Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.
.
.
.
Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^
.
.
.
—Efectos Secundarios—
.
.
.
.
.
2.
No le gustaba, no le gustaba nada.
Antes de volver a salir al pasillo, Akane vigiló desde su puerta para asegurarse de que el chico ya había bajado las escaleras. Corrió como una niña pequeña que planea algo travieso hasta el baño y se encerró. No sabía si era por esa carrera o por lo que había pasado antes, pero su corazón siguió latiendo frenético mientras se empapaba la cara con agua fría.
Volvió a fijarse en que nadie más pasaba por allí y trotó de vuelta a su cuarto. Comenzó a vestirse con lentitud, a hacer la cama, a comprobar su mochila, a peinarse frente al espejo de su armario…
Esto no me gusta se repetía, no obstante, sin poder cambiar de idea.
Akane Tendo había tenido la mala suerte de ser comprometida a un desconocido sin que su opinión al respecto tuviera importancia para nadie. Encima, ese desconocido se había ido a vivir con ella. Era un fanfarrón, un tontorrón cabezota y que además iba cosechando enemigos allá por donde iba con la misma alegría que le crecían prometidas por los rincones.
Todo eso no era fácil de asimilar, ella sabía que muy pocas chicas de su edad serían capaces de lidiar con todo lo que eso significaba en realidad.
Había soportado una desgracia tras otra durante meses, ¿y todo por qué?
El rostro se le encendió, con vergüenza, al otro lado del espejo.
Porque, contra todo pronóstico, amo a ese fanfarrón, tontorrón y cabezota admitió para sí, lo cual no le quitaba mérito a tal acción, pues era algo que había estado negando durante mucho tiempo.
De algún modo, y aunque supiera que no estaba bien, sentir ese amor por Ranma la avergonzaba. No en el mismo sentido que le ocurría cuando sus hermanas se burlaban de ella o era incapaz de controlar sus celos y entonces, su encantador prometido se reía de ella. No, Akane se avergonzaba de sí misma a un nivel más profundo por sentir lo que sentía.
No siempre.
Pero había días en que no podía parar de preguntarse… ¿por qué? ¿Por qué quería a un chico como ese? ¿Por qué ella sí se había enamorado pero, en cambio, él no? En sus momentos de mayor irracionalidad para consigo misma, hasta creía estar traicionando a la Akane del pasado, esa Akane fuerte que odiaba a los hombres, que sabía defenderse de todos ellos y que jamás habría entregado su corazón.
Menos a un idiota semejante pensó con rabia. Pero al instante se desinfló. Era, cada vez más inútil alimentar el rencor contra él. Ranma no tenía la culpa de no sentir lo mismo que ella, él solo podía ser él mismo. Y por desgracia, eso era lo que a ella le gustaba tanto.
Precisamente, se sentía tan avergonzada que trataba por todos los medios de disimular su amor con el mal humor, con el odio… ¡Pero era tan agotador! Y eso que su prometido se lo ponía fácil. Había querido comportarse distinto durante la excursión pero por culpa del hechizo ya no podía estar segura de si eso había dado algún resultado o él ni siquiera se había percatado de ello.
No le había gustado nada lo que había pasado en el pasillo.
Verse invadida por ese impulso tan poderoso por acercarse a él, por tocarle, por abrazarle. Había tenido esos deseos antes, pero lograba controlarlos.
Mi corazón pensó, colocando sus manos sobre él. Estaba como loco.
Resopló con mucha fuerza y cerró la puerta del armario, huyendo de su mirada que estaba ahora tontamente resplandeciente. Si seguía sin controlarse, hasta un despistado rematado como Ranma se daría cuenta de lo que le estaba pasando. Y eso no traería de nuevo al Ranma enamorado del Templo, no, sino que tendría que soportar su ego hinchado como un globo, sus burlas, sus bromitas, sus comentarios despectivos…
No creas que eso me importa, jamás me fijaría en una marimacho como tú…
Akane cerró el puño sobre su pecho, sintió el frío volviendo, reptando por su torso hasta alcanzar su pecho, su garganta. No recordaba si alguna vez Ranma le había dirigido esas palabras como tal, pero estaba segura de haber oído otras parecidas.
Mi amor…
¡Estúpido, idiota! Se quejó, empotrando el maletín contra el suelo. Consiguió tragar el disgusto alojado en ella y parpadeó con fuerza. Como vuelva a llamarme de ese modo le daré tal patada que le enviaré de vuelta a lo alto de esa colina.
Recogió el maletín, se colocó la falda y salió de la habitación.
Atravesó el pasillo y bajó las escaleras; tras dejar el maletín junto a la puerta, regresó hacia el comedor. Respiró hondo y corrió la puerta de papel. El corazón se le saltó de nuevo cuando descubrió que Ranma era el único que estaba allí.
—¡¿Dónde están los demás?! —preguntó, sorprendida.
—Creo que hemos madrugado más de la cuenta —respondió él. Se inclinó sobre la mesa para apoyar los brazos y la cabeza. Alzó una ceja para mirarla—. ¿Te vas a quedar ahí?
—¿Eh? —Akane no se había movido del umbral—. ¡No, no!
Aunque hubiese preferido darse la vuelta y marcharse, atravesó la estancia y ocupó su lugar de siempre junto al chico. Hincó las rodillas en el cojín y se mantuvo erguida, demasiado tiesa, con la mirada al frente. Ranma apenas se inmutó, puede que ya dormitara sobre la madera, totalmente ajeno a su incomodidad y podía ser, también, que eso la molestara incluso más.
—Voy a empezar a preparar el desayuno —anunció ella. Pero cuando intentó ponerse en pie, Ranma se incorporó de pronto, muy despierto, y atrapó su brazo.
—¡No! —exclamó—. Seguro que Kasumi no tarda en bajar
. ¡Venga, no te molestes!
—¿Qué no me moleste? ¡Ya te estás metiendo con mi manera de cocinar otra vez!
—Ni siquiera lo he mencionado.
—¡Es obvio que no quieres que cocine por esa razón!
Ranma cabeceó, soltando además un largo bufido.
—¿Qué necesidad hay de que me pase el resto del día con dolor de estómago?
—¡¿Lo ves?! —declaró Akane, agitada—. ¡¿Ves cómo eres un… un…?!
Se detuvo al notar la presión de los dedos del chico que, ya no estaban sobre su brazo, sino entre los suyos. Se quedó callada y sus ojos viajaron hasta su mano que, de algún modo, estaba siendo sostenida por la de la Ranma con suavidad. Y no parecía algo casual, hecho sin intención, pues los dedos de él ejercían presión en torno a los suyos, los acariciaban con una ligera fuerza que le causó conmoción.
Ranma frunció el ceño, extrañado por su silencio repentino y siguió la dirección de su mirada hasta sus manos unidas. Sus ojos se espatarraron con perplejidad, su piel se erizó y se le escapó un sonido peculiar de la garganta.
La soltó de improviso y se apartó, regresando a la mesa, ocultando su rostro.
La chica le miró sin comprender.
—¿Se puede saber qué te pasa? —Le preguntó, nerviosa—. ¿Por qué te comportas así?
—No me había dado cuenta de lo que hacía.
—¿Cómo vas a cogerme la mano sin darte cuenta?
—¡No lo sé! —admitió, irguiéndose de nuevo para mirarla—. Me siento raro desde que volvimos del Templo.
. Creo que el hongo sagrado no me hizo efecto del todo.
La chica le miró fijamente. ¿Le estaba diciendo lo que ella creía? Un intenso acaloramiento la dominó y se obligó a desviar la mirada de él.
Pensó en sus propios síntomas, en todo lo que había estado notando desde que volvieron y se preguntó, por primera vez, si no sería eso mismo lo que le estaba pasando a ella. Quizás el exacerbamiento de sus sentimientos y sus deseos se debía a que ese hongo asqueroso no había funcionado.
¡Podía ser!
A fin de cuentas lo tomaron casi al límite. Justo antes de que apareciera la primera estrella en el cielo, y de haber tardado unos segundos más, el hechizo no se habría roto nunca.
Por un segundo se le pasó por la cabeza la posibilidad de que su prometido le estuviera gastando una de sus tontas bromas pesadas, pero al volver a mirarle se dijo que no. Estaba demasiado agobiado como para fingir.
—Yo también me siento un poco rara —admitió ella, pensando que quizás eso le consolara—. A lo mejor debimos comer más del hongo.
—¡Estaba repugnante!
—Lo sé, pero quizás no fue suficiente —dijo ella.
Ranma se estiró, pensativo unos segundos.
—Entonces, no nos queda otra más que volver a ese Templo a por un poco más —decidió.
Akane negó con la cabeza.
—Ya han pasado varios días, no funcionaría.
—Pues hablaremos con aquel monje… ¡O mejor con el experto en setas! —Se le ocurrió entonces—. ¡Alguno de ellos debe tener una solución!
—¡No podemos irnos hasta el Templo así como así!
—Bueno y entonces, ¿Qué propones que hagamos, mi amor? —Ranma golpeó la mesa con la cabeza—. Otra vez no…
Akane, más roja que un tomate, trató de hacerle parar.
—¡Cálmate! —Le pidió, bajando el tono de voz. Empezaba a escuchar pasos en el piso superior, lo que significaba que su familia pronto aparecería por allí—. Tanto el experto como el monje nos dijeron que con ese hongo era bastante.
—¡Pues es evidente que no!
—A lo mejor solo hay que darle tiempo —opinó ella—. Apenas han pasado dos días, puede que esto solo sean efectos secundarios que se pasarán solos.
. Lo más importante es que nadie se dé cuenta de lo que nos pasa.
El chico puso cara de pánico al entender a qué se refería. Si alguien de la familia creía que aún les quedaba algún leve resquicio de ese amor absurdo corriéndoles por el cuerpo, aprovecharían para casarlos de inmediato. Igual que hicieron en el Templo.
Los pasos se acercaban, también la suave voz de Kasumi canturreando por lo bajo.
—¿Podrás disimular? —Le preguntó y él respondió con un gesto de asentimiento, no demasiado firme que le provocó ganas de gritar, furiosa—. ¡Concéntrate, cariño! —Ranma se incorporó de golpe y ella meneó la cabeza—. ¡Cállate!
Ambos se volvieron hacia delante justo cuando las puertas del comedor se abrieron.
Kasumi fue, efectivamente, la primera en entrar. Lo hizo sonriendo como era habitual en ella y les dio los buenos días con su normal alegría, pero a los pocos pasos se detuvo y se quedó mirándoles con el gesto crispado.
Akane era consciente de la rigidez de su rostro, aunque no sabía con exactitud qué expresión habían dibujado sus facciones. Se prohibió mirar, pero adivinó que el semblante de su prometido estaría tan tenso y retorcido como el suyo, por eso su hermana mayor los miraba, a uno y a otra, con las cejas fruncidas.
—¿Pasa algo? —les preguntó por fin.
—Pues…
—¡No! ¡Nada! —exclamó ella. Sonrió, intentando desentumecer sus mejillas—. ¡Buenos días!
—Qué pronto os habéis levantado hoy.
—Sí…
—Es que tenemos hambre —añadió Ranma.
—Tanta hambre que nos ha despertado —Y Akane se rio. Kasumi esbozó una sonrisa muy pequeña.
—¿Los dos a la vez? —Ambos asintieron—. Bueno, entonces iré a preparar el desayuno de inmediato.
—Vale —respondió la pequeña, aunque no hacía falta.
Su hermana asintió y se marchó, aún un poco confusa. Soltaron un enorme resoplido cuando se quedaron solos otra vez.
—¿Crees que ha notado algo? —preguntó Ranma, acercándose a ella.
—No sé, creo que no —De pronto, alzó la cabeza—. Se me acaba de ocurrir una idea —Se puso en pie de un salto—. Tú quédate aquí y sigue disimulando —Saltó por encima de la mesa y aterrizó junto a la puerta.
—Espera… —Ranma hizo el intento de agarrarla, pero ella se escabulló y salió al pasillo. Kasumi hacía ruido de cacharros en la cocina y los demás se paseaban por el piso de arriba entrando y saliendo del baño, no tardarían en bajar.
Se dirigió, rauda, hasta la entrada. Allí, en un mueblecito, estaba el teléfono de la casa y también la agenda donde se anotaban o se guardaban apiñadas en un bolsillo de esta las tarjetas con todos los números de teléfonos.
Tiene que estar aquí se dijo, rebuscando entre las páginas. Sé que Kasumi llamó para hacer la reserva.
Al fin la encontró, el trocito del papel recortado de un folleto de mayor tamaño donde se había anunciado el famoso Templo de los Hongos. Ahí estaba el número para reservar. ¡No era necesario que Ranma y ella fueran hasta allí! Podían hablar con el monje y contarle lo que les estaba pasando.
Cogió el auricular y justo cuando movía el dedo hacia las teclas, Nabiki apareció a su lado.
—¿A quién llamas a estas horas?
Akane tuvo el tiempo justo de guardarse el papelito en el puño antes de girarse hacia su hermana.
—¡Buenos días! —La mediana hizo un mohín ante su saludo de exagerada alegría—. Solo estaba llamando a una amiga para ir juntas al instituto.
—Pero si Ranma y tú siempre vais juntos.
—Eh… ¡Ah, sí! ¡Claro! ¡Ranma! —exclamó como si acabara de acordarse de él—. Es verdad. Bueno, pues entonces, no la llamo.
Ambas hermanas se sostuvieron la mirada. Akane sabía, no podía ser de otro modo, que Nabiki podía ver a través de su sonrisa forzada, de su voz temblorosa y aguda y, si bien no lo preguntaría en voz alta, ya debía estar analizándola en busca de alguna pista para descubrir lo que fuera que la pequeña le ocultaba.
Saberlo solo la puso más nerviosa, pero entonces reparó en la caja de cartón que la mayor sostenía en sus manos.
—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Has recibido un paquete?
—Es… una compra por catálogo.
Akane separó los labios, sorprendida por esa leve vacilación en su voz. Y volvió a mirar la caja, reparando en los sellos pegados al lateral. Nabiki la ocultó a su espalda y carraspeó.
—Iré a ponerme el uniforme antes de desayunar —dijo y se dio la vuelta, rumbo a las escaleras.
Qué raro… ¿Eso había sido una huida?
Nabiki nunca huía de nada, a no ser que fuera para proteger un secreto. Esa caja debía contener algo muy importante, o muy caro, o muy peligroso. La intrigó, pero no tanto como para que se olvidara de sus propios problemas.
Volvió a mirar el trozo de papel en su mano, pero decidió guardarlo para más tarde. Llamar al templo desde la casa era demasiado arriesgado, había tantos oídos entrometidos por allí.
Puede esperar un rato se dijo.
Regresó a la puerta del comedor, soltó un resoplido para calmarse y atravesó las puertas con el mejor ánimo que pudo reunir para encarar el largo día que se le presentaba por delante.
