Capitulo 5: Dulce venganza
La campana de plata repiqueteaba jubilosa, provocando que los pichones que anidaban en la torre salieran revoloteando, uniendo sus gritos al bullicio de la ciudad.
Era tradición en Emyn Arnen hacer sonar la campana tres veces al atardecer, justo cuando la estrella de Eärendil aparecía en el firmamento, momento en el que todos los que se encontraban en los alrededores se detenían a escuchar.
Los corredores y habitaciones estaban desiertos, pues todos los habitantes del castillo estaban reunidos en la palestra viendo combatir a los nobles caballeros que habían llegado de Minas Tirith y complacían a sus anfitriones con elegantes juegos a caballo.
Mas en realidad, no todos estaban allí reunidos. En la silenciosa cocina, una niña corría de un lado a otro, vigilando las ventanas desde la que podía admirarse el patio donde se congregaba la multitud.
Hareth sonrió con malicia mientras abría el frasco de miel que oportunamente había dejado al sol. Tomando una cuchara, llena de un líquido blanquecino la introdujo en el frasco y comenzó a remover
Las trompetas que anunciaron el final de los juegos sonaron justo a tiempo, Hareth le dio un mordisco al pastelillo que se había guardado en el bolsillo de la falda y observó con orgullo su obra. Cinco pastelillos de aspecto delicioso y que invitaban a ser comidos.
Se asomó a la ventana nuevamente y vio a su victima subiendo las escaleras que le encaminarían a la cocina. La niña se apresuró a recoger todo para no levantar sospechas y corrió a esconderse en la despensa a tiempo para escuchar los pasos de un muchacho que ascendía con paso presuroso.
Elboron se detuvo en la puerta, y como esperaba, no había nadie allí;
los cocineros estaban ocupados vitoreando a los nobles, ocasión que quería
aprovechar al máximo. Buscó con la mirada algún posible
objetivo, que no tardó en encontrar.
Sobre una de las mesas, entre algunos cacharros de bronce, descansaba una bandeja
cubierta por un paño blanco. El muchacho lleno de curiosidad se acercó
a ella y levantó la tela.
Sus ojos se iluminaron al descubrir los pasteles, que por el olor debían estar rellenos de miel y limón. Observó a su alrededor y comprobó nuevamente que no había nadie, tenía mucha hambre y no podía resistirse, así que con todo el disimulo de que fue capaz, tomó uno de los pasteles, volvió a cubrir la bandeja con el paño y desapareció tras la puerta.
Hareth esperó unos segundos antes de seguirle, apenas si podía
aguantarse la risa, sabía lo que ocurriría, mas no pudo contenerse
cuando al salir de la cocina lo vio al pie de las escaleras, agitando los brazos
como un poseso y emitiendo gorjeos incomprensibles.
Elboron al escuchar los pasos de la niña se volvió hacia ella,
lanzándole una mirada que si hubiera podido la habría fulminado
en aquel instante. Hareth tuvo que hacer un gran esfuerzo para no tirarse al
suelo y reír.
- ¡Mmmm! ¡mmm! ¡mmmnmmnm!
- Lo siento Elboron pero no te entiendo nada- rió ella - aunque ya me imagino lo que quieres decir
-¡Mnmmmnm!
- ¿Sabes? Estás mucho mejor así, deberías pegarte los dientes más a menudo, si tienes la boca cerrada la gente podría llegar a pensar que eres una buena persona.
El muchacho golpeó la pared con la mano, y con la cara completamente roja de rabia, echó a correr tras ella con el puño en alto, mientras Hareth huía riendo divertida.
La persecución duró una media hora aproximadamente, y todos los que los veían pasar reían al verlos, pensando que jugaban.
Cuando tras una larga carrera por el pasillo finalmente la niña dio con Eowyn, se apresuró a refugiarse tras ella, sabiendo que la dama no permitiría ningún asesinato en su presencia.
Elboron al ver a su madre se detuvo en seco, se alejó unos metros, volvió a lanzarle una mirada asesina a Hareth, dio media vuelta y desapareció en uno de los corredores del castillo.
La niña suspiró aliviada.
- Hareth ¿has visto a Elboron?
Ella levantó la vista hacia Eowyn que la observaba con curiosidad.
- Sí, estaba aquí hace un segundo- respondió con una sonrisa divertida- Aunque creo que tenía unasunto que resolver.
La dama le dirigió una mirada interrogativa pero no dijo nada.
Tras comprobar que el muchacho no volvería, Hareth se dejó caer sobre un banco de madera, junto a una mesa repleta de comida (un pequeño refrigerio para los invitados), y no pudo borrar su sonrisa feliz mientras masticaba un pedazo de pastel de manzana.
- Que dulce es la venganza- dijo en voz baja, provocando que más de un comensal se volviera a mirarla.
****
La mañana amaneció con una ligera bruma, acentuada por la suave lluvia de los primeros días de otoño. Y cuando Hareth abrió los ojos y miró hacia la ventana, no pudo evitar hacer un mohín de disgusto.
Lluvia era sinónimo de quedarse en el castillo encerrada, y por lo tanto, era casi seguro que Elboron le tendría preparada alguna jugarreta de las suyas.
Tras desperezarse, comenzó con su rutinaria inspección de la habitación. No se sorprendió al encontrar una lagartija en su zapato, pues ya había encontrado cosas parecidas antes: una araña en el bolsillo de su vestido, aceite untado en el suelo (que le provocó una buena caída), un murciélago colgando del dosel de su cama e incluso una mañana se había levantado con el cabello de color rojo.
Hareth tomó la lagartija por la cola y la dejó salir por la ventana.
- Elboron está perdiendo facultades- se dijo, pensando que aquella broma no había surtido demasiado efecto.
Bostezó con aire aburrido, aquello empezaba a parecerle una tontería, hacía ya algunos meses que ella había dejado de devolverle las bromas, pero el muchacho no parecía estar por la labor de imitar su conducta.
Desde que ella le pegara los dientes durante casi dos días, Elboron se había ensañado con la muchacha sin descanso.
Hareth se lavó la cara y se puso su vestido preferido, lista para afrontar
un nuevo día.
Estaba contenta, más contenta de lo habitual, y la razón de aquello
era que pronto sería su cumpleaños.
- Trece años- pensaba para si- ya no soy una niña, y no puedo seguir haciendo tonterías como esas de gastar bromas.
Se había mentalizado a si misma de que ya era una doncella y que debía comportarse como tal. Aunque eso no evitaba que de vez en cuando se trepara a los árboles o jugara al escondite con Angol.
Debido a la lluvia, Hareth supuso que las clases sobre las plantas curativas que la dama Eowyn solía darle, quedarían suspendidas hasta que el tiempo mejorara. Así que para evitar tropezarse con Elboron, la muchacha se dirigió a la pequeña biblioteca del castillo, donde solía pasar las horas leyendo cuentos como los que le leía su padre hacía ya tanto tiempo.
Aquel día escogió un grueso volumen de tapas oscuras, y se acomodó junto a la ventana, escuchando el repiquetear de la lluvia sobre el muro.
- El cuento de Tinúviel- leyó al abrir la primera página.
Pero apenas había leído tres palabras cuando una voz la interrumpió.
- Las hojas eran largas, la hierba era verde,
las umbelas de los abetos altas y hermosas
y en el claro se vio una luz
de estrellas en la sombra centelleante.
Tinúviel bailaba allí,
a la música de una flauta invisible,
con una luz de estrellas en los cabellos
y en las vestiduras brillantes.
Allí llegó Beren desde los montes fríos
y anduvo extraviado entre las hojas
y donde rodaba el Río de los Elfos,
iba afligido a solas
Hareth sonrió - Conoce bien la historia.
El hombre de cabello oscuro y tez clara, le dedicó una sonrisa, yendo a acomodarse en una silla que había junto a ella.
- Es una bella historia, de las más bellas que conozco.
- ¿Por eso se la aprendió?- preguntó ella.
- Sí.
- ¿No ha pensado nunca en ser bardo?- dijo Hareth con una sonrisa divertida.- Conoce muchísimos poemas.
El hombre dirigió una mirada curiosa a su alumna para después sonreír.
- Prefiero la enseñanza, además canto muy mal.- respondió Veantur guiñándole un ojo.
Ella rió - No comprendo aún como le gusta tanto enseñar a los demása mi me gusta aprender, pero no creo que fuera capaz de enseñar nada a nadie.
- Quien sabe, quizás tengas más capacidades de las que crees- sonrió él de forma enigmática.
- ¿Puedo hacerle una pregunta?- dijo Hareth de pronto.
- Por supuesto, para eso estoy.
- ¿Han desaparecido ya todos los elfos? Estos cuentos son muy antiguos así que me imagino que
Veantur interrumpió la frase de su discípula al estallar en carcajadas.
- Mi querida Hareth- dijo en tono amable- ¿Acaso no has vivido dos años en este castillo?
Ella parpadeó, confusa con la pregunta.
- ¿No sabes nada de los bosques de Ithilien y sus habitantes?
- ¿A que se refiere?- inquirió Hareth.
- Me cuesta creer que habiendo compartido mesa con el señor Faramir no te haya dicho nunca que en los bosques de Ithilien viven todavía en paz una pequeña comunidad de elfos.
La muchacha abrió la boca, sorprendida.
- ¿Lo dice en serio?
- Jamás miento- aseveró Veantur sonriente.
- ¡Increíble!- exclamó Hareth- ¡Es una noticia increíble! ¡me encantará conocer a los elfos!
El maestro suspiró - Pero recuerda que no debes ir al bosque a menos que hayas sido invitada.
- ¿Por qué?- dijo ella dejando traspasar una nota triste en su voz.
- No es prudente, ni educado. Habla con la dama Eowyn o con el señor Faramir sobre ello, quizás estén dispuestos a acompañarte hasta allí, cuentan con buenos amigos entre la raza antigua.
La muchacha hizo un mohín pero se resignó. Veantur palmeó su cabeza suavemente.
- Tranquila, seguro que podrás conocerlos, además ¿quién podría negarse a los deseos de una doncella tan hermosa?
Y tras dedicarle una sonrisa, el maestro salió de la biblioteca, dejando atrás a una muy sonrojada Hareth.
- Soy una tonta ¿por qué me pongo así?- se dijo ella, apretando con las manos sus mejillas- Solo es mi maestroun maestro guapo¡no pienses tonterías Hareth! Tengo que ir a hablar con Eowyn¡ahora!
La muchacha se levantó de un brinco, antes de que su mente empezara a divagar y echó a correr hacia el salón principal.
Cual no fue su sorpresa al encontrarse allí con Eowyn, Faramir y Elboron, hablando con semblante serio. Aunque no parecían haberse percatado de su presencia.
- Padre por favor- dijo Elboron en tono suplicante- es una gran oportunidad y solo será un año.
Faramir suspiró - Supongo que tienes razón, si es tu deseo
- ¿Madre?
Eowyn volvió la mirada a su hijo - Sé que estarás bien en Minas Tirith, no te preocupes por mi, solo debes preocuparte de esforzarte en tu instrucción.
Elboron les dirigió una amplia sonrisa a sus padres, y Hareth desde la puerta no cabía en sí de asombro. ¿Elboron se iba a marchar a la capital?
- Que alguien me pellizque porque creo que estoy soñando.
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Espero que les haya gustado...o sorprendido jejeje ^^ Y me temo que ya no habrá más bromas por parte de estos dos (tengo sequía mental :P) aunque sigo siendo muy retorcida como se habrán dado cuenta jajaja
Muchisimas gracias por los reviews!!! Y por cierto que estas jugarretas no las hacia yo pequeña ^^ (de hecho era una angelito) asi que Anariel ya puedes buscarte otra teoria :P
