El youko refunfuñó medio en sueños y le dio un manotazo a la mano que
le sacudía el hombro. Todavía no era hora de levantarse.
- Kaasan, ni siquiera ha amanecido. . .
A mucha distancia, oyó una risilla contenida de quien quiera que fuese que intentaba despertarle. Un aliento cálido le rozó la mejilla y unos gélidos dedos se introdujeron en su pelo. ¿Hiei?
- Kurama. . .
Se revolvió, algo más despierto. Sonaba como si Hiei necesitara ir al baño urgentemente. Se dio la vuelta, decidido a ignorar al koorime. Hiei sabía perfectamente que el lavabo estaba al final del pasillo, justo al lado de la habitación de kaasan. Ya estaba harto de tener que acompañarle cada vez.
La voz le llamó por tercera vez. Kurama estaba a punto de decirle a Hiei que se espabilara él solo, pero se quedó paralizado, los ojos desmesuradamente abiertos y ya completamente despierto. El ki de Yomi le envolvió en un abrazo que ya conocía y detestaba. ¡Ahora en plena noche! Por todos los. . . ¡¿Qué cojones estaba haciendo Yomi en su habitación?!
- ¡Lárgate! Ya te dije que no estoy interesado.
- Oh, pero lo estarás - Yomi parecía estar divirtiéndose de lo lindo.
Kurama pensó qué sería mejor, si cruzarle la cara a Yomi de un puñetazo o hacer crecer unas cuantas plantas para atarle y torturarle hasta que prometiera llamar a la puerta la próxima vez que quisiera entrar en su habitación. En vez de eso, se decantó por una tercera opción, aunque no era la que más le apetecía: escucharle.
- ¿Qué?
El youkai de las numerosas orejas se limitó a dedicarle una enigmática sonrisa y a hacerle una señal para que le siguiera. Con un suspiro de exasperación, Kurama se levantó de la cama y cogió una de las mantas para tapar su cuerpo medio desnudo, antes de seguir a Yomi.
Su anfitrión le condujo a través de oscuros pasadizos, corredores sólo parcialmente iluminados que nadie parecía haber cruzado en varios siglos. El pasillo torció a la derecha y les llevó hasta un pequeño y desvencijado montacargas, al que Yomi le indicó que subiera. Los engranajes chirriaron mientras bajaban a la planta que Yomi había marcado. La planta quince. Quince pisos bajo tierra. Kurama sabía que Yomi encerraba a sus prisioneros en aquel área del castillo. Se preguntó con que clase de ocurrencia perversa pretendía impresionarle. La última vez que el monarca le había llevado hasta allí abajo fue para mostrarle, cautivo, al youkai que Kurama había enviado para matarle, un siglo atrás.
Yomi era extremadamente cruel con sus prisioneros. El último que Kurama vio fue torturado hasta un punto que ni siquiera había sido capaz de imaginar hasta que lo vio con sus propios ojos.
- ¿Y qué es exactamente esa sorpresa?
- Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa.
Kurama le sonrió, entre divertido y escéptico.
-¿Y me va a gustar la sorpresa?
- Oh, darías tu alma por poseerla, koibito - Respondió Yomi, ahogando una risilla.
Kurama se estremeció. El que Yomi le llamara eso. . . era repugnante, sin duda, pero además. . . había sonado como una sentencia de muerte.
Le inquietaba pensar qué podría ser el maldito regalo de Yomi y, al mismo tiempo, se dio cuenta de que estaba impaciente por verlo. Ah, Yomi había conseguido despertar su expectación.
Se detuvieron ante la última celda del largo y oscuro corredor. Kurama vaciló un instante antes de acercarse. Los candados y cerraduras de aquella puerta eran tan pesados, tan opresivos. Ni que Yomi tuviera un dios encerrado ahí dentro. No lo tenía, ¿verdad?
El youkai se giró y le sonrió mientras introducía la llave en la cerradura.
- Ahora, Kurama, quiero que me prometas que te comportarás cuando te enseñe mi regalo.
El zorro tan solo se rió. Comprendió que Yomi temía que adoptara su forma de youko. La sorpresa debía de ser algún enemigo que Kurama tuvo en el pasado. Yomi debía haberlo mandado buscar y encarcelar para ofrecerle el "placer" de arrancarle el corazón con sus propias manos. Incluso podría tratarse del cazador que casi mató a Youko Kurama. Las posibilidades eran infinitas. . .
Un momento. ¿Por qué haría Yomi una cosa así? ¿Y en plena noche? ¿Y aquellas medidas de seguridad? Kurama no recordaba haber luchado nunca con alguien tan peligroso. Los únicos a los que conocía y que fueran tan poderosos eran. . . Yusuke y Mukuro. Al menos, ese era su nivel de fuerza la última vez que Kurama los vio, y no hacía mucho de eso. Además, ¿por qué iba él a querer matar a un viejo enemigo, para empezar? Había dejado atrás cualquier resentimiento o rencor procedente de su antigua vida. Estaba seguro de que Yomi lo sabía.
Se mordió el labio inferior, para evitar que temblara a causa de la inquietud, y se encogió de hombros.
- Aún no puedo prometerte nada.
Yomi suspiró con resignación.
- Muy bien, pero. . . Pase lo que pase, deberías dejar que yo me ocupe. Tu regalo. . . muerde.
Kurama se arropó más con la manta, sintiendo la sangre bombear en su sien cuando Yomi abrió por fin la puerta.
***//~~~
Lo primero que Hiei notó al despertarse fue una molesta punzada de dolor en el cuello, causada por los músculos agarrotados. Su visión se negaba a aclararse, aunque se esforzaba por enfocar en algún punto en concreto para descubrir dónde se encontraba. Estaba en un lugar muy oscuro y muy húmedo. Eso seguro. Intentó moverse, pero descubrió que tenía las manos atadas, de que estaba encadenado a aquella pared mohosa. Muy bien, eso podría remediarlo fácilmente.
Cerró los ojos y trató de reunir una porción de su ki para fundir el metal que le apresaba. Se detuvo. No había pasado nada. Era como si su youki, aquello que le marcaba como demonio, estuviera siendo absorbido justo desde el centro de su pecho, dejando el cuerpo seco, flácido y sin energía.
Por un instante, el pánico se apoderó de él. Se retorció y luchó contra sus ataduras. Entonces se dio cuenta de que eran precisamente las cadenas que le sujetaban las muñecas, los tobillos y el resto de su cuerpo, lo que absorbía su ki. Claro, de cualquier otro modo, era impensable que unas cadenas le inmovilizaran y le impidieran salir de aquella apestosa prisión. Por lo visto, quienquiera que fuese el que le había capturado, se había tomado muchas molestias para que no escapara, colocándole aquella especie de sanguijuelas.
"Maldita sea", renegó para sí, haciendo acopio de toda su fuerza para intentar otra lucha desesperada contra sus ataduras, que tan sólo sirvió para que las cadenas, que parecían tener vida propia, le sujetaran más estrechamente contra la pared. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido como para dejarse atrapar? ¿En qué coño estaba pensando para meterse en semejante lío?. . . Kurama. . . Estaba buscando a Kurama. . . Sí, había ido al Mundo Humano, pensando que encontraría al estúpido zorro en su morada ningen. Kurama no estaba, y no había ningún rastro de su paradero en la habitación, ni siquiera una pizca de su ki para que él pudiera seguirlo. El zorro llevaba fuera muchos días. Y entonces. . . sí, había ido a ver a Yusuke, para que le dijera dónde había ido Kurama. Aquel imbécil no le había dicho nada en concreto, sólo que Kurama había estado pasando los fines de semana y las vacaciones en el Makai. . . con Yomi. . . ¡Yomi! ¡Mierda!
Se había dejado capturar por. . . por aquel ogro de seis orejas. ¡Ja! Y Yomi era incluso mejor que Mukuro custodiando a sus prisioneros. Se preguntó que querría el ogro de él.
El sonido de una llave girando dentro de la cerradura oxidada sacó a Hiei de sus pensamientos. Su fino oído distinguió rápidamente dos voces, charlando despreocupadamente; se podría decir, incluso, que estaban bromeando. Estaban en la entrada de la celda. Una era profunda, ronca, indiscutiblemente masculina. "Yomi" Hiei se puso en tensión, preso de una rabia incontenible. Tan pronto como saliera de aquella celda iba a acabar con aquel asqueroso ogro. Sí, podría pasárselo en grande durante unas cuantas horas torturándole con el Dragón Negro.
Se rió de sí mismo triste y calladamente, a su pesar.
- Aún no puedo prometerte nada.
La otra voz era melosa, aterciopelada, cristalina. Tan suave en su cadencia como la caricia de una brisa nocturna en su mejilla. Hiei intentaba ubicar la sensación que le producía en su desorientada memoria. Aquella dulce voz de contralto. . . grandes ojos verdes y una sedosa melena rojiza, podía verle con los ojos de su mente. . .
Y entonces. . .
- ¡Hiei!
***//~~~
La puerta chirrió sobre sus goznes y se abrió.
Kurama se asomó a la sombría estancia, lleno de una inquietante sensación de angustia que le encogía el estómago y, al mismo tiempo, de una morbosa impaciencia por saber qué era lo que Yomi quería que viese.
Había muy poca luz en el interior de la mazmorra, sólo la que entraba desde el pasillo. Un vago rastro de ki parecía estar buscándole en medio de las tinieblas, como si el prisionero quisiera guiarle hasta él. Se detuvo un momento para mirar atrás antes de avanzar más, y pudo ver una amplia sonrisa en los pálidos labios de Yomi. Una sonrisa que las sombras proyectadas por la luz del corredor sobre su cara hacían aún más espeluznante. Kurama se estremeció a causa de una corriente de aire gélido que atravesó la celda, seguida de una imprevista y febril subida de temperatura. . . Una delgada silueta se distinguía en la penumbra. Un pequeño cuerpo musculoso, atado de pies y manos a la pared de la mazmorra, y una corona de cabello negro que parecía desafiar la ley de la gravedad. La cabeza se volvió, muy, muy despacio, dolorosamente. Unos ojos rojos y rasgados proyectaron una mezcla de odio y sorpresa sobre sus captores.
Kurama se tambaleó. La visión de aquellos ojos, como un haz de luz roja vertiendo sobre él el odio salvaje de un demonio, gritando su ira por estar cautivo. . . Era demasiado. . . demasiado. . . aquellos ojos. . .
- ¡Hiei!
No fue un grito, ni tampoco aquel ruego angustiado que escapaba de su boca siempre que el demonio de fuego resultaba herido. Fue algo completamente distinto. Algo arrancado de la parte de su ser que con tanto esfuerzo había intentado enterrar. . . desde que él se fue. . . desde aquel día, en los bosques del Makai. . . Hiei. . .
- ¿Ku-Kurama?
Hiei. . . Aquella voz, tan profunda, tan adulta, tan llena de dolor. . . Hiei. . .
Sintió que caía de rodillas al duelo, incapaz de pronunciar una palabra, de moverse, desbordado por las emociones que había intentado ahogar. Sintió como aquellos grandes ojos color sangre derramaban su maravillosa luz sobre su rostro, una vez calmados al percibir su sorpresa, su desconcierto. Notó que tenía un nudo en la garganta cuando intentó pronunciar otra vez su nombre, el nombre que, de alguna manera, había marcado su destino. Sintió que se le erizaba la piel cuando notó a Yomi detrás de él, sus dedos atravesando la cascada de su cabello para acariciarle la espalda. Hiei prisionero. . . Ese era. . . Noooooooo.
- ¿Te gusta, Kurama-chan? - Un escalofrío le recorrió la espalda. No, a Hiei no. . .
- Kurama.
Otra vez aquella voz. Ya no había sorpresa. Ya no. Sólo muerte, ninguna emoción, perfectamente neutral, perfectamente indiferente. "Tan de tu estilo, Hiei"
- ¿Qué significa esto? - Notó a Yomi contra su espalda.
- Te he conseguido lo que querías. ¿Ni siquiera vas a darme las gracias?
No tenía respuesta para eso. Él quería a Hiei. Hubiera dado la vida por tener a Hiei. Pero nunca le hubiera encerrado en una jaula, nunca hubiera poseído por la fuerza al koorime. Él era Kurama, no Youko Kurama. Lo que él sentía era amor, no lujuria. Ya no quedaba nada de la lascivia salvaje que le había dominado en su vida anterior.
- Hiei. . .
Los ojos rojos se cerraron, liberándole así de la intensidad de su mirada, de su fiero deseo de venganza, pero sólo por un segundo. . .
- Te mataré.
- Hiei, por favor. . .
Yomi soltó una desagradable carcajada. Había esperado una serie de reacciones por parte del kitsune. . . hambre por él, por el koorime cautivo, excitación, gratitud, seducción. . . reacciones propias del esencialmente sensual zorro plateado que una vez conoció. Pero no esto. No aquella patética urgencia por justificarse ante la amenaza de morir a manos de un miserable demonio de fuego, que además estaba encadenado e indefenso ante él. Aquel estúpido, bocazas e irascible demonio de fuego - tal vez debería haber amordazado al pequeño bastardo también - que valía menos que el polvo que Yomi levantaba al caminar. ¿Hasta ese punto llegaba la obsesión de Kurama por aquella especie de animalucho?
- ¿Es que no te gusta mi regalo? - Tan sólo quería recalcar lo que resultaba evidente. Por la expresión de sus ojos verdes, abiertos de par en par, el kitsune parecía estar ahogándose en un mar de terror. Si temía por él mismo o por su amor, Yomi no podía decirlo con seguridad.
El zorro temblaba. Se puso de pie con dificultad. Sus ojos brillaban, pero ahora a causa de las lágrimas.
- Yomi, por favor, suéltale.
El youkai rió de nuevo.
- ¿Con lo que me ha costado traértelo?
La voz de Kurama pareció romperse en pedazos cuando empezó a suplicar desesperadamente.
- Es que. . . no es así como quiero tenerle, ¿no lo ves?. . . No. . . no puedo aceptarlo. . .
- ¿Y por qué no?
- Porque él no me ama - Un susurro en medio de la oscuridad. Yomi se preguntó si el silencioso koorime encadenado a la pared había llegado a oírlo.
- ¿Y eso qué importa?
Kurama bajó la cabeza. Se dirigió con paso vacilante a la salida de la celda.
- Por favor, basta. Suéltale.
Yomi no se hubiera ofendido más si Kurama le hubiera abofeteado. ¡No! ¡Otra vez no! Kurama había acabado con su paciencia. Sintió su ki acumulándose en las puntas de los dedos.
- Kurama. . . - Una voz grave y profunda llenó la sala de algo parecido a cariño, a pesar de su frialdad - . . . no quiero que supliques por mí.
El zorro se paró en seco, una sacudida arqueó su espalda cómo si le hubieran clavado algo. Escuchar aquel atisbo de dulzura en la voz que adoraba era como recibir un impacto de la Rei Gun de Yusuke. Cerró fuertemente los ojos y una mueca de profundo dolor contrajo su rostro. Yomi vio una sola lágrima luchar por escaparse de los párpados apretados. Aquello era muy extraño. No era así como había imaginado que irían las cosas. "Kurama. . . tú, derrumbándote. . ."
Sintió las manos del zorro agarrarse a su brazo, suplicando, implorando. Kurama había vuelto al interior de la celda y se había arrodillado a sus pies. El estúpido kitsune realmente estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por el pequeño bastardo.
- Suéltale. . .
- ¡Kisama!
Casi se le hizo palpable la ira de Hiei contra él y contra el zorro. El débil, vulnerable, estúpido zorro, que estaba dispuesto a poner su absurdo amor por encima de su orgullo. Tan desvalido, tan indefenso. . . "Ne, Kurama, ¿de verdad harías cualquier cosa por salvar a este desgraciado?"
- ¡Imbécil! - La sala se empezó a teñir con un resplandor rojizo. Hiei no pensaba permitir que las cadenas le retuvieran ni un segundo más. No cuando el zorro estaba en aquella situación.
Kurama le ignoró, su precioso rostro miraba al de Yomi, implorante.
- Él no debería estar aquí. . . ¿Y si Mukuro. . .?
Yomi permaneció impasible unos segundos.
- Todo tiene un precio, kitsune.
Kurama se echó hacia atrás, los ojos abiertos al máximo. No estaba seguro de haber entendido bien. Hiei, testarudo, se negaba a mirar al zorro, no soportaba verle perder la dignidad de aquella manera, así que clavó los ojos en la pared.
- ¿Q-qué?
Tan hermoso. . . El sonido de aquella voz, aterrorizada, temblorosa. Mmmmm. . . Yomi no necesitaba ojos para saborear la belleza del kitsune. Y menos con lo que estaba seguro de que pasaría a continuación.
- Ya sabes a lo que me refiero, youko.
Kurama bajó la cabeza. Un lánguido y lento movimiento que confirmaba su derrota. Así que iba a hacerlo. De verdad iba a hacer todo lo que. . . y lo iba a hacer por aquel maldito despojo. Bueno, mientras Yomi consiguiera lo que deseaba, los sentimientos de Kurama no importaban.
- ¿Quieres decir. . . que si hago lo que quieres, liberarás a Hiei?
- Es un trato justo, ¿no?
Hiei soltó un bufido de ira, pero no dijo nada. Kurama cerró los ojos.
- Está bien.
- ¿Está bien?
- Lo haré.
Un rugido desesperado, procedente de donde estaba el demonio de fuego, llenó la mazmorra.
- ¡Tú, estúpido zorro! ¿Cómo puedes ser capaz. . .?
Kurama abrió los ojos. Varias lágrimas se deslizaron por sus mejillas, dejando marcas que ni siquiera se molestó en limpiar.
- Ai shiteru, Hiei.
- Bien, creo que ya es suficiente - Yomi sonrió triunfalmente - Despedíos - Lanzó una mirada llena de lascivia al youko - Estoy esperando.
No había nada más que decir. Kurama tan solo asintió con la cabeza.
Hiei nunca le perdonaría.
~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
No os habéis quedado con unas ganas inmensas de arrancarle la cabeza a Yomi???? MALO, MALO, MÁS QUE MALO¡¡¡¡¡ `______´
Cambiando de tema. . . La voz del silencio (Que nick más bonito ^_^) me preguntó si saldría el pequeño Shura. Pues bien, sí que sale. De hecho, en el próximo capítulo el principito hace una aparición breve pero intensa.
Me voy corriendo a empezar con el próximo capítulo. Espero que os esté gustando¡¡¡¡
- Kaasan, ni siquiera ha amanecido. . .
A mucha distancia, oyó una risilla contenida de quien quiera que fuese que intentaba despertarle. Un aliento cálido le rozó la mejilla y unos gélidos dedos se introdujeron en su pelo. ¿Hiei?
- Kurama. . .
Se revolvió, algo más despierto. Sonaba como si Hiei necesitara ir al baño urgentemente. Se dio la vuelta, decidido a ignorar al koorime. Hiei sabía perfectamente que el lavabo estaba al final del pasillo, justo al lado de la habitación de kaasan. Ya estaba harto de tener que acompañarle cada vez.
La voz le llamó por tercera vez. Kurama estaba a punto de decirle a Hiei que se espabilara él solo, pero se quedó paralizado, los ojos desmesuradamente abiertos y ya completamente despierto. El ki de Yomi le envolvió en un abrazo que ya conocía y detestaba. ¡Ahora en plena noche! Por todos los. . . ¡¿Qué cojones estaba haciendo Yomi en su habitación?!
- ¡Lárgate! Ya te dije que no estoy interesado.
- Oh, pero lo estarás - Yomi parecía estar divirtiéndose de lo lindo.
Kurama pensó qué sería mejor, si cruzarle la cara a Yomi de un puñetazo o hacer crecer unas cuantas plantas para atarle y torturarle hasta que prometiera llamar a la puerta la próxima vez que quisiera entrar en su habitación. En vez de eso, se decantó por una tercera opción, aunque no era la que más le apetecía: escucharle.
- ¿Qué?
El youkai de las numerosas orejas se limitó a dedicarle una enigmática sonrisa y a hacerle una señal para que le siguiera. Con un suspiro de exasperación, Kurama se levantó de la cama y cogió una de las mantas para tapar su cuerpo medio desnudo, antes de seguir a Yomi.
Su anfitrión le condujo a través de oscuros pasadizos, corredores sólo parcialmente iluminados que nadie parecía haber cruzado en varios siglos. El pasillo torció a la derecha y les llevó hasta un pequeño y desvencijado montacargas, al que Yomi le indicó que subiera. Los engranajes chirriaron mientras bajaban a la planta que Yomi había marcado. La planta quince. Quince pisos bajo tierra. Kurama sabía que Yomi encerraba a sus prisioneros en aquel área del castillo. Se preguntó con que clase de ocurrencia perversa pretendía impresionarle. La última vez que el monarca le había llevado hasta allí abajo fue para mostrarle, cautivo, al youkai que Kurama había enviado para matarle, un siglo atrás.
Yomi era extremadamente cruel con sus prisioneros. El último que Kurama vio fue torturado hasta un punto que ni siquiera había sido capaz de imaginar hasta que lo vio con sus propios ojos.
- ¿Y qué es exactamente esa sorpresa?
- Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa.
Kurama le sonrió, entre divertido y escéptico.
-¿Y me va a gustar la sorpresa?
- Oh, darías tu alma por poseerla, koibito - Respondió Yomi, ahogando una risilla.
Kurama se estremeció. El que Yomi le llamara eso. . . era repugnante, sin duda, pero además. . . había sonado como una sentencia de muerte.
Le inquietaba pensar qué podría ser el maldito regalo de Yomi y, al mismo tiempo, se dio cuenta de que estaba impaciente por verlo. Ah, Yomi había conseguido despertar su expectación.
Se detuvieron ante la última celda del largo y oscuro corredor. Kurama vaciló un instante antes de acercarse. Los candados y cerraduras de aquella puerta eran tan pesados, tan opresivos. Ni que Yomi tuviera un dios encerrado ahí dentro. No lo tenía, ¿verdad?
El youkai se giró y le sonrió mientras introducía la llave en la cerradura.
- Ahora, Kurama, quiero que me prometas que te comportarás cuando te enseñe mi regalo.
El zorro tan solo se rió. Comprendió que Yomi temía que adoptara su forma de youko. La sorpresa debía de ser algún enemigo que Kurama tuvo en el pasado. Yomi debía haberlo mandado buscar y encarcelar para ofrecerle el "placer" de arrancarle el corazón con sus propias manos. Incluso podría tratarse del cazador que casi mató a Youko Kurama. Las posibilidades eran infinitas. . .
Un momento. ¿Por qué haría Yomi una cosa así? ¿Y en plena noche? ¿Y aquellas medidas de seguridad? Kurama no recordaba haber luchado nunca con alguien tan peligroso. Los únicos a los que conocía y que fueran tan poderosos eran. . . Yusuke y Mukuro. Al menos, ese era su nivel de fuerza la última vez que Kurama los vio, y no hacía mucho de eso. Además, ¿por qué iba él a querer matar a un viejo enemigo, para empezar? Había dejado atrás cualquier resentimiento o rencor procedente de su antigua vida. Estaba seguro de que Yomi lo sabía.
Se mordió el labio inferior, para evitar que temblara a causa de la inquietud, y se encogió de hombros.
- Aún no puedo prometerte nada.
Yomi suspiró con resignación.
- Muy bien, pero. . . Pase lo que pase, deberías dejar que yo me ocupe. Tu regalo. . . muerde.
Kurama se arropó más con la manta, sintiendo la sangre bombear en su sien cuando Yomi abrió por fin la puerta.
***//~~~
Lo primero que Hiei notó al despertarse fue una molesta punzada de dolor en el cuello, causada por los músculos agarrotados. Su visión se negaba a aclararse, aunque se esforzaba por enfocar en algún punto en concreto para descubrir dónde se encontraba. Estaba en un lugar muy oscuro y muy húmedo. Eso seguro. Intentó moverse, pero descubrió que tenía las manos atadas, de que estaba encadenado a aquella pared mohosa. Muy bien, eso podría remediarlo fácilmente.
Cerró los ojos y trató de reunir una porción de su ki para fundir el metal que le apresaba. Se detuvo. No había pasado nada. Era como si su youki, aquello que le marcaba como demonio, estuviera siendo absorbido justo desde el centro de su pecho, dejando el cuerpo seco, flácido y sin energía.
Por un instante, el pánico se apoderó de él. Se retorció y luchó contra sus ataduras. Entonces se dio cuenta de que eran precisamente las cadenas que le sujetaban las muñecas, los tobillos y el resto de su cuerpo, lo que absorbía su ki. Claro, de cualquier otro modo, era impensable que unas cadenas le inmovilizaran y le impidieran salir de aquella apestosa prisión. Por lo visto, quienquiera que fuese el que le había capturado, se había tomado muchas molestias para que no escapara, colocándole aquella especie de sanguijuelas.
"Maldita sea", renegó para sí, haciendo acopio de toda su fuerza para intentar otra lucha desesperada contra sus ataduras, que tan sólo sirvió para que las cadenas, que parecían tener vida propia, le sujetaran más estrechamente contra la pared. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido como para dejarse atrapar? ¿En qué coño estaba pensando para meterse en semejante lío?. . . Kurama. . . Estaba buscando a Kurama. . . Sí, había ido al Mundo Humano, pensando que encontraría al estúpido zorro en su morada ningen. Kurama no estaba, y no había ningún rastro de su paradero en la habitación, ni siquiera una pizca de su ki para que él pudiera seguirlo. El zorro llevaba fuera muchos días. Y entonces. . . sí, había ido a ver a Yusuke, para que le dijera dónde había ido Kurama. Aquel imbécil no le había dicho nada en concreto, sólo que Kurama había estado pasando los fines de semana y las vacaciones en el Makai. . . con Yomi. . . ¡Yomi! ¡Mierda!
Se había dejado capturar por. . . por aquel ogro de seis orejas. ¡Ja! Y Yomi era incluso mejor que Mukuro custodiando a sus prisioneros. Se preguntó que querría el ogro de él.
El sonido de una llave girando dentro de la cerradura oxidada sacó a Hiei de sus pensamientos. Su fino oído distinguió rápidamente dos voces, charlando despreocupadamente; se podría decir, incluso, que estaban bromeando. Estaban en la entrada de la celda. Una era profunda, ronca, indiscutiblemente masculina. "Yomi" Hiei se puso en tensión, preso de una rabia incontenible. Tan pronto como saliera de aquella celda iba a acabar con aquel asqueroso ogro. Sí, podría pasárselo en grande durante unas cuantas horas torturándole con el Dragón Negro.
Se rió de sí mismo triste y calladamente, a su pesar.
- Aún no puedo prometerte nada.
La otra voz era melosa, aterciopelada, cristalina. Tan suave en su cadencia como la caricia de una brisa nocturna en su mejilla. Hiei intentaba ubicar la sensación que le producía en su desorientada memoria. Aquella dulce voz de contralto. . . grandes ojos verdes y una sedosa melena rojiza, podía verle con los ojos de su mente. . .
Y entonces. . .
- ¡Hiei!
***//~~~
La puerta chirrió sobre sus goznes y se abrió.
Kurama se asomó a la sombría estancia, lleno de una inquietante sensación de angustia que le encogía el estómago y, al mismo tiempo, de una morbosa impaciencia por saber qué era lo que Yomi quería que viese.
Había muy poca luz en el interior de la mazmorra, sólo la que entraba desde el pasillo. Un vago rastro de ki parecía estar buscándole en medio de las tinieblas, como si el prisionero quisiera guiarle hasta él. Se detuvo un momento para mirar atrás antes de avanzar más, y pudo ver una amplia sonrisa en los pálidos labios de Yomi. Una sonrisa que las sombras proyectadas por la luz del corredor sobre su cara hacían aún más espeluznante. Kurama se estremeció a causa de una corriente de aire gélido que atravesó la celda, seguida de una imprevista y febril subida de temperatura. . . Una delgada silueta se distinguía en la penumbra. Un pequeño cuerpo musculoso, atado de pies y manos a la pared de la mazmorra, y una corona de cabello negro que parecía desafiar la ley de la gravedad. La cabeza se volvió, muy, muy despacio, dolorosamente. Unos ojos rojos y rasgados proyectaron una mezcla de odio y sorpresa sobre sus captores.
Kurama se tambaleó. La visión de aquellos ojos, como un haz de luz roja vertiendo sobre él el odio salvaje de un demonio, gritando su ira por estar cautivo. . . Era demasiado. . . demasiado. . . aquellos ojos. . .
- ¡Hiei!
No fue un grito, ni tampoco aquel ruego angustiado que escapaba de su boca siempre que el demonio de fuego resultaba herido. Fue algo completamente distinto. Algo arrancado de la parte de su ser que con tanto esfuerzo había intentado enterrar. . . desde que él se fue. . . desde aquel día, en los bosques del Makai. . . Hiei. . .
- ¿Ku-Kurama?
Hiei. . . Aquella voz, tan profunda, tan adulta, tan llena de dolor. . . Hiei. . .
Sintió que caía de rodillas al duelo, incapaz de pronunciar una palabra, de moverse, desbordado por las emociones que había intentado ahogar. Sintió como aquellos grandes ojos color sangre derramaban su maravillosa luz sobre su rostro, una vez calmados al percibir su sorpresa, su desconcierto. Notó que tenía un nudo en la garganta cuando intentó pronunciar otra vez su nombre, el nombre que, de alguna manera, había marcado su destino. Sintió que se le erizaba la piel cuando notó a Yomi detrás de él, sus dedos atravesando la cascada de su cabello para acariciarle la espalda. Hiei prisionero. . . Ese era. . . Noooooooo.
- ¿Te gusta, Kurama-chan? - Un escalofrío le recorrió la espalda. No, a Hiei no. . .
- Kurama.
Otra vez aquella voz. Ya no había sorpresa. Ya no. Sólo muerte, ninguna emoción, perfectamente neutral, perfectamente indiferente. "Tan de tu estilo, Hiei"
- ¿Qué significa esto? - Notó a Yomi contra su espalda.
- Te he conseguido lo que querías. ¿Ni siquiera vas a darme las gracias?
No tenía respuesta para eso. Él quería a Hiei. Hubiera dado la vida por tener a Hiei. Pero nunca le hubiera encerrado en una jaula, nunca hubiera poseído por la fuerza al koorime. Él era Kurama, no Youko Kurama. Lo que él sentía era amor, no lujuria. Ya no quedaba nada de la lascivia salvaje que le había dominado en su vida anterior.
- Hiei. . .
Los ojos rojos se cerraron, liberándole así de la intensidad de su mirada, de su fiero deseo de venganza, pero sólo por un segundo. . .
- Te mataré.
- Hiei, por favor. . .
Yomi soltó una desagradable carcajada. Había esperado una serie de reacciones por parte del kitsune. . . hambre por él, por el koorime cautivo, excitación, gratitud, seducción. . . reacciones propias del esencialmente sensual zorro plateado que una vez conoció. Pero no esto. No aquella patética urgencia por justificarse ante la amenaza de morir a manos de un miserable demonio de fuego, que además estaba encadenado e indefenso ante él. Aquel estúpido, bocazas e irascible demonio de fuego - tal vez debería haber amordazado al pequeño bastardo también - que valía menos que el polvo que Yomi levantaba al caminar. ¿Hasta ese punto llegaba la obsesión de Kurama por aquella especie de animalucho?
- ¿Es que no te gusta mi regalo? - Tan sólo quería recalcar lo que resultaba evidente. Por la expresión de sus ojos verdes, abiertos de par en par, el kitsune parecía estar ahogándose en un mar de terror. Si temía por él mismo o por su amor, Yomi no podía decirlo con seguridad.
El zorro temblaba. Se puso de pie con dificultad. Sus ojos brillaban, pero ahora a causa de las lágrimas.
- Yomi, por favor, suéltale.
El youkai rió de nuevo.
- ¿Con lo que me ha costado traértelo?
La voz de Kurama pareció romperse en pedazos cuando empezó a suplicar desesperadamente.
- Es que. . . no es así como quiero tenerle, ¿no lo ves?. . . No. . . no puedo aceptarlo. . .
- ¿Y por qué no?
- Porque él no me ama - Un susurro en medio de la oscuridad. Yomi se preguntó si el silencioso koorime encadenado a la pared había llegado a oírlo.
- ¿Y eso qué importa?
Kurama bajó la cabeza. Se dirigió con paso vacilante a la salida de la celda.
- Por favor, basta. Suéltale.
Yomi no se hubiera ofendido más si Kurama le hubiera abofeteado. ¡No! ¡Otra vez no! Kurama había acabado con su paciencia. Sintió su ki acumulándose en las puntas de los dedos.
- Kurama. . . - Una voz grave y profunda llenó la sala de algo parecido a cariño, a pesar de su frialdad - . . . no quiero que supliques por mí.
El zorro se paró en seco, una sacudida arqueó su espalda cómo si le hubieran clavado algo. Escuchar aquel atisbo de dulzura en la voz que adoraba era como recibir un impacto de la Rei Gun de Yusuke. Cerró fuertemente los ojos y una mueca de profundo dolor contrajo su rostro. Yomi vio una sola lágrima luchar por escaparse de los párpados apretados. Aquello era muy extraño. No era así como había imaginado que irían las cosas. "Kurama. . . tú, derrumbándote. . ."
Sintió las manos del zorro agarrarse a su brazo, suplicando, implorando. Kurama había vuelto al interior de la celda y se había arrodillado a sus pies. El estúpido kitsune realmente estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por el pequeño bastardo.
- Suéltale. . .
- ¡Kisama!
Casi se le hizo palpable la ira de Hiei contra él y contra el zorro. El débil, vulnerable, estúpido zorro, que estaba dispuesto a poner su absurdo amor por encima de su orgullo. Tan desvalido, tan indefenso. . . "Ne, Kurama, ¿de verdad harías cualquier cosa por salvar a este desgraciado?"
- ¡Imbécil! - La sala se empezó a teñir con un resplandor rojizo. Hiei no pensaba permitir que las cadenas le retuvieran ni un segundo más. No cuando el zorro estaba en aquella situación.
Kurama le ignoró, su precioso rostro miraba al de Yomi, implorante.
- Él no debería estar aquí. . . ¿Y si Mukuro. . .?
Yomi permaneció impasible unos segundos.
- Todo tiene un precio, kitsune.
Kurama se echó hacia atrás, los ojos abiertos al máximo. No estaba seguro de haber entendido bien. Hiei, testarudo, se negaba a mirar al zorro, no soportaba verle perder la dignidad de aquella manera, así que clavó los ojos en la pared.
- ¿Q-qué?
Tan hermoso. . . El sonido de aquella voz, aterrorizada, temblorosa. Mmmmm. . . Yomi no necesitaba ojos para saborear la belleza del kitsune. Y menos con lo que estaba seguro de que pasaría a continuación.
- Ya sabes a lo que me refiero, youko.
Kurama bajó la cabeza. Un lánguido y lento movimiento que confirmaba su derrota. Así que iba a hacerlo. De verdad iba a hacer todo lo que. . . y lo iba a hacer por aquel maldito despojo. Bueno, mientras Yomi consiguiera lo que deseaba, los sentimientos de Kurama no importaban.
- ¿Quieres decir. . . que si hago lo que quieres, liberarás a Hiei?
- Es un trato justo, ¿no?
Hiei soltó un bufido de ira, pero no dijo nada. Kurama cerró los ojos.
- Está bien.
- ¿Está bien?
- Lo haré.
Un rugido desesperado, procedente de donde estaba el demonio de fuego, llenó la mazmorra.
- ¡Tú, estúpido zorro! ¿Cómo puedes ser capaz. . .?
Kurama abrió los ojos. Varias lágrimas se deslizaron por sus mejillas, dejando marcas que ni siquiera se molestó en limpiar.
- Ai shiteru, Hiei.
- Bien, creo que ya es suficiente - Yomi sonrió triunfalmente - Despedíos - Lanzó una mirada llena de lascivia al youko - Estoy esperando.
No había nada más que decir. Kurama tan solo asintió con la cabeza.
Hiei nunca le perdonaría.
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No os habéis quedado con unas ganas inmensas de arrancarle la cabeza a Yomi???? MALO, MALO, MÁS QUE MALO¡¡¡¡¡ `______´
Cambiando de tema. . . La voz del silencio (Que nick más bonito ^_^) me preguntó si saldría el pequeño Shura. Pues bien, sí que sale. De hecho, en el próximo capítulo el principito hace una aparición breve pero intensa.
Me voy corriendo a empezar con el próximo capítulo. Espero que os esté gustando¡¡¡¡
