Este fanfic es la respuesta al desafío lanzado por NochedeInvierno13 (Trici), en el post de Desafíos: Petición de Historias del foro Alas Negras, Palabras Negras. Su petición solo exigía que fuese un Lucerys/Aemond, con un pequeño headcanon, y aquí estoy de pendeja, escribiendo.


Nada, nada es mío. Los personajes, obra y universo salieron de la maravillosa mente de George R. R. Martin.


Capítulo I

#ElVacío

Aemond sostiene el ojo en su mano, es viscoso y suave, está ligeramente cortado en un extremo. La pupila dilatada se traga verde bosque con el que Lucerys lo ha insultado cada vez que lo mira. El príncipe de Desembarco busca dentro suyo algún tipo de satisfacción ante el momento: un peso que se desplace de su corazón o la histeria con la que ha fantaseado desde su niñez. No hay nada, ¡nada! El ojo en su mano es solo un ojo, el de su sobrino, que ha cumplido lo que era una deuda, sin dudar, como un hombre, sin esconderse tras su madre o darse la vuelta con rabia.

Igual que aquella noche, Lucerys no pensó en él, pensó en sí mismo y se defendió como pudo. Le entregó lo que quería, porque convenía que era una deuda.

—¡Eres un idiota! —grita al volverse. Van a culparlo de todo esto, van a decirle que se ha propasado. Una vez más, es un paria.

Lucerys lo sigue mirando, con su nuevo único ojo, pero no reacciona, la sangre sigue saliendo sin descanso de la cuenca vacía. La piel pálida del niño se pone más pálida aún, el escarlata pone ríos de color en su mejilla y besa sus labios. Aemond tiene la ira pegada a su garganta, una fiera necesidad de destrozarlo todo. Este debería ser su momento.

—Maestre, atienda al príncipe —Borros Baratheon se apresura a ordenar. La rata gris con cadenas corre hacia ellos—. No voy a ser recordado por ser auspiciante de una barbarie.

A su alrededor, los guardias y las mujeres evitan mirarlos. Los guardias para proteger a su señor, las mujeres por terror. La que sería su prometida, Cassandra, se apresura fuera con lo que parecen arcadas. La lluvia, incesante, golpea el techo y las afueras de manera rítmica. Aemond no puede decir que respire, más bien intenta no ahogarse con el aire. Los chillidos de Arrax perforan sus tímpanos, las trompetas de una guerra que no agradece.

Guarda el ojo y la daga.

El maestre se lleva al chico, halándolo de un brazo. Lucerys no deja de mirarlo, solo se distrae cuando una mucama llega con un paño de tela limpio para presionar en su ojo. Un gemido de dolor lo atraviesa y centra toda su atención en el hombre que le da indicaciones para poder atenderlo.

—Espero que eso haya sido suficiente, mi príncipe —Borros lo mira con precaución—. No albergaré aquí la primera muerte de una guerra.

—Este día su casa es terreno neutral. Atienda a mi sobrino y déjeme pasar la noche. Mañana nos llevaremos las disputas.

El hombre lo mira sin responder. Como todos los Baratheon, Borros es enorme, aunque eso no logra compensar su falta de inteligencia y poca visión. Es casi como un jabalí al que se le han puesto ropas limpias. Aemond no tuvo que hacer mucho para convencerlo al llegar; Cassandra, la mayor de todas las hermanas, se había ofrecido de inmediato para ser una esposa. Aemond no se había quejado. El espeso cabello negro de la muchacha, así como su sonrisa apacible, le habían despertado algo.

Ahora, mientras ella regresa, siente que la detesta.

—Esta es su casa, príncipe Aemond —dice el señor de Bastión de Tormentas—. Compartimos el pan y la sal, es usted un huésped. Se extiende la misma cortesía a su sobrino.

Después de eso, el hombre se levanta y abandona la sala. Detrás de él, sus hijas y su esposa lo siguen. Piensa en su propia familia, en Desembarco del rey; en su madre luchando con los deseos de su abuelo, en su hermano bebiendo hasta engordar, en su hermana cuidando de dos niños y esperando uno nuevo. ¿Serían alguna vez felices con lo que habían hecho? O, al igual que él, la victoria les sabría a ceniza en la boca.

—Mi príncipe —Lady Cassandra está ahora al lado de una mucama, los ojos azules de la muchacha están empañados—, Jorel y yo podemos indicarle su habitación para descansar.

A fuera, escucha a Vhagar lanzar un rugido, luego puede escuchar una explosión. La tez de su prometida se hace blanca, la idea de intimidarla le provoca placer. ¿Es eso lo que ha buscado siempre, no? No le provoca ninguna gracia que su poder para intimidar a Lucerys Velaryon se haya ido.

Envía un guardia para revisar a su dragón mientras es conducido por la fortaleza. La gran torre central alberga cámaras, habitaciones y pasillos bien organizados en su alrededor. Escaleras empinadas y nichos oscuros, el lugar es parecido al Torreón de Maegor. Cassandra y Jorel lo llevan a través de todo eso en un silencio simple, un silencio que le da a Aemond tiempo de pensar en su hermana Helaena; debió haber preguntado a ella, antes que a nadie, sobre todo esto.

Helaena siempre parece más práctica a la hora de enfrentar este tipo de encuentros. Seguro se reiría de la insistencia de Aemond por una causa perdida.

—Los dragones no saben bailar, pero son obligados. ¿No sería más divertido solo hablar con ellos? —habían sido sus palabras dos noches antes, cuando su padre aún vivía, y la posibilidad de poner a Aegon en el trono era un tanto remota.

Le había sonreído, antes de abrazarla para dejar que fuera con sus hijos. ¿Significaba esa frase algo? Durante años ha reflexionado que cada cosa que sale de la boca de su hermana, se convierte en una horrible realidad después. Cuantas veces sus balbuceos apócrifos no han llevado una verdad escondida.

"Va a tener que cerrar un ojo".

El cuarto que le asignan es amplio, oscuro, retumba con la lluvia que no amaina. Cassandra se mantiene de pie mientras el ama se ocupa de arreglarlo todo, un par de sirvientas entran después de ellos para poner una palangana de agua y una bandeja con bocadillos.

—Espero que mi señor pase una buena noche —Aemond ha escuchado que a las hijas de Ser Borros son llamadas Las cuatro tormentas, pero ninguna tiene ese pesado y arcaico velo de la dureza. Cassandra, aun así, tiene unos rasgos fieros y bellos.

Podría tomarla ahora, es su prometida. Igual que cualquier otro señor, su boda será solo una alianza política, no un acto de amor, podría al menos disfrutar de la parte física de todo esto. Pero es obvio que ella está aquí por compromiso, se mantiene a una distancia respetable y no a intentando entablar conversación. Le teme. Como debería temerle cualquiera, excepto quien desee entrar en su cama.

No es Aegon, no disfruta de tomar las cosas que no se le han dado.

—Agradezco su servicio y compañía, mi señora —responde a Cassandra, mientras ve a las demás mujeres salir de la habitación—. Le aseguro que honraré todo esto en nuestro compromiso.

Por un momento, la muchacha alza la vista y lo alcanza: ojos azules, eléctricos, una tormenta en marcha. No dice nada y sale del lugar. Aemond golpea un poste del dosel de la cama, el ligero dolor en los nudillos aparta lo peor de sus pensamientos: el hecho de que no quiere tomar cosas que no se le ofrecen.

Vhagar vuelve a rugir, la torre tiembla. Sabe que las pisadas de su montura pueden ser avasalladoras a propósito. Acercándose a la pared ligeramente curvada, levanta uno de los pestillos de una pequeña ventana rectangular. Ve el fuego y huele el humo: Vhagar ha iniciado un incendio cerca a la costa para echarse en él; Arrax, que parece desesperado y sobrevuela el humo y la cabeza de la dragona, se asemeja a un niño inquieto que no sabe qué hacer con el mundo que le rodea.

En términos de dragones, Vhagar es una anciana y Arrax poco más que un cachorro, sus tamaños también son desproporcionados, la montura de su sobrino a penas si tiene el tamaño de la cabeza de la suya.

⟪Lucerys⟫. Extrae el ojo de uno de los bolsillos en su chaleco, no es más que una masa blanca, que se derrite entre sus dedos cuando la aprieta. Su propio ojo había desaparecido con la misma rapidez, una pequeña lágrima de tiempo.

Se quita el parche y luego un guante. A veces es importante sentir la textura de la cicatriz y rememorar el dolor. Había gritado, chillado, se había escondido en el pecho de su madre mientras maldecía. Su felicidad por montar un dragón duró poco. Y la felicidad esperada por reclamar su venganza tampoco aparece. Está condenado a no recibir más que migajas de cualquier sentimiento.

Lanza otro golpe, esta vez a la pared.

Odia a su Aegon. Odia a Rhaenyra. Odia a toda su familia. ¿Qué los hace mejor que el resto? ¿Bestias y cabellos claros? No son más que un montón de personas engreídas cogiendo entre ellos para no tener que enfrentar el hecho de que no son nada, ¡nada! Aemond ha estudiado lo suficiente para saberse inadecuado para cualquier tarea que no sea matar y conspirar.

Pero matar y conspirar no dan pan, ni traen paz, ni hacen florecer imperios. Se van a masacrar, lo sabe porque nunca ha visto a Rhaenyra o Aegon decir que están equivocados o que han hecho algo mal. ¿Y su papel? Hacer ver todo esto un poco más diplomático, menos como una carrera de estúpidos. Un día, ocupará el lugar de su abuelo, aconsejando a alguien que prefiere follarse a una puta que saber el nombre de sus hijos, legítimos o no.

Aemond se odia. Odia a Lucerys. No puede reconciliar esta perdida con su perdida, tampoco puede dejarlo pasar. La deuda está saldada y él no puede abandonar la rabia y el hastío.

Una vez, hace mucho, le habían hecho gracia las tonterías de su sobrino. Había sentido dolor por sus perdidas y por la forma en que solían mirarlo en la corte. No quería ser su madre. Ahora lo es. Es su madre, abnegada a una posición impuesta con una familia que no le agrada ni entiende.

Si pudiera matarlos a todos, tal vez, tendría algo de paz.

No. Sería lo mismo, una ganancia vacía que se escaparía entre sus dedos, ¿quién quiere reinar sobre cadáveres calcinados? ¿Quién, en su sano juicio, quiere ser el rey? Él, por lo demás, podría contentarse ahora con volar para siempre, o con no sentirse abandonado. Lo que pudiese suceder primero.

Se consume en sus diatribas durante un rato. No quiere probar bocado, no puede pensar en un siguiente paso que no lo atormente.

...

#ElDolor

¿Estás despierto? —Lucerys tiene la cabeza pesada, puede escuchar la voz de su tío como un cincel en el borde de su mente. El acento valyrio no hace más que doler, donde las "s" y su vibración rebotan en la parte de atrás de su cabeza.

—Sí, creo.

No puede responder igual, el dolor es agudo, pisa detrás de su ojo faltante. Huele a medicinas, a humo y a sal. Casi podría fingir que está en alguna playa de Marcaderiva.

—¿Has venido por mi otro ojo?

Al intentar ojear su derredor, la cara de su tío ocupa todo el espacio. No tiene su parche, el ojo color violeta va de un lado a otro, parece desesperado.

Además de Aemond, poco puede ver. La estancia está en penumbras, solo una pequeña vela les da luz de un costado. Así, las llamas generan sombras afiladas en donde el zafiro se encaja en la cuenca vacía de Aemond.

Luke tiene algo de mareo.

No soy un maldito hipócrita. Pedí tu ojo y lo tuve.

—¿Entonces?… ¿Me tomarás prisionero? —hace un esfuerzo en hablar su lengua materna, solo por si alguien más los está escuchando.

No puede enfocar bien, se da cuenta.

—No —la respuesta es seca. Y hay silencio.

La cara de Aemond se retira. Más mareo.

—¿Es normal que me mareé? —pregunta desconcertado. Tiene miedo de quedarse así para siempre, se parece mucho a cuando toma algo más que vino aguado.

Hay un silencio largo.

—Sí, se ajustará.

—Es horrible.

Su tío emite un suave bufido, algo cerca de una risa. Es la primera vez en años, que escucha de él algo cercano a la alegría. Por mucho tiempo se ha preguntado si no arrebató esa noche algo más que el ojo de Aemond, también parecía que se había llevado la simple felicidad del día a día. Encuentra, dentro de sí, un poco de anhelo y tierno afecto por el niño con el que alguna vez compartió infancia, tan diferente del hombre que monta a Vhagar y lo ha insultado de todas las maneras posibles.

Va a haber una guerra, no creo que esto sea el final. —El valyrio de Lucerys es tambaleante, pero su acento es claro. Su sangre Targaryen es fuerte y no puede escapar de sus pensamientos catastróficos— Tendremos que partir mañana, tío.

Aemond lo mira un largo rato. Luke puede ver que su cabello, usualmente bien peinado, tiene estática y que su jubón está arrugado ¿Durmió? ¿Qué tanto ha dormido él mismo? Sigue con dolor, pero sin ganas de moverse.

—Llamaré al maestre —dice Aemond, como si leyera su mente—. Duerme bien, sobrino.

...

#LaEstrategia

En la mañana, la tormenta ha dejado pocos daños y Vhagar muchos. La franja oriental del bosque que flanquea Bastión de Tormentas está carbonizada; así mismo, Vhagar consiguió unas cabras y un venado que comparte con Arrax en medio del nido de carbón. Ambos dragones parecen disfrutar de comer a sus presas casi negras, más ceniza que carne.

Es una buena mañana, el sol reluce en el horizonte, sacando destellos de un azul prístino al Mar Estrecho. Casi no hay nubes. Es perfecto para volar.

Uno de los guardias le dijo que vio a los dragones dormir juntos luego de haberse tragado a un borracho que tuvo la valentía de acercarse. La primera cosa, lo perturba; la segunda le parece muy acorde.

—¿Está seguro de su decisión, Príncipe Aemond?

El señor de Bastión de Tormentas es un imbécil, pero uno que sabe oler las dificultades. Aemond lo compraría más con una liebre que con un venado.

—Claro que sí. Confíe en mí, estamos del lado ganador.

Cassandra, de pie detrás de su padre, le da una sonrisa tímida. Tendrá que regresar más tarde para hacer valer su palabra.

Lucerys llega poco después. No lleva el negro y rojo que lo caracteriza, sino un jubón blanco. Está pálido, su piel contrasta con sus rizos negros, recién lavados, y con el parche también blanco que lleva ahora.

Aemond quiere reírse por el intento de diferenciarse. No importa lo que haga, ahora son más familia de lo que eran ayer en la tarde, ahora comparten la misma herida y sus destinos están equilibrados.

Llama a Vhagar y le pide que baje su lomo.

—Ordena a Arrax que remonte el vuelo —dice a su sobrino— y sube sobre Vhagar.

—¿Y por qué haría eso? —el ojo verde se arruga. Los mofletes que aún no se pierden hacen que Lucerys se vea aún menor al inflarlos.

—Porque aún no tienes profundidad. Te estrellarás o serás conducido por Arrax. ¿No querrás caer de tu dragón en pleno vuelo?

—Prefiero eso a un secuestro.

Aemond pierde la paciencia. Camina hasta su sobrino y lo toma de un brazo, siendo claro: "Da la orden o te doy de comer a Vhagar"

—Príncipe Aemond —le llama la atención Borros Baratheon—. El príncipe Lucerys aún está bajo las leyes de la hospitalidad.

Aemond se voltea hacia su futuro suegro y sonríe.

—Eso será hasta que remonte el vuelo. Después lo puedo perseguir.

Al volverse a Lucerys, lo halla más pálido que antes.

El niño se acerca a Arrax y da dos instrucciones: Volar e ir a Rocadragón. Inteligente. Si el dragón vuelve sin su dueño, será una señal. Luego, camina hacia una de las patas de Vhagar, observando al animal con miedo.

—Gracias por todo, Lord Borros. Recuerde nuestro trato.

—Mi casa está a su disposición, mi príncipe.

El señor y su hija hacen una reverencia. Aemond ayuda a Luke a trepar por el costado de Vhagar y luego lo hace él mismo. Encaja a su sobrino entre el mando de la silla y su cuerpo, evitando cualquier escape o, si se desmaya, que no se caiga. No pueden acusarlo de no proteger a Lucerys y cuidar de su integridad.

Cuando toma las riendas propiamente dichas, Arrax ya no se ve en las cercanías. Da la orden y su dragón se eleva. Todos en el suelo tienen que echarse para atrás ante el viento que se levanta. Vhagar es vieja, pesada y enorme. No les toma mucho llegar a buena altura, el viento no hace mucha diferencia, planeando en un cielo despejado.

Lucerys se encoge. Es pequeño en comparación a Aemond, y el dragón sobre el que van bien podría tragarse un caballo entero.

—Tío, ¿A dónde me llevas? —la vocecita tiembla también. A Aemond le gusta cuando le temen.

El cabello recién lavado de su sobrino huele a romero, golpea contra su nariz cuando se acerca para susurrar: —Vamos a ponerle fin a una disputa, sobrino.

Lucerys se vuelve a estremecer. Su cuerpo es cálido y sus piernas se aferran entre temblores a Vhagar, ejerciendo fuerza sobre las de Aemond. Solo para obtener más de ese miedo, ordena Vhagar que suba más y que acelere el vuelo.


Notas de Autor:

Primero: Nunca es muy tarde para decir que ¡Amo escribir cosas para Trici! Que mi vuelta al fandom sea para ella 10/10. Le escribía historias cuando teníamos 15 y ahora tengo 25 xD

Dos: Esta historia tendrá siete capítulos, porque, como nos ha enseñado Alicent, la Fe es importante. No desesperen, se pondrá algo rara, pero no demasiado.

Tres: Si ven que me hago lío con la trama politíca, disculpenme. Estoy usando una mezcla del canon de los libros y de la serie (aunque la situación politica si parte de HoD, estaré usando muchos de los recursos de los libros para rellenar los huecos que no pudo HBO.

¡Gracias! Regresen en ocho días para la actualización.