Le dolía la espalda, se le adormecían los músculos, sus dedos estaban entumecidos, el sol le quemaba el brazo izquierdo, el único confort era la mayor conquista del hombre sobre la naturaleza: el aire acondicionado. Jimothy llevaba toda la mañana conduciendo su camión, y desde hace una semana que por algún motivo solo sonaba el solo de Free Bird de Lynyrd Skynyrd en la radio. Luego de cien kilómetros manejando como un animal, efecto de la euforia del solo de Free Bird, en una solitaria ruta rodeada por cultivos embebidos en agroquímicos hasta donde alcanzaba la vista, vió un cartel que indicaba un pueblo cercano a unos pocos kilómetros, necesitaba estirar las piernas y comer para no desmayarse mientras conducía así que decidió hacer esa parada.
Luego de unos minutos dio vuelta por un viejo camino de pavimento agrietado, y luego de otra media hora llegó a al pequeño pueblo, que pasado el mediodía, estaba realmente tranquilo, solo se escuchaba el estridular de las cigarras. Jimothy dejó su camión en la estación de servicio y en un pequeño restaurante comió lo que pudo haber sido el mejor sanguche de milanesa de todos sino fuera por la mostaza rancia. Pasó poco más de una hora, comiendo y relajándose y refrescándose con una Pepsi Twist. Cuando salió del bar, el cielo se había nublado y corría una briza fresca, preludio de una fuerte lluvia. Aprobechó que el calor amenguó y dio un paseo por el pueblo para estirar un poco las piernas antes de volver al camión y conducir el resto del día. Jimothy nunca había pasado por un lugar tan pequeño, solo algunos cientos de personas debían vivir ahí. En pocos minutos atravezó el pueblo de una punta a otra. Llegó a un bosquecillo al norte del poblado, y caminó junto a este mientras volvía hacia donde había dejado el camión.
Entre el ruido del viento en la copa de los árboles, y de ventanas y puertas cerrándose con fuerza, Jimothy escuchó una voz que venía de entre los árboles. Por un momento la ignoró, se oía como un niño que supuso que volvía corriendo antes de que empiece la tormenta y gritaba como cualquier mocoso. Escuchó otra vez la voz, más cerca y esta vez lo llamaba, "ven conmigo, apúrate" decía, incluso Jimothy juraba que en un momento lo llamó por su nombre. Finalmente decidió adentrarce en el bosquecillo. Caminó con cautela, pero no tardó en empezar a correr ignorando sus instintos que le decían que se de vuelta y se vaya de ahí. Corrió un largo trecho trastavillando con las raíces que sobresalían del suelo, la voz estaba cada vez más cerca, y de repente un destello lo cegó y tropezó. Cayó al suelo y rodó por una pendiente y terminando en un pequeño claro. Levantó la mirada, se encontraba en un pequeño claro cubierto de florecillas, pero lo extraño era que el cielo estaba despejado y el sol resplandecía de tal forma que todo parecía más colorido de lo normal, y la brisa que corría era gentil y suave, sin signos de una tormenta sercana.
Jimothy se sobó los golpes mientras se incorporaba, todavía algo aturdido, levantó la vista y no podía creer lo que veía justo frente a él. Era un pony, tal y como los había visto en televisión años atrás, cuando era un adolescente. Pero no parecía un personaje que pudiera reconocer, ni siquiera de los personajes de fondo. Estaba tan sorprendido que llevaba un momento que pareció eterno sin poder reaccionar de ninguna forma, apenas parpadeaba.
—¡Vamos! No seas tonto y apúrate, te están esperando— Dijo la pequeña yegua. Definitivamente era su voz que escuchó todo ese tiempo.
La pony tironeó a Jimothy de su ropa para que se levante y lo siga. Lo llevó por un rustico camino de adoquines, saltando y riendo mientras lo apuraba. Jimothy corrió detras de ella, queriendo hacer tantas preguntas pero sin poder decir una sola palabra. Finalmente llegaron al final del camino luego de recorrer una legua y salieron del bosque. Jimothy vio lo más hermoso e impresionante que jamás haya presenciado. Bastas llanuras verdes, suaves colinas enguirnaldadas de flores, frondosos bosques y grandes montañas de picos nevados en el horizone. Era una tierra tan hermosa que las lágrimas nublaron su vista. Tantas cosas cruzaban por su cabeza, podía verse a sí mismo como un gran explorador o un aventurero, viviendo por si mismo cuentos de hadas que opacarían las más grandes de las historias clásicas de su mundo. Por fin iba a poder olvidarse de estar sentado largas horas en ese maldito camión, escuchando sin parar la misma canción, comiendo en cafeterias de mala muerte y horinando junto a animales muertos al costado de la ruta. Jimothy pensaba que el sueño de convertirse en el elegido de una tierra mágica y dejar su miserable vida atrás estaba sucediendo. Su vida daría un cambio enorme que parecía mentira, pero no como él lo esperaba.
Jimothy despertó de repente sentado en una carreta de madera, tenía un fuerte dolor de cabeza y sangre brotaba de su nuca, seguía muy aturdido y apenas podía distinguir que había otras personas junto a él. Intentó moverse pero estaba atado de manos y piernas, y antes de que pudiera entender que pasaba, perdió el conocimiento de nuevo. Despertó al fin, aturdido, dolorido y mareado; sabía que era afortunado de estar vivo luego de sufrir un golpe tan fuerte en la cabeza como para noquearlo de esa forma. Todo seguía igual, estaba en una carreta con otras personas, todos atados y maltrechos como él, algunos concientes y un par que no parecían correr con la suerte de volver a despertar. Jimothy finalmente pudo ver la escena completa, decenas de carretas iban en fila por un camino que atravezaba una gran pradera, en todas iban ocho personas. Los carros eran tirado por dos ponies, y muchos más custodiaban la carabana a los lados, vestían armaduras y estaban armados con lanzas y espadas.
El sol estaba en lo alto y el calor era insoportable, algunos de los prisioneros pedían agua, pero eran completamente ignorados. La carabana continuó así durante horas, hasta que llegada la media tarde finalmente se veía a la lontananza un posible destino, un pueblo amurallado al que llegarían casi en la puesta de sol. Ya oscureció cuando cruzaron el portón del poblado, las únicas luces venían del interior de las casas y de linternas de aceite que colgaron los guardias en los carros. Las calles estaban tranquilas, solo había algunas miradas curiosas desde las ventanas. La caravana no tardó en llegar al centro del poblado, donde había una pequeña ciudadela con muros de roca. Los carros entraron a un patio dentro de la muralla exterior del fuerte, donde los soldados de la guarnición se encargaron de los prisioneros, mientras que los guardias de la caravana se dirigieron a las barracas.
Jimothy notó que entre los nuevos custodios había unicornios, que con magia deshicieron las ataduras de las piernas y les ordenaron bajar de los carros. Aquellos que no se movían fueron arrojados al suelo y golpeados en un intento de obligarlos a ovedecer, pero ninguno parecía con vida o con fuerzas de levantarse, así fueron cargados en un solo carro y llevados fuera. Los ponies empezaron a arrancar las ropas y cualquier pertenencia de los humanos, Jimothy perdió su gorra de Ash, y su chaleco de jean de Iron Maiden, su favorito. Todo fue apilado y prendido fuego. Luego llevaron a todos a punta de lanza al interior de un salón en el interior de la ciudadela, donde los raparon, los bañaron con baldazos de agua fría y les dieron ropa hecha de tela áspera. Luego los ponies llevaron a los humanos a un barracón sin ventanas, donde había camas que no eran mas que viejos colchones en el suelo que no alcanzaban para todos.
—Duerman bien, que mañana aprenderán a servir a los ponies como se debe— Dijo un guardia y cerró la pesada puerta de madera y la aseguró con un pesado candado.
