¿Qué creen? ¡Todos estos personajes son de JKR! ¡No he inventado a ninguno! ¡Ninguno me pertenece (excepto Susan, y si quieres usarla, no hay problema)!

La idea de Draco dibujando dragones pertenece a PikaCheeka. Lo siento, olvidé mencionarlo en el primer capítulo. Creo que adopté la idea en forma subconsciente.

El cuervo de Severus pertenece a los fics de J. L. Matthews. Sólo lo tomé prestado porque es una mascota perfecta para Sevi y prometo regresarlo sin que le haya pasado nada malo.

Notas:

Okey, ¡estoy de vuelta! Este será un poco caótico, pero Dumbledore parece que empieza a sentirse mejor. No estoy segura de que la parte de Draco y Ginny califique como romance, probablemente no. ¿Tal vez quieran comentármelo cuando me escriban? No iba a escribir esa parte así originalmente, pero Ginny parece tener mente propia. Me han llegado muchos mensajes otra vez, lo cual me hace muuuuy feliz. Amo sus comentarios.

Nota de la traductora:

Silverfox es de Austria (no confundir con Australia) y su lengua materna es el alemán, pero escribió "My name is Severus" en inglés, si deseas leer la versión original, puedes encontrarla en  fanfiction.net Y si deseas escribirle (en alemán o inglés, preferentemente), esta es su dirección: Silverfox@kabsi.at

Capítulo cinco: TAREA, LAGARTIJAS Y RATONERAS

Severus encontró para su sorpresa que Albus todavía no había cambiado la palabra clave, de manera que los Slytherin pudieron entrar sin problemas a la oficina del director para su detención.

Dumbledore contó cabezas rápidamente.

-¿Están todos? Bien. ¡Síganme!

Hubo algo de ruido siguiéndolo mientras los guiaba hasta los calabozos. Probablemente debería haberles dicho que se reunieran con él en la oficina de Snape, pero no se le había ocurrido en el momento.

Pronto llegaron al corredor frente al salón de Pociones, que estaba todavía sepultado en ingredientes. Pero ahora ya se habían echado a perder y apestaban por todo el piso.

-Vamos a separarlos a ustedes en dos grupos –declaró Dumbledore sonriendo y parpadeando alegremente-. Chicos y chicas, para hacerlo más sencillo. Las chicas limpiarán este desastre mientras los chicos limpian el resto del salón. Podrán irse cuando ya no queden manchas.

Los Slytherin gruñeron. No se sentían como para sonreír.

-Pero Albus –contestó Severus-. Esas manchas rosadas son de fosforescencia, estaremos frotándolas durante horas.

-En ese caso, te sugiero que te apresures a empezar, porque no dejaré que se vayan hasta que ya no quede ninguna –dijo Dumbledore, calmadamente.

"¿Oh, sí?" pensó Severus "Ya lo veremos"

Mientras los otros iban a buscar baldes y trapeadores con Filch, él se deslizó dentro de la oficina y rápidamente mezcló los ingredientes de varias ampolletas. Afortunadamente las tenía a mano, nunca habría podido sacarlas de otra parte sin que Dumbledore notara su ausencia.

Regresó justo a tiempo para ver las otros llenar sus baldes con agua y empezar a trapear. Sólo Draco notó cuando Severus echó un poco de su mezcla en cada uno de los baldes.

-¡Pst! –susurró Severus-. No te preocupes. No va a explotar.

-¿Pero qué es? –preguntó Draco en voz baja mientras Severus se arrodillaba cerca de él y pretendía trabajar.

Severus sonrió.

-Jabón luminoso.

-¡Oh, no! Severus, nos va a odiar por esto.

-Sólo si lo descubre. Se trata de fosforescencia después de todo. El jabón no afectará el polvo o los ingredientes que están tirados.

Luego de una hora, el calabozo de Pociones brillaba de limpio. Pero las manchas de fosforescencia parecían más que nunca estrellas rosadas sobre el fondo oscuro.

Las chicas habían terminado con su parte y Dumbledore las había dejado marcharse. Entonces fue a supervisar a los chicos. Encontró todo reluciente como nuevo. Sólo esas desagradables manchas rosadas permanecían.

-Lo limpiamos todo lo mejor que pudimos –le aseguró Severus, que había pasado la mayor parte del tiempo haciendo dibujos luminosos sobre el polvo.

Draco casi le recordó ese detalle, pero entonces recordó un dragón encantadoramente brillante que residió bajo el escritorio del profesor durante unos minutos, y decidió no comentar nada.

-Sólo esas manchas rosadas no quisieron salir –explicó Vincent a Dumbledore.

-Sí, entre más trapeábamos, más brillaban –se quejó Blaise-. Es como si estuviéramos puliéndolas en lugar de quitándolas.

Draco casi estalló en carcajadas. Después de todo eso era exactamente lo que habían estado haciendo. ¿Cómo hacía Severus para mantener esa cara seria?

Los muchachos miraron a Dumbledore expectantes.

El director miró el salón, las manchas relucientes y a los muchachos con ropas empapadas.

-¡Sigan trapeando! –ordenó-. Tienen que quitarse en algún momento. No podemos dejar el salón luciendo así.

Suspirando, volvieron al trabajo. Trapearon el salón completo otra vez y otra vez... y otra vez... y otra vez...

-¿Te das cuenta de que arruinamos tu pizarrón? –preguntó Draco a Severus un poco después, mientras estaban los dos subidos a un par de sillas que estaban sobre una mesa, fingiendo limpiar el techo.

-No lo hicimos. Al menos sé cómo arreglarlo –dijo Severus con calma.

-Pero Dumbledore nos dará otra detención cuando se dé cuenta de que ya no puede escribir ahí.

-No lo notará hasta que lo intente –Severus se encogió de hombros-. Y eso no pasará hasta la lección con los Hufflepuff y los Ravenclaw mañana por la mañana. Nunca hará una conexión con nosotros. ¿A quién crees que le dará la detención? ¿A los Ravenclaw o a los Hufflepuff?

-Hm... ¿Sabes cómo quitar la fosforescencia, también?

-Por supuesto. ¿O pensaste que iba a decorar mi propio salón de clase con pintas rosadas si no supiera cómo quitarlas?

-Oh.

Pasaba de media noche cuando Dumbledore finalmente se rindió y los envió a la cama.

-Ja –susurró Severus cuando entraban de puntillas al salón común-. ¡Gané!

-Te odio –bostezó Draco.

Severus sólo sonrió burlón. Draco podía decirle eso cuando quisiera.

***

Cuando Severus llegó a su segunda lección de Transfiguraciones, Minerva MacGonagall lo detuvo justo en la puerta.

-¿Qué es eso? –demandó seriamente, señalando la gran jaula que él estaba, como siempre, cargando.

-¿Esto? –preguntó él, confundido-. Es sólo Greenie.

-¿Greenie? –dijo MacGonagall, igualmente confundida-. ¿Qué es un greenie?

-No un greenie –corrigió Severus-. Sólo Greenie, mi erizo. Ese es su nombre.

-¿Nombre? –se atragantó la profesora-. Se suponía que tenías que convertir ese pequeño monstruo en un cenicero, no ponerle nombre o llevarlo por ahí en una jaula.

-¡Pero es lindo! –exclamó Severus, sin detenerse a pensarlo.

El salón entero hizo silencio. Sus compañeros lo miraban. ¿Severus Snape había dicho que algo era lindo? ¿Y sin un gruñido irónico?

Severus comprendió demasiado tarde el daño que podía hacer eso a su reputación. Bueno, puesto que ya era demasiado tarde, le dedicó a MacGonagall su más adorable sonrisa de niño encantador.

-Es lindo –repitió-. Y me agrada. Y no veo por qué debería necesitar convertirlo en un cenicero. No fumo, tú sabes. No me gustan los ceniceros. Son feos y huelen mal.

MacGonagall se quedó boquiabierta. ¿Qué se podía responder a eso?

-¿Te niegas a convertir ese erizo en un cenicero? –preguntó luego de un momento.

-Sí. ¿Podría por favor regresarlo a su color normal, profesora? –suplicó Severus.

-¡Severus, escucha! –Minerva MacGonagall suspiró. Era como hablarle a un niño de seis años-. Un erizo no es una mascota. Es un animal silvestre lleno de púas y parásitos. No puede llevar correo como una lechuza. No tiene cualidades mágicas. Ni siquiera puedes acariciarlo como a un gato. Este sólo está aquí para una práctica mágica.

-De acuerdo, de acuerdo –concedió Severus-. Sólo digamos que fallé otra vez, como siempre lo he hecho en tu clase, y que Greenie ya fue usado y que tú lo regresas a su color ahora y yo lo dejo libre en el bosque y todo el mundo contento.

-No, Severus, no voy a cambiarlo de color en lugar tuyo –insistió MacGonagall.

Severus hizo un pucherito.

"Aw... ¡es tan lindo!" pensó Minerva, tenía que terminar ese debate de erizo de una vez, antes de que se debilitara y lo dejara salirse con la suya.

-Si no lo vas a convertir en un cenicero, no tiene por qué estar en mi clase –declaró-. Así que a menos que quieras verme realmente enojada, será mejor que te lo lleves de aquí ahora mismo.

-¡Pero siempre llevo a Greenie a clase conmigo! –contestó Severus-. Nadie se ha quejado antes.

-Bueno, pues no lo vas a traer a mi clase nunca más. ¡Ahora, llévatelo!

-Sí, profesora –murmuró Severus, mientras daba vuelta y salía.

¿Y dónde podría dejar a Greenie durante la clase de Transfiguraciones? El sitio más seguro, decidió, debía ser su dormitorio. Sus compañeros no estarían ahí y en clase al mismo tiempo y nadie tenía ninguna razón para entrar ahí.

En las escaleras tropezón con Dumbledore, que llevaba uno de sus libros de pociones.

-Severus –el director lo llamó-. ¿No deberías estar en clase?

-La profesora MacGonagall echó a Greenie. Sólo me lo estoy llevando –explicó Severus.

Dumbledore se sorprendió.

-¿La profesora MacGonagall? -¿desde cuándo Severus la llamaba así?

-Sí. Parece que no le gustan los erizos –contestó Severus, sin comprender la intención de la pregunta.

-¿No le gustan, eh? –dijo Dumbledore, mientras se inclinaba para observar a Greenie.

El pequeño erizo verde parpadeó y movió su naricita verde. ¿Ese sujeto chistoso iba a darle algo de comer? No, sólo lo miraba y parpadeaba también. Greenie decidió buscar algo más interesante. ¿No habría quedado otra papa en algún lado?

-Luce muy agradable, me parece a mí –decidió Dumbledore.

-¿Y qué haces con mi libro, Albus? –demandó Severus-. ¿No deberías estar en clase también?

-Tengo un período libre justo ahora y necesito tu libro, porque todavía estoy buscando un antídoto para ti –sonrió Dumbledore sin sentirse insultado.

Parecía estar volviendo a la normalidad. Tal vez ya se estaba acostumbrando a enseñar otra vez.

-Albus, no creo que tengas una buena oportunidad de ser el que encuentre la solución –advirtió Severus-. Déjaselo a los expertos. Tienes más que suficiente qué hacer sin intentar encontrar antídotos a pociones que ni siquiera entiendes.

-Aún así voy a tratar –insistió Dumbledore-. ¿Quién sabe?, tal vez tenga suerte. Ahora, corre, antes de que Minerva se enoje contigo.

-Ya lo está –murmuró Severus mientras continuaba subiendo las gradas.

Cuando volvió a la clase, la profesora MacGonagall le entregó una ramita.

-Tienes que convertirla en una lagartija –le explicó, viendo su mirada de confusión-. No quiero ninguna ramita verde, Severus. Y prefiero que las lagartijas sean café.

-Hum... no creo que pueda hacerlo, profesora –admitió Severus, luciendo muy avergonzado.

-Está bien, está bien –concedió Minerva con un suspiro-. Si no se puede una lagartija café, puede ser verde. Hay lagartijas verdes en la naturaleza, después de todo.

Luego de una corta explicación, ella se sentó detrás de su escritorio y empezó a revisar las tareas.

"¡Oh, no!" pensó Severus "Ojalá que no lo note"

Tenía que al menos trabajar bien con su ramita. Se concentró tan fuerte como pudo y lo intentó.

La ramita se volvió verde.

-¡Oh, no! –gimió.

Los estudiantes de la fila de enfrente voltearon a ver qué había pasado. Severus escondió la cara entre los brazos y murmuró:

-¿No tienen sus propias ramitas qué mirar?

-¡Yo no! –sonrió Hermione, levantando una lagartija que se retorcía tratando de escapar-. Ya no más.

-¡Oh, Hermione! –exclamó Neville-. ¡Eres fantástica! ¿Me puedes ayudar? La mía todavía tiene la cola de madera.

-Seguro –dijo Hermione y se acercó a Neville.

Severus cerró los ojos para bloquear la imagen de todos los Gryffindor mirándolo (y algunos Slytherin también) y lo intentó de nuevo.

Cuando miró otra vez su ramita había cambiado realmente: ahora tenía patas de lagartija. Bueno, eso era definitivamente una mejora. Tal vez esta vez realmente conseguiría cambiarla.

-¡Hey vuelve aquí, tú, estúpido lagarto! –escuchó decir a Ron, y lo vio perseguir algo muy pequeño y muy rápido debajo del escritorio.

Severus miró rápidamente todo el salón. Parecía ser que todos estaban cazando sus respectivas lagartijas. Al menos ya no había nadie mirándolo.

Lo intentó de nuevo. Esta vez con los ojos abiertos.

-¿Una ramita verde con un extremo grueso y cuatro patas? –se escuchó burlona una voz detrás de él.

Severus se encontró con la mirada de Draco, que sujetaba contra su escritorio una lagartija con una mano y una colita café con la otra.

-Bueno, al menos la mía está en una pieza –declaró fríamente.

-Muchas pierden sus colas cuando las agarras –admitió Draco-. Eso sólo demuestra lo perfectas que son.

"Voy a demostrarle lo que es perfecto" pensó Severus "Esta vez lo haré bien"

Se concentró una vez más, pero antes de que pudiera apuntar su varita la ramita remotamente parecida a una lagartija, MacGonagall demandó:

-¿Dónde está tu tarea, Severus?

¡Oh, oh, problemas! Severus le dedicó su mejor mirada de cachorrito huérfano.

-¿En alguna parte de su escritorio?

-¡No está! –dijo MacGonagall calmadamente-. Me parece que no la hiciste, ¿o sí?

-Bueno... hummm... yo... no sabía cómo hacerla –otra vez los grandes ojos de cachorrito.

-¿No sabes cómo se hace una tarea? –preguntó MacGonagall, enarcando una ceja.

Toda la clase estaba riéndose otra vez de Severus. Algunas lagartijas aprovecharon la oportunidad para escaparse.

"¡Oh, no! ¡Ella me está remedando!" comprendió Severus.

-No pude recordar lo que nos explicó y tampoco comprendí el libro –mirada muy baja y humilde. "Tal vez así se apiade de mí"

-¿Entonces por qué no le pediste ayuda a tus amigos?

"¡Porque no tengo ninguno!" quería gritar Severus "Porque no le agrado a nadie. Estoy completamente solo y les tengo miedo"

Pero no podía admitir eso delante de todos.

-Porque no quisieron ayudarme –adorable pucherito. Eso le daría a entender a ella que no tenía amigos a quiénes recurrir sin que sus compañeros supieran hasta qué punto se encontraba solo.

-Entonces pregúntales más amablemente o pídele ayuda a un profesor, pero quiero tu tarea en mi escritorio para la próxima lección. Cinco puntos menos para Slytherin.

Otra vez la clase rió, pero no tan fuerte como antes. Esta vez Hermione no estaba riendo con el resto y tampoco Draco.

No era por causa de los puntos. Ninguno de los Slytherin se preocupaba ya por perder puntos. Era algo en la forma en la que Severus había dicho "porque no quisieron ayudarme" y la mirada que tenía cuando dijo eso. Por alguna extraña razón eso hizo que Draco se sintiera culpable. Eso parecía tener algo que ver con llegar tarde a Pociones, dibujar y escribir canciones. Y tal vez también con decir que los erizos eran más lindos que los ceniceros. Draco no podía decir que relación había entre eso y que Severus no hubiera hecho la tarea, pero de alguna manera ya no resultaba gracioso. De alguna manera sentía que era él quien había hecho algo equivocado.

Minerva regresó a su escritorio. Ella no debería haber empezado a hablar acerca de sus amigos. Ese había sido siempre el punto débil de Severus y parecía ser todavía peor ahora, pero no lo había considerado hasta que ya era tarde. Lo había herido.

Deseó que él pudiera arreglárselas con el hechizo de ramita a lagartija antes de que terminara la lección. Trató de recordar si había sido capaz de convertir ramitas en lagartijas la primera vez que había sido alumno suyo, le pareció que sí había podido, pero no estaba segura. La única cosa que sí recordaba con certeza era que nunca había sido capaz de transformar a un erizo. Al parecer siempre había tenido grandes problemas transformando animales. Y no era que hubiera sido bueno transformando en cualquier caso, pero nunca había sido capaz de transfigurar un animal y siempre había sido solitario.

Todavía lo era. Incluso como adulto tenía algunas veces esa mirada perdida y solitaria. Esta debería ser su oportunidad de cambiar algo, si tan solo lograra darse cuenta. Ella debería hacer algo al respecto, ¿pero qué? Sería mejor hablar con Dumbledore.

Severus aún no había podido transformar su ramita. Levantó la mirada y descubrió que casi toda la clase se había reunido alrededor de su escritorio, riendo.

Neville mostraba orgulloso su lagartija junto a los otros Gryffindors. Recibía un montón de elogios a pesar de admitir abiertamente que no habría podido hacerlo sin la ayuda de Hermione.

¿Debería... podría... pedirle ayuda a Hermione? ¿Esa sabelotodo? ¿Una Gryffindor? Miró su ramita con forma de lagartija. Debería hacerlo, sin importar lo que los demás dijeran.

Buscó a Hermione. Ahí estaba. Hablando con Harry y Ron, por supuesto.

Nerviosamente, se puso en pie. Harry Potter podría oírlo suplicando a Hermione por ayuda, pero no podía remediarlo.

En ese momento Minerva MacGonagall dio por terminada la lección.

Demasiado tarde. MacGonagall se pondría furiosa.

Pero cuando Severus le entregó su ramita verde con forma de lagartija ella sólo la tomó y dijo:

-Bueno, esperaba más, pero al menos es una mejora con respecto al erizo. Sigue practicando.

Aliviado, Severus siguió a sus compañeros por la puerta. Tan pronto como estuvieron seguros afuera, le preguntó a Vincent:

-¿Me dejarás copiar tu tarea ahora?

-¿Qué? –exclamó Vincent-. ¡De ninguna manera!

-¿Qué tan estúpidos crees que somos? –gruñó Blaise-. Nadie va a ayudarte. Vamos a disfrutar cuando los profesores se enojen contigo.

-Sí –sonrió Gregory-. Es divertido.

-Nos costó cinco puntos –les recordó Severus calmadamente.

-¿Y qué? –preguntó Vincent-. Ya has perdido tantos que en realidad no importa más. Seremos los últimos, no importa qué hagamos.

-Pagarán por esto –les informó Severus fríamente.

***

Minerva MacGonagall encontró a Albus Dumbledore en su oficina estudiando un grueso libro de pociones.

-Albus, tenemos que hablar.

Él levantó la mirada.

-¿Acerca de qué?

¡Qué cansado se veía! Tal vez no debería molestarlo con eso. ¿Pero entonces a quién acudiría? No había nadie más. Eso era parte del problema.

-Acerca de Severus –dijo-. Estoy preocupada por él.

-Todos lo estamos, Minerva, pero estamos trabajando en eso –dijo Dumbledore, tranquilizadoramente-. Algunos de los mejores maestros de Pociones del mundo están tratando de resolver nuestro problema.

-Ese es el problema equivocado, Albus –dijo MacGonagall.

-¿El problema equivocado? ¿Cuál otro problema hay? Y no me digas que se trata de Greenie –sonrió Dumbledore-. El erizo está bien. Y creo que le hace bien a él. Le da algo en qué ocupar su mente, tú sabes.

-No, no tiene nada que ver con ese horrible erizo –dijo MacGonagall con disgusto. ¿No podía Dumbledore ser serio por una vez?-. Él está aislado, Albus. Necesita amigos.

-¿Aislado, Minerva? Tiene todo un dormitorio lleno de amigos para hacerle compañía. Es por eso que lo pusimos ahí en primer lugar, ¿recuerdas?

-No se lleva con ellos, Albus. Antagoniza con ellos. Siempre está peleando y metiéndolos en problemas y eso lo está haciendo solitario e infeliz.

-Si él actúa así no es extraño que los demás no quieran ser sus amigos –comentó Dumbledore, todavía sin ver por qué razón preocuparse.

-Albus, prácticamente me confesó que nadie lo quiere. Él quiere hacer amigos, pero no creo que sepa cómo. ¿Recuerdas cuando era niño? Siempre se sentaba solo, nunca tuvo un amigo. ¿Y ya de adulto? ¿Tiene auténticos amigos ahora?

-¡Yo soy su amigo! –dijo Dumbledore, cortante.

Grandioso, ahora era ella la que estaba a la defensiva. Debería haber recordado no decir nada que pudiera interpretarse como una acusación de que él estuviera tratando mal a su amigo.

-Correcto, pero a ti no te cuesta hacer amigos –concedió ella-. ¿De quién fue el esfuerzo? Tuyo, apuesto.

-Bueno, sí, así fue, pero eso no significa necesariamente que Severus tenga un problema, Minerva.

-¿Tiene amigos, además de ti? ¡Vamos, Albus! ¡Deja de negarlo! No estás ayudando a tu amigo de esa manera.

-Le agrada a Filch –declaró Dumbledore luego de pensar unos momentos.

-Le agrada a Filch –repitió MacGonagall-. Pero no son realmente amigos, ¿o sí?

-No, pero creo que estás sobrerreaccionando –contestó Dumbledore-. Por supuesto, es difícil para un maestro hacer amistad con sus estudiantes. Es natural que a ellos les cueste confiar en él. Pero si Severus realmente se sintiera infeliz, él encontraría la forma de convencerlos.

-Acabo de decirte que él no sabe cómo –insistió MacGonagall.

-Si eso fuera cierto, Minerva –dijo Dumbledore-, entonces él me lo diría. Me encontré con él hace una hora y su único problema era que a ti no te gusta su erizo. Así que si quieres hacer algo, te sugiero que reconsideres eso.

-¡Olvida al estúpido erizo! –exclamó MacGonagall impacientándose. ¿Por qué era que Dumbledore no entendía?-. ¿Has considerado la posibilidad de que no te lo diga porque tú tienes demasiado entre manos ahora?

-¿Yo? –dijo Dumbledore, dedicándole un guiño falsamente alegre-. ¿Demasiado entre manos? ¿Quién podrá haberle dado esa idea?

Minerva sacudió la cabeza tristemente.

-No te burles de mí, Albus. Te conozco desde hace mucho, lo mismo que Severus. Estás totalmente exhausto por hacer tu trabajo y el suyo. Ser la cabeza de Slytherin no es tan fácil como él lo hace parecer, ¿verdad?

-No lo es –dijo Dumbledore con un suspiro-. Esos niños son tan fríos. Parecen estar constantemente en guardia contra todo el mundo, incluso contra sus amigos más cercanos. Es imposible adivinar qué están pensando y se niegan a contarme sus problemas. Todos se esconden detrás de sus máscaras.

-Muy parecidos a Severus, ¿no? –dijo Minerva, tentativamente.

-Sí, creo que lo son –él sonrió un poco-. Es un Slytherin también, después de todo. Creo que sabe cómo ver a través de sus máscaras. Pero estoy acostumbrado a lo abiertos que son los Gryffindor. Tú conoces a algunos de esos niños tan bien como yo, Minerva. Muchos de ellos ni siquiera saben como se supone que debe ser una vida familiar normal, pero aún así no hablan acerca de sus problemas.

-Tal vez es precisamente eso, Albus. Ellos nunca han tenido a alguien en quien puedan confiar para decirle sus problemas, así que nunca han aprendido a hablar acerca de eso. Otra vez, muy parecidos a Severus –sugirió MacGonagall gentilmente.

-Severus puede hablarme de sus problemas, Minerva. Y él conoce y maneja los problemas de sus niños. ¿Cómo lo logra? Parece imposible. Entre más lo intento, mas desesperanzador parece.

-¿Cuánto tiempo te llevó lograr ese grado de confianza con Severus? –preguntó MacGonagall.

Dumbledore no respondió. No podía invertir tanto tiempo y energía para hacerse amigo de cada uno de los Slytherin como lo había hecho con Severus. Pero tampoco Severus podría haber hecho algo así. Debía haber alguna otra manera. Tal vez funcionaría el encontrar un enemigo común. Como los Gryffindor.

Dumbledore sonrió tristemente a Minerva y por primera vez empezó a entender los orígenes de la antigua rivalidad entre las dos Casas.

***

Draco había estado siguiendo en secreto a Ginny por algún tiempo. Finalmente ella fue sola a la biblioteca. Draco la siguió y la contempló un rato.

Cuando ella fue a sacar un libro de un estante medio escondido en el fondo del salón, él se le acercó.

¿Qué podría decirle?

-Uh... Hola, Ginnny –intentó.

Ginny dio vuelta y lo miró.

-¡No te atrevas a acercarte, Malfoy! –le advirtió.

Draco decidió ignorar eso.

-Ehm... Ginny, yo quería… um…

Ginny retrocedió.

-¡Estoy hablando en serio, Malfoy! Si das un paso más, voy a gritar.

-Escucha, Ginny, yo sólo quería preguntarte si tú...

Ginny retrocedió otro paso, temblando, preparándose para correr.

Draco acercó una mano hacia ella para detenerla.

Eso fue demasiado para Ginny. Dio vuelta y echó a correr.

-¡Ginny, espera! –gritó siguiéndola.

Ginny sólo corrió más rápido. Pasó junto a Madame Pince y salió por la puerta.

Draco corrió para alcanzarla, pero no tuvo tanta suerte. Madame Pince lo sujetó por el hombro y lo detuvo.

-Señor Malfoy, esta es una biblioteca. La gente viene aquí a estudiar. Necesitan paz y silencio para concentrarse. Eso significa con correr y definitivamente no gritar. Si no tiene intención de estudiar calladamente, tendré que pedirle que se marche. ¿Entendió?

-Um... lo siento, Madame Pince, pero es que Ginny corrió. Yo sólo la seguía porque... um –Oh, cómo explicarlo-. Porque necesitaba hablarle.

Correcto. Eso tenía sentido. ¿O no? Draco se sentía un poco confuso. ¿Por qué era tan importante lo que tenía que decirle a Ginny?

-Eso no es excusa, jovencito. ¡Cinco puntos menos para Slytherin! –declaró Madame Pince.

Draco suspiró y trotó fuera de la biblioteca.

Pasó algún tiempo más buscando a Ginny, pero ella había desaparecido. Probablemente corrió de vuelta a su sala común, donde él no podría seguirla. Y había perdido otros cinco puntos.

Bueno, eso realmente no importaba. Habían perdido tantos que seguramente nadie lo notaría siquiera.

Pero había perdido su oportunidad de hablar con Ginny. ¿Por qué había huido así de él?

Muy infeliz, Draco regresó a su sala común para encontrarse con sus compañeros.

Vincent lo miró cuando entraba.

-¡Draco! ¿Dónde has estado?

-En la biblioteca –dijo Draco, cortante.

-¿Por qué? –preguntó Gregory, sorprendido. La biblioteca no era uno de sus lugares favoritos y generalmente la evitaba (no había oportunidad de iniciar peleas bajo la vigilante mirada de Madame Pince).

-No lo sé –respondió Draco.

-¿Huh? –dijo Blaise-. ¿Fuiste a la biblioteca, te quedaste ahí durante horas y no sabes por qué?

-Correcto –dijo Draco.

Vincent y Blaise intercambiaron una mirada.

-¿Sería que Ginny estaba ahí? –preguntó Severus, sonriendo.

-Sí... ¡No!... Quiero decir, tal vez estaba. No lo sé –tartamudeó Draco.

-Tomaré eso como un "sí" –rió Severus.

-¿Qué es todo esto acerca de Ginny? –preguntó Vincent-. ¿Por qué siempre hablas de Ginny cuando Draco no nos habla?

-¿No es obvio?

Los otros tres miraron a Severus inexpresivos.

-Creo que no –concluyó Severus y regresó a hacer la tarea de Susan.

Draco miró el pergamino.

-¿Susan otra vez? –preguntó, con la esperanza de apartar de Ginny las mentes de todos-. ¿Qué hizo para ti esta vez?

-Me dio unas ratoneras –respondió Severus sin mirarlo.

-¿Ratoneras? –preguntó Vincent-. ¿Tenemos ratones?

-No, es porque no pude conseguir ninguna yo mismo.

-Bueno, si no tenemos ratones, ¿para qué quieres ratoneras? –inquirió Draco.

-Ya lo verás –sonrió Severus-. Ya lo verás.

***

Blaise fue el primero en encontrar una en su cama esa noche.

¡SNAP!

-¡Ow!

Draco estaba a punto de meterse en su cama cuando el grito de Blaise lo sorprendió.

¡SNAP!

-¡Ahh!

Esta vez fue Vincent. Recién había apartado la cobija de su cama. Ahora había una ratonera colgando de sus dedos.

Draco miró la mano de Vincent por un segundo y luego miró a un sonriente Severus acomodándose confortablemente en su cama, entonces miró a Blaise, que estaba tratando de quitar muy cuidadosamente una ratonera de su pie sin lastimarse más los dedos. Sus dientes estaban firmemente apretados y había lágrimas de dolor corriendo por sus mejillas.

En ese momento entró Gregory.

-¿Por qué esos gritos? –preguntó mientras se tiraba en su cama.

¡SNAP!

-¡Ow!

Draco tragó saliva.

La tercera ratonera se había cerrado en la oreja de Gregory. Vincent y Blaise, que acababan de quitarse sus ratoneras, acudieron a ayudarlo.

-¡Les dije que iban a lamentar no haberme dejado copiar la tarea!

-Grandioso, Severus –gruñó Blaise-. Simplemente grandioso. Esta debe ser la cuarta o quinta vez que envías a Gregory a la enfermería y tú no te has asomado ahí en toda una semana.

-¡Sip! –Severus sonrió orgullosamente-. De verdad que soy genial. Sólo desearía que fuera Neville en lugar de Gregory.

Gregory gimió y presionó el pañuelo favorito de Vincent contra su oreja sangrante mientras los tres muchachos salían nuevamente con rumbo a la enfermería.

Draco tomó nerviosamente su almohada por una esquina y la levantó. No había nada debajo.

Sujetó la almohada con un poco más de fuerza y la sacudió. Nada.

Miró a Severus, que lo estaba observando con una gran sonrisa en su cara.

"De acuerdo, investiguemos la cobija" pensó Draco.

-Sólo tenía tres, Ricitos de Oro.

Draco miró de nuevo a Severus.

-Y tú me agradas... un poco más que esos otros tres idiotas, así que... –Severus se encogió de hombros.

-¿Honestamente? ¿Sin trampas? –preguntó Draco, estudiando cuidadosamente la cara de Severus.

-Sin trampas –prometió Severus-. Te haré una la próxima vez.

Lentamente, Draco se deslizó en su cama sin que nada sucediera.

Severus sonrió y metió calladamente la caja que contenía la última ratonera en la gaveta vacía en la que Greenie no había querido dormir. Encontraría otro uso para esa.

¿Tal vez Neville? ¿O Albus quizá? ¿O debería arriesgarse a hacerle una broma a MacGonagall?

***

El jueves por la tarde Albus Dumbledore llamó a Severus Snape a su oficina.

Severus entró luciendo muy nervioso.

-Mira, Albus, estoy muy arrepentido de haber roto esa ventana en la torre vieja.

-¿Oh, fuiste tú? –parpadeó Dumbledore.

-Y no era mi intención romper la nariz de ese Hufflepuff de sexto año y sé que la guerra de comida con los Ravenclaw se salió un poco de control y realmente no debería haberle tirado esos petardos a los Gryffindor y admito que robé las llaves del profesor Flitwick y las tiré a la papelera, pero en verdad no tenía idea de que ese elfo doméstico iba a meterse en la jaula de Greenie y se lastimaría, y la pelea con Vincent y Blaise...

-Severus –interrumpió Dumbledore-, antes de que te incrimines más, yo sólo quería verte para contarte que lograron reconstruir la receta de la poción rejuvenecedora de Neville en Beauxbattons.

La cara de Severus se iluminó.

Puso la jaula de Greenie en el escritorio de Dumbledore y se sentó en una de las sillas.

-¡Bueno! ¿Puedo verla?

Dumbledore sonrió y le entregó un pergamino.

-Hice una copia para ti, pero por favor no hagas experimentos con ella. Nuestros colegas de Beauxbattons reportan que probaron la poción en algunas ratas y todas murieron.

Severus hizo un puchero.

-¿No puedo usar a Neville para esto? No hace falta que sea un animal de prueba.

-¡Severus!

-Está bien, está bien. No lo probaré con nadie. Lo prometo.

-¡No pruebas, no nada! –ordenó Dumbledore-. Esa copia es sólo para informarte. Para mostrarte que estamos haciendo progresos. Acabo de enviar una lechuza con otra copia para Durmstrang. Espero que logremos un antídoto en una semana más, dos semanas cuando mucho.

-¿Tengo que hacer mi tarea de Transfiguraciones? –preguntó Severus, haciendo otro puchero.

-Me temo que sí –sonrió Dumbledore-. Minerva insiste en que quiere que aprendas algo del incidente. ¿Cómo está tu amiguito verde, por cierto?

-Ya he aprendido algo de todo esto. Aprendí que es mejor estar lejos de cualquier cosa que haga Neville Longbottom. Y Greenie, como puedes ver, está bien, excepto que todavía es verde.

Greenie, como si esa fuera su señal de entrada, se movió hacia el lado de la jaula que estaba frente a Dumbledore y parpadeó mirándolo a través de las barras. Dumbledore se inclinó para mirarlo más de cerca.

-Hola, pequeño erizo –dijo.

Greenie movió la nariz desdeñosamente y dio la vuelta.

-No creo que se interese mucho en ti, Albus –observó Severus.

-Bueno, creo que no soy lo suficientemente espinoso y un erizo Slytherin sin duda preferirá a los Slytherin.

Continuará…

Notas:

¿Qué les pareció? ¿Tienen alguna sugerencia sobre lo que puede hacer Severus con la última ratonera? No tengo ninguna idea por el momento y acepto sugerencias.

En próximos capítulos:

Más problemas con la tarea, la última ratonera, algunas aventuras nocturnas, Severus hace algo de investigación, una charla con Dumbledore y Draco trata de hablarle a Ginny otra vez.