
