Disclaimer: Todo el mundo de Harry Potter y los personajes que os resulten conocidos, son de J.K. Rowling, y yo no saco dinero escribiendo esto (sería un trabajo genial, pero los abogados de la Rowling, de la Warner y de todo el mundo que realmente saca dinero con Harry Potter se me comerían con patatas)
Spoliers: La acción de este fic sucede durante el 5° libro, aunque la idea general me surgió antes. Lo que pasa que al leer el 5° se me han roto un poco los esquemas, y puede que tenga que variar todo, ya veré conforme vaya escribiendo...
Reviews, please ^_^
Atención!!! Importante!!!: Algunos ya lo sabreis, pero advierto a los que no lo saben: Estoy pasando un curso en Alemania, y en los teclados alemanes no existe la letra "n" con palito arriba, comprendeis? He decidido sustituirla por este símbolo: µ
Por ejemplo: Espaµa, araµar, montaµa, maµana... Please, que esto no suponga un impedimento T_T
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La situacion era surrealista. Aún dolorido, cansado y con el sabor de su propia sangre martilleándole la garganta, Severus llegó al umbral del castillo, que se erguía orgulloso contra el frío viento de la madrugada. Pero no iba solo. Con cada paso que daba, podía sentir el bulto caliente y tembloroso que se revolvía inquieto en el bolsillo de su toga. Pettigrew...
El corazón de Severus palpitaba, hundido en la contradicción. En el pasado tuvo que luchar lo indecible para encontrar su camino a seguir, y fue victima del ostracismo de ambos sectores del mundo mágico, tanto los que lo veía como un traidor a la causa del Dark Lord como los que lo consideraban un simple tránsfuga, preocupado sólo por salvar su pellejo. En cierto modo, es lógico pensar que si ha sido capaz de abandonar a aquellos con los que se alineó una vez, puede repetirlo en el futuro.
Le había costado casi un tercio de su vida no ser un marginal, decidir que permanecer junto a Dumbledore era seguir el camino más duro, pero a la vez el más justo, el correcto.... Y demostrar a la sociedad que, tras una decisión equivocada, supo volver al redil, como una buena ovejita...
Una ovejita que ahora tenía en bandeja la posibilidad de matar al lobo, huir del maldito redil donde a pesar de todo seguía siendo considerado una mierda y alinearse en el bando que a la larga y gracias al descrédito de los estúpidos burócratas del Ministerio acabaría siendo el más poderoso.
Sacudió la cabeza, horrorizado con sus propios pensamientos. Acaso iba a ser tan estúpido - o tan temerario - como para caer dos veces en la misma piedra?
La rata volvió a revolverse, devolviéndolo a la realidad. Entonces, con pasos seguros se dirigió hacia la entrada de las mazmorras, rezando por que nadie se le cruzase. Tenía que desacerse de su desagradable e inesperado compaµero antes de presentarse ante Dumbledore.
Llegó al familiar corredor donde se ubicaban sus aposentos, su despacho y varias mazmorras que eran usadas como aulas, almacenes y salas de prácticas. Decidió entrar a una de las salas de prácticas. Cerró la puerta con un conjuro y sacó a colagusano de su bolsillo con muy poca delicadeza, arrojándolo al suelo. La rata chilló, aparentemente dolorida y enfadada, pero él no le prestó la menor atención.
Y ante sus ojos se obró el milagro de la magia: la rata que unos segundos antes se encontraba a sus pies comenzó a crecer y a adquirir aspecto humano, en una transfiguración fascinante y repulsiva a la vez. Crujidos de huesos, humanización del animal, ruidos antinaturales... y el rechocho Pettigrew apareció de nuevo ante sus ojos, frotándose la cadera.
- Podrías ser más cuidadoso, sabes? Yo no te he tratado mal....
Severus le dirigió una mirada amenazante que fue suficiente para hacerle callar. Seguía siendo la misma rata cobarde que conoció en su infancia. Le ordenó sentarse y esperarle allí sin hacer el menor ruido, mientras él visitaba a Dumbledore.
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Subió pesadamente las filas de escaleras que separaban su mazmorra del despacho del director, los primeros rayos de sol de la maµana entrando por los amplios ventanales del castillo dibujando figuras geométicas en los rincones y huecos entre pasillos de vez en cuando eran cortados por su cuerpo al pasar a través de ellos, calentándole suavemente, como si quisieran darle ánimos. No es que no los necesitara: su cuerpo le pedía a gritos sentarse allí mismo y encogerse sobre si. Su cerebro aún no podía asimilar la noche anterior, en la que no sólo no había sido descubierto y destrozado por su antiguo lider, sino de la que había salido completamente ileso a excepción del golpe en la cara que apenas le había dejado marcas y con la confianza de Voldemort casi recuperada, cumplida la misión que Dumbledore le encargó.
Al entrar al regio Despacho pudo oir los murmullos de algunos de los retratos, pronto acallados por la voz del Director.
- Severus! - Albus Dumbledore fue a su encuentro con los brazos extendidos - Siéntate, por favor... Estás bien? No estarás herido?
Severus intentó sonreir debilmente para calmarlo, mientras se dejaba guiar por los hombros hasta una silla aceptaba el caramelo que le tendía en un gesto mecánico, para luego deslizarlo en su bolsillo.
- Estoy bien, Albus. Comparado a lo que pude imaginar antes de ir, el encuentro fue como un baile de primavera - Los ojos de Dumbledore chipearon al comentario, pero en ellos seguía vibrando una sombra de preocupación. Ambos magos habían planeado meticulosamente el encuentro de Severus con el resto de mortifagos, y aunque ninguno quiso ponerse en lo peor, los dos sabían las consecuencias que podía acarrear - Voldemort me ha puesto a prueba, pero dijo que aceptaba con dudas mi historia....
- Es una buena noticia - Albus prosiguió con voz grave y preocupada, como si no creyese que la notica fuese tan buena. Tras una pausa en la que sus ojos se desviaron a Fawkes, volvió a mirarlo fijamente, con cierta pesadumbre en el rostro - Sé que te estoy pidiendo demasiado, Severus, y tal y como se están desarrollando los acontecimientos, sé que te tengo que pedir demasiado. Necesito que sigas siendo mortifago a los ojos del enemigo, que te inflitres y me informes de todo...
El rostro del Director era sombrío, pero a la vez inquisitivo. Era obvio que quería oir el relato completo, y aunque Severus sabía que era un Maestro en legilimecia, no iba a utilizarla contra él. Porque tenía su confianza, como en tantas otras ocasiones le había demostrado. Eso le hizo sentirse infinitamente culpable, mucho peor que cuando estuvo arrodillado horas antes frente al Dark Lord, temiendo por su vida.
Se sintió culpable al relatar la historia y omitir el final de la noche, diciendo que Pettigrew y él serían informados más adelante, pero revelando que el animago estaba esperando dentro del castillo. Dumbledore le palmeó la espalda y le acompaµó hasta la puerta, mandándole a descansar y rogándole encarecidamente que vigilase a la rata y evitase que saliese de las mazmorras. Aún quedaban nueve dias antes de que los alumnos se marchasen, y tener un mortifago en el castillo, aunque fuese en esas situaciones, no dejaba de ser un peligro...
Si Dumbledore supiese que antes de que los alumnos se fuesen Black tenía que estar criando malvas...
Bajó las escaleras mucho más rápido de lo que las había subido, su conciencia gritándole que volviese corriendo al despacho y se arrodillase para describir su misión y pedir perdón por haber siquiera pensado en ejecutarla, mientras que su alma mil veces atormentada le sugería llevar a cabo la misión para ganarse la confianza del Dark Lord, cumplir su sueµo de acabar con el pretencioso animago y seguir sirviendo a Dumbledore con una muerte más a sus espaldas, pero con el orgullo alto y todas las vejaciones sufridas en su adolescencia vengadas. Sabía que uno de sus mayores defectos era el rencor, pero no iba a achantarse por eso. Era obvio que quería matar a Black por motivos rencorosos, pero el sólo pensamiento de hacerlo le hacía sentir virtuoso, justiciero, y por mucho que le horrorizase reconocerlo, feliz.
Y hacía tanto, tanto tiempo que no se sentía feliz....
Divagando llegó hasta la sala donde había dejado a Peter, que seguía sentado en la silla tal y como lo dejó, y dio un respingo al oirle entrar. Sin darle ninguna explicación tiró de su manga y lo guió hasta su despacho. Allí conjuraron un armario para que tuviese la amplitud de un pequeµo zulo y transfiguraron, o mejor dicho, Peter, el experto en transfiguraciones, transfiguró una silla en un catre. Severus le ordenó quedarse allí hasta que él regresase y que bajo ninguna circunstancia se atreviese a salir, si no quería sufrir su disgusto. El animago parecía cada vez más asustado de Severus, así que apenas profirió unas leves quejas cuando el moreno le ordenó entregarle su varita, que fueron acalladas con una mirada asesina. Luego cerró las puertas, sellándolas con un hechizo y recitó un Imperturbable Charm contra el mueble. Ya se encargaría de él más tarde. Ahora necesitaba descansar, aunque eso sería obviamente después de dar sus clases...
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Con un último suspiro de resignación y cansancio, el Profesor Snape cerró la puerta que comunicaba sus habitaciones con su despacho, Ignorando completamente el armario donde Pettigrew seguía encerrado desde hacía 5 horas.
Realmente, más que habitación, el espacio que en Hogwarts se otorgaba a los profesores residentes podría considerarse como un pequeño apartamento. Nada más entrar, a la izquierda de la puerta, había una cocina con una barra americana para una comida rápida, aunque en el caso de Severus, siempre acababa llena de papeles e ingredientes, con lo que jamás la utilizaba. Seguidamente y sin pared divisoria estaba el salón, todo lo acogedor que puede ser un salón que no tiene más ventanas que una fila de pequeñas oberturas rozando el techo, ya que la mazmorra estaba bajo unos tres metros del nivel del suelo. Pero eso realmente no le importaba. De todas formas, ¿cuántas veces se hubiese detenido a mirar por una ventana si existiese?.
La pared que había a la derecha de la puerta de entrada tenía dos puertas. Una de ellas era su habitación, y la otra era una habitación algo más pequeña, para las posibles visitas. Nunca había sido utilizada para tal fin, y allí estaba, acumulando polvo y objetos que eran relegados al olvido, pero a la vez imposibles de tirar. El baño estaba entre las dos habitaciones, y era común a ambas.
La cabeza amenazaba con explotarle. Era fin de curso, y aunque la mayoria de exámenes estaban ya hechos, aún tenía clases con los cursos inferiores durante una semana, y además tenía que corregir los exámenes y trabajos del último trimestre del curso escolar y calcular las notas medias. Había estado Dios sabe cuanto y apenas había avanzado la mitad de lo que él quería. Eso se debía a su meticulosidad a la hora de corregir "O mejor dicho, de buscar los más mínimos fallos de esos imbéciles" se dijo con una sonrisa triste.
Se había convertido en un profesor hijoputa. Eso es lo que nadie sueña con ser de mayor. No es que no le gustara enseñar, pero eso de tener que tratar con niños... bueno, nunca le había motivado. Tras un intento de sentarse a seguir corrigiendo frustrado por la noche sin dormir y el cansancio que le recorría, decidió dejarlo para el día siguiente.
Tras lanzar un hechizo a la chimenea, un rojo fuego iluminó un poco más la habitación, dándole un aspecto más cálido y acogedor. Lentamente, como si la vida fuese eterna y el tiempo fuese suyo, se sentó enfrente de la chimenea en un sofá bajo y se empezó a desabrochar las botas. Tras quitárselas y arrojarlas hacia la pared, dudó un momento y decidió dejarse los calcetines. Le gustaba el contacto del mundo contra sus pies descalzos, pero no quería coger ninguna enfermedad o malestar por un capricho. No ahora que tenía tantas responsabilidades... tenía que estar preparado para todo.
Voldemort. Voldemort era el protagonista de muchos de sus pensamientos, y solo durante el sueño y gracias a sus pociones y a su detreza en el arte de la occlumancia podía sacarlo de su cabeza. Aunque ahora parecía no querer salir, sino que seguía dentro de ella, repitiéndole con sus labios de melocotón que matase a Black para ganarse su confianza...
Estaba harto de esta situación.
Se quitó los gruesos calcetines de lana verde oscura y bajó a la alfombra, donde se tumbó en una postura bastante extraña, aunque no parecía incomodo.
Y para más inri, Black estaba a tiro de su varita y Pettigrew seguía en el armario...
Tras unos momentos mirando las llamas, se acercó a la cocina, donde no había alfombra y pudo notar el frío en sus plantas, martilleándole los dedos. En vez de coger el habitual frasco con sleeping potion, abrió el armario de las especias y cogió un poco de asfódelo triturado y unas raíces de hipérico. Con unos hábiles movimientos, hizo una masa homogénea de ambos productos. Abrió un cajón del mueble principal del salón y sacó una bolsita. La abrió y la olió. Volvió a dejarla en su sitio y repitió la operación un par de veces más con otras bolsas hasta que encontró la que buscaba. Volvió a acercarse a la cocina, donde había dejado la mezcla. Unió a ésta parte del contenido del sobre, tabaco de sabor a manzana y volvió a mezclar. En una esquina del salón tenía un mueble-bar, del que cogió una botella de whisky. Luego entró en la habitación que tenía llena de trastos y salió de ella con una cachimba en la mano, que mediría medio metro aproximadamente.
Llenó el depósito de la cachimba con wisky diluido en un poco de agua para bajarle gradación, la cerró y colocó en la parte de arriba la masa que había hecho. Acercó todo a una mesa cerca de la chimenea y, con un conjuro, colocó encima de la masa una brasa roja y brillante.
Cogió el brazo de la pipa y le dio una fuerte calada. Pudo notar como el humo bajaba por su garganta y calentaba su pecho, llenando su boca y su nariz de un sabor dulzón y de una sensación de calor realmente agradable. Espiró echando lentamente el humo por la boca, viendo como hacía dibujos y figuras caprichosas y posteriormente se confundía con las sombras de la habitación.
A medida que fumaba, sus músculos se relajaban y su rostro se suavizaba. El hecho de mezclar con el tabaco el asfódelo y el hipérico tenía algo que ver, es cierto, pero era tan fuerte la sensación de bienestar que tenía... No puede ser sólo de eso. No. Estaba también el hecho de que cuando se sentaba frente a una pipa podía olvidarse de todo y dejar fluir los pensamientos. Con la misma rapidez que llegaban, se iban y él no tenía por qué retenerlos, sino que se conformaba con contemplarlos y así poder vaciar su mente. Cerrarla.
Después de un rato sintió la necesidad de ir al baño. Se levantó y se sintió algo mareado, pero era un mareo agradable. Llegó un poco a trompicones y se bajó la bragueta frente al WC. En plena faena le dio por pensar en Pettigrew. Tal vez necesitara algo más que una cama... y tampoco podía dejarlo morir de hambre...
Suspiró. Parecía ser que tras tanto tiempo su habitación de invitados iba a ser usada...
Volviendo al sofá se sirvió un vaso de firewhisky. Un maullido llamó por un instante su atención. Se sentó en el sofá y dejó que Gasolina se subiera a su regazo. Gasolina era un gato siamés que estaba medio loco, se lo había regalado la Profesora Hooch hacía un par de aµos, en esa sensiblera fecha de Navidad. Al principio lo había aborrecido, pero acabó tomándole algo de afecto ya que, de todos modos, era la única criatura que estaba siempre con él.
Volvió a coger el tubo y siguió fumando lentamente, sintiendo el calor del gato traspasar la túnica y calentarle las piernas. Ahora empezaba a sentirse bien... aunque sabía que la felicidad no era eterna, y menos la suya.
Unos golpes sonaron en la puerta. Tuvo la irracional idea de que el animago podría haber escapado del armario, pero en seguida se dio cuenta de que su varita seguía en su poder. "Quienquiera que sea, se irá por donde ha venido, pero con el culo caliente" se dijo mientras pesadamente se levantaba y se acercaba a la puerta. Al abrirla se encontró de frente con Hooch.
Si Severus podía decir que apreciaba a alguien en Hogwarts, aparte de Dumbledore, esa era Yuri Hooch. Era bastante más baja que él, con el pelo grisáceo y unos ojos amarillos que miraban astutamente.
- Vaya, ¿me invitas a tu fumadero?- Dijo con una sonrisa descarada, inhalando el aroma de la habitación.
- No toques nada, Yuri.
Hooch entrecerró los ojos, lanzando una mirada de odio fingido, mientras pasó por su lado. Él le respondió de igual forma. La primera vez que la vio ya tenía el pelo grisáceo, curioso detalle, ya que se conocieron cuando ambos tenían once años. Habían sido compañeros en Hogwarts y en Slytherin. Su nombre completo era Yuna Rita Hooch, pero siempre había respondido sólo por Hooch, o por Yuri si era Severus o uno de los pocos elegidos el que se lo decía.
- ¿Qué tal esos exámenes?, espero que hayas podido suspender a mucha gente este curso, buena forma de subir la moral, no? - Mientras se lo decía se tomó la libertad de empezar servirse un vaso de vodka con limón - parece que es lo único que da emoción a tu vida.
- Que se espabilen, son todos un desastre, ya los veo a todos en el paro, incluidos a los nuestros - dijo Severus volviendo a acomodarse en el sofá.
- De todas formas, con la de puntos que estás bajando este año a las otras casas, si Slytherin no gana la Copa de la Casa es que son todos imbéciles integrales
- Obvio que no la ganaremos, con ese Potter ganando los puntos de doscientos en doscientos... - No hablaba con odio, pero si con cierta amargura. Antes de la entrada de Harry en el colegio, Slytherin se había hecho siempre con la Copa de las Casas, pero las temeridades del muchacho, que siempre habían acabado siendo una heroicidad a ojos de casi todo el mundo, les había quitado ese liderato, cosa que enfurecía a Severus y divertía a Hooch. Aunque tras un rato de silencio, se hizo obvio que no era por eso por lo que había ido a visitarlo. Severus sonrió.
- Has venido para asegurarte de que estoy vivo? Hemos comido juntos - Los ojos de aguila de la mujer se volvieron de hierro.
- He venido para ver si estabas bien, ya sabes - su voz descendió un par de tonos - por tu excursión de anoche...
- Que yo sepa, sólo Albus y Minerva sabían donde iba, así que ya me puedes explicar cómo ha llegado hasta tus oidos.
- Rita Skeeter lo ha publicado en el Profeta - ambos ladraron de risa. Tras calmarse, le miró con ternura - no creas que porque estemos menos involucrados el restpde profesores no sabemos nada... Somos más inteligentes de lo que piensas, tenemos ojos en la cara. Supongo que Dumbledore se dará cuenta pronto de que tiene que hablar con el resto acerca de cómo podemos colaborar en el futuro...
Ninguno de los dos dijo nada más. Sonaban tambores de guerra en el horizonte. De una guerra tan horrible como la que acabó hacía 15 aµos y que ambos habían padecido. Estuvieron un tiempo bebiendo y charlando de superficialidades y ella se fue para que pudiese descansar.
Y así lo hizo. Durmió como una piedra hasta bien entrada la maµana del día siguiente, en el cual gracias a Dios no le tocaba dar ninguna clase y podría acabar de corregir y pensar que iba a hacer con Pettigrew...
...Pettigrew!!???
Bajó corriendo hasta su despacho con una jarra de agua y tras bloquear la puerta para que no entrase nadie inesperadamente, abrió el armario donde el animago había estado encerrado más de 24 horas. En el fondo, se sintió algo culpable por olvidarse de él.
Lo primero que vio fue la calva, seguída del resto del cuerpo que cayó al suelo como un muµeco de trapo al abrirse la puerta. Respiraba con dificultad, y Severus pudo adivinar el motivo. Inmediatamente le levantó la cabeza tirando del cuello de su capa y le inclinó para ayudarle a beber agua. La reacción del animago fue la esperada: bebió como si le fuese la vida en ello, y cuando se dio por satisfecho, se posicionó de tal forma que pudo mirar a los ojos negros que tenía enfrente y musitó:
- Eres igual de hijo de puta que Black.
A Severus eso le sentó como una bofetada en la cara.
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