PASTEL
—¿Jenna? Cariño, ¿te encuentras bien?
—Shh, invento un nuevo pastel.
Las voces de Dawn y Becky poco a poco fueron desapareciendo mientras la imagen de mis manos sobre una mesa llena de ingredientes comenzaba a trabajar en mi nueva receta.
—Se llamará: «Pastel no quiero al bebé de Earl».
—N-No podemos poner eso en el letrero —Dawn se oía nerviosa, tenía razón.
—Entonces que se llame «Pastel Bad Baby».
—Eso suena mejor. ¿De qué está hecho?
«¿Qué hay dentro?» «¿De qué está hecho?» Son preguntas diarias que siempre me hacen y siempre respondo. Ahora mismo hay muchas cosas que quiero decir, pero no soy capaz. Dejaré que la composición de mi nueva receta hable por mí. Mantengo mis ojos cerrados todavía, no quiero abrirlos, me asusta hacerlo.
—Es un quiche de huevo y queso Brie con un centro de jamón ahumado.
No podía verla, pero supe muy bien que Dawn sonrió con la descripción. Ella me dijo una vez que con mis descripciones podía saborear mis pasteles, estoy segura que siente el queso derretirse en su lengua mientras el sabor del jamón ahumado impregnaba toda su boca.
Tres sonoros golpes en la puerta del baño me hicieron regresar a la realidad. Nuestro jefe debe haber notado nuestra desaparición; algo normal, somos las únicas meseras en ese restaurante en la carretera.
—¿Por qué no tengo a mis meseras en sus áreas? ¿Qué tanto hacen ahí?
—¡Vete al diablo, Cal! —Becky no tuvo asco en responderle, le importaba más mi situación. Pero yo ya no quería pensar en eso.
—¡No pasa nada, Cal, ahora vamos! —le avisé con un grito, a pesar de que mis amigas no estaban de acuerdo.
Decidí no decir nada más y tiré la prueba de embarazo a la basura. Después podía encargarme de eso, tenía que trabajar.
Quizás fue buena suerte, pero mi estación estaba vacía y pude regresar a la cocina. Tomé todos los ingredientes para comenzar el Bad Baby, pero mis manos botaron a un lado todo lo que tenía, una nueva receta venía a mi cabeza.
—«Pastel odio a mi esposo» —dije en voz alta.
Eso, eso es lo que quiero hacer ahora. Me encuentro demasiado frustrada y quiero llorar de la rabia.
—Tomen chocolate amargo y no lo endulcen. Lo convierten en crema y lo cubren con caramelo.
Chocolate amargo, tan amargo como lo es vivir para mí. Hace años que dejé de fingir que todo iba bien en mi matrimonio. Earl empezó a maltratarme y todos en mi trabajo lo sabían, agradecí que no me preguntaran, y que se limitaran a hablar de otra cosa. No, ya no me interesaba fingir que era feliz, no quería endulzar algo que no valía la pena. Hice lo que siempre hago en estas ocasiones: hornear. Podía convertir toda esa frustración de chocolate amargo en crema y cubrirlo con caramelo, así como cubría mi estrés con una sonrisa.
—Azúcar, mantequilla, harina; por favor, no me decepcionen…
Soy tan inútil que no encuentro otra manera mejor de lidiar con mis problemas. No tengo idea de cómo voy a vivir con un esposo abusivo y ahora un bebé que no quiero. No tengo opción, tengo que prepararme para la parte más difícil de mi vida. Hornear siempre me ha ayudado a superar tiempos difíciles, ¿Cómo va a ayudarme ahora? No quiero pensar que esta vez no funcionará.
En realidad, lo hizo.
La primera vez que conocí al doctor Jim Pommater, pensé que era un inepto y que se había equivocado de consultorio. Resultó que mi doctora se fue de vacaciones y no me avisó. No quería regresar a casa con la tarta que había horneado para ella, así que se lo di. Pero no me daba confianza, era nervioso, desordenado y olvidadizo.
Unos días después me lo encontré en la parada de autobuses. Él me saludó con un tartamudeo y se sentó a mi lado. Quizás era extraño y me incomodaba, pero al menos me distraía.
—Disculpe, yo, uhm, bueno. La tarta estuvo deliciosa.
Una palabra amable en todo el día.
—Pero delicioso no es una palabra que la describa bien —continuó—. Lo que hace con la comida es mágico.
—Muchas gracias, doctor.
—¿La incomodé?
Me reí, pero no estaba segura por qué.
—Bueno, no estoy acostumbrada a que alguien se fije en mí de esa forma.
—Pero alguien lo hizo, ¿no?
—¿Uhm?
—Es decir, el bebé, ya sabes. Ehmp.
—Oh, eso. Sí, supongo.
Agradecí que no diga nada más, pero seguía un poco feliz de que me haya dado un cumplido.
—Es increíble. Espero volver a probarla.
—Claro.
El doctor se despidió de mí y se fue en el siguiente autobús. Me quedé ahí, todavía no quería llegar a casa. Estaba segura que Earl ya me estaba esperando. No pensaba decirle lo de mi embarazo, debía ocultarlo lo mejor que podía.
Las siguientes semanas seguí yendo a mi control, pero saber que me encontraría con el mismo doctor me estaba causando mucho malestar. Quizás tenía buenas intenciones, pero me irritaba su forma de ser. Tan torpe y tartamudo, ni siquiera podía explicar bien sus recomendaciones. Me terminé por hartar cuando me citó sólo para decirme que era normal gotear.
—¡Usted me incomoda y no quiero volver a verlo!
No tengo idea de que pasó, pero lo besé después de gritarle.
Ni siquiera sé en qué momento me regresó el beso.
Tampoco por qué terminamos en su auto y me llevó al trabajo. Nos miramos como si hubiéramos cometido un crimen. Parte de mi impresión se fue cuando reparé en cómo su boca estaba con mi lápiz labial.
¿Qué acababa de pasar!? ¡No puede ser, Earl va a matarme! Me senté en una de las mesas, todavía sin saber qué estaba sintiendo. Traté de calmarle, nadie nos había visto, quizás esto podía mantenerlo oculto y…
—Jenna, buenos días. Parece que te han dado una buena.
—¿Ah?
El dueño del local, tan anciano como desvergonzado, se acercó a mí y dijo aquello en voz alta. Me cubrí la boca con una mano al recordar mi labial corrido, no podía entrar así al restaurante.
—Mira, lo que hagas con tu vida no es algo de lo que deba fijarme, pero soy el dueño así que anda, cúbrete tus indiscreciones y prepárame esa tarta de fresa tan mmm…
Si a él no parecía importarle, entonces a nadie más tendría por qué hacerlo. Iba a arreglar las cosas en mi próxima cita.
Volvió a pasar.
Una y otra vez.
Semanalmente comenzaba a esperar mis controles para repetir el mismo error. Sacaba citas que no necesitaba o solo aparecía con una tarta en mis manos. De la noche a la mañana pasé de odiarlo a sentarme en sus piernas mientras le daba de comer chocolates.
Sabíamos que no estaba bien, él estaba casado y yo igual de casada, pero embarazada. Aun así, éramos felices. Cometiendo ese error éramos felices. Él me animaba con mis recetas y estaba seguro de que yo ganaría si decidía participar en el concurso de pasteles del condado.
Pero Earl seguía prohibiéndome asistir. Me decía que nadie más que él debía disfrutar mis pasteles, además de otras cosas que me asustan. Todo lo que era feliz con el doctor, era infeliz con él. Si Pomatter y mis compañeras confiaban en mí, quizás sí tenía alguna oportunidad de ganar. Con dinero extra podría huir.
Todas mis esperanzas terminaron en la basura cuando Earl me descubrió esperando el autobús, lista para ir al concurso. Me lanzó dentro del auto y le grité que estaba embarazada para que dejara de golpearme.
No le agradó la noticia al inicio, pero después pareció aceptarla. No quería que abortara porque me «moriría y no quería quedarse solo» (ojalá pudiera hacer las dos cosas). Solo me hizo prometer que no iba a querer al bebé más que a él.
Los meses pasaron y dejé de trabajar después de un arranque de ira de su parte. El doctor fue a visitarme unos días después de lo sucedido. Con Earl en el trabajo y con el doctor en mi casa, pude descansar por fin como no lo había hecho en años. Hicimos un pastel juntos, quería compartirle un poco de mi felicidad, así como él lo hacía conmigo.
—¿Sabe, doctor? Mi madre solía cantarme cuando horneábamos juntas.
Normalmente no lo haría, pero algo en él me invitó a cantar. Me sentía segura a su lado.
—«Cariño, ya no llores más, haré un pastel con un corazón en el medio. Cariño, no estés triste, haré un pastel con un corazón en el medio. Cariño, será un pastel del mismo cielo. Estará lleno de mi cariño en forma de fresas. Cariño, no llores, te tendré para siempre en el centro de mi corazón».
Metimos la preparación en el horno y solo nos quedaba esperar. Él me abrazó con cuidado, guardando silencio.
—¿Por qué estás aquí? —le pregunté, todavía no estaba segura si esto era real.
—Soy feliz cuando estoy contigo.
Normalmente tartamudea y es difícil comprenderlo, pero hoy está tranquilo, mirándome directamente a los ojos. Hace mucho que no sentía que alguien me quería.
—Me haces sentir tranquilo, me haces sentir paz, normalmente soy muy neurótico, pero contigo…
Earl cambió desde de que nos casamos y se convirtió en alguien a quien le temía. Empecé a vivir con miedo, a sentir lo solitario que es ser una mujer pobre y asustada. Luego conocí al doctor Pomatter y me hice adicta, adicta a decir cosas y que a alguien le importara.
Me mantuve pensando en sus palabras cuando terminó mi revisión semanal, una vez más en la clínica después de varios días lejos. El doctor dejó lentamente el estetoscopio a un lado, lo conocía bien, sabía que quería preguntarme algo. Yo fui la primera en hablar.
—Quisiera irme lejos…
No pude mirarlo a los ojos. La idea de que ambos éramos felices juntos a pesar de nuestra situación me hacía sentir culpable. Su esposa no tenía la culpa, el mío era un monstruo, pero no podía usarlo como excusa. Tenía miedo de seguir ahí.
—…contigo.
Tengo miedo de volver a mi casa. Tengo miedo de ser madre y miedo de quedarme sola. Sé que todo está mal, pero no puedo pensar en otra cosa que huir con él.
Las lágrimas bajaron por mi rostro cuando él me susurró que lo esperar afuera. Nos iríamos lejos del condado, donde nadie nos podría encontrar. Él no iba a permitir que Earl siguiera maltratándome, ni dejar que desapareciera sola y con un bebé.
Me senté en el porche mientras trataba de calmarme internamente, ya habíamos tomado una decisión. No había marcha atrás.
—¿Estás lista, Jenna?
Lo miré con espanto.
—Doc...tor, se me rompió la fuente.
No, no había marcha atrás para mí.
Disclaimer: El musical y la película fueron escritos por Sara Bareilles y Adrienne Shelly respectivamente.
