Capítulo 1. Buscada en Gondor.

Se acababa un libro al que le quedaban tres páginas por escribir, en él estaba reflejado los momentos de mi vida, unos momentos que ya nunca podré olvidar, forman parte de un recuerdo que yace en lo más hondo del corazón y no se pueden borrar. Nunca ha ocurrido nada interesante en ella, siempre ha estado relacionada con la naturaleza y la libertad. ¿Qué soy? Nadie, mi nombre nunca ha sonado en los labios de alguien, todo rumores de si era cierto o no. Quizás tuve que decidir demasiado pronto sobre mi destino, pero nadie me dio a elegir, nadie me dijo nunca lo que hacer, nadie estuvo a mi lado.

No tengo lugar propio, ando hacia los cuatro vientos en busca de algo que me diga porqué estoy aquí y cual es mi destino, alguien a quien dirigirme, ser alguien en esta larga vida de maldad y odio.

-¡Buscadla! –gritaron por las calles.

Los soldados de Gondor me estaban buscando, hacía dos semanas que me buscaban y aún no me habían encontrado. Estaba escondida en una de las casas, una humilde familia me había ofrecido comida y un lecho para dormir hasta que pudiera escapar.

-…te buscan… -dijo Inia, una niña de siete años, muy linda con sus tirabuzones dorados y aquellos ojos verdes que brillaban como esmeraldas al anochecer.

-Lo sé pequeña… -dije al ver que parecía triste.

Se habían puesto a registrar casa por casa, no tendría escapatoria. Lo único que podría hacer era rendirme y esperar sentencia. Guardé el diario en la mochila, saqué dos dagas y las metí dentro de las botas, me puse la capa por encima que robé a un forastero y encima la mochila, a la espalda.

-Muchas gracias por su humildad. –agradecí.

Los padres de la niña no me tenían ningún miedo, al contrario, me hubieran cubierto las espaldas si se lo hubiera pedido, pero yo no podía poner en peligro a aquellos inocentes.

-Te prometo que volveré a verte pequeña. –le dije a Inia que se veía aún más triste.

Escuché los pasos de los soldados alejarse de la puerta, la abrí silenciosa y me fui hacia el otro lado, la capa me cubría bien durante la noche. Intentaba no ser encontrada, me escondía en todo lugar posible para no ser descubierta, claro que si no te das cuenta, puedes caer en una trampa.

-No te muevas… -dijo una voz que me era familiar.

Noté la punta fría de la espada en mi espalda.

-…Boromir… -murmuré algo harta de él.

Era el capitán de la guardia, un hombre ansioso por la realeza y el trono, soñaba con el día en que su padre le dejara un trono que tampoco era suyo. Acariciaba ligeramente el puño de mi espada con la mano, esperaba al momento oportuno, no iba a dejar que me atrapara tan fácilmente.

Ágil me giré desempuñando la espada y atacando a la defensiva, nuestras espadas se rozaron ligeramente.

-No está mal. –murmuró poniéndose en guardia.

Ataqué, tenía un hábil manejo de la espada, la agilidad acompañaba. Él era bueno, de eso no había duda, su destreza era quizás demasiado y yo pasaba de luchar tontamente.

Cogí impulso, salté hacia la pared, anduve por ella y le di una patada en la cara que casi se la gira de golpe. En ese instante salí corriendo guardando la espada, no era de mi eso de huir pero quería darle juego.

Salió corriendo detrás de mí junto a la guardia, mi agilidad era más que la de ellos y eso se notaba ya que me podía meter por lugares a los que ellos no llegaban, me podía esconder y pararles trampas.

-¡Ya no tienes escapatoria!

Me rodearon en la placeta, la mayoría de las calles iban a parar allí, eran demasiados para luchar y tampoco podía seguir huyendo. Por un instante tuve miedo de que me torturasen, no tendrían piedad porque fuera una chica.

-¿Y de qué se me acusa si puede saberse?

Boromir salió de entre la guardia, estaba imponente con su armadura dorada.

-Robo, secuestro y profanación.

-¡¿Profanación de qué?! –no tenía ni idea de lo que decía.

-Vas diciendo por ahí que Elendil es el rey y no mi padre.

-¡Elendil es el rey de reyes!

No osó darme un manotazo porque me tenía respeto.

-La otra vez tuviste suerte de que Faramir estuviese aquí, pero ahora no está.

-Lo habéis mandado a Mordor, tal como él se figuraba.

-Llevadla ante mi padre.

Lo miré muy enfadada mientras me llevaban, no me forzaban y eso era extraño, algo rara ocurría y no sabía lo que tramaban. No me habían quitado las armas, ni maniatado, simplemente me llevaban cogida de los brazos ¿por qué? …enseguida lo descubriría…

Me llevaron a la sala del trono, allí yacía con la misma cara de cardo borriquero el que se autoproclamaba rey, lo odiaba.

-Al fin puedo verte la cara. –dijo levantándose.

Todos se postraron menos yo, seguía de pie.

-Póstrate.

-No me postraré ante alguien que no es rey.

-Te acusan de blasfemia ¿sabías? Podría mandarte a la hoguera y quemarte viva.

-Hazlo. –si tenía ganas de hacerlo que lo hiciera, mi vida no valía nada.

-No lo haré, tengo otro fin para ti.

-…-no me gustó aquella frase.

-Serás la esposa de mi hijo y heredarás Gondor.

-Gondor no será suya jamás, y no pienso casarme con ese hipócrita.

Me levantó la mano pero no llegó a pegarme, no parpadeé ni un instante, era mejor optar una posición ofensiva.

-¿Tienes algo a decir? –preguntó esperando lo que le iba a decir.

-Nunca serás rey, ni tú ni tu hijo.

-Así que eres de las que apoyan a Elendil.

-¡Elendil es el rey de reyes!

-¡Elendil está muerto!

-Elendil está vivo… -puse voz siniestra. Vi que sus ojos se aturdieron.-

-¡Eso es mentira!

-Elendil está vivo y vendrá, te robará el trono y se proclamará Rey de Gondor.

No pudo contenerse, me partió el labio con el anillo, notaba la sangre que caía barbilla abajo.

-Mañana al mediodía serás la esposa de mi hijo, te guste o no. –se había enfadado.

Boromir se acercó a mi, estaba a punto de escupirle pero prefería contenerme y esperar a darle algo mejor.

-Boromir, mañana tendrás por fin una esposa que te ame y te de hijos.

Y un cojón, de amar nada y de hijos menos. Observé de reojo que todos los soldados estaban postrados aún, Denethor se giró y esa era la oportunidad. Me giré y le di una patada en el estómago a Boromir que lo dejó agachado en el suelo, dando un grito de guerra salté encima de las espaldas de los soldados hasta alcanzar la ventana y saltar por ella.

Los cristales cayeron conmigo unos dos metros de altura, caí de pie y empecé a correr hasta llegar a las escaleras del patio, miré hacia atrás y el murmullo de soldados no cabía por las puertas. No podía bajar todas las escaleras, Gondor tenía muchas a lo largo de su altura, la única forma de avanzar era saltando, de los muros al suelo, a los tejados de las casas, a los toldos, así hasta llegar al establo.

Desde el tejado observé a mi yegua, traspasé la paja y fui a parar a la silla. Corre, corre le dije a la yegua, ésta salió corriendo saltando la vaya. Las puertas de las murallas estaban cerca, y por casualidad abiertas, era mi única oportunidad de escapar.

¡Las estaban cerrando! No iba a llegar, no iba a llegar, mi yegua corría a todo su potencial, yo ansiaba poder estar fuera, no iba a llegar… Las puertas se cerraron, pillaron algunos pelos de la cola de la yegua pero pude salir a tiempo, solo tenía que salir corriendo para esquivar las flechas de los guardias.

Era libre, por fin podía respirar el aire de la libertad, parecía que me estuviera esperando. Añoraría aquella dulce niña, ella sabía como yo que un día Elendil volvería a pisar Gondor.

Me alejé lo más que pude durante la noche, tenía que estar fresca para el siguiente día, así que en una llanura cerca de Osgiliach pasé el resto de la noche. Desmonté de la yegua para que descansara, en realidad era ella quien me salvó, como en tantas aventuras.

-No te vayas muy lejos Luna. –le dije.

No encendí fuego para no delatar, por allí no habría nadie, pero tal como estaban los tiempos era mejor pasar inadvertido. Puse la capa en el suelo y me tapé con ella después, no quería dormir pero el sueño pudo conmigo.

Los primeros rayos de sol irradiaban en mi rostro, me impedían abrir los ojos así que me giré, escuché pisadas que no andaban muy lejos, con disimulo alargué la mano hacia la espada.

-No te hará falta eso. –dijo una voz conocida.

Me levanté curiosa por saber si era quien por mi cabeza pasaba.

-¿Aragorn?

-Alassea Ree, Elian.

-Buenos días… -saludé levantándome.

-Hacía tiempo que no te veía.

-Ando algo perdida, tengo mis dudas sobre qué hago en esta tierra. Además, ahora estoy perseguida por Gondor.

-¿Qué hacías en Gondor? –preguntó extrañado mirándome el labio.

-Ni yo misma lo sé. Hablé más de la cuenta de Elendil y me acusan de blasfemia.

-¡No puedes ir predicando que Elendil volverá! ¿Y si no quiere volver?

-Tú mismo cierras el camino. Tienes muchos seguidores allí.

-Me parece que aún hay más… -quiso curarme la herida pero no le dejé.

-Querían que me casara con Boromir, ese hipócrita que se hace llamar capitán.

Se echó a reír.

-¿De qué te ríes? –pregunté extrañada por su burla.

-Me ha hecho gracia. Mira… -se sentó bajo un árbol que había cerca- yo pasé hace poco por lo mismo que pasas tú ahora, te preguntas porqué estás aquí y que sentido tiene tu vida si no haces nada bueno.

-Sí. –tenía razón sus palabras.

-Toda vida tiene un sentido, un fin, un destino. Tarde o temprano llega.

-¿Y cuanto tengo que esperar?

-Llevas ocho años más de montaraz que yo, eres mi hermana mayor y sin embargo, yo aparento más experimentado.

-Por que tú tuviste la suerte de conocer a los elfos.

-Tú también los conoces, conoces a Elrond, Arwen, Glorfindel…

-Hace tres años que no voy a Rivendell, estoy perdida, me encuentro incómoda allí.

-Porque conociste a Galdir, aquel elfo que te echó los tejos al verte.

-…no me hables de él…

-Vete a Lorien, tienes amigos allí.

-Quizás… aunque primero debo ir a Ithilien. Han enviado a Faramir a las fronteras de Mordor.

-¿Lo han enviado allí, porqué?

-Porque no lo quieren en Gondor, su padre lo odia y su hermano lo detesta. Él fue quien me protegió cuando entré en la cuidad. ¿Y qué haces tú por aquí? –se me ocurrió esa pregunta, cuando tenía que haberlo hecho al principio.

-Buena pregunta. Perseguir a Gollum.

-Ah. ¡Pero si lo cogí yo hace dos meses! ¿Se os ha vuelto a escapar?

-…sí… -suspiró-

-¡¿Tú sabes lo que me costó?!

-Lo siento, pero no fui yo, fue Gandalf, que parece que no pero envejece.

-…madre de dios… pues no pienso llenarme de barro hasta la nariz para cogerlo como la otra vez.

Me encantaba hablar con él, era tan parecido y tan diferente a mí, mi confidente, lo sabía todo de mí, pero aquella mañana no tenía tiempo, debía partir y cuanto antes. Expulsé la hierba seca de la capa y me la volví a poner, tendría que seguir el viaje. De un silbido Luna apareció de entre los árboles, era una yegua blanca muy bella. Saludó a Aragorn y él le sonrió.

-Me temo que ya no puedo hablar más.

-A ver si te veo en otros parajes, más al norte. –dijo como si me ocultara algo.

No quise insistir.

-Ha sido un placer hablar contigo hermano, hasta otra.

-Namarië. …¿Y si Arwen se equivoca con la predicción? –se preguntó así mismo.

Iba al galope, la yegua tenía ganas de ir ligera y para mí era la mejor opción.