Capítulo 17. Destino.

Una noche feliz para los enamorados y muy amarga para Eowyn y Eomer que habían perdido a su tío, el que les trató como un padre en los momentos más difíciles y al que esperaban darle sepultura lo más pronto posible, ya que de momento permanecería allí, en Gondor, a salvo de las miradas y de la guerra. Como era normal Eowyn lloraba por él y su hermano la consolaba, pero eso en parte no servía de nada y eso que ella era una mujer fuerte y valerosa de la que muchos querían parecerse ¿le agradaba eso a ella?

Por suerte mantenía una estrecha relación con su hermano y el que había sido hasta ahora su primo, Theodren, que cayó ante las tropas de Saruman, poco antes de la Guerra del Abismo de Helm, no había duda de que la desgracia caía sobre ella, al menos eso creía, sin embargo no pensaba que alguien de la infantería, en su casi misma situación la observaba con melancolía y despertaba cierto sentimiento en él.

¿Le llevaría eso a sentir algo especial por aquella mujer de cabello rubio, pálida y fuerte? Eso era lo que poco a poco sintió Faramir en su interior, el corazón le latía con fuerza al verla y quería decirle que aún había esperanza, pero no se atrevía y más en aquel estado en el que se encontraba, no era cuestión de irrumpir su llanto, esperaría quizás al momento más oportuno para decirle algo, pues ahora ya no corría de ellos el futuro de los pueblos libres, si no de Elessar y de su compañía, junto a los caballeros valerosos de Gondor, de Rohan y a la Compañía Gris.

Hasta ese punto mantenía las esperanzas pero ¿regresarían ellos con la victoria entre sus manos? Esa pregunta no la sabía nadie y por esa razón la impotencia lo carcomía tanto que apenas pegaba ojo, solamente le venían pensamientos a la cabeza de que Sauron acabaría derrotándolos, lo que no se planteaba era que alguien más hubiese detrás del señor oscuro.

A ese si que le temía ella, la que dormía profundamente abrazada a su elfo en un mundo alejado del que se encontraban, para ellos dos no había guerra en ese momento, ni nada de qué preocuparse, en parte hacían bien, pero por otro parte era injusto que los demás no pudieran pensar lo mismo, no pudieran pensar que aquello solamente era un sueño y que despertarían al día siguiente como una pesadilla más de las muchas que la vida nos da o regala para que pensemos sobre esa pesadilla y pensar si era real.

A la mañana siguiente se reunían todos en una mesa alargada dispuestos a hablar y a escuchar para llegar a un acuerdo mutuo entre los pueblos de Gondor y Rohan, el fin era el mismo, llevar a su pueblo ante la guerra y luchar hasta el fin de la muerte si hacía falta. Gandalf hacía en parte de mediador por que a Eomer le costaba mucho entenderse con Aragorn, él era duro de sesera y a veces no veía bien el peligro, Aragorn en cambio parecía tener más experiencia en esos casos y le sacaba ventaja, tanto que se pusieron de acuerdo en que irían por juntos pero cada uno dirigiría sus respectivos ejércitos.

Una decisión muy acertada para los tiempos que corrían, varios nasguls se habían visto sobrevolar la zona como si espiaran, pero no parecía querer atacarles, y se podía pensar que era un mal augurio puesto que espiaban al enemigo, buscaban sus puntos débiles y de ese modo conseguían ventaja.

Se pusieron en marcha en cuanto los soldados y caballeros nobles a sus señores estuvieran dispuestos a irse, habiendo comido y descansado bien la noche anterior todos estaban dispuestos a comerse el mundo, también había que sumarle la victoria de la guerra anterior y la otra. Sin embargo no era todo gloria, en sus bocas había un mal sabor, y era el ir a Mordor, donde muchos de antaño cayeron sin volverlos a ver y sin saber donde se encontraban ahora.

Podía vérseles el miedo en sus ojos, pero aún así seguían a la marcha, tenían temor como todos en algo así, y sabían que debían seguir adelante costara lo que costase. Muchos rezaban al señor para que les protegiera, los soldados también rezaban por sus familias, que ellas siguieran adelante y que tuvieran una vida digna, sin dolor. Una gran hazaña es lo que iban a hacer ellos, luchar contra el enemigo en sus propias tierras, una desventaja para ellos y una ventaja para el enemigo, pero así debían hacerlo y así se haría, el enemigo no iba a venir de nuevo a buscarles, por que si lo hacía sería mucho peor la ira contenida, y nada más de pensarlo se les ponía el vello de punta.

Legolas observaba con atención sus rostros atemorizados pero valerosos, murmuraba que el miedo podía con ellos y eso no era buena señal, pues su efectividad se reducía a la mitad, por lo menos eso pensaba. Elian sin embargo decía que jamás había visto a Gondor así, tan callados y tan obsoletos, no eran ellos, claro que si miramos alrededor, el paisaje se iba transformando en siniestro, negro y oscuro, apenas un triste matorral sacaba la cabeza por allí.

Sin embargo se quedaron boquiabiertos cuando vieron de perfil la hermosa espesura que se alzaba a su lado, Ithilien, un bosque bellísimo en medio de la nada, algo inusual y que alegró el corazón de muchos de los presentes.

-Me gustaría venir a verlo un día –dijo Legolas-

-Vendremos –afirmó Elian- y no una vez si no más veces.

-Y también tengo que visitar con Gimli las cuevas.

-Sí.

-Pero a cambio tú tendrás que visitar conmigo Fangorn.

-…de acuerdo…

-No veo a un maestro enano en un bosque –murmuró Gandalf-

Elian se abrazaba a Legolas, recostaba su cabeza suavemente en su espalda y él le acariciaba con cariño sus manos entrelazadas.

-Que bonito…

-No te metas donde no te llaman… -dijo ella con el subconsciente-

-Una esposa que se abraza dulcemente a su esposo ¿qué harás cuando ya no lo tengas?

-Lo tendré, porque sé un modo de no morir ninguno de los dos.

-¿Lo sabes? –preguntó dudoso-

-No pienses que te lo voy a decir, no está ni en mi mente. Galadriel y Legolas tenían razón, eres un sucio rastrero.

-…ya veremos que dirás, en ningún momento te he mentido y si no lo podrás comprobar por ti misma.

-…seguramente lo provocarás tú mismo.

-Elian ¿te has quedado dormida? –preguntó Legolas ya unas cuantas veces antes-

-No… estaba en mi mundo y me he quedado…

-Digo que ya estamos llegando.

-Vale. Se está muy cómodo aquí.

-Para mí que te estabas quedando dormida.

-Pues… no vas muy herrado la verdad…

-Te dije que sería mejor habernos ido antes a dormir.

-Pero la cena estuvo muy bien.

-Si no hablo por la cena.

-Ah, pues…

Gimli se hacía el desentendido, al igual que Aragorn, sin embargo los rostros fueron cambiando poco a poco cuando vieron lo que se les avenía encima, las mismas puertas, delante suyo junto a toda una hoz de orcos esperando adentrar sus flechas.

Durante varios días se había pensado en ésta guerra, la final, la que decidiría quien ganaba definitivamente. Entre todos eligieron sus posiciones y cuando deberían atacar, Gandalf se adelantó a "pedir" por así decirlo a que abrieran la enorme e imponente puerta negra.

Parecía como si los de dentro se rieran de la actuación de aquel viejo blanco, sin embargo la puerta se fue abriendo y una mancha negra y espesa salió a la carga, deseando matar a todo aquel que encontrase a su camino. No reconocían ni razas ni a nadie, simplemente su deseo era matar, al igual que los uruks, éstos más fuertes y astutos que sus primos los orcos, luchaban sin apenas respiración ante los miles de gondorianos, rohirrim y demás.

Sus corazones latían con fuerza al ver a cada uno que se avecinaba hacia ellos con los dientes apretados y deseando matar al enemigo, se notaba el cansancio en sus rostros, en sus gestos, pues los de Rohan habían tenido dos guerras "seguidas" sin apenas un segundo de anhelo, algo que repercutía mucho en su rendimiento. Los gondorianos corrían el mismo riesgo, pues habían salido victoriosos de una guerra sin precedentes y se metían en otra mucho peor, sin embargo todas tienen un mismo igual, el morir por su patria y por su honor.

De eso si que estaba seguro el ahora Señor de Gondor que luchaba con valor junto a sus amigos, Legolas no paraba de atizar flechas a todo el que sus ojos eclipsaban, Gimli pegando hachazos a tó dios sin remordimiento alguno, pues en una guerra de eso no se tiene. Elian parecía proteger de un modo indirecto al elfo, evitaba todas las fechas que se le avecinaban y a todo bicho negro que encontraba a su paso y que pretendía herirle, los demás elfos y hombres luchaban como antaño pasó, juntos dejando a un lado sus diferencias y uniendo sus fuerzas para un enemigo común.

Sin embargo todos tenían en mente algo, el que Frodo y Sam cumplieran con su cometido y llegaran al Monte del Destino para lanzar allí el anillo, ¿lo haría sin resistirse? Gandalf fue el primero quien presenció aquel acto, Mordor perdía poder y la presencia de Sauron desaparecía en segundos quedando sus orcos y uruks sin protección alguna, los nasguls igual, desaparecieron en la nada o eso se creía.

Elian intentaba esquivar todas las flechas pero había llegado un momento en que eran demasiadas y no podía, desde un punto inconcreto lejos de ella se lanzaron tres flechas dirigidas hacia el elfo, corriendo tanto como pudo y pareciendo que no llegaba nunca lo agarró y lo apartó recibiendo ella las tres flechas, una en el corazón, la otra en el estómago y la otra en el hígado o por esa zona.

Legolas la agarró para que no se desplomara al suelo de boca y clavárselas aún más, su rostro mostraba el dolor de verla cayendo de rodillas sin aliento y para atrás acompañándola al suelo. Parecía que todo se había parado, el silencio reinaba en su cabeza y solo la escuchaba a ella, Aragorn y Gimli junto a Gandalf ayudaron a protegerlos.

-Por qué lo has hecho… -decía medio llorando, apontocado en el suelo y cogiéndole la mano con fuerza-

-…porque te quiero…

-Aún puedes vivir, puedes seguir adelante.

-…no… sabía que éste era mi destino… y lo he cumplido…

-No te me vayas…

-…estaré a tu lado…

-…no…

-…prométeme… una cosa…

-…qué…

-…sé feliz… -su mano ya era inerte y su cara había caído al lado sin respiración-

-Elian… ¡Elian! –las lágrimas le caían sin cesar-

De rabia que sentía en su cuerpo se levantó, atizaba flechas a todo el que veía, "malditos hijos de la oscuridad", decía mientras adentraba las flechas con sus mismas manos, ya ni usaba el arco, en sus ojos reinaba la rabia, el odio y el dolor que sentía por su pérdida, era lo que más quería y se le había ido.