Tema de apertura.- Ángel Cruel
Broken Wings
Prólogo
Nubes de lluvia se amontonan sobre el que en una ocasión fue Santuario de una diosa; mucho se ha perdido desde entonces y aún más ha sido olvidado. De la gloria que antaño cubría el lugar no queda ya más que una sombra vaga e indefinida que se pierde en el eco de la soledad. Los antiguos guardianes han desaparecido, ya nadie guarda las doce casas del Santuario, ya nadie hace rondas a su alrededor, ya nadie entrena por un futuro mejor. La leyenda de los caballeros cayó en el olvido del mito prohibido hace ya mucho tiempo y para atestiguar su presencia en el mundo solo quedan unas pocas piedras, y un alma en pena.
Sentada sobre el trono del que fuera Patriarca de aquel santo lugar; sus cabellos largos y blancos por el paso de los años caen por su espalda, sus ojos grises y cansados fijan lo poco que conservan de vista en algún punto indefinido del suelo, manos esqueléticas y débiles reposan a los costados. Difuminada sombra de lo que una vez fue siendo la única prueba de su recuerdo dos marcas en la frente, dos lunares lemurianos. Respiración pausada que se pierde en el grito del silencio que rige ese lugar, no quedan fuerzas ni para respirar, no quedan fuerzas ni para pensar, ni siquiera para recordar.
El eco de pasos estallan en el Santuario fruto de un andar lleno de vitalidad, ultimo signo de vida que resta en el lugar. Sube las escaleras sin molestarse mucho en pensar, la mirada triste ante lo que ha de llegar pero desearía evitar, dulce alma aplastada por la rigidez del tiempo. Sus cabellos rosados azotan su rostro arengados por el viento, sus ojos rojos se cristalizan en lágrimas que no verterá y en su frente el legado que nunca perderá, sendas marcas lemurianas único vestigio de una raza ya olvidada. Detiene su paso cuando llega hasta él y lo poco de su alma que quedaba en pie es arrasada, ¿quién sería capaz de creer que aquel lamentable conjunto de huesos desgastados fue una vez un hombre fuerte y valeroso? ¿Quién sería capaz de creer que aquella decrépita figura era lo último que quedaba de la que fue la más gloriosa orden de caballería jamás habida?
-Abuelo. -susurra mientras se acerca a la figura, esta hace un gesto al sentirla cerca pero es incapaz incluso de voltear la cabeza para mirarla.
-Söra. Lo siento tanto. - Sus palabras no son más que gemidos quejumbrosos y apagados, pero entre ellos no necesitan hablar para oírse.- Me temo que no podré cuidarte ya más. Ni siquiera puedo moverme para verte. Una ultima vez.
Ella toma entre sus delicadas manos el aún más delicado rostro de su abuelo y con cuidado lo vuelve hacia ella encontrándose sus ojos con los de un anciano marchitado, cuya vela lucha por sobrevivir bajo todo aquel viento y que aun conserva la energía de un antiguo fulgor ya olvidado. Lágrimas de cristal surcan el juvenil rostro ante la impotencia y la rabia, el dolor y la frustración, la pérdida y la despedida.
-Algo ha salido mal. Lo sabes ¿verdad? -susurra él, en otro tiempo habría consolado a la niña pero las pocas fuerzas que le quedan debe usarlas para otras cosas.
-Lo sé abuelo, -responde ella acongojada mientras hace memoria de todo lo que aprendió de aquel hombre.- Atenea debería haberse reencarnado ya y con ella una nueva generación de nobles Santos nacería recuperando la gloria y el esplendor perdidos aún cuando la oscuridad amenazase nuestros corazones. Pero abuelo, Atenea no se ha reencarnado. Quizás ya no vuelva.
-Atenea no nos ha abandonado. Algo la retiene y no puede venir, debes buscarla y ayudarla. -La presa que sujeta el alma del centenario hombre se afloja ligeramente permitiéndole mostrar la profunda determinación y seguridad que se hallan en su interior a través de sus ojos directamente a los ojos juveniles e incrédulos de la muchacha.- Debes encontrar a aquellos elegidos por las estrellas. Para ser Santos de Atenea.
-¿Cómo podría hacerlo? Las armaduras no reaccionan desde hace años y yo sola no sabría distinguir quien es digno o no de portar una armadura, -solloza ella aferrándose a la mano de él.- Tienes que venir conmigo abuelo, tu los distinguirías nada más verlos y te escucharían. A ti te seguirían, de mi solo se burlarían.
-No lo harán. Y yo no puedo acompañarte. Este es tu viaje y yo. Tengo el mío propio que no puede aguardar más. -La muchacha estalla en llanto incontenible pero el viejo hombre sigue hablando.- Los Santos de Atenea no han desaparecido. Solo no han sido llamados. Debes buscarlos y reunirlos para así poder ayudar a Atenea. La esperanza renacerá, hija mía. Y el sol volverá a brillar sobre el Santuario. Ahora debes irte pues de esto queda ya muy poco y cuando me vaya. No quedará nada. No tengas miedo, encontrarás a los elegidos pues os atraeréis mutuamente. Pero cuídate de los extraños que se acerquen a ti hablando de los Santos. Pues nuestro recuerdo se ha perdido y muchos enemigos podrían. Enturbiar tu camino.
-¿Y qué haré cuando los encuentre? No podemos usar las armaduras, ¿cómo ayudaremos a Atenea?
-Cuando llegue ese día dirigíos a Jamir. Allí os estaremos esperando y os ayudaremos. Ahora vete, no aguardes más. Y que Atenea y tu estrella te protejan.
Lentamente ella se aleja sin querer hacerlo pero obligada a ello pues sabe que nada más puede hacer ahí, los destinos de ambos ya han sido decididos y sus caminos toman rumbos diferentes. Y allí queda él, último vestigio de una época que fue y tal vez pueda volver a ser, la mirada perdida en algún punto del cielo ennegrecido pero aún conserva las suficientes fuerzas para recordar solo una vez más.
-¿A dónde iremos?
-A tú nuevo hogar... a tú nueva escuela. Hace algunos años alguien me dijo lo mismo.
-¿Y qué aprendiste?
-Aprendí que el mundo es un lugar bello por el cual vale la pena luchar, pero sobre todo, aprendí que no estaba solo, y que sí podía haber un sitio en donde estar como en tú hogar.
-Creo que voy a dormir.
-Hazlo, Kiki... hazlo. Te esperan muchas cosas que hacer, pero por lo pronto descansa seguro conmigo.
-¿Mö?
-¿Sí?
-Gracias... hermano...
-Mö. -un susurro quejumbroso escapa de entre de los labios de Kiki mientras una lágrima blanca, clara y brillante se pierde en su mejilla; y mientras la imagen se pierde en la oscuridad, su último aliento se adentra en la misma para no volver jamás.
Nubes de lluvia se amontonan sobre el que en una ocasión fue Santuario de una diosa; mucho se ha perdido desde entonces y aún más ha sido olvidado. De la gloria que antaño cubría el lugar no queda ya más que una sombra vaga e indefinida que se pierde en el eco de la soledad y la pérdida. Los antiguos guardianes han desaparecido, ya nadie guarda las doce casas del Santuario, ya nadie hace rondas a su alrededor, ya nadie entrena por un futuro mejor. La leyenda de los caballeros cayó en el olvido del mito prohibido hace ya mucho tiempo y ya nada queda para atestiguar su presencia en el mundo. De lo que una vez fueron templos a una diosa solo queda polvo y cenizas; de lo que una vez fueron guardianes de la diosa solo queda el silencio.
Tema de cierre.- Fantasía
Broken Wings
Prólogo
Nubes de lluvia se amontonan sobre el que en una ocasión fue Santuario de una diosa; mucho se ha perdido desde entonces y aún más ha sido olvidado. De la gloria que antaño cubría el lugar no queda ya más que una sombra vaga e indefinida que se pierde en el eco de la soledad. Los antiguos guardianes han desaparecido, ya nadie guarda las doce casas del Santuario, ya nadie hace rondas a su alrededor, ya nadie entrena por un futuro mejor. La leyenda de los caballeros cayó en el olvido del mito prohibido hace ya mucho tiempo y para atestiguar su presencia en el mundo solo quedan unas pocas piedras, y un alma en pena.
Sentada sobre el trono del que fuera Patriarca de aquel santo lugar; sus cabellos largos y blancos por el paso de los años caen por su espalda, sus ojos grises y cansados fijan lo poco que conservan de vista en algún punto indefinido del suelo, manos esqueléticas y débiles reposan a los costados. Difuminada sombra de lo que una vez fue siendo la única prueba de su recuerdo dos marcas en la frente, dos lunares lemurianos. Respiración pausada que se pierde en el grito del silencio que rige ese lugar, no quedan fuerzas ni para respirar, no quedan fuerzas ni para pensar, ni siquiera para recordar.
El eco de pasos estallan en el Santuario fruto de un andar lleno de vitalidad, ultimo signo de vida que resta en el lugar. Sube las escaleras sin molestarse mucho en pensar, la mirada triste ante lo que ha de llegar pero desearía evitar, dulce alma aplastada por la rigidez del tiempo. Sus cabellos rosados azotan su rostro arengados por el viento, sus ojos rojos se cristalizan en lágrimas que no verterá y en su frente el legado que nunca perderá, sendas marcas lemurianas único vestigio de una raza ya olvidada. Detiene su paso cuando llega hasta él y lo poco de su alma que quedaba en pie es arrasada, ¿quién sería capaz de creer que aquel lamentable conjunto de huesos desgastados fue una vez un hombre fuerte y valeroso? ¿Quién sería capaz de creer que aquella decrépita figura era lo último que quedaba de la que fue la más gloriosa orden de caballería jamás habida?
-Abuelo. -susurra mientras se acerca a la figura, esta hace un gesto al sentirla cerca pero es incapaz incluso de voltear la cabeza para mirarla.
-Söra. Lo siento tanto. - Sus palabras no son más que gemidos quejumbrosos y apagados, pero entre ellos no necesitan hablar para oírse.- Me temo que no podré cuidarte ya más. Ni siquiera puedo moverme para verte. Una ultima vez.
Ella toma entre sus delicadas manos el aún más delicado rostro de su abuelo y con cuidado lo vuelve hacia ella encontrándose sus ojos con los de un anciano marchitado, cuya vela lucha por sobrevivir bajo todo aquel viento y que aun conserva la energía de un antiguo fulgor ya olvidado. Lágrimas de cristal surcan el juvenil rostro ante la impotencia y la rabia, el dolor y la frustración, la pérdida y la despedida.
-Algo ha salido mal. Lo sabes ¿verdad? -susurra él, en otro tiempo habría consolado a la niña pero las pocas fuerzas que le quedan debe usarlas para otras cosas.
-Lo sé abuelo, -responde ella acongojada mientras hace memoria de todo lo que aprendió de aquel hombre.- Atenea debería haberse reencarnado ya y con ella una nueva generación de nobles Santos nacería recuperando la gloria y el esplendor perdidos aún cuando la oscuridad amenazase nuestros corazones. Pero abuelo, Atenea no se ha reencarnado. Quizás ya no vuelva.
-Atenea no nos ha abandonado. Algo la retiene y no puede venir, debes buscarla y ayudarla. -La presa que sujeta el alma del centenario hombre se afloja ligeramente permitiéndole mostrar la profunda determinación y seguridad que se hallan en su interior a través de sus ojos directamente a los ojos juveniles e incrédulos de la muchacha.- Debes encontrar a aquellos elegidos por las estrellas. Para ser Santos de Atenea.
-¿Cómo podría hacerlo? Las armaduras no reaccionan desde hace años y yo sola no sabría distinguir quien es digno o no de portar una armadura, -solloza ella aferrándose a la mano de él.- Tienes que venir conmigo abuelo, tu los distinguirías nada más verlos y te escucharían. A ti te seguirían, de mi solo se burlarían.
-No lo harán. Y yo no puedo acompañarte. Este es tu viaje y yo. Tengo el mío propio que no puede aguardar más. -La muchacha estalla en llanto incontenible pero el viejo hombre sigue hablando.- Los Santos de Atenea no han desaparecido. Solo no han sido llamados. Debes buscarlos y reunirlos para así poder ayudar a Atenea. La esperanza renacerá, hija mía. Y el sol volverá a brillar sobre el Santuario. Ahora debes irte pues de esto queda ya muy poco y cuando me vaya. No quedará nada. No tengas miedo, encontrarás a los elegidos pues os atraeréis mutuamente. Pero cuídate de los extraños que se acerquen a ti hablando de los Santos. Pues nuestro recuerdo se ha perdido y muchos enemigos podrían. Enturbiar tu camino.
-¿Y qué haré cuando los encuentre? No podemos usar las armaduras, ¿cómo ayudaremos a Atenea?
-Cuando llegue ese día dirigíos a Jamir. Allí os estaremos esperando y os ayudaremos. Ahora vete, no aguardes más. Y que Atenea y tu estrella te protejan.
Lentamente ella se aleja sin querer hacerlo pero obligada a ello pues sabe que nada más puede hacer ahí, los destinos de ambos ya han sido decididos y sus caminos toman rumbos diferentes. Y allí queda él, último vestigio de una época que fue y tal vez pueda volver a ser, la mirada perdida en algún punto del cielo ennegrecido pero aún conserva las suficientes fuerzas para recordar solo una vez más.
-¿A dónde iremos?
-A tú nuevo hogar... a tú nueva escuela. Hace algunos años alguien me dijo lo mismo.
-¿Y qué aprendiste?
-Aprendí que el mundo es un lugar bello por el cual vale la pena luchar, pero sobre todo, aprendí que no estaba solo, y que sí podía haber un sitio en donde estar como en tú hogar.
-Creo que voy a dormir.
-Hazlo, Kiki... hazlo. Te esperan muchas cosas que hacer, pero por lo pronto descansa seguro conmigo.
-¿Mö?
-¿Sí?
-Gracias... hermano...
-Mö. -un susurro quejumbroso escapa de entre de los labios de Kiki mientras una lágrima blanca, clara y brillante se pierde en su mejilla; y mientras la imagen se pierde en la oscuridad, su último aliento se adentra en la misma para no volver jamás.
Nubes de lluvia se amontonan sobre el que en una ocasión fue Santuario de una diosa; mucho se ha perdido desde entonces y aún más ha sido olvidado. De la gloria que antaño cubría el lugar no queda ya más que una sombra vaga e indefinida que se pierde en el eco de la soledad y la pérdida. Los antiguos guardianes han desaparecido, ya nadie guarda las doce casas del Santuario, ya nadie hace rondas a su alrededor, ya nadie entrena por un futuro mejor. La leyenda de los caballeros cayó en el olvido del mito prohibido hace ya mucho tiempo y ya nada queda para atestiguar su presencia en el mundo. De lo que una vez fueron templos a una diosa solo queda polvo y cenizas; de lo que una vez fueron guardianes de la diosa solo queda el silencio.
Tema de cierre.- Fantasía
