Sirius/Harry (Slash).
Tú, homofóbico,
entérate de una vez que no hay nada aquí para ti.
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Carta Sexta- Tú
por correspondencia.
"¡¿De qué demonios estás hablando?!" la voz áspera de Harry Potter recorrió toda la habitación, haciendo que la lechuza que se encontraba echada sobre su regazo aleteara y volara hasta la percha de Hedwig, asustada. "¡¿Sirius?! ¡¿Pero cómo.. Cómo te atreves a...?!"
Las letras no se transfiguraron.
"Sabía que era demasiado bueno... ¡Estabas jugando, ¿No es así?!", sus lágrimas escurrían por sus mejillas, hasta su cuello, manchando su camiseta. "Sirius no me amaba, ¿Verdad? ¡¡¡No me amó nunca!!! ¡Eras tú, que estabas burlándote de mí! ¡¡Eras tú, maldita sea!!" gritó, olvidándose de nuevo que le gritaba a una carta. Las letras continuaron estáticas. "¡Déjame en paz! ¡¡No necesito a nadie que se burle de mi dolor!! ¡No vuelvas a molestarme!" exclamó, rompiendo el papel en dos partes, no sin darse cuenta de que la tinta se movía.
'A él le gustaría mucho verte, de verdad...' luego la tinta se desvaneció.
Harry se quedó parado, viendo cómo del pergamino desaparecían las letras y escuchando el rugido del motor de un auto al arrancar. Serían los Dursley, yéndose. Las palabras escritas en letra temblorosa volvían a aparecer en su cabeza, como si las hubiese escuchado, y aquella última frase que le hacía latir fuertemente el corazón era la más persistente. Sirius lo amaba. A Sirius le gustaría verlo de nuevo.
"Yo también quiero volver a verlo..." jadeó, dejándose caer de rodillas al piso y con los ojos llenos de lágrimas. Golpeó el suelo con un puño, despellejándose la piel, y repitió la operación varias veces, hasta que el piso se manchó de sangre.
Ween ululó, nerviosa, y de pronto un fuerte estallido en el jardín llamó su atención. Había sonado como el escape de un auto al reventar. Como un extraño.. crack... Harry levantó sus ojos verdes hacia la puerta, asustado, y de pronto escuchó algunos ladridos en la parte baja. El corazón ya no le podía ir más a prisa. Los ladridos resonaban en el patio oscuro, fuertemente, y de vez en cuando se convertían en gruñidos. Parecían estarle...llamando.
No supo ni cómo se puso de pie. Se levantó, trastabillando y tropezando, y abrió la puerta con un golpe; luego salió corriendo por el corredor, escaleras abajo, sin molestarse en cerrarla. Llegó hasta la puerta principal y giró la manija con una mano. Estaba cerrada. ¡Estaba cerrada! ¡¡La maldita puerta estaba cerrada!! Con un gemido de ira, se precipitó hacia la ventana y la abrió con un movimiento. Luego saltó. Aunque el pasto amarillento amortiguó levemente su caída, las ramitas y las piedras se le enterraron en las rodillas, pero no le importó. Se incorporó, buscando desesperadamente con los ojos por todo el patio, entre los arbustos y los árboles, cuando de pronto una descomunal figura negra apareció frente a sus ojos, debajo de un arbusto y detrás del seto en donde hacía 4 años había visto a Dobby por primera vez.
Era la figura oscura e imponente de alguna extraña criatura del tamaño de un oso, que tenía brillantes ojos azules y caminaba hacia él, a pasos cortos. Harry quiso hablar, pero las palabras se habían atorado en su garganta, y no obtuvo más que una especie de gemido. Se quedó parado, observando fijamente a aquella criatura, y escuchó un gruñido más. La tenue luz de la lámpara de la entrada iluminó el perfil negro. El corazón de Harry golpeaba tan fuerte que le dolía, y sus piernas se doblaban, cediendo bajo su peso. Tenía los ojos húmedos debajo de las gafas, el rostro enrojecido y los nudillos sangrados, además de un fuerte revolvimiento de estómago.
Estaba a punto de saltar hacia él y estrechar el cuerpo de aquella cosa entre sus brazos, cuando el sonido de varios cuerpos al golpear contra el suelo le hizo volver la mirada. Escuchó cómo el pasto y las hojas secas del arbusto crujían y después de un segundo, la criatura se dio la media vuelta, echó a correr y desapareció entre la oscuridad de la noche.
Harry trató de seguirlo, pero sus piernas no le respondían. Obligándose a moverse, jadeó, desesperado, y corrió a trompicones hasta la cerca, buscando con la mirada. Sin embargo la calle estaba desierta. Volvió su mirada esmeralda hacia un costado, al escuchar pasos acercándose, y se llevó una mano al pecho.
Unos ojos brillantes lo observaron con detenimiento, antes de que una bruja de túnica oscura y cabello de punta en un violento tono violeta apareciera frente a él, debajo de la luz blanca de la lámpara. Era Tonks.
"¡Harry!" exclamó, sorprendida. "¿Pero qué es lo que estás haciendo aquí? Íbamos a entrar a buscarte."
"Ah.. yo..." no supo qué responder. El labio inferior le temblaba ligeramente y su corazón todavía iba muy de prisa. Tenía las gafas ligeramente chuecas, y Tonks lo miraba con detenimiento, confundida.
"¡Arthur!" gritó de pronto, volviéndose hacia atrás. "¡Ni se molesten en forzar la cerradura, ya lo encontré!" y luego de unos segundos, algunos gruñidos y varios pasos, una tercia de magos más aparecieron en escena, vistiendo túnicas parecidas a la de Tonks que tenían una especie de ave de oro prendida del pecho.
"¡¡Harry!!" dijo el pelirrojo al que Harry reconoció como Arthur Weasley, el padre de Ron. "¿Qué es lo que haces aquí, solo?"
"Eso mismo le pregunté yo." aseguró Tonks, cruzándose de brazos.
"Yo.." balbuceó, sintiendo sobre sí las miradas de Tonks, del calvo señor Weasley, de Sturgis Podmore, con su cabello color paja, y de Alastor Moody, que giraba su ojo color azul más rápido que de costumbre. Tragó sonoramente y se encogió de hombros. "Sólo bajé a tomar aire..." mintió, sintiendo una sacudida en el estómago.
"Está bien." murmuró el señor Weasley, ignorando los chillidos de Moody sobre lo peligroso que eso era, sobre que un Death Eater fácilmente podría haberlo atacado estando ahí solo en medio de la oscuridad, y sobre si tenía su varita a la mano. "¿Tienes tus cosas listas?" Harry asintió.
"E-Están arriba.."
"¡Bien!" exclamó Tonks, sonriendo y tomándolo por una mano. Harry enrojeció ligeramente. "¡Vayamos por ellas, anda, te ayudaré!" y dicho esto se lo llevó arrastrando hacia la casa.
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Nunca un viaje de regreso al mundo mágico, a su mundo, le había parecido tan desesperante a Harry Potter. Habían demorado realmente muy poco en llegar, ya que habían programado un Portkey, pero sin embargo, creyendo que les costaría un poco más de trabajo el poder sacar a Harry de la casa -esta vez Tonks no tuvo tiempo de enviar algo a los muggles con los que el chico vivía- éste había sido programado para media hora después, por lo que Harry tuvo que someterse a 30 infructuosos minutos de interrogatorio por parte de los 4 magos que habían ido a buscarle.
Pero Harry no tenía ganas de hablar. No tenía ganas de responder preguntas ni de hacer él algunas. Realmente, de lo único que tenía ganas en ese momento, era de recibir algún mensaje de aquella persona y preguntarle qué rayos había sido eso. De cerciorarse si realmente había visto lo que creyó haber visto, o si sólo había sido un juego sucio de su imaginación. De su desesperación por volver a verlo... Porque había sido tan real. Había sentido su sangre circular por sus venas con violencia, y aquella penetrante mirada azul sobre la suya, quemándole. Había escuchado claramente sus ladridos, esos ladridos a los que ya tanto conocía y amaba, e incluso había podido escuchar su respiración, mientras estuvieron frente a frente. Pero ellos... ¡Ellos, nuevamente ellos, arruinándolo todo! Alejándolo de él... haciéndole infeliz.
Se abrazó las rodillas, sentado sobre su cama en la habitación de Ron, -le habían llevado a la Madriguera- y dejó que sus lágrimas tibias embarraran sus pantalones. Quería recibir noticias de esa persona. Quería enviarle alguna lechuza. Quería, necesitaba hacer algo. Pero sin embargo, cuando subió junto con Tonks a su habitación, Ween se había marchado, así nada más. Sin esperar respuesta, sin llevar un nuevo mensaje. Y no volvió durante la media hora más que estuvieron ahí, esperando.
Hedwig sí estaba ahí, en su jaula, alimentada y cuidada desde hacía unos días por los Weasley, a los cuales les pareció innecesario que la lechuza volviera a la casa de los Dursley cuando Harry sería llevado hasta ahí dentro de muy poco. A Harry se le iluminó el rostro al verla. Lo primero que cruzó por su cabeza había sido el enviarle una lechuza a aquella persona, pero sin embargo pronto recordó que no sabía ni quién demonios era, por lo que no tendría caso echar a Hedwig al aire sin una dirección o una persona a quien buscar.
Ahora no tenía a nadie. No tenía ni idea de quién podría haber sido, de cómo le había encontrado o si volvería a escribir, pero sí cientos de preguntas qué hacerle. Quería saber cómo demonios había sabido que Harry amaba a Sirius, cómo supo que éste lo había amado a él, pero sobre todo, cómo era que sabía que Sirius estaría ahí esa noche...
....a menos que....
De un salto se levantó de su cama, con el corazón desbocado, preguntándose cómo demonios no lo había pensado antes, y anduvo a pasos cortos hacia la puerta, tratando de no despertar a su mejor amigo, quien dormía con la almohada abrazada y hablando entre sueños. -"¡No corran por los pasillos! ¡Cuidado con esas varitas!"-
Bajó las escaleras, que rechinaron debajo de sus pasos, y anduvo hasta el sitio en donde las lechuzas dormían, ululando débilmente. Extendiendo una mano, acarició suavemente la cabeza de su lechuza, quien se encrespó de golpe y abrió uno de sus ojos ambarinos, enfadada.
"Lo siento." balbuceó Harry, encogiéndose de hombros. "Pero te necesito." y al contrario de la reacción que Harry hubiese esperado, Hedwig aleteó y brincó sobre su hombro, encantada de la vida.
Harry caminó a traspiés hacia la mesa de la cocina, buscando con la mirada, y encendió la primera vela que se encontró. Pasarían ya de las 2 de la madrugada y todos en la Madriguera dormían ya. Todos, claro, menos los adultos, que continuaban arriba, en el estudio (Nota: ¿Los Weasley tienen estudio? o___oU..), enfrascados en la reunión de la Orden que no tenía momento para terminar. Tomando un poco de tinta y pergamino del cajón de cachivaches, escribió en color azul un simple y escueto:
'¿Puedo verte?'
Luego la selló con la cera de la vela y la ató a la pata de Hedwig, quien ululó, satisfecha. La miró fijamente por un momento, y la lechuza le devolvió la mirada, curiosa.
"Quiero..." dijo, con voz apagada. "Quiero que se la lleves a Sirius..." y tras ulular nuevamente y morderle un dedo, Hedwig salió volando por la primera ventana que encontró abierta, hasta desaparecer en el medio de la oscuridad como un fantasma.
Harry se quedó parado otro rato más ahí, mirando por la ventana, hasta que escuchó pasos en la escalera y volvió la mirada. Era Hermione, que bajaba a pasos cortos, con el cabello más enmarañado que nunca, vistiendo una pijama de dos piezas y bostezando amplia y descaradamente.
"¿Harry?" dijo ella, mirándolo con sus ojos marrones. "¿Qué estás haciendo aquí?"
El muchacho frunció el seño. Todavía no podía hablar con su amiga sin detenerse a pensar en lo que ella había opinado acerca de Sirius el año anterior. Caminó hacia ella y comenzó a subir las escaleras, sin voltear a verla.
"Nada que te interese." respondió, desapareciendo en una esquina y dejando a una perpleja Hermione parada en la cocina, mirándolo.
Entró en la habitación de Ron y se encontró conque éste aún dormía, con los pies y los brazos fuera de las mantas, acomodado como podía, y sonrió ligeramente. En realidad, Harry siempre había querido mucho a Ron. Había sido él el único -además de los gemelos- que creía que Sirius era una persona fenomenal, e incluso, en constantes ocasiones Kingsley Shaklebolt les había llegado comparado a ambos con James y Sirius durante su tiempo en Hogwarts.
Caminó hacia él y lo cubrió con las sábanas, y Ron se acomodó un poco, balbuceando cosas ininteligibles. Después él mismo caminó hasta su cama y se desplomó sobre ella, con la vista fija en el techo de la habitación y el cuerpo todavía temblando.
Hacía algunos minutos que le había enviado una carta a Sirius Black, pidiéndole que se viesen. Una carta a una persona que, según versiones, estaba muerta desde hacía algunos meses, y que nunca, por más que Harry se esforzara y quisiera creerlo así, volvería. Más sin embargo, lo que había sucedido hacía horas en el patio de los Dursley daba pie a muchas dudas. Muchas dudas que se aclaraban en la mente de Harry y muchas que se formaban apenas, que no había pensado antes.
¿Realmente Sirius estaba vivo? ¿¿Realmente había sido a él a quien había visto en ese lugar?? ¿Era cierto todo lo que aquella persona le había dicho a Harry, sobre los sentimientos de Sirius, o sólo patrañas? Pero en todo caso, la duda que más le presionaba el pecho, era la que se acababa de plantear hacía unos momentos.
¿Era realmente Sirius quien le había estado enviando esas cartas durante las vacaciones?
Es decir, había miles de pruebas que le apuntaban a él como el principal sospechoso. Sabía mucho acerca de su padre, su madre, Lupin, Pettigrew y el propio Sirius. Trataba de evadir el tema acerca del animago y se ponía nervioso cuando lo tocaban. Le había dicho claramente, y sin temor a equivocarse, aquello que Sirius nunca pudo hacer de frente, y, por encima de todo, le había pedido que bajase justo antes de aparecerse en el patio de los Dursley, dispuesto a volver a verlo...
Pero y entonces, si realmente era él -a Harry le latía el corazón con fuerza cada vez que lo pensaba-, ¿Por qué demonios no regresaba? ¿¿Por qué se tenía que esconder?? ¿Por qué no había permitido que los miembros de la Orden lo viesen cuando pudieron? Y, sobre todo, ¿Por qué no había querido que Harry supiese que era él hasta ese momento?
Pero sin embargo, era Sirius. Él tenía que ser Sirius. ¡No podía ser nadie más! ¡Tenía que ser él!
Las dudas retumbaban fuertemente dentro de su cabeza, a la par de los latidos de su corazón, y así, entre pensamientos y súplicas, Harry Potter se quedó dormido.
Por la mañana, junto con la cama vacía de Ron, Harry se encontró con Hedwig, su lechuza blanca, que lo saludaba con un ulular alegre y ojos amistosos. Llevaba un trozo de pergamino atado en su pata izquierda, y movía las alas repetidas veces.
Harry saltó hacia ella, con los ojos todavía ligeramente cerrados, y desprendió el papel, sintiendo como si su corazón tratara de escaparse de su pecho. Despegó el papel y sintió una fuerte sacudida en el estómago, al mismo tiempo que sus ojos verdes volvían a llenarse de lágrimas.
Ahí, en la parte superior del pergamino roto, en tinta verde y brillante, una conocida y amada letra había escrito en letra clara y rápida una nueva línea.
'Te espero en la parte posterior de la colina que hay cerca de la Madriguera a las 12 del día.'
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Notas del autor: Bueno, se me estiró un capítulo más ;_; Quería terminarlo en éste, pero.. nah o.o... Desde el principio fue más que obvio quién escribía las cartas, ¿Ne? ^_^ ¡Los amo si me dejan un review! >.
Ed
