'Till the sun don't shine...

«...Tu seguirás siendo mía»


Era la primera vez que un dolor tan fuerte le sacudía el cuerpo, como si fuera a desgarrarle por la mitad con todo y vísceras. El sudor empapó su frente, podía sentirlo resbalar en los lados de su rostro ardiendo, enrojecido totalmente. Ya no aguantaría ni un segundo más el dolor entre sus piernas, era insoportable, deseaba morirse.

Tiró la cabeza hacia atrás y gritó desesperada.


—Sólo prométeme, cariño. Prométeme.

Sentirse aislada y entumecida era parte del día a día de Jenna. En algún punto, dejar de sentir se convirtió es algo más horrible que sentir, demasiado contradictorio, pero nunca sabría que era su misma mente tratando de protegerse. Earl la tocaba, podía besarla y aun así no hacía nada para impedírselo. El hombre tomó sus manos y la miró a los ojos.

—Prométeme que no vas a querer a ese bebé más de lo que me quieres a mí.

Earl torció la boca en una mueca desolada mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos, su rostro iba enrojeciéndose por el llanto, contagiando el miedo a su mujer. ¿Cómo le hacía entender que, si ella lo dejaba, se volvería loco? Jenna le pertenecía, era su mundo, su todo, no iba a permitir que dejara de quererlo, era por su bien. Lloró como un niño pequeño contra su vientre, odiaba la idea de ser reemplazado por ese bebé, Jenna era suya.

—Todas las mujeres hacen eso, quieren más a sus hijos que a sus maridos. Prométeme que tú no harás eso.

—Lo prometo. —La voz de Jenna era robótica, pero Earl se sentía a gusto por oír lo que quería. No trató de controlar su llanto, esperanzado en que ella así notara del daño que le hacía.

—Di: «P-prometo que n-no voy a querer más al b-bebé».

—Prometo que no voy a querer más al bebé.

La sonrisa en el rostro de Earl provocó que el corazón de Jenna se encogiera aún más, tenía miedo de echarse a llorar frente a él. Su marido se secó las lágrimas y se levantó del suelo, como si no hubiera ocurrido nada.

—Anda, cariño, prepara un pastel para la cena. Iré a la ducha.

—Claro.

Su cocina era más pequeña en comparación con la cocina del restaurante donde trabajaba, debía agacharse y estirarse para coger todos los ingredientes que necesitaba para su nueva receta, una que deseaba hornear casi con angustia.

—Pastel «perdedora embarazada que se compadece de sí misma».

Es un pastel de queso estilo Nueva York con una pincelada de Brandy. Una capa de pacana y nuez moscada. La harina en sus manos solía relajarla, pero la situación en su hogar y en su vida la están superando, y la felicidad que le traía hornear comienza a disminuir. Si aquella terapia pastelera no le funcionaba, ¿qué lo haría? Jenna frunció la boca cuando un jadeo intentó escapar de sus labios, no iba a permitirse llorar.

—Mamá... ¿qué tengo que hacer?


—¿Recuerdas qué más debemos hacer?

—¡Sí! ¡Tienes que bañarlo con una capa de clara de huevo y luego al horno!

—Muy bien, cariño.

Su madre era una mujer melancólica, horneando cada tarde diferentes tipos de pasteles mientras tarareaba una melodía conocida. Cuando su hija estaba con ella, abría levemente los labios para canturrearle: «cariño, no llores, tengo un pastel con tu nombre en el medio...». Cuando Jenna aprendió a hornear, cada tarde se convirtió en la hora feliz de ambas, disfrutando del dulce y el salado juntas. No había nada más maravilloso para su madre que la pastelería.

Deseaba que mamá fuera así de feliz todo el tiempo.

La puerta principal se abrió con un golpe, era su padre llegando a casa de mal humor. Sus pasos eran fuertes y se detuvieron en la sala. Lo escuchó llamar a mamá con una mala palabra. Mamá jadeó y sus manos comenzaron a temblar.

—Ya vuelvo, amor. Termina de colocar esa capa y ponlo al horno, volveré enseguida. ¿Sí?

Jenna obedeció y untó el pincel en el huevo. En la sala, papá comenzó a gritar, son palabras malas y no se puede repetir lo que dice, mamá la regañaría. Ambos comienzan a gritar. La capa de huevo estaba casi lista y algo reventó en la sala, sonaba a vidrio roto. Jenna lavó el pincel y guardó las cosas en silencio mientras escuchaba cómo mamá estaba llorando, papá sigue diciendo cosas desagradables. Alguien se ha caído al suelo.

Jenna ajustó la temperatura del horno e introdujo el pastel. Mamá ahora está llorando, pero estará feliz cuando vea que el pastel ya está listo y en el horno.


Las lágrimas la traicionaron y escaparon de los ojos azules de Jenna. Qué tonta era, ¿por qué le preguntaba a su madre? Ambas estaban en la misma situación, pero la mente infantil de Jenna no lo había comprendido hasta ahora que vivía en su propia relación abusiva, con un marido que la hacía infeliz.

—Nunca me dijiste nada. Preferías hornear pasteles y olvidarte de todo...

La masa para la base se terminó de preparar y estaba lista para la bandeja. Jenna no se molestó en tener el cuidado que normalmente usaba en sus preparaciones, tiró con fuerza la masa dentro del molde metálico.

—¿Por qué nunca lo dejaste?

La bolsa de pacana fue cubierta con una tela y el mazo impactó contra ellos, destruyéndolos en mil pedazos. Golpe tras golpe los pulverizaba más, golpes que, en lugar de disminuir su impotencia, la aumentaban.

—Horneaste tantos pasteles para expresar tus emociones, pero nunca decidiste hacerte cargo de ellos. ¿Por qué...?

El brandy llenó la mitad de un vaso, Jenna deseaba tomárselo, pero su estúpido bebé nacería enfermo si lo hacía.

—Quizás... Si lo hubieras dejado, ¿sabría qué tengo que hacer?

La preparación ya estaba lista para entrar al horno que terminaba de precalentarse. Jenna esperó al sonido de la campana, apoyada en uno de los muebles.

—Nunca pude preguntarte qué estaba pasando...

Earl terminó su ducha y entró a la cocina con una sonrisa, aún se veía desaliñado y con los ojos enrojecidos. Miró a su esposa y tomó asiento sin decir nada. Jenna le regresó la sonrisa mientras le servía una porción grande de su pastel, sirvió café y también tomó asiento. Jugueteó con la comida durante varios minutos, estaba segura que al comer vomitaría todo. Sentía la mirada de Earl sobre ella, deseaba ignorarlo, quería ese simple lujo al menos unos segundos.

—Amor, ¿Recuerdas cuando éramos adolescentes? —Earl se apoyó en la mesa al hablarle, Jenna se limitó a mirarlo de soslayo—. Nos escapábamos juntos, ¿recuerdas? También nos daba vergüenza besarnos. ¿Recuerdas?

Jenna asintió callada. Esos recuerdos eran preciosos, las de dos adolescentes huyendo para mirarse a escondidas, disfrutando del amor que se tenían, y la de una joven ilusionada con su primer amor. ¿En qué momento Earl se convirtió en alguien a quien le temía?

—Te escribía canciones de amor, pero tú siempre querías escuchar las tristes.

Eso también era verdad, quizás ya estaba acostumbrada a estar triste y sentirse alegre le resultaba tan raro que prefería no hacerlo.

—Te escribí una que decía: ...Uhm, no recuerdo. «¿Donde el sol ya no brille?». «¿Cuando ya no brille?» No, ¿cómo era, bebé?

Jenna recordaba muy bien la canción, y lo que antes eran palabras románticas que la emocionaban, ahora se escuchaba aterrador viniendo de él:

—Hasta que el sol ya no brille más, tú seguirás siendo mía...

—Ja, ja... ¡Sí, ya recordé! —Earl se levantó para besarla en la mejilla de forma fugaz —. Voy a practicarla un día, ¿te gustaría escucharla?

—Sí.

—¿Sí, qué?

—Sí quiero escucharla, Earl.

—Muy bien.

No dijo nada más. Sonrió como siempre lo hacía y reanudó su cena. Jenna jugueteó con su propia porción, mirando cómo del plato de Earl iba desapareciendo el pastel que había horneado. Se excusó con el malestar de embarazada y apartó su cena, a él no pareció importarle.

—Me voy a la cama.

A pesar de verla con el vientre hinchando, no se molestó en ofrecerle su ayuda para limpiar la mesa. Nunca pensaba en ella, jamás era lo que ella podía sentir o decir, para Earl todo funcionaba perfecto si él se sentía bien. Jenna mojó los platos y comenzó a tallar la loza con una esponja. Los trozos de comida iban cayéndose, deseaba que eso les ocurriera a sus problemas: Hornearlos, servirlos y lavarlos. Se sentía más sola que nunca, y su única compañía era ese bebé.

—Querido bebé...

«No te pedí», pensó, «si soy honesta, te devolvería para empezar de nuevo. Ya no puedo arreglar esto... Lo he hecho siempre, hornear para sentirme bien. Intenté convertir mi embarazo no deseado en algo positivo, pero... ya no puedo...».

Extrañaba el pasado, antes de conocer a Earl, antes de casarse. Era igual de imperfecto, aun así, no era infeliz. Se extrañaba a sí misma.

—Hornear me ayudaba, pero tengo muchos problemas que no puedo expresar en mis pasteles, bebé.

Otras madres le habían dicho que el embarazo era duro, pero era maravilloso tener una vida creciendo dentro de ti; que la haría más fuerte y feliz, que la convertiría en una mujer luchadora, con fuego en los ojos para proteger a su hijo. No se lo creía, ella no deseaba ser madre.

Se secó las manos con el delantal y con prisas sacó varios ingredientes para una nueva receta. Jenna cubrió sus manos con harina, si se rendía, su madre quedaría como una mentirosa.

—Yo aprendí esto de mi mamá, bebé.

Tal como le enseñó su madre, decidió que continuaría horneando, esperando que la harina en sus manos y el relleno que representaba su situación la liberarían de las emociones pesadas.

—¡Soy feliz, mamá!


Las enfermeras y el doctor Pomatter aplaudieron y la llenaron de felicitaciones por el parto satisfactorio. Earl continuaba grabado todo con una estúpida cámara, aquello parecía un circo.

Jenna se había rehusado a ver a su bebé, con las pocas fuerzas que le quedaba giró la cabeza hacia un lado, ignorando a la enfermera con el bulto en sus brazos. Sin embargo, algo en su interior le dijo que lo hiciera. La enfermera le entregó a la recién nacida, y en cuanto la tuvo en su pecho, Jenna enmudeció y frunció el ceño.

Sus diminutas manos, sus ojos oscuros y frágiles, esa naricita pequeña y respingada... Jenna sonrió, por primera vez en muchos años un río de alegría comenzó a recorrer cada una de sus venas y cada rincón de su vida. Era una sensación de amor a primera vista, pero distinto, mucho más fuerte. Sentía que volvía a nacer, que todo el pasado ya no le importaba. Sus brazos le comenzaron a temblar por la emoción y acunó con cuidado a su hija, apretándola contra ella un poco más.

—Bebé... Lulú...

Dejó de escuchar lo que ocurría alrededor, maravillada con la belleza de su hija. Su sonrisa se ensanchaba más y más, tratando de describir la alegría que Jenna estaba experimentando. De repente quería irse de ahí, bajar la luna y las estrellas para su hija. Salta, gritar y sanar, sanar porque que Lulú la había salvado. Ella no era un error, era su nueva razón para vivir. ¿Cómo pudo haber estado tan triste esos nueve meses?

—Hey. Oye. Cariño. Cariño, ¿escuchas? Ya deja de mirarla.

Earl se inclinó hacia ambas mujeres, tratando de ganar la atención de su esposa. Ella miraba con adoración a ese bebé y no le estaba gustando en absoluto.

—Oye, mírame. Prometiste que no ibas a quererla más de lo que me quieres a mí.

«Más de lo que me quieres a mí».

«Hasta que el sol ya no brille más, tú seguirás siendo mía...».

El instinto de madre se disparó en todo su cuerpo, Jenna levantó su rostro hacia él, con una sonrisa cargada de odio. No, ella no era de Earl, era de Lulú, y Lulú era suya y de nadie más. Debía proteger a su bebé, no pensaba obedecerle ni un segundo más. Jenna lo miró a los ojos por primera vez en años, con un valor que no sabía que tenía. Era como fuego ardiendo, quería calcinar y desaparecer lo malo para proteger la felicidad de hija. La mandíbula le temblaba, pero ya no había miedo. Era rabia, rabia por los años que permitió que la maltratara, que nunca buscó ayuda, y la que sentiría si él se atrevía a acercarse a Lulú.

—No te quiero en mi vida, Earl. No te me acerques, te odio y no te quiero volver a ver.


Disclaimer: El musical y la película fueron escritos por Sara Bareilles y Adrienne Shelly respectivamente.