Tuve que retirar estos capítulos por un pequeño error de mi parte, lo siento mucho. La verdad, no tenía pensado nada especial para el paraguas azul (era sólo una forma de explayarme en la descripción de la pieza en la que despierta Remus), pero quiero darles las gracias a todos por sus reviews con esta continuación, mi tributo de agradecimiento. Espero que les guste.
La sorpresa del paraguas azul
Sirius Black estaba al borde de un colapso nervioso. Miraba a sus dormidos amigos, sentado al borde de su cama, sujetándose el cabello con las manos y con serias intensiones de arrancárselos. Por fin, con la varita apuntando decididamente hacia las camas, se puso de pie y se dirigió al joven que tenía más cerca, ladrando:
-¡Si no te mueves YA, juro que te sacaré los ojos, James!
James Potter, acostado aún, despertó de súbito al escucharlo gritar, pero no se movió en absoluto. Abrió pesadamente los ojos y preguntó a la difusa figura enfrente de él:
-¿Qué hora es?
-¡Son cerca de las 6:30 de la mañana! ¡Le dije a Remus que iríamos a verle hoy por lo del paraguas!
-Sirius –comenzó James, hablando lentamente, como empezaría a explicar un paciente profesor al más lento de sus alumnos –lo más probable es que no te haya escuchado, estaba inconsciente ¿recuerdas? Además es domingo y son las 6:30 de la madrugada, si lo vamos a ver ahora, lo más probable es que lo encontremos dormido.
-¡Ésa era la idea! ¿Es que no recuerdas? ¡Hay que ir a despertarlo! –Volvió a urgir Black, bajando la varita y acercándose a Pettigrew.
–¡Oye tú, Peter, despierta! –A pesar de que Black le había gritado a pocos centímetros de su cara, el dormido sujeto rezongó un gruñido y se giró con pesadez para seguir durmiendo en una posición más cómoda. Cuando Sirius se volteó hacia James, comprobó con decepción que también había vuelto a dormirse.
-Llevo media hora en las mismas –susurró Sirius, alarmado –no es posible que se encuentren tan cansados.
-No estamos cansados –balbuceó James, ente sueños –pero es domingo y son las 6:30 de la madrugada, si lo vamos a ver ahora, lo más probable es que lo encontremos dormido...
-Ésa era la idea –respondió cansadamente Black, a sabiendas que no le escucharía, puesto que James solía hablar dormido y por lo general, solía decir estupideces –... y ya me lo habías dicho–. Le pescó por un talón y lo zarandeó, levantándolo en vuelo, pero el joven siguió durmiendo, pesado como un tronco. Entonces Sirius tuvo una de las mejores ideas para despertar a una persona y la peor en materia de estrategia: Gritó a más no poder:
-¡Cuidado! ¡ES VOLDEMORT!
Ante semejante anuncio todos los estudiantes de Gryffindor saltaron de sus camas, aterrados. Excepto James Potter, que sólo se giró levemente a la derecha, dándole la espalda a Sirius. Éste no salía de su asombro y miraba al hombre con los ojos muy abiertos, como si nunca en su vida hubiese visto a alguien dormir. Los alumnos estaban todos de pie y miraban a Sirius con espanto, como si él mismo fuese a convertirse en Voldemort de un momento a otro. El joven sólo atinó a sonreír y a decir algo avergonzado:
-Tuve una pesadilla...
-Nadie perfectamente vestido y de pie puede tener una pesadilla–dijo entonces MacGonagall, entrando en la habitación donde se encontraban, con un gorro para dormir y una bata mal puesta. El muchacho se sintió morir cuando su profesora continuó, ahogando un bostezo:
-Acompáñeme abajo joven, ha pasado el límite con esta última broma; después de todo es domingo y son las 6:30 de la madrugada.
-Y si lo vamos a ver ahora, lo más probable es que lo encontremos dormido –rezongó James entre sueños. Sirius cruzó el espacio entre su cama y la puerta donde lo esperaba un castigo seguro y echó un último vistazo a su pieza: todos los alumnos volvían a acostarse y trataban de conciliar el sueño otra vez, mientras le lanzaban una iracunda mirada desde sus camas. Sirius cerró la puerta y bajó por los peldaños de la escalera hasta la chimenea donde lo esperaba MacGonagall de pie.
Entonces, James Potter despertó del todo con un largo bostezo de placidez, típico para desperezarse bien, mientras estiraba los brazos por sobre su cabeza. Miró a su alrededor y al no ver a Sirius en su cama, consultó el reloj que tenía en su velador:
-Wow, ya son las 6:35 hrs, ojalá Remus no esté despierto aún –se dijo asombrado. Luego se levantó en pijamas, se volvió a Peter y le sacudió un hombro para despertarlo:
–Oye, Peter, Sirius se nos adelantó en ir a ver a Remus; hay que apurarse para despertarlo ¿recuerdas? –James volvió a su cama y se vistió con lo primero que encontró. Peter abrió los ojos y medio dormido aún, rezongó:
-Créeme, Sirius no irá a la enfermería, fue castigado por MacGonagall hace un rato.
-¿Castigado? ¿Ya, tan temprano? ¿Y qué hizo?
-Se le ocurrió gritar que aquí estaba Aquel que no debe nombrarse y eso desencadenó el pánico entre todos.
-¿Eso hizo? ¿Y por qué habría de gritar algo como eso?
-Para llamar la atención, sin duda...
-Vaya... ¿y sabes dónde está ahora?
-No... –respondió –tenía mucho sueño para fijarme qué fue de él.
-Voy a buscarlo, tú espérame aquí. ¿Te parece ir a ver a Remus cuando estemos los tres?
-Me parece –replicó feliz el pequeño personaje, consciente de que aquello significaría más tiempo durmiendo en su cama durante esa fría mañana de domingo –me despiertan cuando vuelvan.
-De acuerdo, no te muevas de aquí hasta entonces.
-uhrdgh... –rezongó Peter, tratando sin duda de decir "de acuerdo" o algo así, pero debido a que ya estaba dormido, su boca sólo pudo articular ese gruñido de aceptación. James sonrió benévolo y dejó la habitación a toda velocidad.
Sirius Black estaba furioso. MacGonagall no tuvo compasión de él y le había mandado durante TODO el día a preparar la comida de los alumnos y lavar trastos en la cocina del colegio, plagada de elfos domésticos. A pesar de sus súplicas por la promesa hecha a Remus, MacGonagall no cedió ni un poco. Sirius no saldría de la cocina ese día... al menos no con permiso. Miraba con sagacidad hacia todas las salidas de la estancia y evaluaba la posibilidad de escape potencial que había en cada una de ellas; sin embargo, los elfos habían sido advertidos de su posible intento de fuga y no le quitaban los ojos de encima ni un solo segundo. El escape se presentaba difícil, mas Sirius no se había rendido aún: Ese mismo día estaría con James y Peter en la enfermería visitando a Remus; ¡ja! Ni MacGonagall ni cualquier otra persona le quitaría la testaruda voluntad de cumplir la promesa hecha a su amigo. Sólo que tardaría un poco en conseguirlo. Sus ojos se posaron en la chimenea que en ese momento alimentaba el fuego de la cocina y su mente evaluó la posibilidad de escapar por ahí... tal vez con polvos Flu...
-Eh... ¿Señor Black? –Dijo uno de los elfos.
-¿Sí? –Replicó éste, concentrado aún en la chimenea.
-Ésa no es una buena vía de escape, porque jamás se llega al sitio que se desea ir usando polvos flu; es un destinador aleatorio y siempre se termina llegando a cualquier parte.
-Gracias –respondió Sirius con una sonrisa de estupefacción. No esperaba que los elfos domésticos fuesen tan inteligentes como para adivinar sus ideas. Se volvió nuevamente hacia la chimenea y la observó con más detención que antes, sintiendo el típico hormigueo que recorre al cuerpo cuando se está a punto de iniciar una extraordinaria aventura ¿Así que se va a parar a cualquier parte si se usa polvos flu, eh? Suena demasiado entretenido... pero no, no será hoy. Debía ver a Remus primero... Aunque el paseo desconocido por la chimenea era un panorama mil veces mejor; ¡Agh, si tan sólo no tuviera que quedarse en esa aburrida cocina!...
De pronto tuvo una idea, y una sonrisa de picardía apareció en su rostro. Miró a los elfos y les dijo en un tono que no admitía réplica:
-Voy a salir.
-¡No puede señor! –Reclamó tímidamente uno de los elfos, el mismo que le había advertido sobre la chimenea, –¡la profesora MacGonagall se lo ha prohibido!
-Volveré pronto, ella nunca se enterará.
-Pero señor Black...
-Silencio –ordenó Sirius, llevándose el dedo índice a los labios. Sacó de su túnica el mapa del Merodeador y buscó a MacGonagall en el pergamino: estaba en su oficina, a muchos metros de distancia entre él y la enfermería. Si James tenía razón y Remus efectivamente seguía dormido, entonces no tendría que extrañar la momentánea desaparición del paraguas azul con mango rojo que estaba a un costado de su cama.
Ese objeto era necesario para sus planes, o al menos así lo creía él, y aunque lamentaba pedirlo prestado de esa manera, volvería pronto y en compañía de Peter y de James para entregárselo como regalo.
Se dirigió a la enfermería pensando con cierta inquietud en el plan que los tres chicos habían preparado para Remus: La idea original era colocarse a los pies de la cama del muchacho y despertarlo con un fuerte: "¡SORPRESA!", Mientras le regalaban el famoso paraguas azul, y claro, ver la cara que ponía al recibirlo. Esa idea fue de Peter y aunque James la rechazó por considerarla estúpida, Sirius la encontró genial; por eso, debido a que tanto él como Peter apoyaban la idea de gritar, James terminó aceptándola de mala gana. Lo que inquietaba a Sirius en ese momento era el problema que se presentaría si Remus estaba despierto en la enfermería, porque si les veía entrar no podrían sorprenderlo con el grito de "sorpresa". Más aún, si sólo entraba Sirius en la habitación, el grito sonaría sumamente desabrido –obvio, traten de gritar "¡sorpresa!" Ustedes solos –y además los otros dos jóvenes no se lo perdonarían nunca. Así pues, el mago entró en enfermería prácticamente en puntillas para no despertar a su camarada.
Pero fue en vano.
Remus ya estaba despierto, en espera de la llegada de sus amigos. Cuando vio aparecer a Sirius, sonrió entusiasmado mirando en dirección del paraguas, puesto que esperaba casi con impaciencia conocer su función.
-¡Eh, Remus! –Saludó Sirius con una sonrisa histérica, maldiciendo su suerte: Llevaba tres días seguidos esperando a que Lupin despertase y el bruto venía a despertar justo cuando Sirius necesitaba que siguiera inconsciente –¿dormiste bien?
-Perfectamente –dijo con una sonrisa amable.
-Entonces, no te molestará seguir durmiendo... –comentó Sirius, sacando su varita.
-¿Perdón?
-¡KAZEIDO!
Un rayo de suave resplandor azul apareció en la punta de la varita del joven y rodeó la cabeza de Remus quien, con una mueca de sorpresa, volvió a quedarse dormido en el acto. Sirius le miró con lástima mientras tomaba el paraguas y se encaminaba a la salida; por último le dijo:
-Lo lamento, pero si no te despierto con el "sorpresa" que teníamos preparado con James y con Peter, ellos no me lo perdonarán jamás.
Y abandonó la enfermería corriendo a más no poder hacia la cocina.
Los elfos estaban aterrados por la desaparición del muchacho y habían dejando un verdadero desorden en la sala, más preocupados por el reto de MacGonagall que de limpiar y preparar el almuerzo. Cuando Sirius entró por la puerta, todos lanzaron un suspiro de alivio. El elfo que había hablado con Black, se acercó a él con claras intensiones de reprenderlo, pero antes de que pudiera hablar, Sirius le entregó el paraguas abierto y le ordenó:
-Di mi nombre.
-¿Qué dice, señor? –Preguntó confundido, aferrándose al mango con las dos manos.
-Anda, di mi nombre.
-Ehm... "Mi nombre"
-No, torpe, el mío: Sirius Black.
-Oh, bien... Sirius Black.
Al pronunciar el nombre, todo el paraguas emitió una fuerte luz blanca, que rodeó al elfo y obligó a todos a cerrar los ojos, girando la cabeza instintivamente hacia otro lado; el elfo que sostenía el paraguas chilló de terror mientras duró el fugaz resplandor y Sirius se cubrió los ojos con el brazo. Cuando todo volvió a la normalidad, al cabo de unos cuantos segundos, los elfos contemplaron con estupefacción a dos Sirius Black que se miraban en silencio. Uno sostenía el paraguas y miraba con espanto al otro que le devolvía la mirada con una alegre sonrisa de triunfo. Entonces, el Sirius Black que no sostenía el paraguas, habló así:
-Nunca sueltes el paraguas o el hechizo se romperá y recuperarás tu forma, si llegase a entrar MacGonagall a ver como cumplo mi castigo, te verá a ti y asunto arreglado. Ahora discúlpame, pero me ausentaré un tiempo; mis amigos deben de seguir dormidos (si después de todo, son apenas las 7:45 hrs) y quisiera hacer algo de tiempo por ellos antes de despertar a Remus; no molestaré a nadie si salgo de paseo por un rato ¿o sí? ¡Adieu!
Y diciendo esto, empuñó su varita y entró en la chimenea que conducía a cualquier parte, mientras arrojaba polvos flu a la hoguera. Los elfos y el Sirius Black suplente le miraron en silencio cuando el joven gritó decidido:
-¡A Hogsmeade! –Y desapareció entre las llamas.
James Potter había logrado averiguar el paradero de Sirius sin necesidad de recurrir a MacGonagall, ya que ella jamás habría consentido en que fuese a verlo en el cumplimento de su castigo, sin duda porque creería que le ayudaría a escapar. Y no se equivocaba: en cuanto llegara a la cocina, ayudaría a Sirius a salir de allí, para luego ir por Peter y despertar a Remus con el estúpido grito de "Sorpresa" que tenían preparado... ¿Podía haber algo más cursi que eso?
No quería ni siquiera imaginarse gritando a todo pulmón semejante saludo a un pobre licántropo herido... pobre Remus...
Cuando entró en la cocina, supo que algo andaba mal. Los elfos domésticos corrían de un lado a otro ordenando ollas, sartenes y demases y el aroma a comida en su punto llenaba todos los rincones de la estancia. Lo que llamó la atención a James no fue la aparente calma sino ver a Sirius trabajando tan afanosamente como el resto de los sirvientes. Black levantó la vista y le observó un segundo sumamente alarmado, pero luego, como desechando una amenaza, bajó la mirada y siguió en sus quehaceres. El mago se acercó lentamente a Sirius y le tocó un hombro para llamar su atención. El joven volvió a mirarlo de una manera que James no le conocía y preguntó humildemente:
-¿Puedo ayudarlo?
Entonces, Potter reparó en el paraguas sujeto en su mano derecha y sintió abrirse un vacío en su estómago. Miró a Sirius horrorizado y le quitó el paraguas de un violento manotazo: ¡Plaf! Sirius Black había desaparecido y ante James Potter sólo había un elfo domestico asustado, que recogió el paraguas inmediatamente, tratando sin duda de volver al disfraz.
-¿¡Dónde está él?! –Preguntó James, alarmado y buscando con la vista a su amigo.
-No lo sabemos –contestó tímidamente el elfo descubierto –entró por esa chimenea usando polvos flu y partió rumbo a Hogsmeade, pero él sabía perfectamente que nunca llegaría a ese destino. Le advertimos que la chimenea lleva a cualquier parte porque es aleatorio, pero no nos escuchó. No nos escuchó –las últimas palabras fueron casi arrastradas por su quejumbrosa voz y después de esa confesión, el elfo se echó a llorar desconsolado a los pies de James, quien le miró con compasión.
-Dame el paraguas, no tienes ninguna obligación con él –dijo con voz cálida –es de un amigo que está en enfermería y debo devolvérselo; regresaré pronto y traeré a Sirius de vuelta ¿está bien?
-Pero, ¿y la señora MacGonagall? –Preguntó el afligido elfo, sorbiendo sus mocos.
-No vendrá aún, estoy seguro de eso –replicó James con una sonrisa. El elfo lo miró un segundo, dubitativo, y le entregó el paraguas al joven, temblando de inquietud.
-No te fallaré –dijo tranquilizadoramente James, dejando la cocina, para dirigirse rumbo a la enfermería lo más rápido posible. Los elfos se quedaron de pie mirando el vacío que había dejado el joven y lentamente se pusieron a trabajar de nuevo, cocinando y limpiando. Había algo en el tono de voz del chico que inspiraba confianza y no dudaron que cumpliría su promesa.
James llegó a enfermería y entró en puntillas para no despertar a Remus, quien debía ser despertado por los tres con ese tonto grito de "¡sorpresa!". Pero su precaución fue tan inútil como la de Sirius: Remus acababa de despertar del hechizo de su amigo y miraba a James con extrañeza.
-¿Dónde está Sirius? –Preguntó de inmediato, ya no muy preocupado del paraguas al percatarse que James lo tenía en sus manos. El joven le miró un segundo y sacando su varita le contestó:
-En la cocina, o algo así. Ahora, por favor, perdóname...
-No, ¡espera! –Urgió Remus, tratando de detener al amigo que le apuntaba con su varita.
-¡KAZEIDO! –Gritó James y el mismo haz de luz que Remus había visto salir del extremo de la varita de Sirius, salió ahora de la varita de James y, antes de que pudiese reclamar, el joven herido se había vuelto a dormir en contra de su voluntad. James le miró sintiéndose un canalla y se disculpó con estas palabras:
-Lo siento en verdad, pero la idea es despertarte gritando "sorpresa" en compañía de Sirius y de Peter; y estoy seguro que jamás me perdonarían por arruinar ese saludo.
Luego abandonó la enfermería y volvió con los elfos domésticos, quienes le esperaban con los polvos flu listos para que saltase por la chimenea aleatoria. James no estaba seguro de cuánto tardaría en encontrar a su despreocupado amigo, si de hecho, podría pasar el resto de su vida en esa búsqueda. Sirius podía estar perfectamente saliendo de un fogón en Chile, como de la chimenea de la sala contigua. Era imposible de saber. James tomó los polvos flu y entró en el fogón pensando sólo en Sirius Black, a quien debía encontrar a toda costa. Arrojando los polvos mágicos, gritó con la misma decisión de quien le había precedido:
-¡A Hogsmeade! –Y desapareció entre las llamas, bajo la mirada suplicante y asustada de todos los elfos domésticos de la cocina de Hogwarts.
Remus Lupin despertó finalmente del segundo hechizo para dormir que le habían aplicado en una misma mañana, más cansado que nunca. Se sentó en la cama y observó el entorno matutino: ahí, en el mismo lugar que antes, estaba el paraguas azul. Recordó a Sirius entrando a la pieza y a su inesperado hechizo; luego recordó a James con el paraguas en las manos y hechizándolo por segunda vez. ¿Qué demonios estaba sucediendo? Estaba muy sorprendido de las acciones de sus dos amigos, así que, desde esa perspectiva, el objetivo estaba cumplido: Lo del paraguas azul había sido TODA una sorpresa para él. Se levantó y tomó el objeto en sus manos: No parecía algo fuera de lo común, a simple vista sólo era un paraguas. Lo abrió y se lo puso sobre la cabeza, para protegerse de una lluvia inexistente: Nada. No pasaba nada. Lo cerró y lo empuñó como una varita mágica, convocando un par de hechizos simples con él: Nada tampoco. ¿Sería un escudo? No tenía como probar eso. Se envolvió en una bata púrpura, tomó su varita, el paraguas y, a pesar de sentir un nauseabundo dolor de cabeza, caminó pesadamente hacia la cocina, sitio donde James dijo que encontraría a Sirius.
Los elfos domésticos palidecieron aterrados cuando lo vieron en la entrada de la cocina y Remus Lupin supo que algo andaba mal. Se acercó a la hoguera, que con sus lenguas de fuego lamía la única chimenea del lugar que no servía como horno, y observó la danza de las llamas, atraído sin saber porqué a la luz y al calor que desprendían. Entonces, un frío de muerte recorrió su espalda y volvió su mirada hacia los elfos, alarmado. No Hubo necesidad de palabras.
Un presentimiento escalofriante le advirtió a gritos que sus amigos estaban en grave peligro, y en un lugar muy lejos de Hogwarts.
Continuará...
