Habian pasado horas desde que habian llegado al poblado, y ya había caído la noche con todas sus estrellas y una luna resplandeciente.Eestaban todos en el exterior comiendo y riendo, incluso Tristan, que al parecer se había adaptado al poblado: vestía como ellos y comía con ellos, e incluso había aprendido a hablar rudimentariamente el dialecto. La chica estaba sentada a su lado cojida de su brazo. Intentó hablar sobre ella con su padre, pero antes de que entablase conversación, el padre le dijo en un oestrense claro como si fuese del norte:
- Chico, no te encariñes, por que es la prometida del futuro jefe del poblado, pero hasta mañana al amanecer es tu... digamos... regalo de bienvenida, y ella está muy contenta - Tristan suspiró al saber que no se habia prometido en matrimonio por accidente y Nárya al verlo empezo a reirse estrepitosamente.
Poco tiempo despues sirvieron esa bebida que tan poco se sirve en el noroeste, llamada té. Para entonces, Nárya había desaparecido. Unos minutos después, aparecieron seis mujeres vestidas con finas sedas y bailando bailes sensuales. La que dirigía las danzas era un mujer de cabello rojo, y que al parecer tenia experiencia en aquella danza llamada danza del vientre. Tristan se apoyó contra un poste y, con la chica agarrada a su brazo, se quedó viendo como bailaban a la luz y el calor de la hoguera central del poblado y la luz de las estrellas y la luna....
Nárya sentía la música fluir bajo su piel, el tintineo de las monedas de plata llenandole el alma, como cada vez. De cada vez, sus movimientos se tornaban más seductores, más apasionados, más llenos de femineidad... y su público (una treintena de hombres, los niños, Tristan y su compañera) más entusiasta. Los gritos llegaban confusos a sus oídos. A cada segundo, sus pensamientos mezclaban los sinuosos movimientos con imagenes de Thalion. Aquél joven impertérrito, aquél amante deseoso de agradarle, aquél marido preocupado... Cerró los ojos, fluyendo, ondulando con las notas. Se olvidó de la tienda, de la niña, de los nómadas, de Tristan, de Bigotes, del desierto... sólo estaba ella. Ella, la música, el tintineo de las monedas y Thalion. Thalion...
*********
Despertó como si hubiese estado soñando toda una eternidad. Anâth buscaba su pecho, gruñendo. Por lo demás, todo estaba en silencio.
"No recuerdo nada... después de empezar a bailar lo he olvidado todo..." pensó, intrigada. En efecto, sus ropas aún eran las sedas del traje de bailarina: la falda larga y el ceñido sujetados, atestados de monedas, y bajo ella yacían los pañuelos "Supongo que alguien debió acompañarme hasta aquí, o que me encontraba en tal trance emocional que lo hice todo sin darme cuenta..."
Tras amamantar a la niña se levantó, arropándola contra su pecho, y salió de la tienda. Una mujer estaba sentada en las dunas, mirando el Sol naciente. Nár se puso a su lado, y le sonrió. Tras dudar unos momentos, dijo:
- Samira... - sí, ese era su nombre. La nómada se giró, y sus ojos negros resplandecieron con los primeros rayos del Sol - ¿Te molesta si me siento?
- Oh, no, claro que no... - sonrió - Hemos estado hablando de ti, Nárya Áredhelien... y de tu pequeña Anâth Náryien... El don de la danza es muy poderoso en ti...
- Ahora ya no... hacía mucho tiempo que no bailaba.
- Más lo demuestra eso... - callaron. Tras unos minutos en los que el silencio las envolvió, cálido, nunca incómodo, Samira sacó algo de entre los pliegues de su vestido - Ésto es para la niña... La protegerá de los djinn, a ella i a cuántos estén a su lado.
En ese momento, una figura tambaleante salió de una tienda. Con una amplia sonrisa, las dos mujeres se giraron para ver a Tristan dando tumbos por la arena hasta desaparecer tras una duna.
- Creo que tu amigo se pasó un poco con el licor de té... - soltó un carcajada y volvió a la tienda. El Sol ya había rebasado la línea del horizonte.
Nár miró el objeto que tenía en la mano: un colgante, negro azabache, con un un ojo incrustado, en reluciente plata. Con esmero, se lo colgó a Anâth, que seguía plácidamente dormida, y la besó en la frente.
Narya se fue hacia la tienda que le habian instalado a los dos forasteros y dejo a Anâth durmiendo en unos cojines que habian mientras le cantaba una nana, pasaron largos minutos mientras Narya miraba el colgante mientras seguia cantando y entonces una cancion menos dulce y melodiosa surgio de una duna, Narya se asomo y vio a Tristan haciendo eses con una botella de barro en la mano y cantando, sonriendo se acerco a Narya y le dijo-
-¿quieres? esta muy rico, nunca habia bebido asta hoy -Narya lo miro y le dijo-
-No gracias, aunque felicidades por tu primera borrachera -Tristan se tambaleo con una sonrisa en los labio y sako un alargado pakete que llevaba colgado al cinturon-
-Miralo, m lo han regalado, es uan cimitarra, ¿no es preciosa? aun no se blandirla, pero me han dicho que es sencillo, que aprendere por mi solo, es muy bonita -Tristan dio otro trago a la botella y Narya observo la cimitarra, no era mas que una cimitarra algo engarzada, nada del otro mundo, llevaba una pequeña leyenda grabada en el mango, luego la descifraria, cojio a Tristan por los hombros y le dijo-
-Muchacho, deberias dormir -dicho y hecho, Tristan cayo de bruces sobre el suelo de la tienda roncando como un oso, mientras que Narya cojio la cimitarra y empezo a intentar descifrar la leyenda que llevaba en el mango...
Nár blandió la cimitarra con cuidado, y luego la guardó. En su mente millones de preguntas se paseaban, descontroladas. "Djinn, djinn... Todo lo que me dicen y me dan es sobre djinn. ¡No lo entiendo!"
**********
Caía la noche. Acababan de cenar, poco antes del ocaso, y ahora se disponían a dejar el campamento nómada. Llevaban las típicas ropas oscuras y pesadas de los habitantes del desierto, pero las agradecían: el frío era intenso.
Las despedidas fueron breves, tan solo unos cuantos consejos y algún que otro abrazo. Luego, echaron a andar. Cuando desaparecían tras una duna, Samira gritó, otra vez:
- ¡Cuidado con los djinn Giledhel Nárya!
- Chico, no te encariñes, por que es la prometida del futuro jefe del poblado, pero hasta mañana al amanecer es tu... digamos... regalo de bienvenida, y ella está muy contenta - Tristan suspiró al saber que no se habia prometido en matrimonio por accidente y Nárya al verlo empezo a reirse estrepitosamente.
Poco tiempo despues sirvieron esa bebida que tan poco se sirve en el noroeste, llamada té. Para entonces, Nárya había desaparecido. Unos minutos después, aparecieron seis mujeres vestidas con finas sedas y bailando bailes sensuales. La que dirigía las danzas era un mujer de cabello rojo, y que al parecer tenia experiencia en aquella danza llamada danza del vientre. Tristan se apoyó contra un poste y, con la chica agarrada a su brazo, se quedó viendo como bailaban a la luz y el calor de la hoguera central del poblado y la luz de las estrellas y la luna....
Nárya sentía la música fluir bajo su piel, el tintineo de las monedas de plata llenandole el alma, como cada vez. De cada vez, sus movimientos se tornaban más seductores, más apasionados, más llenos de femineidad... y su público (una treintena de hombres, los niños, Tristan y su compañera) más entusiasta. Los gritos llegaban confusos a sus oídos. A cada segundo, sus pensamientos mezclaban los sinuosos movimientos con imagenes de Thalion. Aquél joven impertérrito, aquél amante deseoso de agradarle, aquél marido preocupado... Cerró los ojos, fluyendo, ondulando con las notas. Se olvidó de la tienda, de la niña, de los nómadas, de Tristan, de Bigotes, del desierto... sólo estaba ella. Ella, la música, el tintineo de las monedas y Thalion. Thalion...
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Despertó como si hubiese estado soñando toda una eternidad. Anâth buscaba su pecho, gruñendo. Por lo demás, todo estaba en silencio.
"No recuerdo nada... después de empezar a bailar lo he olvidado todo..." pensó, intrigada. En efecto, sus ropas aún eran las sedas del traje de bailarina: la falda larga y el ceñido sujetados, atestados de monedas, y bajo ella yacían los pañuelos "Supongo que alguien debió acompañarme hasta aquí, o que me encontraba en tal trance emocional que lo hice todo sin darme cuenta..."
Tras amamantar a la niña se levantó, arropándola contra su pecho, y salió de la tienda. Una mujer estaba sentada en las dunas, mirando el Sol naciente. Nár se puso a su lado, y le sonrió. Tras dudar unos momentos, dijo:
- Samira... - sí, ese era su nombre. La nómada se giró, y sus ojos negros resplandecieron con los primeros rayos del Sol - ¿Te molesta si me siento?
- Oh, no, claro que no... - sonrió - Hemos estado hablando de ti, Nárya Áredhelien... y de tu pequeña Anâth Náryien... El don de la danza es muy poderoso en ti...
- Ahora ya no... hacía mucho tiempo que no bailaba.
- Más lo demuestra eso... - callaron. Tras unos minutos en los que el silencio las envolvió, cálido, nunca incómodo, Samira sacó algo de entre los pliegues de su vestido - Ésto es para la niña... La protegerá de los djinn, a ella i a cuántos estén a su lado.
En ese momento, una figura tambaleante salió de una tienda. Con una amplia sonrisa, las dos mujeres se giraron para ver a Tristan dando tumbos por la arena hasta desaparecer tras una duna.
- Creo que tu amigo se pasó un poco con el licor de té... - soltó un carcajada y volvió a la tienda. El Sol ya había rebasado la línea del horizonte.
Nár miró el objeto que tenía en la mano: un colgante, negro azabache, con un un ojo incrustado, en reluciente plata. Con esmero, se lo colgó a Anâth, que seguía plácidamente dormida, y la besó en la frente.
Narya se fue hacia la tienda que le habian instalado a los dos forasteros y dejo a Anâth durmiendo en unos cojines que habian mientras le cantaba una nana, pasaron largos minutos mientras Narya miraba el colgante mientras seguia cantando y entonces una cancion menos dulce y melodiosa surgio de una duna, Narya se asomo y vio a Tristan haciendo eses con una botella de barro en la mano y cantando, sonriendo se acerco a Narya y le dijo-
-¿quieres? esta muy rico, nunca habia bebido asta hoy -Narya lo miro y le dijo-
-No gracias, aunque felicidades por tu primera borrachera -Tristan se tambaleo con una sonrisa en los labio y sako un alargado pakete que llevaba colgado al cinturon-
-Miralo, m lo han regalado, es uan cimitarra, ¿no es preciosa? aun no se blandirla, pero me han dicho que es sencillo, que aprendere por mi solo, es muy bonita -Tristan dio otro trago a la botella y Narya observo la cimitarra, no era mas que una cimitarra algo engarzada, nada del otro mundo, llevaba una pequeña leyenda grabada en el mango, luego la descifraria, cojio a Tristan por los hombros y le dijo-
-Muchacho, deberias dormir -dicho y hecho, Tristan cayo de bruces sobre el suelo de la tienda roncando como un oso, mientras que Narya cojio la cimitarra y empezo a intentar descifrar la leyenda que llevaba en el mango...
Nár blandió la cimitarra con cuidado, y luego la guardó. En su mente millones de preguntas se paseaban, descontroladas. "Djinn, djinn... Todo lo que me dicen y me dan es sobre djinn. ¡No lo entiendo!"
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Caía la noche. Acababan de cenar, poco antes del ocaso, y ahora se disponían a dejar el campamento nómada. Llevaban las típicas ropas oscuras y pesadas de los habitantes del desierto, pero las agradecían: el frío era intenso.
Las despedidas fueron breves, tan solo unos cuantos consejos y algún que otro abrazo. Luego, echaron a andar. Cuando desaparecían tras una duna, Samira gritó, otra vez:
- ¡Cuidado con los djinn Giledhel Nárya!
