VI. Jornada intensiva en la enfermería.

- Bueno, ya estoy aquí. – Anunció Silvara entrando rauda por la puerta de la enfermería. Todas las miradas se volvieron hacia ella.

- Y bien, querida? – solicitó más que preguntó una sudorosa enfermera.

- Bueno... – comenzó a decir la joven. – El profesor Snape me ha dicho que esto es una tómbola, te puede tocar cualquier cosa. – Ante las miradas de desconcierto que se intercambiaban los afectados, añadió – No hay una cura universal para todos. Los ingredientes de la poción son muy variados, como sus efectos. Mientras Madam Pomfrey os atiende, iré uno por uno para diagnosticar cuál es el mejor remedio, de acuerdo? – Los alumnos asintieron un poco asustados. – Bien. – Dijo colocando los bazos en jarras. – Si es usted tan amable, puede darme un poco de pergamino, tinta y una pluma, por favor?

- Claro querida, aquí tiene. – Respondió la enfermera amablemente.

- Mil gracias. – replicó la joven sinceramente agradecida. Garabateó una nota en uno de los pergaminos, lo dobló y lo metió en un sobre que Madam Pomfrey muy amablemente le dio. No había tiempo de ir a la lechucería. Buscó en la sala y se acercó a un chico que parecía ileso. – Disculpa que te moleste, - le dijo ignorando el azoramiento del chico – te importaría llevar esto a la lechucería, por favor? – Le tendió con gesto amable la carta y éste la cogió nervioso.

- De acuerdo. – Dijo el chico sonrojándose y sonriendo tímidamente.

- Muchas gracias chico. – Le dijo ella sonriendo de una forma encantadora.

Remus estaba dando el último toque al pastel favorito de Silvara. Había preparado una cena especial para darle una sorpresa cuando volviera. En el comedor estaba la mesa ya puesta, con dos velas flotando en el aire y un suave perfume a Edelwais flotaba en el ambiente. A pesar de estar entretenido en la cocina, no podía apartar el velo de tristeza que cubría su alma. Aún deseaba despertar una mañana y que nada hubiese ocurrido. Todos los días al acostarse se repetía: "Es solo una pesadilla, mañana despertaré y nada habrá cambiado". Pero nunca ocurría. Menos mal que Silvara estaba con él, si no, no habría encontrado fuerzas suficientes para seguir viviendo.

Sumido como estaba, en sus propios pensamientos, no se dio cuenta de que una lechuza picoteaba la ventana... "como aquella noche" pensó. Al coger el sobre y comprobar que no tenía el sello de Hogwarts dio un suspiro de alivio y la abrió mientras que la lechuza picoteaba del cuenco de barro con chucherías lechuciles.

Querido Remus:

Parece ser que el problema es más grave de lo que esperaba. Lo siento cariño, pero voy a tener que pasar la noche aquí buscando remedios para los afectados, ya que hay varias posibilidades. Cena, eh? Que te conozco.

Descansa tranquilo, mañana te cuento qué tal va la cosa.

Te quiero,

Silvara.

Al leer la noticia Remus chasqueó la lengua en señal de molestia.

- Y ahora que hago yo con la cena? – Se preguntó a sí mismo mientras se pasaba la mano libre por el pelo veteado de gris.

Releyó la carta evocando a la mujer y sintió un escalofrío por la espalda. De pronto, una idea tomó forma en su mente. Si ella no podía venir a cenar, la cena iría a ella. Conociéndola tan bien como él la conocía, Silvara no probaría bocado con tal de curar a los pacientes.

Y era cierto. La mujer desde que había puesto un pie en la enfermería no había parado examinando a los pacientes y pidiendo ingredientes, gasas, calderos, etc... a la servicial enfermera.

Muchos de los chicos la observaban asombrados yendo de acá para allá garabateando cosas en un trozo de pergamino y haciendo preguntas tipo: "Qué te duele? Te escuece? Cómo te sientes?"

Silvara lanzó una muda maldición, si al menos se hubiera traído algo para recogerse el pelo... Alguien entró en la enfermería, pero ella no prestó atención al visitante hasta que se percató de que había caído sobre la habitación un pesado silencio.

Volvió el rostro hacia la puerta. Snape estaba sosteniéndose a duras penas en el marco de la puerta de la enfermería.

La mujer dio un brinco y echó a correr hacia el profesor.

- Severus! - Exclamó ella llegando en el momento justo para sostenerle antes de que cayese al suelo. – Qué te pasa? – inquirió ella con un tono mezcla entre preocupación y enfado.

- La poción... – alcanzó a contestar el profesor novato en un susurro apenas audible antes de caer inconsciente en los brazos de Silvara.

Ésta se dio cuenta que aún inconsciente, Snape se aferraba la pierna izquierda con fuerza. Le retiró la mano y subió la pernera hasta la rodilla para descubrir la fea herida que estaba dejando la espinilla del hombre en carne viva. Chasqueó la lengua en señal de disgusto: "Sabía que me ocultaba algo!", pensó para sus adentros. Intentó levantarle ella sola pero al ver que no podía exclamó en voz alta al público expectante:

- Es que nadie va a ayudarme!!? – Y automáticamente la sala prorrumpió en un murmullo de afirmación.

Severus abrió los desenfocados ojos y lo primero que vio fue una luz cegadora. Automáticamente cerró los ojos y ladeó la cabeza, probó suerte de nuevo y al abrir los ojos se encontró con una Silvara bastante preocupada y/o molesta.

- Y bien?? – preguntó ella dando suaves golpecitos con el pie en el suelo.

Severus gruñó y se llevó una mano a la cabeza.

- Y bien qué? – alcanzó a decir.

- Que tienes una herida que asusta en la espinilla izquierda, una fiebre altísima y te encerraste en tu despacho sin soltar prenda! Qué pensabas, que se te iba a curar solo? Que encontrarías la cura?!

- Para, para! – contestó él cerrando los ojos. Le dolía la cabeza terriblemente y seguro que se desmayaría de nuevo en breve. – Me duele la cabeza...

- Qué cosa! – le interrumpió la mujer molesta. – No ves que es mi responsabilidad curarte y si te hubiera pasado algo el marrón iba a ser para mí??

Esto fue lo último que Snape escuchó: se había desmayado de nuevo.

- Severus? Eo! – La mujer levantó un párpado del hombre y exclamó – Lo he desmayado a base de sermones!

El profesor de pociones entreabrió los ojos de nuevo, pero esta vez no se escuchaba un alma en la habitación, que estaba seguro que era la enfermería y no había luz cegadora. Miró hacia el lado donde antes había hallado a la bella mujer y allí estaba, sentada en la misma silla de antes, sólo que dormida y apoyada tiernamente sobre sus antebrazos en la mesilla de noche. La cortina de pelo le caía suavemente tapándole medio rostro.

Severus se incorporó un poco para comprobar que no había nadie despierto en la enfermería y así era; hasta Madam Pomfrey había caído dormida en una apartada silla. Debían haber pasado al menos un par de horas, calculó.

Volvió a recostarse en la almohada y observó a Silvara. Observó cómo respiraba, como subía y bajaba su espalda al hacerlo, como el aire de sus pulmones mecía los mechones que caían grácilmente sobre su precioso rostro... Se incorporó un poco, apoyó el codo en el almohadón para sostenerse medio incorporado y de repente su mente se quedó en blanco y su corazón empezó a latirle con violencia. No era consciente de lo que estaba haciendo.

Cuando quiso darse cuenta, se había inclinado sobre la mujer, había apartado dulcemente la cortina de pelo de su rostro para verlo mejor y le estaba dando un tierno y silencioso beso en la frente.

Sorprendido por su propia osadía, se retiró rápidamente, ruborizado hasta la raíz del cabello. Un sudor frío le empapaba las manos y el rostro, un escalofrío recorrió su cuerpo.

Respirando dificultosamente e intentando hacer el menor ruido, se recostó de nuevo en el almohadón e intentó dormirse. Pero sólo había una pregunta que le martilleaba en la cabeza: "Estás loco??!!"

Remus estaba observando la escena atónito, oculto entre las sombras en el umbral de la enfermería. Llevaba en una mano un paquete primorosamente envuelto que contenía "la cena" de Silvara y en otra la varita.

Se obligó a guardarse la varita en un lugar especialmente difícil de acceder en un momento dado, respiró hondo y en vez de entrar en la enfermería, tal y como planeaba, guió sus pasos por el pasillo, yendo y viniendo por éste como una fiera enjaulada, tranquilizándose mentalmente. Al cabo de unos minutos, se encontraba bajo control y se sintió capaz de entrar en la enfermería.

Sin hacer ruido se acercó a la cama de Snape y, después de observar que se hacía el dormido (las manos le temblaban), se puso en cuclillas al lado de la mujer y dejó el paquete de comida en el suelo.

- Silvara... – la llamó en un susurro suave y apenas audible. Probó suerte de nuevo, esta vez acariciando con delicadeza su fina mano. – Silvara...

- Mmmmmm... – contestó ella sin despegar los labios ni abrir los ojos.

- Vamos, te llevaré a una cama. – Y acto seguido la alzó con cuidado pasándole un brazo por la espalda y otro por las rodillas. Ella en un gesto instintivo le rodeó el cuello con los brazos y ocultó su rostro en la clavícula de él.

- Estoy cansada... – susurró ella a modo de protesta. Remus sonrió.

- Lo sé, por eso te llevo a una cama libre. – Dicho esto echó a andar y la instaló con sumo cuidado en una cama libre al fondo de la habitación. Sin mediar palabra le quitó los zapatos y la arropó dulcemente. – Tienes hambre? – preguntó el mago con la nariz rozando la de la mujer en un suave susurro.

- Si... – replicó ella en sueños sin abrir los ojos. Automáticamente Remus se dispuso a ir a por la cena pero Silvara, aún en sueños, le había agarrado con suavidad la túnica. – Pero déjame que duerma un ratito, llámame dentro de diez minutos. – Y acto seguido soltó la túnica del mago y calló dormida profundamente. Remus sonrió, se inclinó sobre ella y besó sus labios.

- No te preocupes por nada y descansa, estoy aquí.

Ella suspiró y una fugaz sonrisa cruzó su rostro.

Fue entonces cuando Remus deshizo sus pasos para recoger el paquete que constituía la cena. Se paró frente a Snape, aún fingiendo estar dormido.

- Ya puedes dejar fingir, Snivellus. – Dijo el mago como si nada mientras se agachaba a por el paquete.

- Qué haces aquí, Lupin? – inquirió Snape fulminándole con la mirada.

- Cuidar de la mujer que amo... – respondió Remus devolviéndole la desafiante mirada. – Y ella me quiere a mí, Snivellus, no lo olvides.

- Qué quieres decir? – Preguntó el interpelado con una voz gélida.

- Lo he visto, Snape, he visto lo que has hecho. Sé por qué te estabas haciendo el dormido. – contestó el mago apretando el puño libre.

- No sé de qué me hablas. – añadió el profesor con tono cortante, pero el pálido rubor de sus mejillas lo delató.

- Mira, deja en paz a Sil...

- Olvídame, licántropo. – Le interrumpió Snape. Éste notó cómo Lupin se estremecía de rabia al llamarle por ese calificativo. – Tengo sueño, estoy enfermo y no tengo ganas de aguantar tus tonterías. Así que vete con tu... – meditó unos instantes y añadió en tono desdeñoso – novia y déjame en paz. – Acto seguido le dio la espalda ladeándose en el lecho.

Remus gruñó y se marchó visiblemente molesto.

Los primeros rayos del sol se filtraban entre las cortinas de la enfermería y despertaron a Silvara de su sueño reparador. Se hizo unos minutos la remolona en la cama estirándose y bostezando y cuando abrió los ojos vio a Remus. La mujer se extrañó de verlo allí. Cuándo habría llegado?

Remus estaba dormido profundamente sentado en un sillón con los brazos y las piernas cruzadas, el cabello le caía hacia delante y su torso subía y bajaba acompasadamente.

Sin hacer un solo ruido la mujer se levantó (que, por cierto, ella no recordaba haberse acostado en la cama...), se calzó, se lavó la cara en una palangana y dio una vuelta por la enfermería comprobando que todos, incluida la señora Pomfrey, dormían plácidamente.

Se estiró de nuevo y se dejó caer pesadamente en la silla que aún estaba al lado de la cama de Snape. Lo observó durante unos instantes y puso su mano en la frente del profesor para saber su temperatura. Estaba alta, pero no tanto como la noche anterior. Entonces Snape abrió los ojos y se encontró con unos bonitos iris verdes observándole. Al sentir la mano de la mujer sobre su frente las mejillas de Snape adquirieron una tonalidad rosácea.

- Buenos días, por las mañanas tienes peor humor que durante el resto del día? – Preguntó Silvara sonriendo amablemente y retirando la mano de la frente.

Snape frunció el entrecejo y levantó una ceja.

- Qué clase de pregunta es esa a estas horas de la mañana?

- Bueno... para saber a qué atenerme. Conozco gente que tiene muy malas pulgas cuando se levantan.

- Ah, si? – inquirió el profesor de mala gana y tapándose los ojos con una mano.

- Sí.

- Por ejemplo? – preguntó de nuevo forzadamente sin apartar la mano de los ojos.

- Por ejemplo tú. – Y dicho esto la mujer rió alegremente.

Snape se destapó los ojos y la miró fijamente.

- Qué graciosa estás esta mañana, no?

- Y tu de qué mal humor. – Dijo ella sonriendo pícaramente. – Bueno, déjame ver la herida esa. – Añadió Silvara levantándose ágilmente del asiento.

- No!! – Gritó Snape sin darse cuenta. "Me toca otra vez y me da un síncope" pensó agitadamente el mago.

Silvara estaba mirándolo con curiosidad y al cabo de unos instantes habló.

- Oye, si es por lo de leerte la mente, tranquilo. En situaciones normales sé controlarlo y por tocarte la pierna no voy a adivinar tu vida amorosa ni nada. – Dicho esto sonrió encantadoramente y añadió con tono divertido – Y no grites, hay gente que duerme.

Snape lanzó un gruñido hostil pero se dio por vencido. La mujer apartó las sábanas cuidadosamente y después la pernera, ahora abierta en dos, para dejar al descubierto un vendaje perfecto y pulcro. Cuando terminó de quitárselo con el mayor cuidado dijo:

- Severus, deberías habérmelo dicho ayer cuando estuve en tu despacho. – Snape no contestó así que ella siguió hablando mientras examinaba la herida con cuidado. – De verdad no te entiendo, por qué no me lo dijiste? Seguramente habría podido evitar la fiebre... y por supuesto el numerito que montaste delante de tus aterrorizados alumnos. – se apartó un mechón de los ojos, miró a Snape y como éste seguía sin hablar agregó en tono burlón – Y como no me dejas leerte la mente no sé que piensas.

Snape se puso rojo de ¿ira? y repitió lo mismo que el día anterior:

- No-leas-mi-mente! – Dijo amenazadoramente señalándola con el dedo índice.

- De eso me enteré ayer. – Respondió la mujer enarcando una ceja. – Por qué no me lo dijiste? – Snape abrió la boca pero la volvió a cerrar sin articular palabra. – No me consideras lo bastante buena en el campo como para ponerte en mis manos? – Snape apartó la vista aún sin contestar. – Severus, en serio ya, qué diablos te pasa? – inquirió la mujer apartando el tono de broma sostenido durante la conversación.

Una película de sudor frío se había extendido por la frente del profesor. Intentaba secarse las palmas de las manos sin obtener resultado en las mantas de la cama.

- Si? – Le animó ella poniendo cara de suspense.

- Bu...bueno yo... – Comenzó a balbucear el mago. Bajó la cabeza y cerró los ojos para tomar algo de valor. Levantó la cabeza y abrió la boca dispuesto a decirle a la mujer todo.

- Buenos días! – Exclamó una voz ronca y soñolienta. Severus abrió los ojos bruscamente y miró con odio intenso a Lupin.

- Remus! Hola! – Silvara se había levantado de la silla con los ojos brillantes, enlazó sus brazos en el cuello de Remus y lo besó. Severus apartó la vista rápidamente para ahorrarse el cuadro. Remus se percató del gesto de Snape.

- Por qué no me has despertado? – indagó el mago enredando sus dedos en el cabello de la mujer. Severus estaba blanco de ira.

- Parecías muy cansado y hoy no tienes que trabajar. Por cierto, fuiste tú el que me llevó a la cama?

- Claro... no te acuerdas? Si estuvimos hablando y todo! – respondió Remus sorprendido.

- Ah, si? – preguntó la mujer pensativa. – Pues no me acuerdo de nada. Lo último que recuerdo... es que Severus se quejaba como un niño pequeño. – Añadió mirando al profesor, aún recostado en la cama.

- Definitivamente, – señaló fríamente el profesor novato – hoy te has levantado con tu lado graciosillo.

- Si, definitivamente. – Agregó la mujer liberando a Remus de su abrazo. – Bueno, Severus, continúa con lo que ibas a decir, que me tienes en ascuas! – Dijo Silvara poniendo los brazos en jarras.

Snape dio un salto sorprendido pero antes de abrir la boca, Lupin le interrumpió de nuevo.

- Qué te iba a decir? – Preguntó el mago con curiosidad.

- Le pregunté qué le pasaba y estaba a punto de contestar cuando tu has llegado. – Respondió ella mirando aún a Snape.

- Ah, si? – Dijo él suspicaz.

- Si, eso parece. Bueno, ánimo Severus! – Dijo ella con tono sarcástico.

La mirada de Snape se posaba de Silvara a Remus y de éste a la mujer continuamente mientras que pensaba frenéticamente en una salida convincente y que evidentemente no fuera la verdad. Apretó las mandíbulas y soltó lo primero que se le vino a la cabeza.

- No te creo cualificada para un caso de esta índole. – Se felicitó a sí mismo por su magnífica invención, le había añadido un tono gélido que casaba muy bien con su carácter y disimulaba la mentira.

- Ah, entonces acerté. – Respondió Silvara dolida. – Pues que sepas, - continuó ella acaloradamente – que si estoy aquí es por tu culpa. No he venido voluntariamente, sino que el director es quién me ha llamado. Si no fueses tan... – la mujer se detuvo para buscar una palabra adecuada.

- Tan qué? – Le retó el profesor a seguir.

- Tan arisco, Severus! – Silvara levantó las manos al cielo en señal de desesperación. Al ver que tanto Remus como Severus seguían inmersos en su mutismo continuó. – Tienes a todo el alumnado de Hogwarts aterrorizado. Les da miedo hasta preguntarte las dudas.

Snape curvó los labios para formar una sonrisa burlona de satisfacción.

- Eso ya lo suponía yo. – Añadió la mujer levantando una ceja y estrechando los ojos.

- El qué? – preguntó Remus inocentemente. No sabía si meterse en la conversación, no estaba seguro de poder aguantarse con Snape.

- Que le gusta que sus alumnos le tengan miedo. – Puntualizó Silvara. Snape levantó un dedo y abrió la boca dispuesto a quejarse pero ella le interrumpió. – No, no te he leído la mente. Es de cajón. – Snape cogió aire para hablar de nuevo pero nuevamente la mujer le interrumpió. – Sí, ahora sí te he leído la mente. Y antes de que pienses en quejarte de nuevo... No, no te leeré más la mente.

Esta vez Snape no dijo nada pero fulminó a la mujer con la mirada. Ésta, indiferente a la intensa mirada que le dirigía el profesor novato y ajena a la agitación de Remus, se estiró y calló encima de Remus. El hombre la sujetó por las caderas, ella sopló para levantar los flequillos que caían en los ojos de él y dijo con voz provocadora:

- Tengo hambre, bajamos a desayunar?

Remus sonrió tiernamente y contestó con un susurro:

- Ve bajando tú, yo voy a recoger la cena que te traje ayer y que no te comiste.

- Me trajiste la cena? – Dijo ella enarcando las cejas. Él asintió con la cabeza y ella añadió. – Qué detalle, Remus! – Le besó tiernamente. – Siento no habérmela comido... – Remus interrumpió sus palabras posando un dedo en sus labios.

- Nada de excusas, has trabajado muy duro.

Silvara iba a contestarle pero una siseante voz cargada de odio interrumpió sus palabras.

- Waylan, vete ya a desayunar y ahórrame la escenita Casablanca.

Fue el turno de fulminar con la mirada de ella y Snape reconoció en su fuero interno que lo hacía de maravilla, le había intimidado realmente. Remus se inclinó y besó su cuello a la par que le susurraba unas palabras tranquilizadoras.

- Ni caso, mi vida.

Ella sonrió, se separó de el mago y sin decir una palabra echó a andar hacia la puerta, sus cabellos meciéndose en su espalda lanzando destellos plateados.