Capitulo 10: En Minas Tirith
Las trompetas de plata anunciaron la llegada del alba, momento en el que se abrían las Grandes Puertas de la ciudad para facilitar la entrada de viajeros y comerciantes.
Hareth sonreía mientras que su caballo trotaba por el camino que atravesaba
los verdes campos de Pelennor.
Poco a poco, el sol fue bañando las abundantes huertas y las granjas de techo de paja, los brillantes arroyos encauzados entre las plantaciones murmuraban a su paso, al tiempo que el ganado se paseaba perezosamente entre las cercas.
- Parece que fue ayer cuando todo esto no me parecía más que un montón de barro pestilente- murmuró para sí.
- ¿Barro pestilente? No es un adjetivo muy apropiado, y mucho menos salido de la boca de una dama.
Hareth giró la cabeza hacia el soldado que cabalgaba junto a ella, era un hombre moreno, de veintipocos años, vestía una cota de malla que mantenía oculta bajo la capa gris perla de la que pendía la insignia de la Compañía Blanca.
- ¿Una dama? ¿Dónde has visto una, Bergil?
El soldado soltó una sonora carcajada.
- Eres una dama, aunque no lo quieras reconocer, y por ello debes comportarte como tal.
- ¿Tu eres mi escolta o mi nuevo profesor de buenos modales?- inquirió ella.
Él sonrió. – Muy bien, como quieras, pero procura no hacer tonterías.
- ¿Tonterías yo? No habrás estado hablando con Angol ¿verdad?
- No hace falta hablar con Angol para saber que siempre te metes en líos.- respondió.
- Pues tu padre dice que soy una muchacha encantadora.
Bergil rió nuevamente. – Y también dice que no hay quien te pare los pies.
- ¿Eso dice? Tendré que hablar seriamente con Beregond- susurró para sí.
- Mira, ya estamos muy cerca- anunció él.
Hareth no pudo evitar una exclamación de asombro, había llegado a olvidar cuan imponentes eran los muros excavados en sus siete niveles, culminados por la hermosa torre de Ecthelion resplandeciente como el sol.
Se acercaron a la puerta que daba acceso al primer nivel de la ciudadela de Minas Tirith. El lugar y sus alrededores se veían atestados por los más peculiares individuos, muchos de ellos comerciantes que se lanzaban como fieras a la menor insinuación de la poca calidad de sus productos.
- No te separes- dijo Bergil.
Y tomando las riendas del corcel de la muchacha la guió entre la multitud hasta la torre de vigilancia.
- ¡Hey! ¿Hay alguien en casa?- gritó el soldado, llamando a la puerta oscura de la torre.
Escucharon como al otro lado alguien hacía caer algún objeto metálico para después estallar en maldiciones.
- ¡¿Quién demonios es?!
El hombre que acababa de abrir la puerta se veía ciertamente enojado, por su aspecto desaliñado y las vetas blancas que sobresalían en su cabello gris, se hacía evidente que se trataba de un veterano soldado al que le habían interrumpido en su siesta de la mañana.
- Por todos los dioses Mardil, sigues teniendo el mismo mal humor de siempre.- dijo Bergil con una mueca.
El hombre escudriñó con la mirada al joven que tenía ante sí, resopló un par de veces, y asintió con la cabeza para después echar a reír.
- ¡Que venga Eru y lo vea!- exclamó – ¡Si es el pequeño Bergil!
- Creo que lo de pequeño es discutible- opinó el susodicho.
- ¡Herion! ¡Aldor! – gritó Mardil hacia las escaleras- ¡Mirad quien ha venido de visita!
Casi al instante otros dos soldados bajaron las escaleras que comunicaban con las almenas de la muralla, rápidamente reconocieron al joven del umbral de la puerta y corrieron a saludarle.
- Cuantos años, cuantos años- exclamaba Mardil – Casi parece ayer cuando correteabas por los muros de la Ciudadela.
- ¿Qué te trae por aquí, Bergil?- preguntó uno de los soldados.
- Solo una pequeña misión de escolta.- respondió él, señalando a Hareth que permanecía apoyada en la pared, observando con curiosidad el panorama.
- ¡Ah, que buenas misiones las tuyas!- exclamó – Si a mi me ordenaran escoltar a una muchacha hermosa, no lo dudaría un instante.
- Hablas demasiado Herion- opinó Bergil.
- Siento interrumpir el reencuentro- dijo Hareth- pero ¿acaso no teníamos prisa?
- Es cierto, no debemos entretenernos más.
- Os acompañaré – dijo Mardil- ya es hora de hacer un poco de ejercicio.
Los otros dos soldados estallaron en carcajadas.
- ¿Ejercicio tu?- rieron.
- Cerrad vuestras bocazas si no queréis pasar el resto del día limpiando cuadras.- les amenazó el hombre con el dedo.
- A la orden su señoría- exclamaron ambos con sonrisas traviesas.
Bergil y Hareth a duras penas contuvieron la risa.
Ascendieron lentamente por la ruta pavimentada que giraba alternativamente en
un sentido y después en otro, tras cada uno de los siete niveles. Sus
ojos no se apartaban de las casas de piedra labrada y los elegantes portales
de mithril que adornaban los grandes edificios.
Llegaron a la séptima puerta, allí refulgían los altos muros y gruesas columnas de mármol blanco, donde la escultura de un rey sobresalía en la arcada que daba paso a la Ciudadela.
El guardia de la puerta hizo una ligera inclinación de cabeza a modo de saludo y les dejó pasar sin hacer preguntas.
Mas, cuando apenas habían puesto un pie al otro lado de la bóveda, un hombre de aspecto severo, ataviado de negro, blanco y azul les dio el alto.
- ¿Quiénes sois? – inquirió con aire grave.
- Es uno de los ujieres de la Corte- les susurró Mardil a sus acompañantes.
- Mi nombre es Bergil- respondió el joven rápidamente- soy la escolta de la dama Hareth aquí presente, venimos de Emyn Arnen.
El ujier les dedicó una mirada no exenta de desconfianza, hizo un gesto con la cabeza que ninguno supo interpretar y murmuró un breve: "Esperen aquí".
La muchacha puso una mueca cuando el hombre dio media vuelta para desaparecer entre los árboles del patio.
- Que desagradable, ni siquiera nos invitó a tomar asiento.
- Se toma su trabajo demasiado en serio- dijo Mardil – Parece que nos tocará esperar un buen rato.
Bergil suspiró y se dejó caer en las escaleras.
- Que remedio- masculló.
El veterano soldado se sentó a su lado, dándole una palmada en la espalda.
- Ten paciencia, las cosas han cambiado por aquí y entrar a la Ciudadela se hace difícil en estos días, aunque sean tiempos de paz.
- No me preocupa eso- respondió Bergil- Sino que Hareth…
- ¿Qué pasa con ella?- inquirió Mardil al ver que el joven se quedaba en silencio.
- ¿Dónde se ha metido esta muchacha?
Giró la cabeza y escudriñó cada rincón de la zona.
- Habrá ido a dar una vuelta por los alrededores, no te preocupes, aquí no le pasará nada.
Bergil se golpeó la frente en gesto abatido.
- Espero que no se meta en un lío.
- Ahhhh, esto es lo que necesitaba.
Hareth tomó su pañuelo y se lo colocó sobre la cara empapada.
Sentada en el borde de una fuente de piedra blanca, suspiró aliviada,
el calor del verano se le volvía insoportable con aquellas ropas de viaje,
y un poco de agua fresca era en verdad lo que ansiaba desde hacía horas.
Se desprendió de la fina capa parda que la había protegido del barro del camino y la dejó a un lado. Cerró los ojos y alzó el rostro en dirección al sol, al tiempo que la brisa revolvía su cabello dorado.
De pronto, abrió los ojos, sorprendida por unos gritos que se escuchaban extrañamente cercanos.
Agudizó el oído. Eran gritos de jóvenes que parecían animar algún tipo de competición. Llena de curiosidad, se subió a un banco de piedra y oteó los alrededores esperando encontrar el origen de aquellas voces.
Tras varios minutos, observó como una prenda, quizás un pañuelo, de color blanco echaba a volar arrastrado por el viento entre un par de tejados de pizarra. Sonrió para sí, seguro que era por allí.
Bajando de un salto, echó a correr entre las callejuelas, siguiendo el sonido de los gritos, desembocando en un patio porticado en el que tenía lugar una escena singular.
Eran al menos una docena, formando un corro, todos ellos vestidos con camisas blancas de hilo y pantalones oscuros, ninguno se libraba de la suciedad y el sudor que recorría sus caras, todos con sus cabellos revueltos debido a la agitación.
Hareth se acercó unos pasos en silencio y se alzó de puntillas para tener mejor visión.
En el centro de todas las miradas, dos jóvenes mantenían una reñida disputa, armados con espadas cortas y ligeras, como las que se utilizaban en los entrenamientos para los soldados más jóvenes, intentaban que sus estocadas llegaran al pecho cubierto de cuero del contrincante.
- ¡Adelante! ¡Adelante!- gritaban los jóvenes.
La muchacha se acercó más aún.
- ¿Qué estará pasando entre esos dos?- se preguntó.
En aquel instante uno de los espectadores giró la cabeza y se quedó observándola, y tras unos segundos, se acercó a ella con una sonrisa.
- Buen día hermosa dama - saludó con una leve inclinación de cabeza- ¿os interesan las peleas entre amigos?
Hareth sonrió divertida.
- Si esos dos se comportan así con sus amigos, que Eru se apiade de sus enemigos.
- Así somos los soldados de Minas Tirith- rió el joven.
- ¿Todos?- inquirió ella.
Él soltó una carcajada. – Casi todos.
Hareth soltó una risita suave.
- Venid, si os interesa podéis ver el combate en primera fila, seguro que una doncella dará más interés al asunto.
Ella asintió con una sonrisa, encontraba aquella situación en extremo divertida.
El joven se abrió paso entre los espectadores y ayudó a la muchacha a subir a un bloque de mármol, ante la mirada curiosa de los demás jóvenes, incluso los contrincantes se detuvieron para mirarla.
- ¡Amigos! – gritó el joven- esta dama desea presenciar un buen espectáculo ¿Qué decís? ¿Se lo daréis?
Uno de los muchachos de cabello oscuro y profundos ojos azules, que se encontraba en el centro del corro, rió.
- ¡Por supuesto!- exclamó sin dudar.
- ¡Un premio!¡Que haya un premio!- gritó alguien entre los presentes.
- Una buena idea, ¿Qué decís, hermosa doncella? ¿Os parece bien un premio para el ganador?
Hareth encarnó una ceja - ¿Qué clase de premio?
- ¡Un beso al ganador!- volvió a gritar alguien.
La muchacha rió – Tendrá que conformarse con un beso en la mejilla, tengo una reputación que mantener.
Los presentes estallaron en carcajadas.
- ¡Muy bien!- exclamó el joven – Esforzaos muchachos, hay un buen premio en juego.
Todos los espectadores comenzaron a aplaudir y silbar, al tiempo que los contrincantes volvían de nuevo a sus puestos y aferraban con fuerza sus espadas.
Los golpes no se hicieron esperar, ambos jóvenes eran realmente ágiles y esquivaban con la misma facilidad con la que manejaban las espadas. Era una pelea muy reñida y ninguno de los dos ofrecía signo alguno de cansancio.
Hareth, los observaba fascinada, jamás había contemplado una pelea de ese tipo, los soldados de Emyn Arnen eran muy diestros en el manejo de las armas, pero no eran tan ágiles como aquellos muchachos.
- ¿Os divertís?- inquirió aquel joven que la había introducido entre el tropa de soldados.
- Em, bueno…si- admitió ella.
- Me alegro- sonrió él- ¿puedo preguntaros vuestro nombre, hermosa dama? Aún no lo habéis dicho.
- Mi nombre es Hareth, y he venido desde Emyn Arnen- respondió.
Justo en aquel instante, uno de los jóvenes que luchaba, se giró hacia ella, con rostro sorprendido. No tuvo tiempo de prever el golpe que le propinó su contrincante con el mango de la espada, en un segundo cayó al suelo ante los gritos ahogados de sus compañeros espectadores.
- ¡Por Eru!- exclamó la muchacha, apartando la mirada instintivamente.
El joven que en aquel instante se había convertido en ganador, se inclinó hacia el muchacho caído, asegurándose de que no le había hecho demasiado daño.
- ¿Estás bien?
- Sí, sí…no te preocupes.- respondió el muchacho, con una mueca dolorida.
- ¿Qué ocurrió? Parecías distraído.
- Ella- gruñó.
- ¿Quién? ¿Esa chica?- rió – Es guapa, sí.
- Cierra el pico.
- Ya veo que le has echado el ojo a la doncella. Esta si que te ha dado fuerte, Elboron.- estalló en carcajadas nuevamente.
Hareth alzó la cabeza al escuchar aquel nombre.
- ¡¿Tú?!- exclamó incrédula.
Apenas podía reconocerle, estaba mucho más alto a como lo recordaba, el cabello castaño que antaño caía hasta sus hombros habían sido cortados dejando apenas algún rizo, así su tez clara había sido sustituida por una piel morena, igual a la de los granjeros en las fechas de recolección; solo sus ojos grises permanecían imperturbables por el tiempo.
Al parecer, él tampoco había reconocido a la muchacha pues durante largos segundos se quedó mirándola. Finalmente Elboron se levantó con esfuerzo y caminó hacia ella, lanzándole una mirada desafiante.
- ¿Qué haces aquí?- inquirió, ante las miradas curiosas del resto de soldados.
- Eso no te importa - replicó ella con una mueca.
- ¿Has venido a espiarme?
- ¿Espiarte? ¡Ja! Tengo cosas mejores en las que perder el tiempo.
Él apretó los puños - Eres una….
- Por lo visto estos dos se conocen – comentó el joven ganador del encuentro.
- ¡Bah! Me largo de aquí, nos vemos luego Eldarion.- exclamó Elboron dando media vuelta y abriéndose paso entre los demás soldados.
- ¿Y a este que le ocurre ahora?
- Es un idiota- masculló Hareth, y con una mueca comenzó a caminar de vuelta por donde mismo había llegado.
Los espectadores aún no comprendían a qué venía todo aquello.
- Vaya par- rió uno de los soldados.
- ¡Maldición!- exclamó Eldarion.
- ¿Qué sucede?
- ¡Olvidé pedirle mi premio!
Sus compañeros estallaron en carcajadas, aquel muchacho era sin duda singular.
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Weeeno aquí esta otro capi ^^ espero que les haya gustado aunque creo
que me he pasado poniendo personajes que no sirven de nada ^^U
Muchísimas gracias por los reviews ¡¡Y dejen reviews por
favor!! O tendré que dramatizar y eso seria muuuu malo XP
