TÍTULO: El final del viaje (3/7)

AUTOR: Zauberer S.

EMAIL: zaubererslyth@yahoo.es

RATING: PG

FANDOM: Lord of the rings

PAIRING: solo sugeridos: Faramir/Pippin, Boromir/Faramir, Aragorn/Legolas

GENRE: Drama

DISCLAIMER: No son míos, pertenecen a J.R.R. Tolkien y New Line Cinema. Si fuesen míos lo primero que haría sería llevarlos al psicólogo.

SUMMARY: Pippin toma una decisión respecto a su futuro en la Tierra Media, y lo hace con el corazón.

EL FINAL DEL VIAJE

Pippin estaba inquieto, como quien sabe que ha pasado ya demasiadas horas en la cama, aunque no haya despuntado el sol aún. Se revolvía entre las mantas, se levantaba y daba paseos por la estancia, se asomaba al balcón y miraba el cielo y el horizonte negros.

Su cabeza le decía que debía descansar, que el día traía un largo y agotador viaje por emprender, aunque fuese para volver a casa.

Volver a casa... Apenas una semana después de la boda del rey ya estaban dispuestos para volver a la Comarca como caballeros. Durante la velada Pippin hubo de soportar a Merry vistiéndose con las ropas de soldado de Rohan, como para asegurarse de que iban a causar gran conmoción entre las gentes de Hobbiton, y también ensayando miradas de arrogancia y dignidad para todos aquellos que un día hubiesen pensado que él y Pippin tan solo eran un par de bromistas alborotadores.

Merry estaba tan contento de volver a casa que no pudo dormirse hasta bien entrada la noche, a pesar de la tristeza de dejar a Aragorn, a Arwen y a la dama Eowyn, que aún permanecía en Minas Tirith junto a Faramir, su marido, quien tenía proyectos que discutir con el rey antes de marchar a Ithilien.

Volver a casa... Apoyado en el balcón de piedra blanca (como todo aquí, pensó Pippin, blanco, curtido y gastado) el pensamiento le oprimía el pecho. Se sentía horrible por no querer regresar, por querer seguir adelante de algún modo.

Su habitación volvía a tener vistas a Mordor, o a lo que hasta hacía poco había sido Mordor. La gran explanada de Pelennor era acariciada por la brisa y el silencio, pero la ciudad respiraba con un vigor y una alegría avivada por la promesa de días dorados por venir.

A Pippin los ojos le picaban con añoranza anticipada y si no se contenía las lágrimas pronto iban a brotar. Pasó la palma de su mano sobre la barandilla recordando aquella terrible noche, cuando el mundo parecía a punto de derrumbarse y Gandalf intentó consolarle colocando la mano sobre su hombro. El miedo de aquella primera noche en la Ciudad Blanca era mucho más honroso que el dolor de esta que sería la última.

Nada justificaba su reticencia a regresar a la Comarca, nada, al menos, que la mente explicase. Él tampoco podía explicar su cambio, pues unas semanas atrás hubiese nada le hubiese alegrado más que la perspectiva de volver a ver los verdes prados, cristalinos, del hogar.

Con cuidado de no hacer ruido se vistió con el emblema de la ciudad y se escabulló de su habitación para dar un paseo, ahora que faltaba poco para que el mundo despertase al alba.

Quería ver el Árbol Blanco por última vez.

No sabía por qué pero su corazón le decía que debía acudir allí, en ese mismo instante, antes de que la noche huyera. Al llegar al patio de piedra lo comprendió.

Al parecer alguien tuvo la misma idea que él y llegó antes, alguien más quiso pasear de madrugada. Al principio Pippin no pudo distinguir de quién se trataba, solo que era de la raza de los Hombres, ya que las sombras y la distancia lo ocultaban. Con paso cada vez más apurado y con el pulso acelerándosele por segundos, Pippin se acercó al centro del patio.

La mañana llegaba por fin.

La identidad del otro paseante se desveló porque tras él el cielo comenzaba a teñirse de naranja y un rayo de luz hizo que se iluminase el hermoso cabello cobrizo de Faramir. Al llegar hasta él el corazón de Pippin se había cubierto de esperanza y miedo.

El hombre parecía muy concentrado, estudiando cuidadosamente la figura del Árbol de Gondor, como si esperase que le fuese a susurrar algún secreto dormido entre sus raíces. Tenía el semblante en calma y un atisbo como de felicidad embellecía sus ya de por sí hermosas facciones.

Al reparar en la presencia del mediano se volvió hacia Pippin con una dulce sonrisa y una ligera inclinación de cabeza, invitándole a hacerle compañía.

El hobbit se quedó sin aliento por un momento. Solo un momento, olvidando dónde estaba, y quién era.

- Mi señor, - le dijo al fin - os levantáis muy temprano, o bien es que no os habéis acostado.

- Lo primero. - Faramir soltó una ligera carcajada, pues quién sabe los ocultos significados que yacen bajo una observación así de un hobbit - Tengo por costumbre levantarme temprano, sí. Es un hábito adquirido desde niño, pues si entonces me despertaba más tarde que Boromir este hacía que me levantara arrojándome una jarra de agua sobre la cabeza, mientras que si era yo el que despertaba antes podía utilizar la misma técnica con él.

Pippin vio como el rostro de Faramir se cubría de penumbra, pues debía echar terriblemente de menos a su hermano, y el propio hobbit sintió esa pérdida muy profundamente. En aquel momento pudo escuchar como los latidos de ambos se acompasaban, cada respiración un semejante dolor.

- Pero dime, amigo, - el hombre recuperó su alegre compostura en un momento - no tenía noticia de que los medianos fuesen tan madrugadores.

Estaba de broma, claro, todo el mundo conocía que los hobbits eran por naturaleza perezosos y Pippin más que ninguno. Entonces fue cuando el peso de lo que estaba a punto de hacer cayó sobre Pippin, y bajó la cabeza avergonzado, incapaz de mirar al otro a los ojos.

Una gentil mano agarró a Pippin de la barbilla y le obligó a alzar la vista. Los dedos, a pesar de tantas batallas, seguían siendo suaves como los de un verdadero príncipe, y Pippin no pudo evitar estremecerse con el contacto.

Los ojos claros de Faramir le escudriñaban con ternura, pero nunca con indeseada compasión.

- Mi señor... - la voz le temblaba un poco - ¿Qué haréis ahora?

Pippin quiso decir qué haría ahora, después de la guerra, con su vida, a dónde iría, y no qué iba a hacer ahora en ese momento. Quiso explicarse mejor pero Faramir lo entendía.

Faramir siempre lo entendía todo. Esa era su tragedia.

- Si la dama Eowyn está de acuerdo y Aragorn me lo permite, partiré hacia Ithilien y tomaré su gobierno, sirviendo en lo mejor que sepa al rey.

Había una promesa en su voz, un mundo nuevo y desconocido se extendía ante este joven que tantos días había pasado entre tinieblas. El aire olía a mañana, como si la lluvia hubiese venido a refrescarlo todo.

Pippin se armó de valor, contuvo un segundo la respiración.

- ¿Podría ir con vos?

El hombre sonrió. Pero era una sonrisa que ondeaba como una bandera a media asta.

- Amigo mediano, me temo que no te entiendo.

Pippin estaba resuelto, sin encontrar palabras para contar más que parte de la verdad aún.

- Mi servicio hacia vuestro padre concluyó en términos amargos, me gustaría compensar eso dedicando mis días a ayudaros en vuestra empresa.

El corazón de Faramir se ablandó, pues no había joyas suficientes en las arcas de Gondor para recompensar el valor y la lealtad de esta extraña criatura. Él, de entre todos, era quién mejor lo sabía.

- Nada me debes, sino todo lo contrario. Pippin... Me salvaste la vida.

Le puso una mano en el hombro y apretó un par de veces, intentando convencer al hobbit de sus palabras, refrendándolas con una mirada decidida y llena de gratitud.

- Pues si me lo agradecéis permitid entonces que os siga. Mi señor... nada quiero para mi en esta vida sino serviros. Por favor.

Ambos se sostuvieron la mirada unos instantes. La del mediano llena de súplica, la del hombre, de duda. Faramir se incorporó con gesto solemne.

- Eres muy leal.

Pippin sacudió la cabeza, estaba aterrorizado por tener que confesar pero cuando lo hizo su voz se elevó cargada de sabiduría.

- No es lealtad. No sé de nadie que os conozca y sin embargo no os ame.

Faramir asintió, comprendiendo al fin, y sin palabras aceptó la generosa oferta de Pippin de acompañarle. No ha sido tan difícil, se dijo este cuando el hombre ya se hubo retirado. Tanto sufrimiento y ahora nada le parecía más natural ni correcto que lo que acababa de hacer.

Era una pena que los demás no fuesen a aceptarlo tan fácilmente.

...

Pippin se sentía como si guardase un secreto, algo cálido le llenaba el corazón y de vez en cuando no podía dejar de sonreír.

Aunque lo cierto era que también estaba triste, deshaciendo el atillo, cuando sus amigos iban a abandonarle en unos pocos minutos. Nadie lo había entendido, por supuesto, pero nadie se había reaccionado excesivamente mal.

Salvo Merry. Pero eso era de esperar.

Poco podía hacer ya, y no tenía demasiados ánimos para justificarse una vez más ni para volver a enfrentarse a su amigo, y ver su rostro cansado por las lágrimas que el orgullo retenía, y observar la decepción en su voz.

Al oír pasos en la puerta temió que pudiese ser Merry y suspiró frustrado, las fuerzas abandonándole por un momento. Pero al volverse solo vio a Gandalf, siempre Gandalf, quien podía haber acudido para ofrecerle apoyo o para mortificarle con el más cruel de los insultos. Con él nunca se sabía.

- Peregrin Tuk... - dijo con voz amable pero no carente de contrariedad - ¿Bajarás a despedirte al menos?

Pippin se alejó hacia el balcón. Una vez más tocó la barandilla y miro hacía donde debía haber estado Mordor, donde una extraña sombra era espejo de la imaginación de los hombres. El mago le siguió, y se colocó a su lado, sin mirarle, repitiendo una familiar escena.

- Gandalf, - al mago le pareció que la voz de Pippin había envejecido estas últimas semanas - ¿Crees que me equivoco? ¿Tú también?

- Creo que elegir con el corazón nunca es una equivocación, aunque pueda llevarnos por caminos equivocados.

El mediano sonrió, pues hay cosas que nunca cambian. Pippin siempre había sido tan directo y Gandalf siempre había sido tan misterioso. Y ningún de los dos querría al otro diferente. El mago estaba impresionado por el valor de Pippin, deseaba haberle conocido mejor ahora que se mostraba tan distinto al imprudente hobbit que creyó ver en él.

Gandalf deslizó la mano sobre el hombro del mediano y este apretó el rostro contra ella. El tacto del mago en su mejilla le hacía sentir como en casa. Podrían haberse quedado así mucho tiempo, ambos temieron que para siempre, y fue Pippin el que quebró el silencio.

- Lo siento mucho, Gandalf. Sé que desde el día en que me conociste no te he traído más que problemas.

Gandalf se agachó para colocarse a su altura, para poder mirarle a los ojos. Los suyos estaban llenos de amor y picardía mientras que los del hobbit mostraban cierta amargura.

- Mi querido Pippin...

Y Gandalf siempre decía "querido" de una forma que hacía a Pippin sentirse débil en las rodillas.

Gandalf recordaba cuando Pippin apenas era un bebé y Frodo lo llevaba en brazos mientras él y Bilbo tomaban té, poniéndose al día, entonces Pippin se escapaba y gateaba, desatando el caos en Bolsón Cerrado y Gandalf lo tomaba entre sus manos, Pippin se sentaba en su regazo y le contaba todo lo que había hecho ese día, hablando excitado y demasiado deprisa para un niño de cuatro años. Gandalf creía que era el niño más encantador de toda la Tierra Media y no era raro que cuando su primo lo venía a buscar lo encontrase durmiendo aún en el regazo del mago, sus diminutos dedos jugueteando en sueños con la barba de Gandalf.

- Incluso con tu limitada inteligencia espero que a estas alturas ya te hayas dado cuenta del gran cariño que te guardo.

Pippin sonrió y cuando él sonreía el mundo parecía más luminoso y cálido por un momento, y esa sensación duraba días. Tanto que uno haría lo que fuese para volver a poner una sonrisa en sus pequeños labios. Sonreía con toda la cara y los ojos se entrecerraban despidiendo una reconfortante claridad.

- Lo sé, Gandalf. Y yo también tengo algo que confesar.

Una gran mano y largos dedos impidieron que las siguientes palabras saliesen de su boca.

- No hace falta que lo digas.

Por supuesto, Gandalf lo sabía todo, no podía ser de otra manera. El mago besó a Pippin en la frente y este cerró un segundo los ojos para saborear mejor el momento. Un momento que inevitablemente tenía que parecerle demasiado fugaz.

- De acuerdo. Aunque me hubiese gustado decirlo en alto, pero supongo que hay cosas que es mejor callar. - Gandalf asintió, sorprendido por la sensatez de su pequeño amigo - Cuidarás de los demás. ¿Verdad, Gandalf? Ellos no lo van a entender, sobre todo Merry.

El mago le miró pero no supo qué responder. Esa fue la única vez que se supo que Gandalf se quedara sin palabras, pero Pippin prometió no contárselo a nadie.

...

Ahora que podía hallar la descripción exacta Pippin no dejaba de contemplar asombrado el color de los muros, las calles, los balcones de Minas Tirith. Eran del color de la misma luz de la luna, y transmitía la misma sensación de añoranza. Hubiera tardado años en recorrer los magníficos caminos pavimentados, en aspirar toda su grandeza, y sin embargo se sentía inclinado a vagar y encontrar siempre un balcón al final de su camino.

Como ahora se encontraba en un balcón viendo como sus amigos se alejaban de él.

Pippin sentía que cerraba un libro y aunque estaba ansioso por tomar otro volumen entre sus manos aún tenía unos momentos para lamentar el final de la anterior historia. Frodo, Sam y Merry cabalgaban acompañados por Gandalf y cada vez más lejos de su mirada.

Se escucharon unos pasos en la terraza, pero Pippin decidió no volverse pues aún podía ver los cuatro caballos claramente, quería esperar hasta el último segundo y dolerse, tal y como Merry le había contado que él mismo hizo cuando tuvo que ver partir a Pippin de Edoras.

Le debía al menos eso.

- Volverás a verlos.

A su lado Aragorn también miraba a la distancia, y apoyaba las manos en la barandilla con el mismo sentimiento de pérdida que Pippin. Aunque algo le decía que no iba dedicada a Gandalf y los otros aquella mirada.

- Sí. - Pippin se animó con las palabras del hombre - Algo me dice que volveré a verlos, sin duda. Pero de momento mi corazón está en otra parte.

Aragorn le sonrió como a un amigo querido y Pippin se sintió orgulloso pues el corazón del montaraz no había cambiado al convertirse en rey, como le sucede a muchos hombres, y seguía tratándole con igual afabilidad y confianza.

-¿Por qué has subido a este balcón, Pippin?

- Para ver partir a mi amigos.

- Pero... ¿Por qué este balcón específicamente?

Pippin lo pensó un momento, confuso por la pregunta.

- No lo sé. Simplemente buscaba un balcón desde donde seguirles muchas millas con la mirada y este me pareció adecuado. ¿Por qué?

El rey se giró, reposando la mirada en la gran nada que eran los campos de Pelennor, cicatrices habría allí, la sangre de amigos y enemigos abonaba el terreno pero desde la distancia parecían pacíficos e imperturbables.

- Te lo contaré, ya que pronto vas a partir a Ithilien. - Había un brillo extraño en su mirada, de lágrimas no derramadas - Era este el balcón desde el que Faramir, cuando era demasiado joven para ir a la guerra, veía marchar a su hermano, siguiéndole con la vista hasta que su figura se perdía tras el horizonte. Y en este balcón esperaba su regreso, siempre con el corazón embargado por el miedo a que Boromir no regresara.

Aragorn se volvió hacia Pippin y le puso la mano en el hombro, tomando aire antes de continuar.

- Y un día Boromir no regresó. - Pippin nunca pudo estar seguro de si era el dolor de Aragorn el que veía en sus ojos o el suyo propio reflejado en sus pupilas - Muchas lágrimas se han vertido sobre esta baranda, Peregrin Tuk. Pero si hay lágrimas es que en el mundo existen cosas por las que merece la pena llorar, y eso no debemos olvidarlo.

En ese instante se dio cuenta de que no solo las lágrimas de Faramir se había derramado allí, pues cosas mucho más secretas subyacían a las palabras de Aragorn y ahora sabía por que los dos había acudido al mismo lugar. El rey también llevaba días terminando sus pasos en este balcón.

En el paisaje ya no quedaba rastro de Frodo y los otros, aunque en el fondo Pippin comprendió que ese rastro siempre seguiría allí, igual que el rastro de Boromir, igual que ese otro rastro que Aragorn seguía aún con la mirada.

Aragorn parecía inconsolablemente cansado, incluso para un rey recién coronado que tenía muchos asuntos de estado que atender. Sus ojos grises se habían oscurecido y Pippin observó, no sin lamentarlo, que se había cortado el cabello, despidiendo la indomable cabellera revuelta que Pippin tanto había llegado a amar.

Ahora el hobbit estaba solo en un país de hombres y ese pensamiento no era sino una ráfaga de aire helado bajo su ropa. Como sintiendo su aprehensión el hombre le atrajo contra sí, sin dejar de mirar lejos de los muros de la ciudad. El tacto del hombre era cálido, distinto, muy cercano, como si lo único que desease en el mundo fuese darle seguridad.

- Estarás bien, no te preocupes.

Todos se verían obligados a cambiar y Aragorn el que más, pero bajo ese aspecto regio y sereno Pippin aún podía adivinar la intensidad dormida, pero luchando por salir, de un montaraz.

- Lo sé.

Pippin tenía en mente que Aragorn pensaba que él no se daba cuenta de nada, que no sabía por qué un aura de tristeza le perseguía por su palacio, y no había esquina que pudiese doblar ni lugar donde esconderse de ella. Pero los ojos de un hobbit ven tanto como cualquier otro, y él, desde luego, no estaba ciego.

Aragorn no había vuelto a ser el mismo desde que Legolas partió junto a Gimli a recorrer las maravillas de la Tierra Media, el mismo velo de melancolía cubriéndole el rostro, el mismo día de la boda del rey. Pippin había presenciado como Aragorn le había pedido al elfo que se quedase más tiempo en Gondor y como, ante la sorpresa de los no pocos presentes en la discusión, este había declinado. Aragorn le tomó incluso del brazo un momento pero una simple mirada de Legolas bastó para que desistiera.

Aragorn pensaba que los demás no se daban cuenta pero Pippin sabía que una parte de él había muerto el día que Legolas se marchó.

Pero hay ciertas cosas que ni siquiera un hobbit entrometido debe decir en voz alta. Pippin sintió como la mano que tenía sobre el hombre le apretaba.

- Quiero que sepas que siempre serás bienvenido en Minas Tirith, amigo mío. Y estando al servicio del príncipe de Ithilien es seguro que nos veremos muy a menudo.

Pippin asintió, observando a su rey con pena y orgullo. Nunca como entonces estuvo tan seguro de haber tomado la decisión correcta al no volver a la Comarca. Miró a Aragorn y le compadeció, intentando hallar palabra de consuelo.

Pero no había ninguna.