El taconeo de sus zapatos se hizo eco en las blancas escaleras que la guiaban
hacia el Patio del Manantial.
El sol de mediodía brillaba con fuerza la víspera del solsticio de verano, y Hareth obligada a reducir su vestuario por el incesante calor, recorría apresuradamente las galerías ante la mirada curiosa de los Guardias de la Ciudadela.
Así llegó presurosa, con el cabello revuelto y las piernas doloridas, al hermoso patio pavimentado en cuyo centro florecía un hermoso árbol con sus ramas sobre la fuente, haciendo que las gotas resbalaran entre las hojas y las pálidas flores para caer de vuelta al agua clara.
- Sigue siendo un hermoso lugar- se dijo, accediendo a los vagos recuerdos que poseía del patio.
- Hareth.
La muchacha se volvió sobresaltada hacia Bergil, quien sigilosamente se había situado junto a ella.
- Vaya susto- exclamó con el ceño fruncido.
- Perdona- sonrió él – Pero llegas tarde.
- Cierra la boca- replicó ella, sacándole la lengua – Deberías agradecerme que haya venido.
- Muy bien, muy bien, supongo que estás en lo cierto. –Bergil señaló un banco que recibía la sombra del gran árbol.- Mejor sentémonos.
Hareth asintió y tomó asiento. - ¿Y bien? ¿Qué es tan importante?
El joven se deshizo de la capa que empezaba a agobiarle debido al fuerte calor
y sonrió.
- Pues verás…
- ¡Ah! Ya sé qué es- exclamó ella interrumpiéndole.
- ¿Lo sabes?- repitió él, confuso.
- Por supuesto, es evidente- sonrió - Te has enamorado de mí.
El soldado permaneció en silencio unos segundos, desconcertado. Hareth dejó escapar una risita entre los dientes.
- Deberías mantener tu ego lejos de tu boca- replicó él, dándole unas palmadas en la cabeza.
- Bueno, podría haber sido posible.- dijo ella encogiéndose de hombros.
- Verás Hareth- comenzó Bergil, haciendo caso omiso del comentario- ayer a primera hora de la mañana recibí una carta de Ithilien.
- ¿Una carta?
- Sí, así es. El señor Faramir solicita mi presencia de nuevo en Emyn Arnen.
- ¿Ocurre algo grave?
- No me ha dado detalles, pero no lo creo. Partiré antes del anochecer, así que te quedarás sola.
La muchacha rió – No hay problema, se cuidarme sola. No se por qué te pones así, no es algo tan trascendental.
- Es que hay algo más, Hareth.- respondió Bergil.
- ¿El qué?- inquirió la muchacha.
- En mi ausencia deberás tener los ojos bien puestos en Elboron. Por favor intenta vigilarle fuera del campo de entrenamiento hasta la puesta del sol si te es posible, es importante.
Hareth masculló, se había olvidado por completo de él y de lo que le había prometido a Eowyn, había supuesto que Bergil le haría el trabajo sucio, pero evidentemente no sería así.
- Que remedio- suspiró finalmente.
- Recuerda que mañana será la celebración del solsticio y la situación podría complicarse.- le advirtió el joven.
- ¿Complicarse? ¿Se puede saber en qué anda metido Elboron?
- Aun en nada pero…
- ¿Pero…? Empiezas a asustarme, Bergil- dijo Hareth, clavándole la mirada.
- No pasará nada- sonrió él, intentando tranquilizarla.
- Más te vale que así sea- respondió ella.
El soldado sonrió de nuevo y se levantó de su asiento.
- Si necesitas cualquier cosa el viejo Mardil estará a tu disposición.
Ella asintió.
- Bien, he de marcharme ya, aun tengo cosas que hacer. Cuídate Hareth, y procura mantener la nariz fuera de los problemas.
La muchacha masculló cruzándose de brazos, dedicándole al joven cara de ofendida, mientras él se reía a carcajadas.
******
Hareth sonrió ante la hermosa vista que contemplaba desde su ventana. Banderines de vivos colores ondeaban al viento en todas las calles de la ciudad, el olor del vino y de los panecillos se elevaban hasta el cielo mientras los jubilosos gritos de los niños sacudían sus oídos.
- Cuando llega el verano esta ciudad parece otra- dijo la muchacha.
Había llegado la esperada fiesta del solsticio y los habitantes habían transformado la siempre austera Minas Tirith en un estallido de color y alegría.
De pronto, la sonrisa desapareció de su rostro para tornarse en una mueca. Sus perspectivas de pasar una tarde divertida entre los feriantes se habían esfumado al recordar su más inmediata obligación.
- Elboron…- masculló entre dientes- con lo mayorcito que es y que encima haya que vigilarle.
Hareth se apartó de la ventana y tomó asiento en la mullida cama, donde descansaba el viejo libro que se había llevado de la biblioteca. Pasó la mano sobre sus páginas con una media sonrisa, aquel libro poseía grandes conocimientos que le iban a resultar de lo más útiles, estaba segura de ello.
Dedicó entonces una mirada al vestido que colgaba de la percha en el armario abierto. Era tradición en la ciudad que aquel día todos los habitantes vistieran sus mejores galas (y las más atrevidas, todo debía decirse) que relucirían a la luz del atardecer cuando miles de farolillos serían alzados sobre las calles.
Suspiró, el ritual del acicalamiento nunca le había resultado agradable, pero sabía que era necesario en su nueva posición social, en aquella ciudad las damas de la nobleza debían parecer diosas vestidas de mujer, y ella como "protegida de los príncipes de Ithilien" no podía decepcionar a nadie.
Con cierta parsimonia, se levantó para el aseo al tiempo que reprimía un bostezo. Su mente trabajaba afanosamente mientras vertía el agua caliente en la tina, no dejaba de pensar como haría para vigilar a Elboron y divertirse al mismo tiempo. Ni siquiera parecía una idea plausible.
Cuando se metió en el baño, dejó relajar sus miembros
en el agua. Cerró los ojos mientras canturreaba una vieja canción
infantil, aspirando el aroma floral que penetraba en sus músculos.
Pronto sonrió para sí, pues por un instante había conseguido
una felicidad absoluta.
- ¡¡Por Eru!!
El grito se hizo eco en las escaleras tras el sonido estrepitoso de pasos que se abalanzaban sin control hacia el exterior.
Junto a la puerta, un joven de oscuro cabello y elegante atuendo echó
una mirada curiosa a la pared de piedra como si pudiera ver a través
de ella y averiguar de donde había salido aquella exclamación.
Enseguida obtuvo respuesta a la pregunta que había surgido en su cabeza,
pues a través del arco que comunicaba con las escaleras del ala oeste
de la Casa Real, surgió una doncella de cabello dorado ataviada con un
delicado vestido esmeralda y con el rostro lleno de frustración.
El joven sonrió al verla, y abandonó su lugar de apoyo para acercarse unos pasos.
- ¿Le ocurre algo, señorita?
Ella se volvió y lo observó durante un segundo.
- Yo a ti te conozco…- susurró como para sí.
Él se echó a reír, divertido. - Me alegro de que me recuerde, aunque no hayamos sido presentados oficialmente.
- Cierto, pero no olvido con facilidad a los soldados que se pelean por un beso mío.- sonrió- Soy Hareth, un placer conocerte…mejor dicho, un placer verte de nuevo.
El joven tomó su mano elegantemente y la besó.
- Mi nombre es Eldarion, y es un honor encontraros de nuevo.
Hareth luchó por que el rubor no se asentara en sus mejillas.
- Esto…¿sabes si la fiesta ha empezado ya?
- Sí- asintió él- El rey ha dado ya su discurso habitual y están a punto de encender los faroles.
- Maldición, ahora seguro que no le encuentro…- masculló, no podía creer que se hubiera dormido en la bañera y llegado tarde.
- ¿A quién?
- Nada, nada- rió Hareth con nerviosismo.
- Si me lo permites puedo acompañarte, no es muy seguro para una doncella pasear sola en una ciudad desconocida.- sonrió Eldarion.
- No es una ciudad desconocida- le corrigió ella- Nací aquí.
- ¿De veras?- se interesó él- Por que no me lo cuentas todo con detalles mientras paseamos- sugirió ofreciéndole el brazo.
- Yo…bueno…
Hareth tomó su brazo, dubitativa, sabía que debía vigilar a Elboron pero la idea de pasearse sola entre la multitud buscándolo, no la atraía demasiado. Además aquel joven llamado Eldarion parecía feliz en su compañía y siendo un soldado tan atractivo como era, nadie le reprocharía que hubiera pasado algunos minutos paseando con él.
*******
- ¡Ah! ¡No lo puedo creer!
Hareth abrió los ojos como platos y dejó la boca abierta.
- ¿Qué sucede?- preguntó Eldarion.
- ¡Son tortas de miel y avellana!- exclamó ella, eufórica.- De pequeña las adoraba pero en Emyn Arnen no hay panadero que sepa hacerlas.
El joven sonrió divertido.
- Me recuerdas a Elboron, desde que las probó prácticamente no
come otra cosa.
- ¿Ah si?- murmuró Hareth con una mueca.
- No os lleváis muy bien por lo que he visto.
- Pues no- confirmó ella, tomando una torta y dándole una mordida.
- Puedes contármelo, soy una persona de confianza.- dijo el joven mostrándole prácticamente todos sus dientes en una sonrisa.
- Debería darte vergüenza actuar así Eldarion.- interrumpió una voz.
El susodicho giró la cabeza al escuchar aquella voz femenina tras de sí. Hareth se inclinó ligeramente para observar a una muchacha de cabello oscuro, que contrastaba con su piel pálida y sus ojos grises.
- ¡Yávien!- exclamó Eldarion con el rostro contraído - ¿Qué haces aquí?
La muchacha, que no debía tener más de trece años, sonrió divertida.
- No es de buena educación interrogar a una dama, hermanito.
- Eres una pesada Yávien, ¿por qué no te vas a jugar a otro lado?- replicó él.
- ¿Y perderme tus famosas habilidades de conquista? Ni hablar.
- ¿Es tu hermana?- preguntó Hareth.
- ¡Exacto!- exclamó la muchacha, antes de que Eldarion pudiera responder- Mi nombre es Yávien, es un placer.
- Yo soy Hareth, encantada de conocerte.- sonrió ella.
- Mi hermana ya se iba- dijo el joven empujando a la muchacha.
- ¡Pero yo me quiero quedar con vosotros!
- ¡No!- replicó él.
- ¡Que maleducado eres!- gritó Yávien – Ser el mayor no te da derecho a tratarme así.
- Vamos por favor, déjala que nos acompañe- dijo Hareth con una sonrisa cómplice- además no es prudente que vaya sola por ahí, tu mismo lo dijiste.
- Está bien- cedió Eldarion con una mueca.
Yávien amplió su sonrisa y rápidamente tomó su lugar entre ambos, algo que sabía, exasperaba a su hermano. Hareth en seguida congenió con la muchacha, y juntas charlaron sin parar mientras se paseaban entre los comerciantes.
- Mirad cuanta gente- exclamó Yávien.
- Es cierto, parece como si todo Gondor estuviera aquí.- comentó Hareth.
Eldarion asintió con la cabeza.- Por eso no debes separarte de mi.
Su hermana arqueó una ceja, mirándole.
- Es por su seguridad.- dijo él.
- Seguro- replicó Yávien con ironía.
Hareth observaba fascinada las luces anaranjadas que iluminaban la noche que había caído lentamente, se sentía un poco abrumada entre tanta gente, pero no le disgustaba del todo. De pronto, sus ojos divisaron aquel inconfundible cabello castaño sobre el uniforme de los jóvenes soldados.
- Bueno, parece que aún está entero- se dijo.
- Eh, mirad ¿acaso ese no es Rhugga?- exclamó Yávien de pronto.
- ¿Quién?
- Ese que va por ahí, el que lleva una túnica parda.- señaló la muchacha.
- Me pregunto que andará haciendo por aquí- dijo Eldarion con el ceño fruncido.
- ¿Quién es?- preguntó Hareth.
- Es Rhugga, un conocido embaucador y ladrón, aunque se rumorea que además se dedica al asesinato por encargo, un tipo peligroso- le explicó el joven- Todos en Minas Tirith se han cruzado con él alguna vez, siempre anda buscando alguna pobre victima.
Hareth se alzó de puntillas para observar a aquel individuo que se movía entre el gentío con su túnica parda y su cabello gris, ciertamente andaba de forma sospechosa, como si siguiera a alguien…
- ¡Ay no!- gritó de pronto llevándose las manos a la cara.
- ¿Qué sucede?- inquirió Yávien.
Pero Hareth no respondió, si no que rápidamente tomó los pliegues de su vestido en una mano y echó a correr entre la multitud, los gritos de Eldarion y Yávien pronto se perdieron entre las risas y canciones del festival.
Y continuara… jejeje
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Espero ke les haya gustado el capi aunque no es ke haya pasado gran cosa XP
prometo que el próximo será mas interesante (el culebron no se
hará esperar jejeje)
Muchísimas gracias por los reviews!!!
