El Sol estaba a punto de llegar a la línea del horizonte, y Nár aún no había llegado. Suspiró, contrita y, de pronto, sus musculos se tensaron. Alguien, y posiblemente también un animal, estaban a sus espaldas. Maldijo en silencio el no poder dejar a la niña en el suelo, y rememoró uno de los pocos conjuros que aún recordaba.
Odiaba usar la magia, le parecía un método indigno de derrotar a alguien, pero a veces le había sido útil. La última vez que la había usado había sido en Harad, también. Sonrió. Mientras las palabras se formaban silenciosas en sus labios, una imagen se formó frente a sus ojos, como un espejismo: un joven y a su lado un animal muy grande. Se sorprendió al creer reconocer en esa silueta a un felino con grandes dientes, y en la que estaba a su lado, cierto parecido con Baik. Era una pena que su hechizo solo le diera imágenes de quienes estaban tras ella, y no nombres. Sino, le hubiera reconocido enseguida.
Desenvainó con un rápido movimiento con la mano libre, apretando a la niña con la otra, y se quedó mirando a quien, con una ceja enarcada, la miraba a ella.
- ¿Tristan?
- ¿A quien esperabas? ¿Al rey Elessar? -Dijo Tristan con un baston mas grande que el agarrado a una mano; llevaba las mangas de la camisa arrancadas, y le faltaba la mitad de la pata de un pantalon, llevaba la cara totalmente sucia y el pelo recojido en una coleta que descansaba en la capucha de su capa verde. Parecía cansado, o mas bien agotado, pero mantenia una sonrisa en el rostro. Entonces continuo diciendo- Te he estado siguiendo desde hace una semana... ¿¿Cómo puedes viajar tan rápido con un bebé a cuestas??
El enorme felino se acercó con sus movimientos gráciles a Nárya y rozó con sus enormes colmillos que llegaban por debajo de su mandíbula una de las piernas del bebé. Nárya pegó un salto hacia atrás y apuntó la espada al felino. Éste se puso en tension dispuesto a atakar. Tristan se puso en medio y dijo:
-¡Bigotes! ¡Para! -el cazador se giro hacia Narya y le dijo- Lo siento, no intentaba hacer daño a Anâth, solo la saludaba y se familiarizaba con su olor
Nárya sonrio de forma tímida y se acercó lentamente al felino, lo empezó a acariciar y éste se restregó contra su pierna con tal fuerza que la tiró al suelo.
- ¡Qué fuerza tiene el bicho este! ¡Casi me tira dando vueltas! -Tristan le tendió una mano y, ayudándola a levantarse, le dijo- Vente, hay un oasis no muy lejos de aquí, allí dejé a mi caballo. Además, se te ve cansada. Sígueme.
- La verdad, tenía pensado llegarme hasta esas tiendas... - señaló el horizonte, donde se veían las siluetas oscuras - Aunque, la verdad, si el oasis está cerca... siempre podemos llegarnos mañana a las tiendas, si son nómadas tendrán buenas histórias y té... y nos darán consejos útiles para llegar a Dhâk. Y si son comerciantes siempre podemos conseguir algo provechoso...
- Entonces, ¿vamos para el oasis?
- Vamos.
Mientras tomaba a Morsúre de las riendas, palmeándole el negro lomo, miró al joven. "Una semana siguiéndome, y yo sin darme cuenta..." pensó "Mis sentidos ya no són lo que eran antes... Y esas ropas... Tendré que ver si puedo darle algo mejor, va a acabar con una insolación... Hay que ver... Un baño tampoco nos vendría mal a ninguno de los tres, ni a Morsúre. Me pregunto si a Bigotes le gusta el agua..." De pronto estalló en una carcajada. Tristán se giró para mirarla, y ella meneó la cabeza, quitándole importancia a su risa. Él se encogió de hombros. "¡Que preocupaciones más estupidas!" se dijo Nár, "tan solo tendría que importarme llegar pronto al oasis..."
Al cabo de poco ya se veía un verdor frente a ellos y, lejos a su derecha, no habían desaparecido aún las tiendas. Nár miró a la niña, que se debatía, hambrienta. Se la había sujetado a la espalda, pero Anâth parecía no querer esperar hasta que llegaran, y su madre temía un berrinche (que atraería a visitantes probablemente no deseados), así que la cogió y se la acomodó en la cadera. Con un movimiento grácil, deshizo el cordón que sujetaba el cuello de su camisa, y le dió el pecho a la niña, sin dejar de andar en pos de Tristán.
Les faltaba poco para llegar.
Tristan deceleró el paso para evitar dejar atras a Nárya. Al final llegaron. El oasis parecía un pequeño paraíso, un milagro de la naturaleza, un pequeño bosque de palmeras con una especie de Lago en el centro. Al llegar vieron al caballo de Tristan comiendo algunos hierbajos que crecían cerca de la orilla del lago. Tristan se giró hacia Narya y, quitándose las botas (de las que salieron kilos de arena), dijo:
- Bienvenidas a mi pequeño paraíso.... o al menos mío temporalmente
- Entonces, bienvenido sea este paraíso...
Nárya sonrió. La verdad, después de tanta arena, arena y más arena, ver todo ese verdor y ese azul puro del agua era un regocijo para la vista. La mujer descargó a su caballo, y lo dejó pastar: el pobre animal se lo bien merecía. Morsúre recibió la palmada en los flancos con un relincho.
Luego, la mujer extendió un cuero en el suelo y puso ahí a la niña. Anâth le tomó un mechón de pelo y se puso a juguetear con él. Nár sonrió de nuevo. Se sentía en su elemento, y bastante más segura con Tristán a su lado. Tras quitar la ropa a la pequeña, se dirigió al agua. Ahí bebió y dió de beber a la niña. Llenó odres y cantimploras, que había llevado consigo y, dejando a la niña en el suelo un momento, se quitó la ropa, menos la honda que le ceñía la frente. No quería ir totalmente desarmada.
Se metió en el lago, estremeciéndose con el contacto del agua helada. Con regocijo, notó la pendiente del suelo bajo sus pies. Era suficientemente hondo como para nadar.
Odiaba usar la magia, le parecía un método indigno de derrotar a alguien, pero a veces le había sido útil. La última vez que la había usado había sido en Harad, también. Sonrió. Mientras las palabras se formaban silenciosas en sus labios, una imagen se formó frente a sus ojos, como un espejismo: un joven y a su lado un animal muy grande. Se sorprendió al creer reconocer en esa silueta a un felino con grandes dientes, y en la que estaba a su lado, cierto parecido con Baik. Era una pena que su hechizo solo le diera imágenes de quienes estaban tras ella, y no nombres. Sino, le hubiera reconocido enseguida.
Desenvainó con un rápido movimiento con la mano libre, apretando a la niña con la otra, y se quedó mirando a quien, con una ceja enarcada, la miraba a ella.
- ¿Tristan?
- ¿A quien esperabas? ¿Al rey Elessar? -Dijo Tristan con un baston mas grande que el agarrado a una mano; llevaba las mangas de la camisa arrancadas, y le faltaba la mitad de la pata de un pantalon, llevaba la cara totalmente sucia y el pelo recojido en una coleta que descansaba en la capucha de su capa verde. Parecía cansado, o mas bien agotado, pero mantenia una sonrisa en el rostro. Entonces continuo diciendo- Te he estado siguiendo desde hace una semana... ¿¿Cómo puedes viajar tan rápido con un bebé a cuestas??
El enorme felino se acercó con sus movimientos gráciles a Nárya y rozó con sus enormes colmillos que llegaban por debajo de su mandíbula una de las piernas del bebé. Nárya pegó un salto hacia atrás y apuntó la espada al felino. Éste se puso en tension dispuesto a atakar. Tristan se puso en medio y dijo:
-¡Bigotes! ¡Para! -el cazador se giro hacia Narya y le dijo- Lo siento, no intentaba hacer daño a Anâth, solo la saludaba y se familiarizaba con su olor
Nárya sonrio de forma tímida y se acercó lentamente al felino, lo empezó a acariciar y éste se restregó contra su pierna con tal fuerza que la tiró al suelo.
- ¡Qué fuerza tiene el bicho este! ¡Casi me tira dando vueltas! -Tristan le tendió una mano y, ayudándola a levantarse, le dijo- Vente, hay un oasis no muy lejos de aquí, allí dejé a mi caballo. Además, se te ve cansada. Sígueme.
- La verdad, tenía pensado llegarme hasta esas tiendas... - señaló el horizonte, donde se veían las siluetas oscuras - Aunque, la verdad, si el oasis está cerca... siempre podemos llegarnos mañana a las tiendas, si son nómadas tendrán buenas histórias y té... y nos darán consejos útiles para llegar a Dhâk. Y si son comerciantes siempre podemos conseguir algo provechoso...
- Entonces, ¿vamos para el oasis?
- Vamos.
Mientras tomaba a Morsúre de las riendas, palmeándole el negro lomo, miró al joven. "Una semana siguiéndome, y yo sin darme cuenta..." pensó "Mis sentidos ya no són lo que eran antes... Y esas ropas... Tendré que ver si puedo darle algo mejor, va a acabar con una insolación... Hay que ver... Un baño tampoco nos vendría mal a ninguno de los tres, ni a Morsúre. Me pregunto si a Bigotes le gusta el agua..." De pronto estalló en una carcajada. Tristán se giró para mirarla, y ella meneó la cabeza, quitándole importancia a su risa. Él se encogió de hombros. "¡Que preocupaciones más estupidas!" se dijo Nár, "tan solo tendría que importarme llegar pronto al oasis..."
Al cabo de poco ya se veía un verdor frente a ellos y, lejos a su derecha, no habían desaparecido aún las tiendas. Nár miró a la niña, que se debatía, hambrienta. Se la había sujetado a la espalda, pero Anâth parecía no querer esperar hasta que llegaran, y su madre temía un berrinche (que atraería a visitantes probablemente no deseados), así que la cogió y se la acomodó en la cadera. Con un movimiento grácil, deshizo el cordón que sujetaba el cuello de su camisa, y le dió el pecho a la niña, sin dejar de andar en pos de Tristán.
Les faltaba poco para llegar.
Tristan deceleró el paso para evitar dejar atras a Nárya. Al final llegaron. El oasis parecía un pequeño paraíso, un milagro de la naturaleza, un pequeño bosque de palmeras con una especie de Lago en el centro. Al llegar vieron al caballo de Tristan comiendo algunos hierbajos que crecían cerca de la orilla del lago. Tristan se giró hacia Narya y, quitándose las botas (de las que salieron kilos de arena), dijo:
- Bienvenidas a mi pequeño paraíso.... o al menos mío temporalmente
- Entonces, bienvenido sea este paraíso...
Nárya sonrió. La verdad, después de tanta arena, arena y más arena, ver todo ese verdor y ese azul puro del agua era un regocijo para la vista. La mujer descargó a su caballo, y lo dejó pastar: el pobre animal se lo bien merecía. Morsúre recibió la palmada en los flancos con un relincho.
Luego, la mujer extendió un cuero en el suelo y puso ahí a la niña. Anâth le tomó un mechón de pelo y se puso a juguetear con él. Nár sonrió de nuevo. Se sentía en su elemento, y bastante más segura con Tristán a su lado. Tras quitar la ropa a la pequeña, se dirigió al agua. Ahí bebió y dió de beber a la niña. Llenó odres y cantimploras, que había llevado consigo y, dejando a la niña en el suelo un momento, se quitó la ropa, menos la honda que le ceñía la frente. No quería ir totalmente desarmada.
Se metió en el lago, estremeciéndose con el contacto del agua helada. Con regocijo, notó la pendiente del suelo bajo sus pies. Era suficientemente hondo como para nadar.
