UHF, madre mía, la guerra que me ha dado este capítulo¡¡¡¡ ^^'

Pero ha valido la pena, porque es sencillamente SO-VER-BIO. Es mi favorito en todo el fic. Bueno. este, y el final claro, que es apoteósico ^_^

Debo hacer una pequeña aclaración. Aquellas frases que veáis entre : ~ : son frases de Kurama hablando consigo mismo.

Bien, vamos allá¡¡¡

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"¿Qué me está pasando?"

Era la horrorizada voz de Suuichi, interrogando a la otra conciencia que habitaba en su mente. Un gran peso sobre su cuerpo le aplastaba y se sacudía encima de él. Presa del pánico, trató de empujarlo lejos de sí, pero descubrió que sus brazos no tenían fuerza alguna, que tan sólo podía dejarlos muertos a ambos lados de su cabeza. No podía ver nada, tenía una venda cubriéndole los ojos. Desesperado, trató de reconstruir la cadena de acontecimientos que le habían llevado a aquella situación.

Recordó que se había despertado en plena noche. Yomi le había indicado que le siguiera. Tenía un regalo para él, había dicho. Una sorpresa que a Suuichi le iba a encantar. Recordó que había seguido al youkai hasta las mazmorras. Estaba oscuro y daba miedo, pero Yomi dijo que le iba a gustar y Suuichi se fió de él, no mucho, pero lo suficiente. Y entonces. . . ¡Hiei! Hiei estaba allí, encadenado a la pared. Suuichi no había podido soportar el odio incontenible que vio en los ojos del demonio de fuego, no pudo soportar ver a aquel espíritu indomable cautivo en una celda, mirándole con aquella expresión acusadora en su rostro.

". . . Te mataré. . ."

- Por favor - Había suplicado.

Recordó haber dado la espalda a la cara impasible y pétrea de Hiei para volverse hacia Yomi. Suplicó, rogó, imploró para que liberase al demonio de fuego.

". . . No es así como quiero tenerle. ¿No lo ves? Él no me ama. . ."

Le rogó a Yomi por todos los medios que soltase a Hiei. Entonces habían hecho un trato, pero Suuichi no podía, ni aunque le fuera la vida en ello, recordar qué había ofrecido a cambio de la libertad del koorime.

". . . Ai shiteru, Hiei. . ." Su confesión cayó en el vacío como una última muestra de resignación.

No hubo respuesta. Hiei no se dignó a contestarle.

Después de eso, la otra presencia en su mente había desaparecido. No había nada, todo estaba confuso. Recordaba haberse resistido, una corta e inútil lucha. A continuación, un dócil sometimiento. Entonces todo se oscureció, y la otra parte de él había ocultado los detalles de lo que fuese que había pasado a continuación. Hasta ahora. . .

~ ¡AYÚDAME! ~ Gritó, cuando una descarga de dolor le asaltó. ¡¿Qué estaba pasando?!

~ . . . No puedo. . . ~ La respuesta fue un susurro desfallecido, roto por la extenuación. Tan débil. . .

~ Kurama, ¿qué me está pasando? ¡No puedo moverme! ~ El dolor se repitió, subiéndole por la columna como una descarga eléctrica, y un sollozo entrecortado escapó de sus labios. Pataleó desesperadamente cuando notó que una fuerza con la que no podía enfrentarse, que no podía ni siquiera ver, le rasgaba por dentro.

~ . . . Las cadenas. . . absorben. . . ki. . . No te resistas. . .

~ ¿Kurama? ~ Nada.

El terror se apoderó de él, terror aumentado mil veces por los explosivos flashes de dolor que se clavaban, implacables, en su cuerpo.

~ ¡Kurama! ~ Suplicó.

No podía soportarlo más. El tormento se transformaba poco a poco en éxtasis, agudas punzadas de placer que le erizaban el vello de la nuca. Sintió que se le revolvía el estómago cuando las manos que hasta entonces le habían sujetado la cintura, se desplazaron hábilmente para acariciar su pecho.

~ Noooooooo. . . ~ La voz de su mente se iba haciendo cada vez más débil también ~ No, eso no. . .

~ Lo siento Suuichi ~ Una suave caricia, una respuesta en un suspiro, tan lleno de sufrimiento ~ Ya. . . no puedo ayudarte.

Suuichi sollozó al sentir aquella corriente de placer indecente correr por sus venas, como una llama bailando sobre una superficie helada. No, él no quería eso.

~ Kurama, ayúdame. No puedo luchar contra esto yo sólo. Con él no. . . él no. . . Me está. . . Nos está robando Kurama, nos está saqueando. Y yo no puedo luchar contra él. ¡No puedo!

~ Cierra los ojos Suuichi ~ Aquella voz nunca le había hablado tan dulce y tristemente ~ Cierra los ojos y no te resistas. Te dolerá menos.

Aquel loco éxtasis. . . dolía mucho. . . Suuichi no podía soportar semejante tortura. Kurama. . . ¡Dios! ¿Qué le había hecho Yomi a Kurama?

No tuvo tiempo de preguntárselo otra vez, porque aquello que le estaba causando todo aquella aflicción, aquel terror, penetró una última vez dentro de él. . . Las sensaciones, un remolino de horror, pánico, dolor y locura se condensó en un solo punto de su cuerpo y explotó, rompiendo en mil pedazos su alma.

~ ¡KURAMA!

- ¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!

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". . . Ai shiteru, Hiei. . ."

"¡Mentira! No es verdad. No hubiera cedido, no se hubiera entregado a él si me quisiera. No hubiera permitido que ese asqueroso ogro hijo de puta echara a perder lo mejor de él. ¡Kurama, baka yarou¡ Tú, estúpido, imbécil, ¡jódete!. . . ¿Cómo has podido permitirlo? ¿Qué coño creías que estabas haciendo, arrodillándote ante ese cerdo de mente sucia y depravada?"

". . . Ai shiteru, Hiei. . ."

"¡Kurama, maldito seas!"

"Te quiero. . . Te quiero. . . ¿Me has querido tú alguna vez?"

"¡NO LO SÉ! ¿Por qué no eres capaz de entenderlo?"

"Hiei. . ."

"Kurama. . ."

La oscuridad se disolvió, como turbias volutas de humo, y recobró la consciencia. La luz le deslumbró cuando intentó abrir los ojos. Gruñó e intentó enderezarse. Entonces, una voz, inquieta, preocupada, llegó hasta él.

- Hiei-san, ¿te encuentras bien?

Intentó, en vano, ver algo. La verdad era que se encontraba mal, muy mal. Había conseguido abrir los ojos, aunque no veía bien, pero supuso que eso se debía a que había estado mucho tiempo inconsciente. Pero había algo más. . .

Probó a sentarse, sintiendo crujir las articulaciones. Había sucedido algo. . . sí, había sido capturado por Yomi. El ogro de las seis orejas le había encadenado en una mazmorra. Debía de ser por eso que tenía todo el cuerpo agarrotado. Pero se sentía tan débil. . . ¿Por qué? ¡Claro! Aquellas malditas ataduras habían absorbido todo su ki, no le quedaba nada. Pero seguía vivo. . . ¿Cómo podía ser?

Parpadeando, trató de aclarar su visión. Esta vez lo consiguió. Intentó ver dónde se encontraba.

- ¿Nan da. . .?

- Hiei-san. . . - Aquella voz, tan suave y dulce, como el tintineo de un cascabel. Sintió como, de algún modo, le hacía sentirse algo mejor.

- Yukina - Su propia voz sonó ronca y áspera, como un graznido. Tragó saliva y volvió a probar - Yukina - Esta vez sí. La voz de barítono se deslizó a través de su garganta, profunda y segura. Sentía que volvía a ser él mismo poco a poco. Pero, ¿por qué estaba allí Yukina, en el calabozo, en el castillo de Yomi? ¡Un momento! ¡¿Aquel bastardo hijo de puta se había atrevido a poner un dedo sobre su hermana?!

Los gélidos dedos de Yukina le acariciaron la frente, febril incluso para un demonio de fuego.

- Hiei-san, ¿qué ha pasado?

"¿Qué ha pasado? ¡Eso debería preguntarte yo a ti!"

- No. . . no lo sé. . . - El recuerdo de la noche anterior apareció de golpe en su mente. "¡Kurama!"

Yukina le miró con cara de extrañeza.

- ¿Hiei?

Kurama. . . Y Yomi. . . ¡Maldita sea! No podía contárselo, a ella no.

- ¿Dónde estamos?

La pequeña koorime parpadeó, sorprendida.

- Pues. . . En el templo de Genkai, por supuesto - Volvió a ponerle la mano en la frente - Hiei-san, ¿te encuentras mal, estás enfermo?

- Estoy bien - Murmuró, apartando la mano de su hermana. Él NO MERECÍA sus atenciones - ¿Cómo he llegado hasta aquí?

- Te encontré tirado ahí fuera - Le echó un vistazo general. Hiei-san empezaba a preocuparle seriamente. Algo no iba bien - Debes. . . haberte caído de tu árbol.

Hiei puso los ojos en blanco disimuladamente. Decidió pasar por alto lo absurdo del comentario. Después de todo, se trataba de Yukina. Si alguna vez ella se viera involucrada en alguna de las intrigas de su tortuosa vida, nunca podría perdonárselo.

Se puso de pie de golpe. No quería molestar más a su hermana con sus propios problemas.

- Tengo que irme.

Sintió una mano pequeña y fría en el hombro. Se giró. Yukina le miraba llena de preocupación, con sus bonitos ojos rojos, lo único que parecía tener en común con su gemelo. "No la he engañado"

- Hiei-san. . . ten cuidado.

Yukina. . . Intentó decir algo, algo para demostrarle, de algún modo, que valoraba su opinión y sus consejos más que nada en los tres mundos. Excepto, quizás, a cierto pelirrojo de ojos esmeralda, esbelto, delicado y enervante youko. Pero las palabras no pudieron atravesar el nudo que se le había hecho en la garganta y todo lo que fue capaz de hacer fue asentir, débil, casi imperceptiblemente, con la cabeza. Se lo diría. . . algún día. Se lo diría.

Y en un abrir y cerrar de ojos, con un leve movimiento de aire, el jaganshi desapareció.

***//~~~

Los recientes acontecimientos del palacio de Yomi no eran, precisamente, algo de lo que el pequeño Shura tuviera que estar al tanto. Viviendo con un padre cuya máxima ambición era unificar todo el Makai bajo su puño de hierro, el chiquillo había llegado a pensar que no importaba lo que pasara más allá de los confines del castillo, nunca podrían alterar el orden de la fortaleza que era su hogar. Y mientras estuviera allí, donde vivía su padre, no había nada de que preocuparse, ¿verdad? Era una tontería pensar que Mukuro y aquel demonio de fuego que tenía por mascota fueran a invadirles.

Y aún así, aunque lo intentaba, el pequeño príncipe no podía ignorar aquel presentimiento de que algo malo estaba ocurriendo DENTRO del castillo.

"Es como si una de esas maldiciones, de las que permanecen encerradas durante siglos y siglos por un hechizo, se hubiera liberado y estuviera creciendo" Murmuró para sí una noche, mientras se ponía el pijama. "Y no sé qué haremos si eso sucede de verdad. No sé si papá se ha enfrentado alguna vez con algo así"

Recientemente, su padre se había marchado unos días a pasar revista en la frontera norte del país y le había dejado al mando. Bueno, al menos técnicamente. Yomi tenía una manera muy ingeniosa de convencer a los posibles invasores que no se acercaran al castillo, aunque él no estuviera. Pero Shura aún no había llegado a comprender cuál era exactamente la estrategia, y su papá nunca estaba fuera suficiente tiempo para que él pudiera averiguarlo. Hacía tan sólo una semana, Yomi había regresado de la inspección, unos pocos días después de la llegada de Kurama.

Fue entonces cuando la extraña desazón comenzó. Shura sabía muy bien que su padre adoraba a aquel zorro medio humano, aunque Kurama era tan cariñoso con él como un gato panza arriba. Pero no era eso lo que molestaba a Shura. Por lo que le importaba, el kitsune podía tirarse por un barranco si quería, que él se iba a quedar tan ancho. Pero esta vez, Kurama parecía tan triste, tan deprimido. . . Y permanecía siempre encerrado en si mismo. Su insolencia (o su pasividad) había llegado tan lejos que incluso se había atrevido a ignorar al señor de aquel castillo. Shura intentó hablar con él una vez, pero todo lo que hizo el zorro fue sonreírle como un muñeco y conseguir que le entraran ganas de llorar al ver aquella expresión muerta y postiza en su cara. ¿Por qué su padre estaba tan pendiente de aquel tío tan raro? Shura había optado por dejarlos y mantenerse apartado. Últimamente, le llegaban muy malas vibraciones de su padre.

Una noche, ya muy tarde, unas dos semanas después de la llegada de Kurama, Shura estaba jugando con la consola, pese a que su padre le había dicho ya un montón de veces que se fuera a la cama. Salió un momento de la habitación para que le diera un poco el aire. El aire acondicionado no daba abasto aquellos días. Miró por encima de las almenas, admirando la tierra que un día heredaría, cuando vio algo brillar débilmente al pie del ala oeste de la muralla. No le pareció nada peligroso, tal vez otra de las fluctuaciones de la barrera entre el Makai y el Ningenkai.

Justo cuando estaba a punto de volver dentro, apareció una mancha negra, moviéndose tan rápido que llegó a dudar de si la había visto realmente. Y entonces, a pesar de la distancia y la oscuridad, pudo distinguir a su padre abalanzándose sobre el intruso, de un modo tan implacable que a Shura le recordó las historias que le habían contado sobre el sanguinario Youko Kurama. Con la boca abierta de asombro, Shura volvió a su habitación, sintiéndose de lo más orgulloso de que su papá fuera tan buen luchador, tanto, que incluso se dedicaba a atrapar a los intrusos que conseguían eludir a la guardia él mismo.

Notó una pequeña fluctuación de ki cuando se metió en la cama, pero desapareció antes de que pudiera localizar de dónde venía. Y el pequeño Shura se quedó dormido en el mismo instante en que su cabeza tocó la almohada. . .

No supo de dónde provenía el fantasmagórico chillido que recorrió el castillo ni la repentina explosión de terror que le despertó de su plácido sueño cuando apenas estaba empezando a amanecer. Se tapó la cabeza con la sábana y se cubrió las orejas con la almohada, pero sus esfuerzos por bloquear el desgarrado y aterrador grito fueron en vano. Una y otra vez aquella voz rota y desesperada penetraba en su cerebro, una y otra vez resonó en su atormentada mente de niño, torturándole como si docenas de agujas se clavaran en sus oídos. Una y otra vez, hasta que Shura creyó que iba a volverse loco. Y lo hubiera preferido, hubiera preferido perder la razón antes de volver a escuchar aquel horrible lamento, la quebrada voz de contralto repitiendo "¡¡No, por favor. NOOOOOOO!!" Hasta que, poco a poco, todo el dolor, todo el miedo, todo el sufrimiento, se desvaneció, dejando tras de sí una inmensa sensación de agotamiento.

El sol acabó de alzarse en el cielo, bañando el castillo con su luz dorada, como si la luz, por sí sola, pudiera borrar el horrible recuerdo de aquellos gritos. Shura se quedó en la cama, con la cabeza cubierta por las sábanas hasta bien entrada la tarde, hasta que su padre fue a verle e intentó calmarle.

Las noches siguientes no fueron mejores. El espeluznante alarido se repetía, llegaban hasta él sollozos, lamentos, ruegos dirigidos a nadie en particular. Y también se escucho así mismo murmurar palabras de consuelo para aquella voz, como si, quien quiera que fuese el que así gritaba, pudiera oírle. Y todas las noches, a veces incluso durante el día, desde entonces, ocurría lo mismo. Le era imposible dormir, no dejaba nunca de oír el llanto de aquel alma atormentada. Era imposible que su propia alma, ahora trastornada, pudiera descansar hasta que descubriese quién estaba detrás de semejante horror.

Silenciosamente, salió de puntillas de su habitación. Se estremeció cuando una leve brisa nocturna acarició su piel, cubierta de un sudor frío. Ya había pasado casi un mes. Dios, había estado soportando aquellos gritos todas, todas las noches, durante casi un maldito mes. Pues se iba a acabar ya mismo. O, al menos, lo descubriría. Descubriría quien era, y acabaría con el dolor del misterioso youkai. Maldita sea, cada vez tenía más miedo.

Shura se deslizó por los oscuros corredores. Sus grandes ojos negros brillaban con un fiero destello, impropio de alguien tan joven. Otra vez, la pesadilla volvía a empezar. Volvió a escuchar el ya conocido sollozo reverberando por los pasadizos, cada vez más fuerte, a medida que se acercaba a la habitación de Kurama. Shura sentía la sangre bombeando en sus sienes. La puerta de la habitación del kitsune no estaba cerrada del todo. Todos los sonidos de la noche parecían haber sido silenciados por el persistente llanto. Y un nuevo sonido, un rugido que se parecía sospechosamente a aquellos que él había escuchado sólo en la tele, en los canales ningen. . . cuando dos personas. . .

"¿Qué demonios. . .?" La atmósfera estaba saturada por el ki del zorro. Tanto, que Shura tenía la sensación de estar avanzando a través de un líquido espeso, tan palpable que incluso arrancaba destellos de luz verde del polvo que flotaba en el aire. Temblando, avanzó hasta llegar a la puerta.

Una ráfaga de ki le alcanzó en plena cara cuando se asomó al interior de la estancia. Apretó los dientes y se obligó a resistir, a pesar de que aquella fuerza descontrolada le chamuscara las pestañas y soplara con tanta fuerza que sus orejas quedaron aplastadas contra los lados de su cabeza. "¡Maldita sea! ¿Qué está haciendo ese youko?"

Y entonces se acabó. Parpadeando a causa de la sorpresa, avanzó un poco más, cauteloso. Debía ir con cuidado, si no mantenía la guardia, el maldito youko era capaz de saltar sobre él y rebanarle el cuello sin pararse ni siquiera a pensar en todo lo que le debía a su padre.

La habitación de Kurama estaba decorada al estilo de una época pasada del Ningenkai, llamada "Victoriana". . . o algo así. Yomi no había reparado en gastos ni dificultades para conseguir aquellas antigüedades, y todo para complacer a aquel estúpido zorro. El estúpido zorro. . . que ahora estaba desnudo, atado a la cama, luchando desesperadamente contra otro cuerpo, mucho más grande que el suyo. El cuerpo de su padre, sacudiéndose fuerte, rápida y violentamente contra el frágil e indefenso cuerpo humano. Y gritaba, era él quien lanzaba al aire aquellos lamentos, audibles sólo para él, los gritos de miedo y desesperación, el llanto que hacía que se despertara, noche tras noche, cubierto de sudor frío. . .

"¡!¿NANI YO?¡¡"

Ahora Shura también podía oír los jadeos de placer de su padre mientras asaltaba al lloroso kitsune. Kurama se agarraba con fuerza a las sábanas, antes blancas, ahora manchadas con gotas de sangre. La sangre que Yomi le había hecho derramar, la evidencia del sexo forzado, manchas sobre su pureza, su espíritu derrumbándose poco a poco, mientras aquello que Yomi empuñaba contra él se introducía más y más en su dolorido y torturado cuerpo.

Shura corrió dando traspiés fuera de la habitación, los ojos desencajados de terror, sin poder creérselo. "Yo no he visto nada. ¡Dios! No puedo. . . no puedo haber visto eso. . . Padre. . ."

La imagen se repetía una y otra vez en su mente. El pequeño youkai veía aquel maltrecho cuerpo ningen, pálido y tembloroso, sudando en aquella atmósfera cargada, saturada de youki; podía ver la carne, introduciéndose en aquellos rincones que Shura sabía que no debían ser invadidos, podía ver aquel hermoso rostro deformado hasta ser casi irreconocible por una mueca de dolor, de sufrimiento, de vergüenza. . .

El último grito que perturbó la paz de la noche fue agudo y penetrante. . . procedente de aquel cuyo equilibrio mental se había roto y cuya vida estaba a punto de convertirse en un pozo de locura. A la mañana siguiente, el castillo se despertó en medio de un gran alboroto. Los hombres de su padre estaban rastreando los alrededores en busca de algo. . . de alguien.

Fue entonces cuando informaron a Shura de que el huésped de su padre se había marchado.

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Dios mío, estoy tan preocupada por Suuichi, y por Kurama, y por Shura, que debe de estar traumatizado, y por Hiei, pobrecito. AAAAAAARGHHHHHHHH, se me va a abrir una úlcera¡¡¡¡

Y, como muy bien dijo Shirubi un día, "La inocencia de Yukina es admirable, vive demasiado feliz".

Espero que os esté gustando ^_^