Dedicado a mi noble amiga Potter, ejem... Paulina Poo, con el cariño de siempre.
¿Quién es Pablina Potter?
-¡Pablina! –Llamó una femenina voz desde el comedor de la casa. Una niñita vestida con capa blanca y caperuza azul apareció entonces en el umbral de la puerta y saludó con una sonrisa a la dueña de la voz que había dicho su nombre. La mujer contempló a su hija con esa dulzura que sólo las madres pueden llegar a demostrar y sentó a su pequeña a la mesa, entre su propia persona y la de su esposo, para comenzar a cenar.
Nada había más bello y querido para ese matrimonio emergente que su pequeña hija pronta a cumplir 4 años. Era una criatura de cabello castaño claro y alegres ojos verdes, que disfrutaba correr por los terrenos aledaños a la casa en la que habitaba junto a sus padres en Inglaterra. Desde que nació, Richard y Adelle Potter fueron los padres más felices y preocupados por su hija en todo el mundo de la magia, o al menos así lo creían ellos.
La casa de dos pisos en que habitaban era sencilla, de ladrillos rojos, flores en todas sus ventanas y bastante cómoda para los tres; tenía un amplio jardín –similar a una cancha de pasto– que lindaba con un bosque de robles y aromos, separados de éste únicamente por una cerca de madera. El lugar favorito de la niña era entre las raíces que sobresalían del suelo de uno de esos árboles más cercanos a la cerca; tan cercano, de hecho, que estaba dentro del terreno de la casa. Pablina pasaba tardes enteras escondida entre las raíces de su árbol, con libros infantiles esparcidos por todo el lugar, mientras contemplaba fascinada las imágenes que cambiaban de forma y sonreían dulcemente mientras le relataban aventuras, romances y juegos; ya que, como todos sabemos, los libros para niños son contados por los propios personajes que aparecen en ellos, a medida que se dan vuelta las páginas y no es necesario, por tanto, saber leer para entenderlos.
A pesar de la horrible amenaza que Voldemort significaba para todos, tanto Richard como su joven esposa se negaron a infundir temor en el espíritu de la niña, y fue educada hasta el fatídico día de su cuarto cumpleaños bajo los códigos del valor y la nobleza. Aún no desplegaba sus habilidades como hechicera, pero esperaban con paciencia a que lo hiciera algún día y asistiera a Hogwarts, el mejor Colegio de Magia según ellos; desarrollara todo su potencial, conociera nuevas gentes y fuera tan feliz como ellos lo eran junto a su bebé. Pero entonces, el 22 de marzo, día de su cumpleaños, todos los sueños para con su hija fueron violentamente destruidos.
Adelle había recogido su cabello negro como la noche, en una trenza que caía por su espalda y se visitó con el más bello de sus trajes. Había trabajado mucho ese día, satisfecha al fin, de tener la casa lista para recibir a sus invitados – familiares y amigos de la pareja – a la hora de cenar, comida que se realizaría en el patio, bajo la luz de la luna llena e iluminados por candelabros dispuestos cerca de la mesa principal. Richard por su parte, no fue a trabajar y se dedicó por completo a su pequeña, quien como de costumbre, jugaba entre las raíces de su árbol.
-¡Richard! –Llamó Adelle con voz cristalina –James, Sophie, Leila y Mr. Thomson acaban de llegar, están en la sala.
El mago, al escuchar la nueva, abandonó su sitio junto a su hija para saludar a sus amigos y comenzar la celebración.
Lamentaría ese descuido durante el resto de su vida.
Mientras observaba la silueta de su padre alejarse hacia la casa, Pablina escuchó el paso de un sigiloso animal que se acercaba a la cerca de madera que separaba la casa del bosque, sin duda atraído por el aroma a comida y las luces que adornaban el sector. La pequeña, como ya habíamos dicho, había sido educada para enfrentarse al miedo y de por sí, como todos los niños, era bastante curiosa. Abandonó el refugio de las raíces y de los libros para niños y se internó en el bosque, pasando sin dificultad por entre los barrotes de la cerca que la separaban de él, y buscó al animal que había escuchado acercarse. Una figura de cuatro patas apareció entonces ante ella y gruñó amenazadora.
-Lobito –murmuró la pequeña dándose cuenta del peligro en el acto y mirando con añoranza la seguridad de su casa –lobito...
El animal se estremeció paralizado en su sitio por unos segundos, apretando los dientes con furia; luego, al ver que la criatura no se movía, rompió la el silencio de la noche con un horripilante aullido y se abalanzó sobre la pequeña quien, chillando de pavor al ver a la bestia dirigirse contra su persona, corrió hacia la cerca, llamando a sus padres.
Richard llegaba ya a la terraza donde su esposa le esperaba con algunos amigos, cuando oyó el aullido del animal. Se paralizó en seco, presa de un vago presentimiento de temor
-Pablina... –murmuró mientras se giraba hacia el árbol en que había dejado a su pequeña. Entonces escuchó el grito de su hija y todo el miedo del mundo ocupó su corazón de padre.
-¡PABLINA!
Adelle, que estaba cerca de Richard, soltó la jarra de hidromiel que llevaba en sus brazos y se precipitó a la cerca de madera junto a su esposo, que corría a su lado, temblando como una hoja. Respondían con gritos a los llamados de su niña a medida que se acercaban al linde del bosque y de un salto traspasaron la barrera que los llevaría a Pablina.
Estaba cerca de ellos y no tardaron en encontrarla. La escena que contemplaron fue macabra para el corazón de ambos padres: Pablina estaba en el suelo, bañada en su propia sangre, defendiéndose sin armas, pero con furia, de un licántropo enorme y terrible. Adelle dio un grito de espanto y saltó hacia la bestia que mataba a su hija. Richard corrió sin pensar a la escena del desigual combate y de una patada bien proporcionada, liberó a su hija de las fauces del animal. La bestia, sorprendida y furiosa, los encaró a ambos, alejándose de la niña que se arrulló gimiendo a los pies de un aromo.
A la luz de la luna que se filtraba entre las ramas de los árboles, los jóvenes esposos comprendieron que llamaban la atención del licántropo; alejáronse todo lo que pudieron de su hija y se ubicaron de manera que su pequeña pudiese huir. Sólo entonces notaron que en su desesperación, no habían tomado ningún arma y que se encontraban indefensos ante la bestia que gruñía ahora en dirección a ellos. Richard protegió instintivamente a su mujer y, colocándose delante de ella, desafió a la bestia con un grito de rabia y determinación.
Fue entonces cuando James Temple entró en acción. Había corrido tras el matrimonio cuando escuchó el grito de la niña y saltando delante de Richard, se colocó entre la pareja y la bestia con su varita dirigida resueltamente hacia su atacante.
-James... –murmuró Richard y una chispa de esperanza iluminó su rostro.
Echando el brazo hacia atrás, el hombre extendió a Richard otra varita que sacó de su túnica y sin decir nada o mirar siquiera a los jóvenes, caminó al encuentro del hombre lobo, sin dejar de apuntarlo. Adelle corrió entonces hacia Pablina, mientas James y Richard se enfrentaban al licántropo, que había volcado toda su atención hacia ellos.
James Temple era el mejor amigo de Richard y habían sido camaradas desde el colegio, cuando James, que provenía de Irlanda, llegó de intercambio por dos años al colegio de Richard. Después de eso, no habían perdido el contacto y se visitaban cada vez que podían. Se encontraba en la casa pues era uno de los invitados y había pensado tener una agradable velada junto a sus amigos y la pequeña Pablina, a quien había visto un par de veces. Al escuchar el aullido de la bestia y grito de horror de la niña, supo que sus planes habían cambiado; pero no perdió su sangre fría, sino que tomó la primera varita que encontró a su paso al ver que su amigo volaba al peligro sin tomar precauciones –propio de los padres primerizos, por lo demás –y empuñando con fuerza su propia varita, corrió tras Richard y su esposa, sabiendo que los demás invitados corrían a su vez tras él mismo. Por un momento pensó que la amenaza era Voldemort y, confesémoslo, la idea de enfrentarse a él le aterró. Así que al ver que "sólo" se trataba de un hombre lobo, respiró aliviado, ya que significaba que al menos tenía una oportunidad de victoria.
Adelle se arrodilló al lado de su hija que había perdido el sentido y palpó su cuerpo ensangrentado. Respiraba, pero estaba muy débil y los borbotones de sangre que perdía sin cesar, amenazaban con matarla.
-Hay que sacarla de aquí y buscar ayuda –dijo Adelle mirando hacia los invitados que acababan de llegar a su lado. Las dos hechiceras y el mago de edad madura, levantaron entonces a Pablina con ayuda de la magia en una camilla invisible y deteniendo con un hechizo la hemorragia de la pequeña, la llevaron al interior de la casa. Adelle, pálida como la nieve, cerraba la marcha con el corazón divido entre su hija malherida y su esposo que se quedaba en el interior del bosque, deteniendo a una bestia.
-Quién lo diría, Richard –saludó despreocupadamente James, como quien continua una tranquila conversación interrumpida por una pequeñez, a pesar de no haberse visto en casi un año –peleando contra licántropos como en los viejos tiempos.
-El buscapleitos, amigo, siempre has sido tú –respondió sonriente el interpelado, continuando el tono informal de conversación, aunque mortalmente pálido –si quieres privacidad...
-No me vendría mal, pelear en grupo siempre me ha sonado a vandalismo...
-No puedo dejar que te enfrentes solo a ese monstruo, no es tan fácil –replicó ya sin sonreír Richard, cortando las bromas en el acto. La cosa iba en serio y James, captando el conflicto de su camarada entre ser amigo y ser padre, recurrió a la carta más alta que tenía y comentó en son de broma, consciente y avergonzado del efecto que sus palabras tendrían en su amigo:
-Si prefieres pelear contra un perro a salvar la vida de tu hija, es cosa tuya...
Richard Potter se quedó de piedra, sin contestar. James miraba en dirección al hombre lobo, simulando concentrarse en él, pero con cada célula de su persona pendiente de su amigo a quien había herido con su comentario. Estaba avergonzado de haberlo hecho, a pesar que sus palabras tuvieron el efecto que supuso, y no se atrevía a mirarlo. Richard le tocó el brazo a modo de despedida y volvió en carrera a la casa, de la que salían varias lechuzas con mensajes de auxilio en sus picos. Cuando el hombre se alejó lo suficiente, James murmuró furioso:
-Mira lo que me obligaste a hacer.
Y sin mostrar el más leve atisbo de compasión, hombre y bestia se enfrascaron en la más feroz de las peleas, gritando y aullando de dolor y rabia, con la luna llena delineando sus cuerpos y una suave brisa secándoles el sudor. Los troncos fueron receptores de sus personas en varias ocasiones, y James mordió el polvo varias veces antes de lanzar al licántropo toda una serie de hechizos que la bestia no pudo eludir y que, aunque no era ninguno de los prohibidos, acabaron la vida del animal en menos tiempo de lo esperado. James, sin ningún rasguño comprometedor, jadeaba frente al cadáver mas sus ojos brillaban afiebrados de triunfo y enojo. Utilizando un último hechizo, prendió fuego al cuerpo y esperó, impávido, que se consumiera en su totalidad, mientras meditaba de pie con la espalda apoyada en uno de los árboles acerca de los acontecimientos que habían vivido esa noche.
La situación se presentaba ahora, cuando la calma volvía a su espíritu, con toda su fealdad: Si Pablina sobrevivía, sería una licogineca hasta el fin de su existencia; mas si moría, el dolor que Richard y Adelle sentirían por su hija los consumiría tarde o temprano.
Ni el tiempo ni la distancia separan a dos buenos amigos y la angustia en el corazón de Richard lo ahogaba a él también. Cerró los ojos y golpeó con la cabeza el tronco en que se apoyaba, echándola hacia atrás varias veces a propósito. Su amigo y la compañera de éste, la estimada Adelle, de una forma o de otra habían perdido irremediablemente a su adorada y preciosa Pablina Potter.
Entró lentamente a la sala de estar en que se encontraban Adelle, sus amigos y su hija. Olvidó por completo que su mejor amigo se encontraba afuera luchando por su vida al verla en ese estado. No se consideraba cobarde, pero ver a su hija llena de vendajes y con un tono grisáceo llenando sus mejillas, minaron la fortaleza de Richard y tembloroso como un niño se sentó sin fuerzas junto a su esposa, quien tomó sus manos en cuanto le sintió cerca. Mr. Thomson no era médico de profesión, pero logró estabilizar a la niña y dar un diagnóstico obvio, pero inaceptable. Se acercó a ellos y dijo lacónicamente:
-Vivirá.
Richard suspiró aliviado, mirando a Pablina envuelta en sus vendajes y dormida profundamente; pero Adelle mantenía la vista fija en su sabio amigo, esperando las malas noticias que no quería pronunciar por ella misma. Thomson, advirtiendo la súplica en los ojos de la joven, continuó:
-Sin embargo, durante la luna llena, Pablina se transformará en el monstruo que la atacó esta noche. Es una licogineca.
Adelle lanzó un gemido y refugió el rostro en el pecho de Richard, que miraba Thomson como si descubriera una verdad dolorosamente obvia, pero velada por la esperanza. El resto de los invitados se sentó alrededor de los acongojados padres y cuidaron del respirar de la pequeña inconsciente, que reposaba ahora en un sueño tranquilo y reparador, acostada en el sillón principal de la sala. Ése sería el último sueño tranquilo durante las noches de luna llena que Pablina Potter tendría en su vida.
Continuará.
Ariadna, mi Beta reader, me advirtió acerca de las Mary Sue y lo odiadas que pueden llegar a ser. Siendo esta es la primera parte del relato más extenso que he creado, espero con ilusión haber logrado un personaje y una historia decentes. La opinión en todo caso, se la dejo a ustedes.
