Hola!! Jojojojojo, tal como os dije, ya he vuelto con la secuela de mi fic!!!!. Pero os advertiré una cosa: en esta ocasión no van a haber viajes en el tiempo (o por lo menos, no serán el tema principal), el argumento va a ser un tanto más complicado… se podría decir que raro XDDD, me encanta escribir sobre cosas raras que no se le han ocurrido a nadie (0 casi ^^').
En fin, el título os resultará extraño, pero ya se aclarará de qué va la cosa en su debido momento. Por supuesto que los personajes de mi otro fic deambularán por ahí y respecto al primer capi, es un poco de introducción, si no habéis olvidado mi anterior fic, recordaréis que me gustan los comienzos misteriosos y sin explicación aparente ^^'. También me he dedicado a cumplir un sueñecito de Harry, ya veréis ^.-
Espero que os guste mucho, y a ver si dejáis revi para que pueda contar con una visión crítica y empezar con buen pie!! XDD. Ale, muchos besos a todos, ojalá que os guste!!!!
Enter the Matrix now!!!!
HARRY POTTER Y EL TRIÁNGULO DE PHAROS
1. Liberto
Isla de Faros, Egipto, 29 julio de 2002
Una tea se alzó entre la oscuridad absoluta que reinaba en la enorme sala, reflejándose su luz en las numerosas vitrinas de cristal que la poblaban. Sombrías estatuas y armaduras que parecían llevar siglos allí se iluminaron también adquiriendo un aspecto más que fantasmal. Sarcófagos, ánforas antiguas y oxidadas, utensilios y herramientas de lo más diverso… todo se iluminó en la sombría penumbra libre de la oscuridad. La gran sala central del museo mágico de arqueología más importante de Egipto regresó a la vida durante unos instantes. El museo estaba oscuro y silencioso y ya nadie se hallaba dentro de sus puertas aparte de los vigilantes… o al menos, eso creían ellos.
El dueño de la tea paseó su ávida mirada por las paredes de piedra recubiertas de tapices, hasta dar con una vitrina bastante grande situada en un extremo de la habitación. Otro hombre apareció por detrás de él mudo como una tumba. El primero sonrió de forma siniestra y echó a andar hacia dicha vitrina. Se detuvo delante de esta y la examinó. Estaba repleta de pergaminos viejísimos, algún que otro libro, manuscritos… también habían numerosos objetos dedicados en otro tiempo a alguna clase de ciencia, o más probablemente magia. Todos parecían ser de mucho valor y de importancia histórica, al menos en un cierto grado. Pero sólo uno llamó la atención de los recién llegados. Un mapamundi vulgar, como podría haberlo sido otro cualquiera. La esfera de la Tierra, amarillenta y estropeada por los años giraba sobre un eje de metal oscurecido. No parecía presentar nada de especial.
—Ese es —señaló el hombre que iba en segundo lugar.
—Bien, sujétala —el otro le tendió la antorcha a su compañero.
Acto seguido se descubrió la capucha de la túnica dejando ver un rostro joven en el cual destelleaban dos ojos gris-verdoso, con una emoción difícil de describir. Se apartó un mechón de pelo caoba que le caía sobre la frente. Estaba claramente excitado y sudaba de puro nerviosismo.
—Ilumina ahí —indicó, señalando hacia el mapamundi.
El otro lo hizo. El hombre de ojos grises adelantó entonces ambas manos, cubiertas por unos guantes extraños, de color negro, que emitían un brillo indefinible. No parecían hechos de ningún material común que se pudiera conocer a simple vista. Posó las manos sobre el borde de la vitrina.
—Bien, veamos si es verdad que funcionáis —dijo, al tiempo que realizaba una ligera presión hacia arriba.
Sus manos emitieron un resplandor azulado que inmediatamente se extendió por los bordes de la vitrina. En apenas un momento y sin esfuerzo prácticamente, el hombre sujetaba entre sus manos el cristal superior de la vitrina manteniéndolo parcialmente levantado. Ni siquiera sonó una alarma. El otro se adelantó y extrajo el mapamundi sin necesitar indicación alguna. Con cuidado, el primero colocó el cristal en su lugar y lo soltó despacio. El tenue brillo azulado desapareció y el cristal quedó tan soldado como antes.
—Sorprendente —se admiró el dueño de los guantes—. Han anulado la magia que soldaba el cristal e incluso la encargada de hacer sonar la alarma.
—Ha sido fácil —dijo el que sostenía la antorcha—. ¿Qué hacemos ahora con esto?
Levantó el mapamundi recién sacado de su lugar. Su compañero se acercó y lo tomó, examinándolo con cuidado. La madera de que estaba hecha la esfera parecía recia y de buena calidad, y los países estaban pintados con todo detalle y una maestría asombrosa, sin embargo, eran extraños. Por toda la superficie del mapa sólo se encontraban Europa, Asia y África, el resto de continentes brillaban por su ausencia. El hombre sonrió.
—Nuestro amigo el filósofo estaba más avanzado que su mundo, al parecer —dijo—. Un trabajo excelente, este mapa. Una reliquia valiosa… algo me dice que bajo esta capa de mugre se encuentra un precioso eje de plata.
—Es valioso, sin duda, pero hay cosas en este museo que valen muchísimo más. ¿Por qué robar precisamente esto? —preguntó el otro.
El hombre que sostenía el mapa sonrió de nuevo, de forma poco tranquilizadora. Alzó un poco más el objeto y lo miró de nuevo.
—Has de saber valoro este trabajo, Owen, como dices, es bastante valioso… pero ¿sabes? Hay algo que valoro todavía más… algo que ellos valoran todavía más.
—¿Qué? —preguntó Owen.
Por toda respuesta, el otro levantó el brazo que sostenía el globo, y lo bajó de golpe, estrellando el objeto fuertemente contra el suelo. Fragmentos de madera salieron despedidos en diversas direcciones, causando un fuerte ruido que se expandió como un eco por la sala y probablemente, por buena parte del museo. Owen, que lo había observado todo, se horrorizó ante semejante reacción.
—¿Te has vuelto loco, Keiths? ¡Lo has destrozado, y para colmo seguro que nos han oído los guardas! ¿Qué haces? ¡Maldita sea!
Keiths se agachó y recogió el globo, del cual se había desprendido un cacho de madera, dejando al descubierto un espacio hueco dentro del cual se adivinaba algo. Resplandeciente, el hombre metió la mano en el hueco y lo sacó.
—Cállate, idiota —replicó con desdén—. Y mira esto.
Mostró lo que parecía un retal de terciopelo envolviendo algo. Deshizo el paquete y sacó un objeto de su interior. Lo acercó a la luz de la antorcha. Era un prisma metálico que recordaba a una pirámide de tres caras, pero sin llegar a serlo. Una de las caras era más ancha que las otras y los ángulos no se correspondían del todo. Las caras pequeñas lanzaban un resplandor dorado, probablemente eran de oro, pero la otra emitía destellos verdosos.
Owen lo observó asombrado.
—¿Qué es eso?
—El verdadero motivo de nuestro viaje —replicó el otro, tranquilamente—. Y lo que ellos querían que les lleváramos.
Owen asintió, con el ceño fruncido.
—No me informaron de esto, ¿estás seguro?.
—Desde luego, querido Owen. Estoy más que seguro. Aunque no me extraña tu asombro, en teoría, yo tampoco lo tenía que saber.
Owen miró a su compañero con evidente recelo.
— No entiendo nada de lo que está pasando, pero no pienso quedarme a escuchar la explicación. Gracias a ti, los guardas deben de estar al llegar… Imbécil, ¿no podrías haber roto el globo ese sin hacer ruido? —concluyó, furioso.
Keiths profirió una carcajada suave y gutural.
—¿No crees, Owen, que si hubiera querido lo hubiera hecho? —se detuvo un momento, escuchando atentamente. Los pasos apresurados de alguien se oían, lejanos, pero cada vez más cerca—. Ahí están, la verdad, qué poca eficiencia.
—Estás completamente loco. Vámonos de aquí —gruñó Owen echando a andar hacia la oscuridad mientras sacaba su varita.
En ese momento, una mano se aferró a su brazo y lo retuvo. Cuando se dio la vuelta alarmado para protestar, la otra mano de Keiths, enguantada, le cogió del cuello y empujando lo estrelló contra la pared. La antorcha que sujetaba cayó al suelo y rodó dejando tras de sí un reguero de brasas resplandecientes. Owen no tardó en iluminarse con ese siniestro resplandor azul que momentos antes se había producido en la vitrina. Notó que se debilitaba rápidamente.
—¿Qué haces? —logró articular a duras penas—. ¡Suéltame, cabrón, esto no es necesario!
Keiths sonrió con maldad.
—Claro que es necesario, Owen… lamentablemente eres un estorbo a eliminar. Tengo mis propios planes para esto —dijo, fríamente, alzando el prisma recién encontrado.
—¿Qué? ¡Por Dios, Keiths, haz lo que quieras con él, pero suéltame! ¡No represento ningún peligro para ti! ¡Suéltame!
Keiths rió en voz baja.
—Me gustaría poder creerte, Owen, pero sería realmente una idiotez por mi parte confiar en una rata corrupta como tú… y sobretodo ahora que sabes más de lo que deberías.
Owen ya no pudo responder. Keiths le apretó la garganta, estrangulándolo. Los guantes anuladores de magia le robaban las fuerzas y apenas se pudo defender. En un momento, Owen yacía tirado en el suelo y con los ojos en blanco. Keiths se apartó de él con asco.
—Podría haber sido un poco más rápido, Owen, pero tuviste la lamentable idea de llamarme imbécil.
Y tras decir esto con una mueca de absoluto desprecio, se desapareció justo en el momento en que dos guardas irrumpían en la habitación.
Gran Bretaña, 31 julio de 2002
Hermione se levantó rápidamente de la cama y lanzó hacia atrás la revista que había estado leyendo mientras dejaba su habitación y bajaba a toda velocidad las escaleras que daban al piso inferior. El ruido y las quejas que había oído en el piso de abajo le daban una idea más o menos clara de lo que estaba pasando en la sala de estar. Como una tromba cruzó el pasillo e
irrumpió en dicha sala para presenciar una escena de lo más cómica. Su padre, en mitad de la sala, leía despreocupadamente el periódico de aquel día rodeado de una colosal nube de hollín, y a su lado, Ron se ponía en pie sacudiéndose el polvo de la túnica. El pelirrojo se dio la vuelta aún sin verla y ayudó a levantarse a un bulto negro que yacía en el suelo al lado de la chimenea. Ese bulto resultó ser el señor Weasley.
—Cariño, tu amigo ha llegado —anunció el señor Granger sin molestarse en levantar la vista del periódico.
Hermione soltó una carcajada y se acercó a Ron. Este le sonrió y se dieron un abrazo, a modo de saludo. El señor Weasley se acomodó la túnica y se aseó el pelo. Luego se acercó al padre de Hermione, que por fin apartó su mirada del periódico y se levantó. Se dieron la mano.
—Buenos días, Jim, lamento el estropicio —se excusó el señor Weasley a duras penas.
—No pasa nada, es culpa mía por no limpiar la chimenea. ¡Cómo si no supiera que siempre haces lo mismo! Dime, Arthur, ¿cuándo aprenderás a usar el tren? —bromeó el padre de Hermione, que ya estaba más que acostumbrado a las visitas de Ron en verano.
Ron y Hermione se acercaron a los dos adultos.
—Papá, ¿ya sabes dónde tenemos que ir? —preguntó Ron.
—Sí, claro, pero antes tenemos que ir a recoger a Harry.
—¿Y la señora Weasley y los demás? —preguntó Hermione.
—Acudirán directamente. Una vez recojamos a Harry ya nos reuniremos con ellos.
—¡Qué sorpresa se llevará! Tengo unas ganas de verle… no se lo podrá creer cuando se lo digamos —dijo Hermione emocionada.
—Bueno, será mejor que nos demos prisa. De nuevo mis disculpas, Jim, te lo arreglo en un segundo.
Tras decir esto el señor Weasley sacó su varita y agitándola volvió a dejar la habitación tan limpia y reluciente como lo estaba antes.
—Nunca dejarás de sorprenderme, Arthur —dijo el señor Granger paseando el dedo por encima de la mesa sin sacar una mota de polvo.
—Es lo menos que puedo hacer… en fin, nos vamos ya. Saluda a tu mujer de mi parte.
Hermione se acercó a su padre y le dio un beso.
—Volveré esta noche, ¿vale?
El señor Granger asintió y se despidió del grupo mientras el señor Weasley sacaba los polvos flu y los echaba en la chimenea. En apenas un minuto, todo el grupo había desaparecido entre un muro de resplandecientes llamas verdes.
* * *
Krysta fijó la vista en el plato de pollo que tenía delante mientras masticaba ausente. Hacía un mes que había dejado Hogwarts para irse a vivir con su tío y no podía sentirse más feliz. El tiempo en aquel último mes había transcurrido rápidamente, fundiéndose unos días con otros en una imperturbable clama que la niña había echado de menos desde hacía cinco largos años… ahora seis. Esa calma compartida con su tío les había permitido conocerse mejor y no sólo eso, también les había permitido iniciar las prácticas para ayudar a Krysta a dominar su poder. Hasta el momento no habían logrado gran cosa, pero al menos era un comienzo. Esas prácticas consiguieron eliminar la tensión por completo, hasta el punto de que los desagradables sucesos del curso pasado parecían hallarse ya olvidados. Ninguno de los dos los había mencionado, lo que daba a entender que tenían intención de no pensar en ellos nunca más. Krysta se sentía a sus anchas en la gran casa de su tío, acompañada además de una elfina doméstica y un divertido y arrogante gato. Le encantaba aquella casa.
—¿La has acabado ya? —una voz cortó sus pensamientos.
Krysta levantó la cabeza del muslo de pollo en el cual había estado concentrada. Un hombre la observaba con atención desde el otro lado de la mesa. Su tío Andrew. Tragó antes de contestar.
—Sí, a pesar de todo la he terminado… en serio, tío, deberías enseñarle a Windy a tranquilizarse un poco. Estaba desesperada, la pobre.
Andrew bebió un sorbo de vino de su vaso y sonrió.
—Normalmente cocina ella, ya sabes… digamos que le es una experiencia nueva eso de quedarse mirando. ¿Te ha molestado mucho?
—Al principio, cuando no paraba de saltar de un lado para otro y se empeñaba en cambiarme los ingredientes. Es una elfina muy eficiente, pero demasiado atenta —Krysta se llevó el vaso de agua a la boca—. Por suerte me la he quitado de encima. Ha quedado una tarta muy presentable.
Andrew la miró divertido.
—¿Que te la has quitado de encima, dices? Me gustaría saber como —dijo.
—Fácil. Le mandé a ordenar tu despacho.
Andrew soltó una carcajada.
—¿Cómo puedes ser tan cruel? ¡Se tirará todo el día!
Krysta rió también.
—Exacto. Ella es feliz así, ¿no?
Un maullido lastimero a su lado interrumpió la conversación. Krysta miró hacia abajo para ver un gato enorme de color negro y aterciopelado que se acercó andando con paso armonioso. Les lanzó una mirada de reproche con sus dos enormes ojos azules, que brillaban como dos faros en mitad de su rostro gatuno, completamente negro (N/A: será verdad eso de que los animales se parecen a sus amos ^___^). Andrew bufó y cogió un pedazo de pollo para dárselo al animal, que lo engulló en un segundo.
—Cada día estás más gordo, bicho. Te voy a poner a dieta —amenazó Andrew observando al animal.
El gato replicó con un maullido de protesta y se alejó para subirse de un salto en el sofá, donde se repantigó encima de un almohadón, provocando a su dueño con una mirada atenta. Andrew prefirió dejarlo estar.
—Ocho años intentando que no se acerque a mi sofá y aún no lo he conseguido —gruñó, acabándose el último pedazo de carne de su plato.
Krysta se rió.
—Me encanta Atlas, siempre hace lo que quiere —Krysta se calló y pareció meditar algo mientras devolvía la atención a su plato. No sabía si preguntarlo—. Tío… ¿me… me dejarías llevarlo a Hogwarts como mascota? —pronunció al fin.
Andrew la miró atentamente un momento y al fin contestó, sonriendo.
—Puedo hacer algo mejor… cuando vayamos al callejón Diagon te compraré una para ti —dijo, dejando a Krysta más que asombrada.
Krysta lo miró como si no se lo creyera.
—¿De verdad? ¿Lo dices en serio? ¿La que yo quiera? —preguntó emocionada.
—Sí, pero acábate eso de una vez, vamos a llegar tarde —le indicó Andrew, señalando el plato de su sobrina.
Krysta se acabó lo que le quedaba en un momento. Se bebió de un sólo trago el agua de su vaso y lo dejó encima de la mesa rápidamente.
—¿Y qué me puedo comprar?, ¿una lechuza? —siguió ilusionada con la perspectiva de tener su propia mascota—. Las lechuzas son muy útiles pero los gatos me gustan más… a lo mejor un conejo, pero no, no sirven para nada, ¿qué te parece…?
—Ya lo veremos, ahora recojamos esto de una vez. Tenemos que irnos. Si seguimos así, cuando lleguemos tu tarta estará podrida —cortó Andrew impacientándose.
—Sí, claro… ¡tío, gracias! ¡Qué ilusión! —Krysta se puso en pie y recogió su plato y los cubiertos—. Pero dime, ¿cómo es que me quieres comprar una mascota de repente?
Andrew le dirigió una sonrisa torcida mientras se ponía en pie a su vez.
—No creerás en serio que voy a compartir mi gato contigo —dijo, marcando la última palabra.
Krysta sonrió con malicia mientras echaba a andar hacia la puerta sujetando su plato en una mano.
—Noooo, claro que no. Por cierto, tío —Krysta amplió todavía más su sonrisa—…el pollo te ha quedado crudo por dentro.
Le dio unas palmaditas en la espalda y salió del salón, dejando a Andrew profundamente indignado. Eh, que para ser la primera vez no estaba tan mal. Niñata listilla… la próxima vez cocinaría ella.
* * *
Harry se inclinó sobre el espejo analizando su imagen. Un adolescente moreno de ojos verdes con el pelo negro y de punta le devolvía la mirada atentamente. Harry bufó analizándose de cerca la mejilla, ese maldito acné que persistía... ya estaba bastante harto. De todas formas era normal, ése mismo día cumplía dieciséis años. Le preguntaría a Hermione si no conocía algún hechizo eficaz contra el acné.
Pensar en su cumpleaños lo deprimió un poco. Otro año más que lo celebraría esperando solo en su cuarto a que llegaran las lechuzas con sus paquetes de regalo. Los regalos lo animaban bastante, pero por una vez le hubiera gustado tener un cumpleaños normal. Suspiró y se apartó del espejo justo en el momento en que la voz histérica de su primo se hacía oír desde la puerta.
—¿Es que vas a quedarte ahí todo el día? ¡Sal de una vez o tiraré la puerta abajo!
Harry llevaba un buen rato ignorando sus gritos, pero ante esta última amenaza prefirió abrir. Estaba seguro de que Dudley era capaz de cumplirla y de que después las culpas serían para él. Abrió la puerta y su primo lo apartó de un empellón irrumpiendo dentro del baño.
—Aparta, memo, que me he de arreglar —rugió Dudley.
Harry tuvo que hacer acopio de todo su aplomo para evitar que se le escapara una carcajada. Dudley iba vestido con una camisa blanca que le venía tan apretada que Harry apenas pudo explicarse cómo era capaz de respirar. A ello se sumaba un pantalón de raya negro, un chaleco púrpura y una pajarita que asomaba tímidamente por entre su ya única papada (a pesar de seguir siendo un mastodonte grasoso, Dudley había conseguido mejorar parcialmente su figura). La explicación de su estrafalario atuendo era el hecho de que tía Petunia había tenido la flamante idea de apuntar a su pastelito al coro del colegio, ya que según ella, Dudley tenía un alma sensible y una gran capacidad creativa que se tenía que alimentar. Harry pensaba más bien que para lo único que era sensible Dudley era para detectar comida a través de las paredes y que su creatividad residía en las distintas maneras que tenía de partir la cara de la gente. Respecto a lo de alimentar sus cualidades, mejor no hablar.
—¿Es que piensas quedarte ahí mirando como meo? !Lárgate del baño, imbécil! —espetó Dudley bastante alterado.
Harry no esperó a que se lo repitiera. La verdad, la imagen de Dudley meando era algo como para dar pesadillas al más pintado. Harry dejó el baño a toda velocidad y bajó al salón, donde sus tíos esperaban vestidos de punta en blanco. Dudley tenía concierto esa tarde, el último hasta septiembre. El coro del colegio de Dudley era bastante bueno y actuaba de vez en cuando fuera de horario escolar, incluso en vacaciones. Harry no había ido a verlo ni una sola vez, cosa que por una parte lamentaba. Dudley desafinaba tanto al cantar que sonaba como una riña de gatos. Verlo hacer el ridículo debía de ser un espectáculo digno de ver.
Dudley no tardó en bajar del baño, y nada más lo hizo, sus padres se pusieron en pie decididos a marcharse ya. Aquel año Harry pasaría solo su cumpleaños… literalmente. Por alguna razón sus tíos habían considerado que ya era lo bastante mayor como para quedarse solo en casa y no quemar nada.
—Muy bien, retaco, nos vamos ya —dijo el tío Vernon, alzando su gigantesco índice hacia Harry—. Pero antes te voy a advertir de algo: si se te ocurre hacer alguna estupidez, por pequeña que sea, mientras estamos fuera, te aseguro que lo notaré y lo pagarás caro. Y más te vale tener presente que tengo contados los cubiertos de plata.
Tras decir esto, se dio la vuelta y sin la más mínima palabra de despedida siguió a su mujer fuera de la casa, quien ya se estaba encargando de elogiar convenientemente al cachalote de su hijo. Harry se quedó solo, y con unas ganas terribles de convertir la cubertería de plata en alpiste para Hedwig, pero por suerte se contuvo.
Con un suspiro se dejó caer en el sofá del salón y miró la hora. Las tres y media de la tarde. Tenía toda la tarde para… ¿para qué? ¿Para esperar lechuzas? Qué divertido, tú. Otro verano aburrido. Era sorprendente cómo parecían complicarse las cosas en cuanto cruzaba la puerta de Hogwarts, pero mientras tanto, el verano siempre aburrido, lo tenía absorbido por completo dentro de la rutina. Aquel mes de aburrimiento continuo incluso le había hecho olvidarse parcialmente de todos los problemas acarreados el año pasado por La Piedra del Tiempo y Voldemort. Había sido un curso intenso, y en un principio había agradecido el descanso de las vacaciones, pero en ese momento ya estaba más que harto del verano. Deseó tener algo interesante que hacer aparte de ver la tele.
Aunque bien mirado, estaba solo en casa de sus tíos. Podría trastear un rato entre los juguetes de Dudley, el muy idiota ni siquiera tenía por qué enterarse. No le pareció una mala idea. Se levantó bastante animado, cuando oyó que llamaban a la puerta. Se asombró un momento, pero luego se dijo que probablemente eran sus tíos, que habían olvidado algo.
Giró sobre sus talones para acercarse a la puerta y abrir. Cuál no sería sus sorpresa al descubrir, al otro lado del umbral, a un chico pelirrojo, acompañado de otra chica de pelo castaño y un adulto sonriente que le saludaba con un guiño burlón.
—¡Pero… pero…! ¿Qué…?
Harry estaba tan asombrado que no conseguía articular nada inteligente. Ron y Hermione tomaron la iniciativa, saludándolo con un fuerte abrazo y deseándole un feliz cumpleaños. El señor Weasley le dio la mano contento. Ron le palmeó la espalda.
—¡Harry, tenía miedo de no encontrarte vivo! ¿Cómo te va con tus tíos? ¿Están por ahí? —preguntó.
Harry negó con la cabeza.
—No, no están, precisamente acaban de salir… ni siquiera está Dudley. ¡Pero pasad! ¿Queréis tomar algo? —respondió Harry.
—No, no, si en realidad hemos venido a recogerte, Harry, no a visitarte —dijo el señor Weasley—. Recoge todas tus cosas… tengo la corazonada de que no pisarás esta casa otra vez en bastante tiempo.
Tras decir esto les guiñó un ojo enigmáticamente a Ron y Hermione. Harry los miró asombrado, sin entender qué pasaba allí.
—Pero no puedo irme sin más. A mis tíos no les hará ni pizca de gracia, y luego…
—Haznos caso, Harry, y no te preocupes por tus tíos. Te tenemos reservada una sorpresa, ya lo entenderás. Tú ven y no preguntes —le apremió Hermione.
Finalmente Harry se rindió. Subió a su habitación y recogió todas sus cosas metiéndolas en el baúl. También la jaula de Hedwig y la de Sacch. Sus tíos no habían visto con demasiados buenos ojos a la nueva mascota mágica de Harry, así que el pobre gripnie se había pasado todo el verano enjaulado y sin hacer prácticamente nada.
En cuanto estuvo listo, Harry bajó corriendo y salió de la casa con todos los bártulos. Entre todos le ayudaron a llevarlos.
—¿Y dónde vamos? —preguntó Harry.
—De momento a casa de un mago que vive por aquí. Hemos tenido que usar su chimenea, aún conservamos malos recuerdos de la otra vez que lo intentamos con la tuya.
Harry, Ron y Hermione rieron, pero al señor Weasley no parecía hacerle ni pizca de gracia aquel incidente. Harry pensó en su maravillosa suerte mientras caminaba calle arriba junto con el señor Weasley y sus dos mejores amigos.
* * *
Harry se vio arrastrado por el terrible torbellino de los polvos flu. Mientras viajaba a toda velocidad arrastrando su baúl tras de si, deseó con toda su alma no haberse equivocado de chimenea y haber pronunciado correctamente el nombre del lugar de destino. Por fin, después de un tiempo que le parecieron horas, vio una luz al fondo y salió despedido hacia el vacío. Chocó contra algo blando que tenía delante mientras el baúl salía por detrás de él y le golpeaba en la espalda. Levantó la cabeza algo dolorido temiéndose lo peor. Cuál no fue su alivio cuando descubrió que aquello blando contra lo que había chocado no era otra cosa que el señor Weasley. Este le ayudó a levantarse mientras Ron y Hermione llegaban por detrás de él. Harry iba a preguntarle al señor Weasley donde estaban cuando una voz se le adelantó.
—¡Harry, cariño, qué ganas tenía de verte!
Se giró para ver cómo la señora Weasley se acercaba corriendo y le daba un abrazo asfixiante. Cuando por fin estuvo libre, Harry la saludó sorprendido, para ser arrollado por los gemelos Weasley y Ginny. Casi toda la familia Weasley estaba allí… pero Harry no tenía ni idea de dónde estaba. No parecía ninguna habitación de la madriguera que él recordara. Era una sala de estar no muy grande y bastante modesta, con un sofá, una mesita, y algún que otro mueble por ahí. Las grandes ventanas en las paredes le proporcionaban mucha iluminación.
—¿Dónde estamos? —preguntó Harry.
Pero antes de que ningún miembro de la familia Weasley pudiera responder, un hombre entró a todo correr en la sala y se abalanzó sobre Harry, cogiéndolo por los hombros y zarandeándolo.
—¡Harry, por fin has llegado! ¡Estabas matándome de impaciencia! —gritó, emocionado.
Harry fijó la vista para descubrir quién era su repentino interlocutor y se le iluminó la cara.
—¡Sirius! —exclamó, lanzándose sobre su padrino para darle un abrazo. Luego se separó, confundido—. ¿Pero qué es esto? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué hay tanta gente? ¿Dónde estamos?
Harry no podía entender qué estaba haciendo Sirius allí, al descubierto, delante de un montón de gente que, suspuestamente, no sabía nada sobre su inocencia, como la mayor parte de la familia Weasley. Era verdad que se había atrapado a Pettegrew, pero…
Sirius se rió, al ver el desconcierto de Harry.
—Más despacio, chaval, déjame responder… te lo voy a explicar: esto es tu fiesta de cumpleaños, yo estoy aquí porque soy el anfitrión, esta gente son los invitados y estás en la sala de estar de mi casa —recitó de carrera, respondiendo a las preguntas de Harry.
Harry se quedó tan profundamente anonadado que fue incapaz de responder. Otra voz se hizo oír por detrás de Sirius.
—Sirius, permíteme que te contradiga: YO soy el anfitrión, y esta es MI casa.
Harry se giró hacia el dueño de la voz y descubrió con asombro que se trataba de Remus Lupin. Sirius desvió un momento la atención de su ahijado para encararse con Remus.
—Bueno, llevo viviendo aquí más de un año, también es mi casa, ¿no? Es que eres muy acaparador, Remus —bromeó—. Además, la idea de la fiesta ha sido mía.
Remus suspiró y meneó la cabeza. Luego se acercó a Harry para saludarlo.
—Disculpa a este perro chiflado, Harry. Está muy emocionado con este asunto —dijo estrechándole la mano al niño que aún no salía de su asombro.
—Pero, ¿de verdad me habéis preparado una fiesta de cumpleaños? —preguntó, como sonámbulo.
Ron se rió.
—¡Qué pregunta! Pues claro, atontado. Llevas demasiado tiempo sin tener un cumpleaños decente —dijo, riendo—. Y no sólo eso: ya verás qué sorpresa tenemos preparada.
—Eh, ¿por qué no seguimos con las sorpresas en el comedor? Estoy muerto de hambre —sugirió Fred.
Sin hacerse de rogar los demás siguieron al pelirrojo a través de la puerta que daba al comedor. Aquí, Harry se sorprendió de encontrar una mesa servida con cubiertos para todos y una gran cantidad de dulces mágicos como empanadas y zumos de calabaza, hidromiel, cervezas de mantequilla, ranas de chocolate, sorbete de limón súper ácido… apenas se lo podía creer. Aquella era la primera fiesta de cumpleaños de su vida. Una fiesta de cumpleaños de verdad, con comida, bebida, todos sus amigos… y supuso que también regalos. No cupo en si de gozo a pesar de la extraña situación.
—Sentaos y tomad lo que queráis —invitó Remus.
Harry se sentó entre Ron y Hermione quienes inmediatamente le sirvieron un vaso de hifromiel y una empanada.
—Come, Harry, esta fiesta es en tu honor —dijo Hermione, sirviéndose también.
Harry la obedeció de inmediato mientras todos los demás tomaban su lugar en la mesa y empezaban a comer. Fred y George se lanzaron como desesperados sobre las ranas de chocolate.
—Estarás contento, Harry. Hemos fundido nuestra paga para comprarte la comida —le dijo George, bromista.
Ginny le dio un codazo.
—Mira que llegas a ser burro —le dijo—. Tú tranquilo, Harry. ¡Si total, luego la mitad de la comida se la tragan ellos!
Harry rió y se dirigió al señor Weasley.
—¿Y Percy, Charlie y Bill? Me hubiera gustado saludarlos —preguntó.
—No han podido venir, tenían trabajo —explicó el señor Weasley—. Por suerte yo y Molly estábamos libres. ¡Qué triste habría sido perderse esto! Ya verás Harry, te vas a llevar la sorpresa de tu vida.
—Sí, pero antes van la tarta y los regalos. ¡No hay fiesta de cumpleaños que se precie sin tarta y regalos! —dijo Sirius, feliz como un crío.
—Sí, sólo hay un problemilla con eso… los encargados de traer la tarta son unos impuntuales —dijo Remus—. Si tardan demasiado te daremos los regalos sin ellos.
Harry sonrió todavía un poco perdido. Aquello le parecía demasiado bueno para ser verdad. Era como una especie de escena utópica... y el hecho de ver a Sirius moviéndose por ahí a sus anchas todavía le parecía muy extraño. De todas formas, al final no tuvo más remedio que aceptar que aquello era verdad y prefirió no hacerse preguntas. Durante un buen rato estuvieron comiendo y bromeando sin parar, disfrutando de la fiesta, hasta que un ruido en la sala contigua hizo que desviaran su atención de la comida momentáneamente.
—¡Ah, deben de ser los últimos! —dijo Remus.
No se equivocaba. Poco tiempo después un hombre pálido de brillantes ojos azules y una generosa mata de pelo negro y lacio irrumpió en la sala. Iba seguido de una sonriente joven de dieciséis años, con el pelo largo y rubio, la piel morena y los ojos color miel que llevaba un paquete de cartón en las manos. Eran Andrew y Krysta. Saludaron y se acercaron al grupo. Remus le indicó a Krysta que dejara el paquete en el centro de la mesa, ya que esto no era otra cosa que la tarta para Harry. Luego, fue a sentarse junto a Hermione mientras Andrew se acercaba a Remus y se sentaba también. Se dirigió a este con su acostumbrada expresión fría.
—Lupin, te recomiendo ampliar la chimenea. El viaje hasta aquí resulta francamente incómodo —dijo.
—Cállate, no tienes permiso para criticar. Ya sabes, Darkwoolf: no tolero la impuntualidad —bromeó, imitando la voz de Andrew.
—Muy gracioso —replicó Andrew, irónico—. Conseguirás que me arrepienta de haberte ofrecido trabajo.
—No creo, ese tipo de cosas sólo las consigues tú... en fin, así que el ofrecimiento sigue en pie.
—Sigue. Y espero que estés a la altura.
—Yo de ti no me preocuparía por eso —dijo Remus, fingiendo petulancia.
—¿Es que vais a hablar de trabajo en verano, en mitad de una fiesta de cumpleaños? Qué par de aguafiestas —se burló Sirius.
Remus se giró hacia Sirius y señaló a Andrew.
—Aquí, el amigo Darkwoolf, sólo sabe hablar de trabajo —dijo, con sorna.
—Tú has sacado el tema, Lupin —dijo Andrew. Luego se giró hacia Krysta en voz baja—. Eh, recuérdame otra vez por qué me has hecho venir.
Krysta frunció el ceño.
—No empieces y haz amigos, para variar —le dijo, en el mismo tono.
Mientras los demás hablaban, Sirius destapó la tarta para servirla. Al cabo de unos minutos, todos tenían en su plato una considerable porción de tarta de chocolate en su plato. Para alivio de Krysta, la tarta tuvo bastante éxito. Harry se la comió con avidez. Eran muy pocas las veces que podía disfrutar de esa clase de comidas. Cuando tía Petunia hacía tartas muy rara vez era con la intención de dejárselas probar a su sobrino. Los platos estuvieron vacíos en muy poco tiempo, pero ninguno tuvo ganas de repetir. Llevaban toda la tarde comiendo. Dando por terminada la merienda se dispusieron a recogerlo todo y dejarlo dignamente limpio, cosa en la que Remus insistió bastante. Sirius rió.
—Remus sólo se preocupa por la limpieza desde que sale con esa mortífaga reformada —dijo, burlón.
Remus le lanzó a su amigo una mirada de odio.
—Maudy no es una mortífaga. Es una buena chica, como otra cualquiera —protestó—. Y yo siempre me he preocupado por la limpieza.
Andrew rió también.
—Así que me hiciste caso y te la ligaste. Lo decía yo, tal para cual —dijo, con malicia—. Apuesto a que ya tenéis pensados los nombres de vuestros hijos.
Sirius soltó una nueva carcajada burlona al escuchar eso.
—Dejad de hacer el gilipollas de una vez y haced algo. No vamos a limpiar vuestra mierda —les espetó Remus, tirándoles un trozo de empanada a la cabeza.
Los otros siguieron riéndose de él durante un buen rato más, mientras el resto se encargaba de poner orden en la mesa y limpiar la suciedad. En poco tiempo todo estuvo como antes. Nada más terminaron, Ron propuso alborozado sacar los regalos. Como nadie se opuso, el pelirrojo corrió fuera del salón para buscar su regalo, que había dejado en la sala de estar nada más llegar. Los demás lo imitaron y al cabo de un momento, Harry se vio inundado por una pila de paquetes de papeles brillantes y adornados con lazos de colores. Los abrió uno por uno y tan despacio como pudo, con la única intención de molestar a Ron, que estaba como loco por que los abriera de una vez. Obtuvo un kit de sortilegios Weasley por parte de los cuatro hermanos pelirrojos, (a pesar de que a la señora Weasley no parecía hacerle mucha gracia), un reloj por parte de Hermione, que ya estaba más que harta de tener que ir siempre diciéndole la hora a su amigo, una pluma de escribir nueva y muy elegante de Krysta y por último, un libro de artes mágicas avanzadas de Remus. A Harry le encantó todo. Podía decir que aquel había sido el mejor día de su vida. Estaba tan contento que no se lo podía creer.
—Mu... muchísimas gracias. Los regalos han sido geniales, y la fiesta, todo... me ha encantado. Ha sido una pasada, de verdad, jamás me lo habría imaginado. Menuda sorpresa —dijo, tan emocionado que le costaba hablar.
Sirius sonrió y le pasó un brazo por los hombros.
—¿Oís eso? ¡Nos está dando las gracias, el muy bobo! Y eso que ni siquiera sabe todavía en qué consiste mi regalo —dijo, enigmático.
Todos le devolvieron la sonrisa. Harry tuvo la impresión de estar perdiéndose algo importante.
—¿Otro regalo? ¿Y qué es? —preguntó, extrañado.
Sirius se apartó de él para salir del salón y volver al cabo de un momento con un trozo de papel en la mano.
—Anda, lee esto —dijo, lanzándoselo a su ahijado.
Harry lo cogió al vuelo y lo examinó. Era una página del profeta de hacía tres días. En ella figuraba un único artículo. Intrigado, Harry comenzó a leer.
Se hizo justicia
Hoy, veintiocho de julio de 2002 ha tenido lugar el último de los juicios realizados este mes, en relación al asesinato masivo de peatones muggles que tuvo lugar quince años atrás. Al acusado, Sirius Black, se le imponían los cargos de atentado contra vidas humanas, utilización de artes oscuras prohibidas, indiscreción mágica ante muggles, resistencia a la autoridad y fuga del recinto carcelario. Sirius Black, presunto culpable del caso, se ha declarado inocente en todos y cada uno de los juicios realizados hasta el momento. Su defensa insistía en que dichos cargos debían ser aplicados en contra del mortífago recientemente capturado Peter Pettegrew, a quien todavía se creía muerto un mes atrás. Hoy se ha descubierto la verdad. Las pruebas aportadas por la defensa de Sirius Black durante todo el último mes han esclarecido finalmente el misterio, apuntando de forma indiscutible hacia Pettegrew como culpable de los cargos impuestos. El juez ha declarado culpable a este último, librando de los cargos al acusado Sirius Black, que tan sólo tendrá que pagar una multa al ministerio por su utilización imprudente de la magia en presencia de muggles. En cuanto a Pettegrew, se ha sabido que...
Harry ya no siguió leyendo, por una parte porque la emoción apenas le dejaba hablar, y por otra porque lo que le pudiera pasar a Pettegrew se la bufaba. Se quedó completamente idiotizado, mirando al flamante Sirius sin encontrar nada adecuado que decir. Los demás sonreían contentos y comprensivos ante la tremenda ilusión de Harry.
—¿E... eres libre de verdad? ¿Del todo? —preguntó Harry al fin, sin podérselo creer.
—Libre de verdad, del todo —respondió Sirius, feliz—. Y me voy a encargar personalmente de que no vuelvas a ver a esos tocapelotas que tienes por tíos nunca más.
Harry sintió ganas de correr, de gritar, de reír, todo al mismo tiempo. Loco de euforia pegó un salto y soltó una exclamación de júbilo mientras pegaba un puñetazo al aire. Los demás se limitaron a sonreír mientras Harry disfrutaba de los segundos más felices de su vida.
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Eoh!! Pues esto ha sido el capi uno de ETDP!! Os ha gustado? Joer, espero de todo corazón que sí ^____^ . La verdad, reconozco que he empezado de una manera un tanto siniestra, pero por lo menos he hecho a Harry feliz XDD. No me preguntéis qué ha significado la escena del principio, ni por qué transcurre en Egipto ni nada, porque mucho me temo que eso no se sabrá hasta un tiempo después :P . Oh!! Y me ha encantado liberar a Sirius!! Sirius rules!! WoWoWo!! XDDD
En fin, yo sólo espero que disfrutéis con este fic tanto como disfrutasteis con el otro (y si no disfrutasteis no haberlo leído :P) o más, así que nada, espero vuestros ansiadísimos comentarios!! Eso sí, no puedo prometer capis con regularidad hasta después del verano, porque como estoy de vacaciones me iré por ahí de vez en cuando y puede que no tenga tiempo para escribir… yo me lo tomaré con calma XDDD.
Ale, muchos besos y que paséis buenas vacaciones!! (Y los que no tenéis, muchos ánimos y adelante XDDDD)
Hasta pronto!!!!
