Nota: Tiene necro implicito, y obviamente esto es un desastre gei. Con AU de El cadáver de la novia.
Las cosas no habían ido bien. O mejor dicho: nada de lo que estaba sucediéndole estaba yendo a su favor.
Primero, lo comprometieron con la única hija de los Omerta, Elena, sin siquiera preguntarle. No teniendo más remedio que aceptar que, en unos días, su estado civil pasaría de soltero a casado.
Segundo, arruinó el ensayo de la boda. No fue capaz de recitar correctamente los votos matrimoniales y, por todos los santos, derramó vino en la cara del señor Omerta en un descuido.
Tercero, estando ebrio hasta el tope (bebiendo para acallar sus pensamientos, la frustración y las miradas de ese fallido ensayo de boda), se fue al bosque y empezó a practicar los votos matrimoniales –inspirado por la bebida, más que nada–. Incluyendo la manera en la que pondría el anillo en el dedo anular de la noble Elena, con lo que creyó era una rama con forma de mano.
Vaya susto y sorpresa la que se llevó cuando la rama –que en realidad era una mano esquelética–, tomó su muñeca repentinamente con fuerza, que el alcohol en su sistema se esfumó y la desesperación como el miedo le embargó.
Sólo para terminar siendo atrapado por quien después supo era "el novio cadáver", Isuke. Siendo llevado por este al mundo de los muertos, siendo besado en el proceso mientras los cuervos graznaban y se arremolinaban sobre ellos.
Y como si las cosas no pudieran ser peores, acababan de regresar del mundo de los vivos. Donde Enzo intentó explicarle lo que estaba pasando a Elena (porque tal vez, sería la única persona que podría creerle), sólo para que Isuke los viera y se lo llevara de regreso.
Descubriendo después que, Isuke, era el hermano mayor de su prometida.
Y ahora estaban ellos dos aquí, sentados en una de las bancas que había en ese extraño pero encantador mundo con una gran vista, en silencio. Uno tan frío como la nieve y la piel de su "esposo"; no es que Isuke fuese un gran conversador, pero en el poco tiempo que llevaban de conocerse, Enzo aprendió a diferenciar entre los tipos de silencios del difunto Omerta.
Y por este silencio, tenía el presentimiento de que Isuke, tal vez, estaba molesto. No lo suficiente como para apartarlo e irse, pero lo estaba.
O al menos, su silencio no era como el de Cheshire.
–… ¿Por qué no me dijiste que estabas comprometido? – preguntó, terminando con su mutismo, con una voz tranquila que ocultaba vestigios de tristeza.
Enzo hizo una mueca ante su pregunta, ahogando un suspiro para responder con calma y no con frustración o cansancio.
– Tampoco sabía que iba a casarme hasta hace unos días… ¿Qué te digo? Yo no decidí este matrimonio, fueron mis padres y… tu padre.
–… Entiendo.
– ¿…Te molesta la idea de que vaya a casarme con tu hermana? – la mirada de Isuke nunca se sintió tan penetrante como en este momento, pero no se dejó intimidar. No iba a permitirlo –. ¡No me mires así, ya te dije que yo–!
– Te dije que lo entiendo, Enzo – al darse cuenta de su frustración reflejada en su voz, Isuke optó por cerrar la boca, desviando la mirada para ocultar su vulnerabilidad y de paso, serenarse –… Sólo… no digas nada más.
Nuevamente el silencio los cubrió cual manto, y aunque Isuke sabía que le había pedido que no dijera nada, una parte suya se sintió devastada ante el mutismo de Enzo. Pensó que él le llevaría la contraria, como había estado haciendo desde que se conocieron.
¿De verdad incluso estando muerto, podía seguir sintiendo dolor…?
Una calidez en su mano izquierda le sacó de sus pesimistas pensares, sorprendiéndose sin poder evitarlo. Su mirada carmín se posó sobre la mano de tez suavemente café que aún conservaba piel, músculos, tendones, venas, sangre y que sobre todo, era cálida en comparación a la suya, que sólo eran huesos ásperos y fríos que por alguna razón que no se explicaba, se mantenía unida.
Pero dejando esos detalles aparte, esta era la primera vez que Enzo lo tocaba por voluntad propia. Mirando con atención como el pulgar del castaño acariciaba sus nudillos y parte de su dorso, deteniendo la caricia en el anillo de compromiso que relucía y decoraba con dorado el insípido blanco casi amarillento de su mano.
Un suspiro de parte del más bajo lo hizo mirarlo al rostro, curioso ante su semblante tranquilo y casi melancólico. La tentación de preguntarle, de llamarlo, picaba en la casi carcomida lengua de Isuke pero Enzo se le adelantó.
– Lo siento Isuke, por… por ponerte triste. Yo… yo no quiero que te pongas así por mí, no lo merezco.
Su curiosidad prontamente fue reemplazada por desilusión. Pero otra vez, Enzo volvió a hablar.
– Y sé que esto es muy extraño, por no decir que todo esto lo es, pero… No me gusta verte triste y que estés más callado por mis estupideces y porque no sé qué hacer o cómo actuar – revolvió su cabello con su mano libre, casi desesperado por buscar las palabras adecuadas para no herirlo y para englobar todo lo que quería decirle sin extenderse demasiado. Sólo ser claro y conciso como este hombre que estaba a su lado (aunque Isuke era más confuso que claro, honestamente) –. ¡Maldición, tal vez no estemos oficialmente casados y somos un desastre pero, quiero hacer las cosas bien por una vez!
– Enzo, ¿A qué…?
– ¡Casémonos!
Si Isuke estuviera vivo y aún tuviera un corazón, probablemente, latiría como loco y sus mejillas se ruborizarían. Pero no era necesario, porque todavía podía sentirse emocionado.
Todavía podía sentirse enamorado.
– Enzo, ¿Tú…?
– No es que te esté forzando a casarte conmigo como tú, que me perseguiste hasta arrinconarme y traerme hasta aquí – se burló brevemente con una sonrisa ladina, avergonzando al albino ante la innegable verdad –, pero… lo digo en serio – su mirada azulina viva y seria se encontró con la mirada carmesí muerta y sorprendida –. ¿Quieres casarte conmigo, Isuke van Omerta?
Su respuesta fue un frío pero tierno y casi cándido beso que Isuke depositó en sus labios, suficiente para alejar sus pensamientos, dudas y hasta cualquier indicio de moral.
Esto podría ser producto de su impulsividad, de una emoción del momento. Pero esta estaba siendo su decisión, sin nadie que eligiese sobre él. Y no quería arrepentirse ni resignarse.
(Incluso si esta unión era profana, prohibida, condenable, abominable y maldita).
