¡Hola! Sé que me retrasé muchísimo, pero resulta que estuve enferma y con eso de que no tengo internet se me hace imposible el publicar tan pronto. Lo siento muchísimo. Los reviews no los puedo responder porque sino me llevaría una hora o más, y la verdad es que la economía está muy mala para tanto cíber. Espero que me comprendáis.

Ahora decir que éste capítulo es enteramente Sirius / Sabrina, que en el próximo volverá nuestro Remsie. Espero que os guste, sé que no es mucho pero de verdad que éstos días, entre los estudios y otras cosas no he estado muy inspirada. El texto no está corregido, si tiene algún fallo lo siento mucho. Y, ahora sí, leed y disfrutad todo lo que podáis.

                                                               Shashira

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Veneno: Capítulo 8

La casa de Sabrina irradiaba el mismo aura que envolvía a su dueña. Las estanterías no tenían ni una mota de polvo y los libros permanecían alineados y nuevos en la mayoría de los casos. El suelo de madera brillaba por el encerado y las ventanas estaban decoradas con flores blancas y rojas. El orden palpitaba en cada rincón, ni siquiera tenía esa cosa cuadrada que Samantha le había enseñado a utilizar y que a Sirius tanto le divertía ¿Cómo se llama? ¿Teledisión?.

Miró a la chica, con su túnica mojada y el cabello negro goteándole en cascada por la espalda. Sus manos finas, sus labios, su voz...

¿Su voz? ¿Qué demonios de bonito tiene su voz? ¡Si lo único que ha hecho desde que la vi fue gritarme!

Meneó la cabeza para apartar malos pensamientos. Mejor concentrarse en contar elfos domésticos, pensó Sirius inquieto, así no prestaba atención a la túnica pegada al cuerpo de Sabrina, ni tampoco a la carne que se imaginaba tibia bajo el agua ni... ni...respiró hondo y empezó con mucha fuerza de voluntad.

Un elfo doméstico, dos elfos domésticos, tres elfos domésticos...

- Éste es el baño, puedes ducharte si quieres – los ojos oscuros de Sabrina evadían continuamente a los de Sirius, que vagaban por la casa a placer.

- Gracias - respondió el animago, distraído. Sabrina se removió inquieta. Le incomodaba tener allí a un hombre, y más aún cuando se trataba de Black, el típico graciosillo que no para de sacarle defectos a las cosas, y encima mojado, con la mirada azul y su habitación tan cerca... el corazón se detuvo dentro de su pecho. Un momento, un momento ¿la habitación tan cerca?¿la mirada azul de Sirius?

Oh Dios, ¿ahora es Sirius y no Black? ¡Qué me está pasando! Tranquila Sabrina, tú ante todo conserva la cama... digo la calma..

- Para ser tuya es una casa muy bonita – aceptó el animago, observando la única puerta de la casa que permanecía cerrada ¿la habitación de Sabrina? El pensar en ello lo puso nervioso, sumamente nervioso. Se giró por un momento a la chica, que ahora le miraba fijamente, con el ceño levemente fruncido y una sonrisa despuntándole en sus labios carnosos. Un cosquilleo conocido le recorrió el estómago ¿se había sentido atraído por ella una milésima de segundo?¿Cómo era posible si lo maltrataba?¿ahora le iba el sadomasoquismo?

- Las toallas están en el mueble. Te daré una camiseta y un pantalón mientras se secan tus ropas – abrió la puerta que Sirius creía prohibida y entres sombras pudo ver la forma de una cama que tenía un aspecto bastante apetecible. Sabrina siguió su mirada, y advirtiendo sus intenciones negó con energía, dejando que gotas de agua le salpicaran el rostro. Conservaba su aroma incluso mojada ¿cómo lo hacía?.

- Esto – dijo señalando la habitación a oscuras – Es terreno privado, y los de tu especie no tenéis permiso para entrar ¿entendido? – Sirius soltó una carcajada, dejando por un momento sus mechones caer libremente por el rostro. Sabrina ladeó la cabeza. Era sexy, había que admitirlo, pero había tenido su oportunidad y la había perdido.

- Es tarde – dijo en voz alta la chica.

- ¿Cómo?

- Nada, que te duches, quiero darme un baño yo también. –  y cerró la puerta tras de sí, dejando atrás más que un simple chico calado hasta los huesos.

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Siempre se ha dicho que con las duchas los pensamientos se esclarecen, pero en el caso de Sirius Black las cosas suceden al contrario. Llevaba más de quince minutos bajo el agua caliente, con el cabello pegado al rostro y los ojos azules cerrados, intentando no imaginar nada de lo que después se sintiera avergonzado al ver a Sabrina. Evidentemente le resultó imposible.

Años. Habían pasado años desde la última vez que probó un beso de sus labios, el tacto de su carne o el roce de sus caricias, y sin embargo estaba tan latente su presencia en él que incluso lo asustaba. Había estado con más mujeres (era lógico, ¿quién dijo que existía fidelidad en el diccionario Black?), probado otros labios y disfrutado con diferentes caricias... pero ninguna como ella. Y eso era algo difícil de admitir cuando estabas tan cerca y tan lejos de la persona.

Eran una mezcla explosiva, eran pura dinamita, pero una bomba de relojería que marchaba excelentemente con la extraña combinación. Se necesitaban como nunca se habían necesitado, se querían como no serían capaz de admitir, y sin embargo se gritaban e insultaban. Era amor. Era pasión. Y era veneno. Un dulce veneno que te atrapa para morir en él como lo puede hacer el más hermoso de los sueños.

Y duele aún, duele todavía más cuando sabes, y te niegas, que sigues queriéndola como el primer día que te dio la primera bofetada.

- ¿¡SE PUEDE SABER CUÁNDO DEMONIOS PIENSAS SALIR DE AHÍ, BLACK!? – la voz de Sabrina se escuchó fuera, en el pequeño saloncito del piso - ¡ESPERO QUE NO ESTÉS HACIENDO NADA EXTRAÑO EN MI BAÑERA, PORQUE TE JURO QUE INCLUSO SIN VARITA SOY PELIGROSA!

- ¡Ya va, Marquesa! – gritó el también, frunciendo el ceño ante los malos pensamientos de Sabrina ¿qué se había creído que era? ¿Un fetichista?.

Salió del baño con dificultad y cogió la primera toalla que encontró. No es que fuera muy grande, pero valdría para lo que quería, pues afuera le esperaban la camiseta y el pantalón que le había prometido Sabrina. Sacudió el cabello de un lado a otro, salpicando gotas en el espejo que no se molestó en limpiar, y con la mini toalla en la cintura salió.

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Ante la visión de Sirius salir del baño a Sabrina le costó mucho, mucho (N/A: Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuucho) esfuerzo y voluntad propia (impuesta también por su orgullo) el no mirar la carne húmeda, los brazos, las piernas, los hombros, la cintura y más abajo el...

- Bulto – dijo en voz alta, percatándose del torpe error después de haberlo cometido.

- ¿Bulto? – preguntó el animago, extrañado. Pero entendió a la perfección lo que la mente pecaminosa de Sabrina estaba pensando en esos instantes.

- El bulto de... del sofá, sí, el sofá – soltó el aire, aliviada, pero demasiado tarde, Black ya estaba alerta – Que... que el bulto ese enorme es... es...

- ¿Enorme? – preguntó Sirius, divertido.

- Sí. Digo no. – se toco el cabello negro, nerviosa – Tu ropa. Que es tu ropa.

- Ah, vale – dejó de sonreír, y cuando vio que el chico se acercó al sofá Sabrina cerró con un portazo la puerta del baño.

Era demasiado. Demasiado para su salud. ¿Cómo podía pasearse así por SU casa? ¿Y por qué ella no se había escandalizado y reñido, sino que lo dejó estar así? Se desvistió sin apenas percibirlo. La verdad es que no recordaba a Sirius tan... ¿dotado? Aunque a decir verdad tampoco recordaba aquella sonrisa que se dibujó por breves segundos en su cara. Y era hermosa, tal vez la más bonita que había visto en su vida.

Sus años en Hogwarts se la habían pasado entre gritos y besos, entre visitas a escondidas e insultos. La relación suya fue tan extraña y anormal que muchos ni se la creyeron. Pero era cierta. Lo curioso es que era cierta. Por años estuvieron enfadándose casi a diario y reconciliándose entre las sábanas de cualquier cama improvisada.  Pero un día se acabó, y todo se borró de su mente como se borran los recuerdos con el mejor obliviate del universo. Y aún después de tantos años, aún después de creer olvidarlo, el nombre de Sirius Black estaba quemando su piel como el mayor de los tatuajes. Un tatuaje de veneno.

Veneno...

Estuvo un tiempo sentada en el wáter, con la mirada perdida en algún lado de los azulejos rosas de la pared. No podía reprimir el sentimiento de nostalgia que experimentaba su cuerpo cuando sus ojos negros se encontraban con los claros de Sirius. Muchas veces después de dejarlo lo había buscado entre suspiros al alba, susurrando su nombre una y otra vez. Y al abrir los ojos y no encontrarlo había sido tan fuerte la decepción que se juró no sentir igual por otro hombre. No más sufrimientos, ella no.

Yo no...

Una flor, un aroma, una mezcla. Había tantas cosas que le recordaban a Sirius como estrellas pudiese tener el firmamento. Y todas eran él. Los caminos conducían a él. No se iba ni se olvidaba. Un eterno tatuaje.

Un tatuaje de veneno.

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Permanecía acurrucado entre las mantas que Sabrina le había acomodado en el sofá, con la mirada absorta en la puerta de madera que daba al baño. Aunque iba vestido y bien abrigado, no sabía porqué aquello no le quitaba el frío. El pantalón deportivo que llevaba le quedaba un poco corto, sin embargo el jersey verde le estaba holgado, a pesar de que Sirius era muy ancho de hombros. Suspiró apesadumbrado ¿por qué, entonces, seguía con aquellos escalofríos?

Tin – Tin – Tin...

Escuchaba el gotear de la ducha, y se la imaginaba en el baño, con el agua deslizándose como serpientes transparentes por su blanca y cremosa espalda, el pelo negro, largo y humedecido. Y se veía entrando en el baño, liándola entre besos y caricias, con el agua goteando mientras a tropezones llegaban a la cama de la habitación prohibida.

Se escuchó un clic y el pomo de la puerta se movió para que tras él saliera el regalo a los ojos de Sirius: Sabrina con un albornoz rosa chillón.

El animago frunció el ceño.

- Eres una hortera ¿te lo han dicho alguna vez? – la chica entrecerró sus ojos, fulminando con la mirada al chico. Los labios estaban blancos de lo apretados que permanecían.

- Sí, me dijeron que tenía mal gusto el día que conté en Hogwarts que éramos novios.

Ante la mención ambos evadieron sendas miradas y un silencio reinó por primera vez en la casa. No había querido decir eso, pero Sirius tenía la extraña habilidad de saber donde más le dolía. Y siempre atacaba, el muy idiota. Se sentó a su lado, agarrando una de las mantas y cubriéndose con ella las piernas. El animago permanecía en su sitio, observando algo que hizo que sus ojos azules se dilataran.

- No me lo puedo creer – se acercó con rapidez a una de las estanterías, donde una campana de cristal guardaba en su interior una bonita pareja de muñecos.

Eran un chico y una chica con el uniforme Gryffindor  e iban cogidos de la mano. Ella tenía el pelo largo recogido en una cola alta y él por los hombros y de un azabache brillante. Sirius acercó su rostro a la hermosa campana, admirando más de cerca los dos personajes de su interior. Cuando el dedo índice rozó el frágil cristal una luz azul eléctrica apareció. El animago no parecía impresionado por la reacción de la campana y moviendo suavemente su dedo dibujó una S entrelazada con otra S. Y entonces sucedió.

Del techo de la campana caía suavemente copos blancos que imitaban a la nieve, mientras que los muñecos del interior jugaban a lanzarse bolas hechas por sus propias manos. Una dulce melodía acompañaba la diversión de los niños, y después de un rato de batalla, el chico se acercó a la chica y le plantó un beso en la boca. La melodía entonces cesó, lo muñecos volvieron a sus posiciones anteriores, y una frase azul brillante apareció alrededor de la campana.

Para que recuerdes nuestro primer beso en la nieve. Por siempre. Para siempre. Tu Merodeador favorito: Sirius.

El mundo no existía, la vida se le iba y Sirius no podía moverse del sitio donde estaba. En el reflejo del cristal podía ver a Sabrina, que estaba a su espalda con las manos metida en aquel albornoz rosa chillón que tan feo resultaba a los ojos del animago. Tan fría como podía ser el rocío del alba, con la mirada oscura y rajada de sus ojos y el rostro impasible, inerte.

- ¿Lo recuerdas aún? – preguntó el chico con melancolía - ¿Recuerdas nuestro primer beso en la nieve?

- No – se sentó de nuevo en el sofá, intentando controlar la respiración que la traicionaba. Mentía, claro que mentía. ¿Cómo podía Sirius pensar que lo había olvidado?

Se había enfadado con Sirius porque estropeó su poción Veritaserum haciéndola explotar, y la castigaron a limpiar todo los calderos de las mazmorras. Cuando hubo terminado estaba tan enfadada como los legendarios dragones de Hungría y persiguió a Sirius por todo los terrenos.

Corrió tras él como nunca lo había hecho con una persona, y cuando paró, cansada y sin apenas poder respirar, con un dolor en el costado que le daba punzadas, comprendió que habían llegado demasiado lejos: Estaban en el interior del Bosque Prohibido.

Había anochecido y el cielo comenzó a poblarse de copos de nieve. En el castillo ya estarían tomando la última cena antes de comenzar las vacaciones de navidad, y ellos estaba allí, intentando buscar un camino hacia el colegio sin encontrarlo, muertos de frío y con un hambre atroz.

Sabrina entonces sollozó, y cuando Sirius intentó consolarla lo único que consiguió es que ella lo abofeteara, gritando que eso era su culpa, que siempre que se encontraban juntos se metían en problemas. Pero cuando quiso golpearlo otra vez, Sirius la acorraló contra un árbol, besándola con tanta fuerza y pasión que no pudo apartarlo ¿lo intentó acaso alguna vez? No lo recordaba, como tampoco en esos instantes importaban el frío a su alrededor, el hambre o la nieve.

- Idiota – le dijo Sabrina entonces y él sonrió, acariciándole el rostro.

- Histérica – y se volvieron a besar una y otra vez, hasta que poco tiempo después los profesores lo encontraron.

Como un reloj que pasaba las horas a capricho, así regresó Sabrina al presente, con Sirius frente a ella, de pie y con aquellos pantalones que le quedaban tan cortos. Sus ojos azules se reflejaban en los suyos oscuros, y no pudo reprimir el dibujar una sonrisa en sus labios.

Estaba hermosa, con el albornoz de color llamativo y el cabello negro húmedo sobre la tela, sentada en el sofá con las mantas alrededor. Estaba guapa y lo seguiría siendo, aunque no durmiera con él, aunque gritara en brazos de otro y guardara un regalo que le hizo hace años y que ni siquiera recordaba su significado. Y entonces comprendió que le dolía, que el pecho se le oprimía y que era cierto lo que a Sirius le parecía absurdo: Todavía la amaba.

Tenía que decírselo, tenía que dejar que sus sentimientos salieran y que Sabrina lo supiera ¿pero cómo era capaz de tener tanta cara? Él que siempre se burlaba de ella, que la insultaba.

Habla, habla Black, ¡maldita sea!

- Me voy a la cama, estoy cansada – llegó tarde, como tarde se había dado cuenta de que la había perdido, porque aún era un niño. Sabrina se estaba levantando, se dirigía a su habitación y él no se movía, sino que permanecía en pie, quieto y callado.

- Hasta mañana, Histérica – lo dijo en honor a los recuerdos, y Sabrina lo supo al instante, cuando se encontraba ya en el umbral de su habitación y dispuesta a olvidar todo lo que corría por su cuerpo cada vez que pensaba en Sirius Black. Pero antes de cerrar la puerta, antes de que siquiera se diese cuenta, dijo algo que ni él ni la propia Sabrina esperaba. Algo que ambos sabían el significado que tenía.

- Buenas noche, idiota.

Clic - Clac

Todas las piezas comenzaron a encajar como en un puzzle infantil, y Sirius comprendió. No era que no recordara aquel beso, ni tampoco lo que vino después, era simplemente que aparentaba no saberlo. Era Sabrina la persona más orgullosa que conocía y sabía que no estaría dispuesta a admitir algo que la desubicase por completo ¿cómo había sido capaz de pasarlo por alto?

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Se apoyó sobre la puerta, con la respiración agitada y sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo. Se había delatado a sí misma, se había descubierto ante él ante Sirius Black, y sin embargo él ni siquiera se había movido de su sitio cuando ella se había marchado a dormir.

Echó a andar hacia la cama, dispuesta a dejar que el sueño se llevara la desilusión que experimentaba, pero cuando ya todo se cerraba algo se abrió, y fue la puerta de la habitación. Allí estaba Sirius, con la melena azabache húmeda y aquellos ojos azules tan fijos en ella que casi la paralizaron. En menos de un segundo el animago cerró la puerta tras él, acortando la distancia entre ella y él ¿pero qué se creía?. Sabrina dio un paso atrás, alejándose de él, pero Sirius volvió a avanzar como un felino admirando a su presa. Estaba ya decidida a dar otro paso más cuando vio como una mano fuerte la sujetó por el nudo del albornoz y la atrajo hacia unos labios húmedos y carnosos.

No podía creer que continuara sintiendo lo mismo por ella después de tanto tiempo, de tantas mujeres y tantos amaneceres sin Sabrina. Sin su aroma y su respiración junto a la suya. No había pasado el tiempo, se había paralizado en los años de su juventud, de sus gritos y sus maldiciones curadas en la enfermería.

Ni siquiera se explicaba como había llegado allí, como le había aceptado el beso que le había dado sin explicación, con tanta desesperación como si su vida dependiera de ello. Reconoció su cintura bajo la tela del albornoz, sur piernas suaves y largas y aquellos labios de fresa. Y sus ojos. Ojos rajados y oscuros como el agujero negro por el que él mismo se lanzaría si con ello consiguiera tenerla. Ojos que eran hermoso los mirase como los mirase. Porque era ella. Simplemente era ella.

- Te quiero – lo susurró contra su boca, entrelazando sus lenguas y quitándose la ropa. Y le gustó el sonido de aquella palabra, como también le gustaba el tacto de aquellas manos contra su piel, con deseo de quitarle el jersey, mezcla entre la pasión y la lujuria. Porque hasta los cuerpo estorbaban cuando de amarse se trataba.

- Te quiero – dijo él por última vez, antes de tumbarse en la cama y dejar que el tiempo pasara entre las sábanas de seda de aquella habitación prohibida.

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Pues aquí se queda, sino me equivoco le quedan dos capítulos, así que solo espero tenerlo pronto. Me da penita terminar con esta historia, pero bueno, me quedan otros fics al menos ¿no?.

En fin, siento la tardanza.

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¡Besos!