Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus autoras Mizuki e Igarashi. Esta historia es de mi autoría como todas las que he escrito y lo hago sin fines de lucro, solo por entretención.
CAPITULO I
Empezando el camino
1870
Para Candy White, viajar a Londres era lo más maravilloso que le podía pasar en la vida, una porque conocería una de las capitales más bellas del mundo y otra por que se reuniría con el hombre que amaba, y con el que pronto se iba a casar. Sin embargo, aquel viaje no lo estaba haciendo como hubiera deseado, lo estaba realizando de polizonte, escondida en las bodegas de un barco. Llevaba puesto un sencillo vestido y una maleta en sus manos. Ella iba escondida entre el equipaje de los pasajeros, rogando que no la encontraran, ya que por su condición de pobreza no le permitía pagar un pasaje en aquel costoso buque.
Candy era una joven sencilla, que trabajaba en una frutería de un lejano pueblo de la ciudad de Chicago. Ahí vivía con una tía, el único familiar que le quedaba, ya que sus padres habían muerto cuando era una niña.
Aparte de su tía, Candy tenía un novio, llamado Terry Granchester. Un joven sencillo, que también vivía en el pueblo con su madre. Aquella mujer murió hace algunos meses atrás por lo que Terry decidió viajar a Londres en busca de su padre, el conocido duque de Granchester, con el que su madre tuvo un romance cuando era sirvienta del duque en Londres. Pero, ella al darse cuenta que estaba embarazada se fue América por miedo que él duque le quitara a su hijo. Ahora que su madre había muerto, Terry quería conocer al hombre que le dio la vida.
Candy en ese momento recordó cuando su novio le comunicó que se iría a Londres. Ambos se encontraban cenando en la casa de ella.
Flashback
—Mi amor, hay algo que tengo que comunicarte –le dijo Terry un poco nervioso y tomándole la mano a su amada.
—¿Qué pasa, Terry? –le preguntó Candy.
—He tomado una decisión, voy a viajar a Londres a conocer a mi padre.
—¡Que!
—Que necesito conocer a mi padre. Mamá siempre me dijo que él nunca supo de mi existencia. Él tiene derecho a saber de qué tiene un hijo.
—Pero Terry, irte a Londres...no lo acepto.
—Comprende Candy, deseo conocer a mi padre, pero también porque él duque tiene mucho dinero, a su lado puedo tener un buen futuro que ofrecerte.
—Terry, tú sabes que el dinero no me importa, yo solo quiero estar contigo –le aclaró la joven.
—Lo sé...pero si tengo la posibilidad de darte algo mejor lo voy hacer ¡Por favor déjame hacer ese viaje!
Candy miró a su novio con una tierna sonrisa, pensando que no podía ser tan egoísta y que debía dejarlo acercarse a su padre.
—Está bien, Terry...
—¡Te amo, Candy! –Exclamó dándole un beso en los labios -. Te aseguro que después de este viaje nuestras vidas cambiaran para siempre.
Días después, Terry tenía todo listo para viajar a la capital inglesa. Sin embargo, Candy no estaba resignada a la partida de su novio.
—¡No quiero que te vayas, Terry! –le decía abrazándolo con sus ojos llenos de lágrimas.
—Mi amor, comprende, tengo que hacer este viaje, es muy importante para mí.
—Yo lo sé...pero no dejo de tener miedo de que no regreses –le confesó ella apartándose de él.
Terry la miró con ternura, tomándole la cara con sus dos manos.
—Pecosa, no digas tonterías, yo voy a regresar y si todo sale bien con mi padre, nos mudaremos a Londres para casarnos.
—¡Me lo prometes!
—¡Claro que sí! Te amo pecosa y donde quiera que esté siempre estarás presente en mi corazón.
—¡Yo también te amo Terry!
Él se acercó a los labios de ella y la besó.
—Ya me voy mi amor, tengo que tomar el tren para que me lleve a Nueva York, desde ahí tomare el barco –le explicó Terry.
—No dejes de escribirme cuando llegues a Londres.
—Por supuesto que lo are. ¡Adiós Candy!
—¡Adiós Terry y mucha suerte con tu padre! –le deseó la joven sollozando.
—Gracias, mi amor.
Terry le dio un último beso y se marchó.
Fin del flashback
Pasaron algunos días y Candy seguía oculta en la bodega del barco. Estaba cansada de lo frio y lo oscuro que era el lugar, y sin hablar del hambre que sentía, ya que se le habían acabado las provisiones que había llevado. Candy que era una joven decidida pensó que algo tenía que hacer para conseguir algo de comer, así que salió del rincón donde estaba escondida, y se puso a revisar los equipajes de los pasajeros, esperando encontrar algún bocadillo. Buscó en varias maletas, pero en todos había ropa, hasta que en una de los bagajes, encontró una rica barra de chocolate que comenzó a probar, para calmar un poco el hambre que sentía.
—¿Qué haces aquí, ladrona? –le gritó la voz de unos de los empleados del barco, tomándola por el brazo.
Candy lo miró asustada cayéndosele la barra de chocolate que tenía en sus manos.
—¡Suélteme! ¡Yo no soy ninguna ladrona!
—¿Y qué hacías aquí revisando las maletas de los pasajeros?
—Bueno yo...
—¡Voy a llevarte con el capitán del barco, ladrona!
El hombre tironeó a Candy llevándola a la cubierta del buque, donde se encontraba el capitán.
—Capitán, encontré a esta muchacha robando en la bodega del barco –le comunicó el hombre.
—¡Yo no soy ninguna ladrona! –se defendió ella.
—Si lo eres, estabas abriendo las maletas de los pasajeros.
El Capitán la miró serio.
—Vete, yo solucionare esto.
—Si, capitán –contestó el hombre yéndose de la cubierta del barco.
—¿Cómo te llamas muchacha? –le preguntó el capitán.
—Candy White.
—¿Que hacías en la bodega del barco?
—Yo estaba...
—¡Robando!
—Eso no es verdad, yo solo buscaba algo de comer –se defendió Candy muy asustada con la situación.
—¿Que en el barco no hay suficiente comida?
—Si...pero yo...
—¿Dónde está tu pasaje? –le pidió el capitán con autoridad.
Candy lo miró con sus ojos llorosos, dándose cuenta que el sueño de viajar a Londres estaba a punto de terminar.
—No lo tengo, estaba viajando de polizonte –confesó.
—¡Me lo imaginaba! Apenas lleguemos al primer puerto te are bajar de mi barco y te llevaran a la cárcel por viajar sin pasaje.
—¡No señor! ¡No me mande a la cárcel! –le rogó Candy llorando.
—Lo siento, pero tengo que hacerlo.
—¡No le permito que haga algo así! –Exclamó un hombre rubio que estaba presenciando lo sucedido –. ¡Yo le pagare el pasaje a la señorita!
Candy observó aquel hombre tan apuesto y elegante que la miraba con simpatía. Sin embargo, no dejo de llamarle la atención de por qué la estaba ayudando sino la conocía.
—¿Está seguro, conde de Andrew? –le preguntó el Capitán asombrado.
El conde era un hombre muy apuesto, joven, alto, de cabello rubio y ojos celestes que expresaban sinceridad.
—Por supuesto. Quiero que le den el mejor camarote a la señorita, yo pagare todos sus gastos.
—Bueno… si es así...
—¡Yo no aceptó! –intervino Candy con desconfianza hacia aquel desconocido.
—Si no aceptas muchacha tendré que hacerte bajar de mi barco y mandarte a la cárcel –le advirtió el capitán.
—No se preocupe, yo convenceré a la señorita que acepte mi ayuda –dijo el conde echándole una fija mirada a la joven –. ¿Capitán déjeme solo con ella?
—Como usted diga, conde –le contestó el capitán yéndose del lugar.
Candy se sintió nerviosa al quedar sola con aquel hombre, pero trato de disimularlo para no demostrar debilidad. Ella era una chica dulce y tranquila, pero a la hora de defenderse sacaba mucho carácter frente a quien sea incluso hacia aquel conde.
—No crea que me va convencer que acepte la ayuda de un desconocido–le dijo ella a la defensiva.
—Yo en su lugar actuaria de la misma forma. Por eso voy a presentarme mi nombre es William Albert Andrew el conde de Andrew –se presentó dándole un beso en la mano de Candy.
Ella se la saco bruscamente.
—¿Que me haya dicho su nombre no significa que ya lo conozca?
—Pero, sabe mi nombre y podemos empezar a conocernos. Además, si no acepta mi ayuda no podrá terminar su viaje.
Candy echo una rápida mirada hacia el mar, pensando en su novio Terry al que deseaba ver con muchas ganas, ya que desde que él se fue no ha tenido noticias de él.
—Tiene razón, deseo mucho llegar a Londres. Pero, no debo aceptar que me ayude, no es correcto.
—Por favor señorita White, no estará pensando que tengo malas intenciones con usted. ¡Yo no soy esa clase de hombres! –le aclaró él.
Candy lo miro a los ojos, reconociendo que el conde tenía una mirada cálida y sincera. No obstante, no dejaba de sentir un temor en su corazón. Pero si no aceptaba su ayuda, no podría llegar al lado de su novio Terry, no tenía otra alternativa, tendría que aceptar el favor de aquel desconocido.
—Está bien, acepto que me pagué el pasaje en el barco –contestó ella con una voz tímida.
—Perfecto, señorita White le aseguro que no se arrepentirá –dijo el conde con una sonrisa –. Voy a llamar al capitán, para que la acomode en una recamara.
Albert le hiso seña al capitán que estaba en otro lugar del barco. Él se dirigió hacia él de inmediato.
—¿Y en que quedaron? –preguntó el capitán.
—La señorita White aceptado que pagues sus gastos del barco –le respondió el conde echándole una rápida mirada a la rubia.
—Entonces, señorita White, acompáñeme la llevare con una mucama, ella la acomodará en uno de los camarotes.
—Gracias conde de Andrew, permiso –se despidió Candy de el con una nerviosa sonrisa.
Cuando Candy entró al camarote del barco, quedo con la boca abierta, al ver lo lujoso que era. Mientras caminaba por una fina alfombra, miraba cada rincón de la habitación de paredes blanca, decoradas con bellos cuadros, y elegantes lámparas, una amplia cama con muchos almohadones en colores claros, en una esquina había un tocador de madera tallada, con un elegante espejo redondo, al lado un alto ropero y en la otra esquina un escritorio pegado a la pared.
—Aquí tiene su maleta, señorita –le dijo la mucama.
—Gracias –le contestó Candy con amabilidad.
—¿Va necesitar algo más, señorita?
—No, gracias.
—Bueno, me retiro señorita. Si lo desea puede cenar en el salón esta noche.
—¡En el salón! –repitió Candy.
—Sí, permiso –le dijo la mucama saliendo del camarote.
La joven dio un suspiro y caminó hasta la cama, donde desplomó su cuerpo de espalda, notando que el colchón era muy blando y cómodo, muy diferente al que ella dormía en su casa.
—Me siento como una princesa -dijo con una risita –. Cuando le cuente a Terry que viaje en uno de los camarotes más lujosos del barco, no me lo va creer.
Sin darse cuenta Candy se quedó dormida, despertando cerca de las ocho de la noche. Se levantó de la cama un poco soñolienta y caminó hasta donde había quedado su vieja maleta. La llevó a la cama y comenzó a sacar sus vestidos, buscando uno que le sirviera para asistir al salón, que se imaginaba que sería un lugar muy elegante. Encontró un vestido de color rosa, pero de corte sencillo, ya que se lo había confeccionado la costurera del pueblo. Candy sabía que no era el más indicado, pero era con el único que tenía para ir a cenar al salón del barco.
...
Pasadas las nueve de la noche, Candy se hiso presente en elegante salón. Luciendo su sencillo vestido floreado organdí en tono rosa, ajustado maravillosamente a su talle delgado, terminado en una falda larga, pero no muy amplia, como las llevaban las demás jóvenes que estaban presente. Su cabello rubio lo llevaba recogido, con un bonito pinche que su tía Pony le había regalado. Candy un poco nerviosa por encontrarse en aquel lugar lleno de caballeros y damas que pertenecían a otro nivel social, muy distinto al suyo, dio unos cortos pasos hasta que llegó a una de las mesas que estaba en el salón, decoradas por velas y hermosas flores, donde se sentó, sintiendo las miradas de algunos de los presentes.
—Me alegra verla aquí, señorita White –le dijo el conde que llegó en ese momento, vestido con un fino traje negro.
Candy lo miro, no podía negar que era un hombre muy atractivo, elegante y educado y eso la hacía ponerse un poco nerviosa.
—Vine a conocer el salón del barco, aunque no debí hacerlo.
—¿Por qué dice eso, señorita White?
—Este no es mi mundo, además no estoy vestida para la ocasión –admitió Candy observando los finos vestidos de las otras damas.
Albert le mostro una sonrisa.
—No piense eso, aunque no lo crea se ve muy hermosa, es más es la más bella de todas.
—¡Oh no juegue conmigo! Conozco mi realidad.
—No se apene señorita White, solo digo la verdad usted es una joven muy hermosa –le dijo provocando que las mejillas de la rubia se ruborizaran.
—Es mejor que me vaya –dijo ella parándose de la silla.
—¿No va quedarse a cenar conmigo? –le preguntó el conde.
—¡Cenar con usted!
—Sí, no me gusta comer solo.
—Lo siento, pero no puedo…
—Señorita White, deje de pensar que tengo malas intenciones con usted, jamás podría hacerle daño alguno.
—¡Oh mi lord, yo...!
—No me diga nada, solo acepte cenar conmigo esta noche –le pidió Albert indicándole la silla para que ella se volviera a sentar –. ¿No cree que es una buena manera de empezar a conocernos?
—Tiene toda la razón -contestó Candy sentándose nuevamente a la mesa.
El hiso lo mismo.
—¿Le gusta la champaña? –le preguntó.
—¡Nunca he bebido champaña!
—Entonces, será la primera vez que lo haga, pediré una de las mejores botellas de champaña que tienen en el barco.
Albert llamo a uno de los mozos y pidió la champaña, que le fue llevada de inmediato. Abrió la botella y sirvió dos finas copas, pasándole una a Candy.
—Gracias –le dijo la rubia probándola.
—¿Espero que le guste?
—Está muy buena, pero un poco fuerte.
—Es normal que la encuentre así, no está acostumbrada a beber.
—Debe ser eso –dijo Candy con una sonrisa.
El conde se le quedo mirándola complacido, aparte de ser muy bella, tenía una dulzura especial en sus ojos, que lo hacía recodar una mujer que fue muy importante en su vida, y que aún no ha podido olvidar.
—¿Y cuénteme señorita White a que viaja a Londres? –le preguntó con interés.
—Voy a encontrarme con mi prometido –respondió Candy dando un fuerte suspiro.
—Así que está comprometida –dijo el conde con una especie de decepción.
—Sí, nos vamos a casar en Londres.
—¡Que romántico casarse en aquella ciudad!
—¡Sera una boda maravillosa! –exclamó Candy con los ojos iluminados e imaginándose en su mente aquella boda con la que tanto ha soñado.
—¿Se ve que está muy enamorada?
—Lo estoy... ¡Terry es el amor de mi vida!
—Qué lástima que se vaya a casar –comentó el conde tomando un sorbo de champaña.
—¿Por qué me dice eso?
—Por qué me hubiera gustado que fuera mi esposa –le confesó sin pensar.
Candy se quedó horrorizada ante tal declaración.
—¿Cómo puede decir algo así?
—Es lo que pienso, siempre he sido un hombre muy directo.
—¡No se burle de mí! –exclamó muy molesta levantándose de la mesa –. ¡Un hombre como usted jamás se fijaría en una mujer como yo!
El conde también se levantó de la mesa.
—No sé menos precie señorita White, es una mujer muy encantadora, que cualquier hombre estaría feliz de tener a su lado.
—Usted no sabe lo que dice, yo estoy comprometida.
—Lo sé...parece que nos conocimos demasiado tarde.
—Así es, mi lord. Yo voy a casarme con Terry y seré muy feliz con él –le aclaró Candy con seguridad.
—Espero que sea así.
—Por supuesto que lo será. Es mejor que me vaya, permiso.
—No quise incomodarla, señorita White.
—No se preocupe, pero por respeto a mi prometido es mejor que no nos volvamos a ver –dijo ella marchándose del salón.
...
Londres
En Londres en la mansión del Duque de Granchester se estaba realizando la boda de su único hijo Terry, con lady Susana Malower una joven de la alta sociedad de la ciudad, que apenas conoció a Terry se enamoró de él. A él tampoco le era indiferente Susana, era una rubia muy bella de ojos azules y modales delicados, la esposa ideal para él como le dijo su padre. Pero en el fondo de su corazón Terry no dejaba de pensar en Candy, su novia que tenía en América. Una joven buena y alegre a la que siempre amo, pero al rencontrarse con su padre este le hiso ver que no podía regresar a buscar a su novia, que él ahora era hijo de un duque y no debía casarse con una chica de pueblo. Terry al principio se negó a la petición de su padre por que amaba a Candy. Pero, a medida que iba viviendo el mundo de su padre, se daba cuenta que Candy no se acostumbraría a esa vida, y que lo mejor sería olvidarla y encontrar una joven a su nivel social, como lady Susana Marlowe que ahora se había convertido en su esposa.
—Espero que pronto me den un nieto –le dijo el duque a su hijo Terry y Susana.
—Te prometo que te lo daremos papá –contestó Terry que estaba tomando una copa de champaña –. ¿No es así Susana?
—Por supuesto mi amor, yo quisiera tener un hijo tuyo lo antes posible –contestó ella con una suave voz.
Lady Susana vestía un fino traje de novia, que había sido comprado en una de las mejores tiendas de Paris, con un largo velo y unos finos guantes de hilo blanco que cubrían sus delicadas manos.
—¿Y cuándo se van a Paris a pasar su luna de miel? –preguntó el duque fumando una pipa.
—Esta misma noche papá, así que ya pronto tendremos que partir.
—Terry yo voy a hablar con mis padres, antes de irnos -le dijo su esposa.
—Ve Susana.
—Permiso, suegro.
—Adelante, querida nuera –le contestó él mirándola complacido.
El duque se acercó a su hijo, tomándole el hombro con una de sus manos.
—Me alegra que te hayas casado con Susana, es una joven muy hermosa y de buena familia.
—Lo sé, papá...
—Ahora que ya estas casado con ella, deberías enviarle una carta a tu noviecita que dejaste en América para terminar tu relación con ella.
Terry se puso tenso con la petición de su padre, sabía que si hacia algo así le causaría un gran dolor a Candy.
—No sé si tenga el valor para hacerlo.
—Terry por favor, no puedes permitir que esa joven se siga haciendo ilusiones contigo, es mejor que termines con ella de una vez.
—Tienes razón papá, desde Paris le mandaré una carta a Candy contándole todo.
—Perfecto, eso si tienes que ser cuidado con tu esposa, ella nunca debe saber que dejaste un amor en América.
—Eso lo tengo claro, papá. Susana jamás sabrá de la existencia de Candy -dijo pensando si la iba poder olvidar.
Continuará...
Hola mis lindas chicas.
Espero que se encuentren muy bien. Aquí estoy de regreso con un nuevo fic de nuestros queridos rubios. Es una historia de epoca, con mucho romance e intriga. Les dejo la invitación a leerla y mandarme sus lindos comentarios.
Les mando un cariñoso abrazo a la distancia y muchas bendiciones.
