Este fic trata sobre la vida de Elian en la Tierra Media, no seáis muy duros con ella. Espero que os agrade y que disfrutéis y que me mandéis muchos reviews.

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Capítulo 5. Legolas

Parecía no llegar nunca al Bosque Oscuro, no era realmente mi salvación pero sí una trampa para los orcos, pues no se atreverían a entrar y a no poder salir, al contrario que yo, no tenía otra opción a elegir. O me metía y me perdía, o me mataban los orcos. No miré si los orcos me seguían a través del bosque, yo seguí cabalgando hasta que no pude más y me caí al suelo. La pierna ensangrentada aún con la daga clavaba, un dolor insoportable. Arrastrándome buscaba alguna de las plantas u hojas de los árboles que pudieran curar la herida, pero era inútil. La herida logró desmayarme y yacer en el suelo a mi suerte.

Luna me agarró por detrás y me arrastró hasta estar resguardada por uno de los árboles, de los muchos que había allí. Cogió la tela que llevaba debajo de la montura y me tapó con ella, ésta era calentita. Del golpe de aire que la tela hizo me desperté, aún yacía en aquel suelo repleto de hojas que lo hacían más confortable, al contrario que la herida, ésta sangraba sin parar. Del cansancio que llevaba y de la comodidad que había allí me dormí, sin dejar de fruncir el entrecejo por el dolor de la herida.

……….

-Mi señor, hemos divisado a una joven y a su yegua a la entrada del bosque, parece herida. –dijo un elfo conversando a Thranduil-

-Bien, traedla aquí, la cuidaremos hasta que esté lista para partir. Legolas hijo, ve con ellos.

-Sí padre. –dije obedeciéndolo-

Salí guiado por los elfos que habían visto la chica en cuestión. Estábamos bastante lejos pero llegamos a tiempo, pues somos más ligeros que los hombres. Tendida en el suelo con una tela por encima, ensangrentada y al lado de su yegua, ésta a su lado, la encontré. La yegua no parecía inmutarse a nuestra presencia. Me acerqué, observé la herida, ésta muy fea y ensangrentada al juzgar por su apariencia, llevaba varios días con ella.

Uno de los elfos que me acompañaba cogió las riendas del caballo, el otro cogió las armas desperdigadas por el suelo, y yo cogí a la chica, ésta ligera como un elfo y tan pesada como un hombre. La llevamos delante de mi padre, él hizo darle la medicina que necesitaba era herida y que se quedara el tiempo que fuera necesario para que la chica se recuperara.

-Padre –dije con ella en brazos-

-Por Eru –exclamó en ver la herida- llevadla a un aposento y curadla.

-Si me disculpáis me gustaría curarla yo.

-Claro hijo, lo que desees.

El elfo que llevaba el caballo se quedó en la entrada de palacio, el que llevaba las armas entró conmigo. Me dirigí al aposento para los invitados más cercano que encontré, la tumbé en una cama y empecé a mirar la herida con cara de preocupación. Tráeme un barreño con agua no muy caliente y unas toallas –ordené-

-Enseguida –dijo una de las elfas que había cerca-

Mientas venía yo le iba retirando algo de ropa para poder sanarla mejor, iba mirando su rostro, éste era bello y hermoso. Ese cabello negro que le corría por los hombros con esos labios tan finos y tan elfos. ¿Era una elfa lo que veían maravillados mis ojos? No podía ser, sus orejas no eran puntiagudas, y sus rasgos élficos eran mínimos, ¿De la raza de los hombres? No se veía como ellos, pues su expresión era delicada pero fuerte a la vez. Aquí tiene –dijo ella poniendo el agua encima de la cama-

-Hantale.

Tenía que romperle el pantalón para poder quitarle la sangre, no tenía otra opción. Éste parecía resistente, pues me costó mucho romperlo. … A medida que iba limpiando la herida sus gestos de dolor eran más frecuentes, aunque no llegara a despertarse. Cuando la tuve limpia la sané con mis conocimientos medicinales. Unas finas vendas élficas bastaron para vendar la herida y hacer que no volviera a sangrar hasta dentro de un rato.

Le quité todos los complementos que traía para que reposara cómoda en aquella confortable cama. Ahora caí, era un montaraz ¿pero qué hace un montaraz por estas tierras? No me importaba si era hombre o mujer, como juzgaban siempre los hombres.

-Tardará en despertarse –dijo la elfa que había seguido a mi lado-

-Sí, pero cuando lo haga no sabrá qué hacer ni que decir. Dejémosla dormir.

Salimos de la habitación, dejando que un hilo de luz entrara por la ventana y cerrando la puerta para que ningún sonido entrara y pudiera despertarla.

……….

Desperté acomodada en una cama muy confortable, hacía tiempo que no dormía tan bien. ¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí? Lo último que recuerdo es haber notado las hojas que dormían en el suelo debajo de mí, nada más. Miré la pierna, ésta me dolía pero no como antes, ahora era un dolor diferente. La puerta de la habitación se abrió suavemente, un apuesto elfo de larga melena rubia y de ojos azules entró, mirándome con seguridad y temor.

-¿Habéis despertado? –dijo sonriendo- ¿Cómo estáis?

Noté que mis mejillas se sonrojaban. …Algo…rara… -respondí-

-¿Sentís el dolor de la herida?

-No como antes pero si, aun lo siento. Por favor, no me habléis de vos, me siento alejada.

-Como desees, pero trátame a mí también de tú, eso me halaga. ¿Puedo? –indicó si se podía sentar a un lado de la cama-

-Claro.

¿Se puede saber por qué no soy yo misma? –pensé- ¿Qué tiene este elfo que me hace decir cosas que no son?

-¿Cuál es tu nombre? Si no te importa decírmelo.

-Elian ¿y el tuyo? Si no es molestia.

-Claro que no –sonrió- Legolas, Legolas Hojaverde. Elian…-susurró- Es muy hermoso.

…Y se llama Legolas…que majo… ¿se puede saber qué piensas? –pensé-

-No me habían dicho nunca que Elian fuese hermoso –dije-

-Pues lo es, me agrada.

Le sonreí.

-Cuando te encontré debajo de aquel árbol pensé que eras una elfa que se había perdido, pero después vi que no. ¿Puedes decirme si eres elfa o humana?

-Mi historia es muy larga, no creo que tengas ganas de que te la explique.

-Me gustaría saber un poco más, a parte del nombre, de la persona a la que he curado y cuidado durante estos tres días.

-¿Me has cuidado?

-Sí, era uno de mis deseos.

-Hantale.

-¿Sabes elfo?

-Tancave.

Me sonrió. ¿Te importa si miro la herida?

-No, claro que no.

Me iba quitando la venda sin hacerme daño, suavemente y con delicadeza. Cada vez que me miraba me sonreía y también yo le sonreía a él. No podía evitarlo.

-Parece que tiene más buena cara –dijo-

La herida estaba limpia pero aún faltaba sanarse. Tardará tiempo en sanar –dijo volviendo a vendarla. Lo hacía con la misma suavidad y delicadeza que antes-

-Me gustaría dar un pequeño paseo, necesito que la brisa me acaricie.

¿Cómo había dicho eso? era imposible que yo, Elian dijera algo así, a no ser que mi lado elfo se hubiera despertado.

-Como no –me ayudó a levantarme y me cedió el brazo para pasear- Quizá antes quieras cambiarte de ropa.

-Me agradaría pero no llevo otra.

-No te preocupes.

Pidió que trajeran un vestido. … Cuando estés lista entro y seguimos nuestro paseo –dijo saliendo de la habitación-

El vestido que me habían traído era precioso, jamás había visto algo semejante. Me quité la ropa pero cuando estaba casi desnuda dos elfas entraron, me dijeron que un baño me estaba esperando. Que les iba a decir, y también me apetecía bañarme. … Me di aquel baño tan relajante y me puse el vestido, este me marcaba la figura. No me acordaba de que tuviera tan buen cuerpo. El escote de dicho vestido era recto pero dejaba ver algo de pecho, cogido con unos finos tirantes, todo él de color amarillo muy claro. La parte inferior del vestido se dejaba caer por le encaje de la parte superior.

Legolas se quedó maravillado cuando entró y me vio reflejada en el espejo. Las elfas me habían peinado como una de ellas, ahora mi cabello era suave y brillante con unas pequeñas ondulaciones en las puntas. No podía apartar su mirada del espejo. El vestido traía consigo unas sandalias élficas muy monas y muy cómodas.

-¿Me acompañas ahora? –preguntó cediéndome de nuevo el brazo-

No podía dejar de mirarle y de sonreírle. Antes de salir, quiero que mi padre tan hermosa mujer –dijo-

Me llevó hacia su padre, éste estaba practicando el tiro con arco en una explanada no muy lejana a palacio.

-Padre –dijo-

El señor élfico se giró, quedándose maravillado al verme.

-¿Ésta es la chica? –preguntó sonriendo-

-Sí.

-Pero si brilla como el sol en el alba.

Mi mirada le respondió con un gracias.

-Vamos a dar un paseo por el bosque, volveremos para la hora de cenar –dijo-

-Bien, pero tened cuidado.

-Sí.

Andábamos sin rumbo fijo, conversábamos de temas que nos gustaban y temas que no, hasta que me preguntó lo que yo no quería responderle.

Paramos en un bonito lago rodeado de la vegetación.

-¿Sois un montaraz, verdad?

-Sí. Tu siguiente pregunta es si soy de la raza de los elfos o de la raza de los hombres –vi eso en sus ojos- Pues soy elfa y hombre.

-Solo conozco a un montaraz que sea elfo y hombre.

-Aragorn –dije para mí-

-Sí, Aragorn ¿lo conoces?

-Es mi hermano.

Se quedó perplejo. No puede ser que delante de mis ojos tenga a la Hija de Gilraen.

Bajé la mirada sonriendo. Él hizo una pequeña reverencia.

-No hagas eso –dije riendo- no me agradan las reverencias.

-Debo hacerla si es necesario, se ha oído hablar mucho de la Hija de Gilraen, pero nunca de Elian.

-Pues el nombre me ha llevado a muy mala fama.

-¿Te importaría contarme tu historia, si lo deseas?

Le conté lo mismo que le había contado a Aragorn, solo que ahora era diferente, Aragorn me miraba entristecido, en cambio él me miraba alegre.

-¿Qué te hace tanta gracia? –pregunté riendo-

-No me río, pero tus ojos muestran el sufrimiento del pasado.

-¿Qué te hace pensar que no sigo sufriendo?

-Que…, eres más feliz de lo que crees.

-Creo que la felicidad que hay ahora es por estar protegida, cuando vuelva a salir a la luz todo volverá a ser lo mismo.

-Yo creo que no.

-¿No?

Sonreía mientras sus labios susurraban un no acercándose lentamente a los míos, dándome un beso del que no olvidaré nunca, me besaba con tanta dulzura que me era imposible dejar de besarle. Me cogía mis manos con la suyas, pegándoselas a su pecho haciendo que yo me arrapara a él. Sentía mi corazón latir acelerado, no podía controlar mis emociones, nunca había sentido nada parecido.

A medida que se iba separando su mirada se iba clavando más y más en mi interior. Jamás había sentido algo igual –dije-

-Yo tampoco –dijo suspirando-

-Tus mejillas han subido de color. –dijo sonriendo-

-Las tuyas llevan todo el tiempo sonrojadas.

No nos habíamos dado cuenta pero la noche se nos venía encima. Aceleramos el paso para llegar bien a la mesa. Reíamos como niños mientras corríamos bosque a través. Llegué cansada a la entrada de palacio, él en cambio venía como si nada. Al llegar a la mesa observamos que teníamos dos sillas reservadas al lado de Thranduil.

Legolas me apartó la silla para que me sentara a su izquierda, a su derecha y haciendo esquina estaba sentado Thranduil. Gracias –dije sentándome-

-Siento llegar tarde, padre.

-No importa hijo, ya eres lo bastante mayor para tomar tus propias decisiones.

-Me alegro de oírte decir eso.

-Además creo que tú y … -se quedó-

-Elian se llama –dijo él-

-…y Elian hacéis buena pareja. ¿Elian?

-Ay no –dije para mí-

Se levantó y me hizo una reverencia delante de todos los elfos presentes. Que le iba a decir, que no lo hiciera, no podía hacer eso.

-No puede ser que vea a la Hija de Gilraen, mis ojos están maravillados.

Todos los demás elfos cuchicheaban sobre mi presencia.

-Padre, no debería decirte esto pero…

-Si me vas a decir que es un montaraz, ya lo sé –le dijo al oído-

-¿Lo sabías?

-Claro, los señores elfos lo sabemos.

Los dos nos miramos y sonreímos. Sin decir nada más saboreamos aquellos sabrosos platos, exquisitos a cualquier paladar, hacía mucho tiempo que no comía tan suculenta guarnición.

-¡Que traigan más vino por favor! –Exclamó Thranduil- Hijo bebe, te sentará bien.

-No me entra nada más. ¿Quieres vino? –me preguntó-

-No, no me gusta su sabor.

-¿Deseas algo que agrade a tu boca?

-Ahora mismo nada.

Su mano me acariciaba la mía debajo de la mesa. Si hubiera podido le hubiera pedido un beso en señal de respuesta a tan galante pregunta, pero no debía delante de su padre y menos delante de los demás.

-Ven conmigo, quiero enseñarte algo. –Me agarró de la mano y me llevó hacia las habitaciones-

Entramos en lo que era su aposento, éste casi igual que el mío pero con un toque especial. Abrió la puerta de un balcón y salió, me invitó a entrar en él.

-Pasa, no tengas miedo.

Al salir me cogió mis manos y miró hacia arriba, yo seguida de él miré. Encima de nosotros un manto enorme de estrellas que nos contemplaban. Podía divisar formas, pero sin saber muy bien que eran.

-Aquella es Eru, la que más brilla –dijo- siempre está aquí conmigo.

Dicho esto me abrazó por la espalda, sus brazos me cubrieron de calor y seguridad.

-Obsérvalas bien –susurró- pues hay pocas noches que se puedan ver tantas.

-Legolas… -dije-

No dio tiempo a continuar la frase, pues sus labios de nuevo besaron los míos. Un beso dulce y suave con un pequeño toque de pasión. Tenía la impresión que era la primera chica a la que besaba.

-¿Qué me querías decir?

-Me gustaría que me enseñaras el tiro con arco.

-Tienes miedo de que una flecha te atraviese ¿verdad?

-Sí…

--Yo te enseñare a lo que deseas.

-Gracias.

-No tienes que darme las gracias por eso, me agrada enseñar mis conocimientos a alguien si para éste resulta beneficioso.

Le sonreí entrando en la habitación junto a él. Legolas –dije- no creo que sea buena idea seguir con esto.

-¿A que viene eso ahora?

-Pues que tú eres un elfo, vives con tu familia y donde te gusta. No eres digno de estar con un montaraz, viviendo de aquí para allá.

-No me importa que seas un montaraz o no. Al contrario, no tengo nada en contra de las elfas pero me atraen, son demasiado finas para mi gusto.

-Pero ¿Y qué vas a hacer tú cuando me vaya?

-Esperarte hasta que podamos volver a estar juntos.

-Me halagas escuchando esas palabras, pero la espera puede ser muy larga.

-Además puedo irme contigo si lo deseo.

-No te puedo pedir eso. Es que no te dejaría venir, tú aquí tienes todo lo que necesitas, tu familia, tus amigos, tu bosque. Conmigo no tendrías nada.

-No tendría nada pero te tendría a ti, además, siempre puedo aprender.

-¿Sabes qué? Voy dejar de pensar en lo que hay fuera mientras esté contigo, en este bosque que me protege.

-Eso es lo que deseaba escuchar.

-Eres un elfo muy diferente a todos los que he conocido, tienes algo de la raza de los hombres, si más no parecido a ellos.

-Eso dice mi padre. Cuando era pequeño me decía, tú no necesitas a ninguna elfa, necesitas a una mujer que tenga carácter y que sea independiente. Y mira, el destino me ha llevado a ti.

Lo abracé sin más contemplaciones, deseaba darle un abrazo. En el fondo quería que viniera conmigo pero no podía pedírselo, era demasiado.