Un silencio tenso se extendía por las cuatro paredes de la enfermería. La mayoría de alumnos, para alivio de los tres adultos, se había recuperado y habían vuelto a su vida en el colegio. Ninguno de los tres había querido explicarle nada de lo sucedido a Madam Pomfrey, así que ésta, indignada, se fue dejándolos prácticamente solos.
Silvara, visiblemente enfadada, preparaba vendas y demás enseres mientras que los dos hombres guardaban silencio temerosos, aunque nunca lo hubiesen reconocido. Observaban cautelosamente los movimientos de la mujer, bruscos y precisos. De repente, dejó los bártulos en la mesilla y miró a ambos con esa mirada que sólo ella sabía poner. A Severus le dio un escalofrío por la columna y a Remus le dio un vuelco el estómago. Definitivamente habían cometido un gran error.
La mujer dejó de mirar a ambos de hito en hito y se centró en Severus. Se acercó sin decir una palabra y acercó su rostro al de el hombre hasta que sus narices casi se tocaron. Severus enrojeció visiblemente, pero Silvara no parecía importarle ése avasallamiento. De repente habló con indiferencia en la voz, como cuando estaba concentrada en algo.
- No seas idiota, Remus. – Y sin decir más siguió mirando a Severus fijamente, sin parpadear y con el ceño fruncido. Evidentemente Remus captó la indirecta y Severus creyó adivinar a qué se refería. Se sintió bien por los celos de Remus. – Severus, tampoco seas tú idiota. – Éste, enfadado por sentirse cohibido por esos ojos apretó el puño, pero antes muerto que desviarle la mirada!
Silvara sin avisar desvió la vista "Justo a tiempo" se dijo Severus aliviado.
- Te he oído – Dijo la mujer volviéndole a clavar la mirada inquisitiva. El profesor dio un respingo pero ni le devolvió la mirada ni dijo nada.
Silvara volvió hacia los materiales dejados en la mesa y mientras que abría y mezclaba mejunjes llamó a Remus.
- Ven aquí Remus, por favor. – Éste no contestó pero obedeció. Ella le curó el labio roto e inflamado y Remus no emitió una sola protesta aunque le escocía el remedio. Severus esperaba estoicamente su turno. Aunque no entendía porqué tenía que curarle ella. Él era el profesor de pociones por lo tanto sabía más que la mujer de estas cosas, era capaz de curarse solo.
- No creo que estés en situación de pensar eso dada la situación de ayer, verdad? – Dijo Silvara sin mirarle con un tono de voz hiriente, irónico.
Severus se mordió el labio y cruzó los brazos, pero nada contestó. Procuró no pensar en nada, ya que ella visiblemente había hecho caso omiso de sus advertencias. En su intento de no pensar en nada que fuese relevante escuchó hablar al licántropo.
- Silvara yo... Lo siento, no debí haberlo hecho. – Dijo Remus con una mueca de dolor. Se había dejado el torso descubierto y ella examinaba sus costillas, dañadas a causa del imparto del cráneo del profesor de pociones en él.
- Ya... – dijo ella con gesto ausente. – Te duele aquí cuando te toco? – Preguntó apretando suavemente en un lugar de las costillas.
- Ah... – Se quejó el hombre. – Sí, me duele. Tengo algo roto? – Preguntó ligeramente animado por la pequeña conversación que habían entablado.
- Parece que no, por suerte. – Respondió ella incorporándose.
Por suerte? Se preguntó Severus en tono enfadado. Sin darse cuenta estaba mirando a Silvara y ella, inmediatamente después de haber pensado eso le dirigió una mirada dura a la par que se apartaba los mechones que le caían en el rostro.
- Bueno, hecho mi trabajo, yo me largo. Arreglaos como podáis vuestras diferencias... si es que pensáis hacerlo algún día de éstos. – Dicho esto, Silvara tomó rumbo a la puerta con paso rápido y decidido. Todavía seguía muy enfadada. Oyó una tosecilla muy mal disimulada y giró sobre sus talones. – Si?
- Bueno, estás muy enfadada... Pero quiero que antes de que te fueras tuviéramos unas palabras. – Dicho esto Severus sintió cómo el licántropo le fundía con la mirada.
Remus abrió la boca para protestar, pero ella lo silenció con la mirada. Le dolían más que las heridas que se le abrían en luna llena.
Silvara se quedó un momento escudriñando a Snape y por fin aceptó con un leve "como quieras".
- Tu, licánt... – Una fuerte y descarada tos le interrumpió. Miró ceñudo a la mujer, pero entendió la tos. Suspiró e intentó empezar de nuevo. – Te importa dejarnos unos minutos a solas, Lupin?... Por... por favor?
Segundos de tensión.
- Si. – Contestó por fin el nombrado y muy lentamente salió de la sala. A Severus le pareció una eternidad, lo estaba haciendo a posta, seguro.
Silvara se acercó donde el profesor yacía y se sentó en el borde de la cama.
- Waylan... – Empezó a decir el hombre intentando coger carrerilla.
- Espera, espera. – Dijo ella con voz vacilante. – No te precipites, Severus. – Estaba realmente asustada. Cómo había podido permitir aquello? Ni siquiera se había dado cuenta... Y si él se lo decía, con qué cara iba a mirarle el resto de su vida? – Mira, sé lo que me vas a decir... pero aunque te parezca una tontería, prefiero que no lo digas. – Ante la mirada interrogante del hombre suspiró y prosiguió con su retahíla de incoherencias. – No sé cómo has podido albergar esos sentimientos hacia mí... y es mejor que te lo diga ahora que son débiles y quebradizos. Ya sabes que no eres correspondido... y prefiero que no te hagas una idea equivocada de mí. Sólo intentaba ser tu amiga, nada más. No quiero hacerte daño, no quiero entrar en esa lista tan larga que con tanto odio guardas en tu interior... – Silvara sonrió irónica y triste. – Aunque creo que ya estaba apuntada de antes... – Severus abrió la boca, pero ella, sabiendo lo que hacía, le cogió una mano con suavidad y sintió que el profesor se ponía muy rígido. Prosiguió. – De verdad, prefiero que no me digas nada. Así no sabré nunca si me lo he imaginado por soberbia o si es cierto. – Hubo un silencio muy elocuente y al cabo de unos segundos, Silvara soltó la mano de Snape para ponérsela en la mejilla. – Estaba pensando... que no merezco ser Gryffindor, soy una auténtica cobarde. – Silvara vio por primera vez en su vida sonreír a Snape sinceramente, aunque fuera una fugaz sonrisa. Pero no dijo nada, se mantuvo obedientemente en silencio. – En fin, me voy... Ya nos veremos, suerte con las clases. – Se acercó dos dedos a los labios y plantó un beso en ellos y automáticamente después, puso los dos dedos, cálidos en exceso, sobre la nariz del profesor y le guiñó un ojo con gesto pícaro. Se levantó rápidamente y cuando puso una mano en el pomo de la puerta añadió sin dejar de mirar al gastado pomo y de espaldas al profesor – Lo que dije en el cementerio... quizás no iba tan en serio. Ése es otro de los motivos que explican mi cobardía. Hasta otra. – Salió de la enfermería cerrando suavemente la puerta.
Severus se quedó sólo en la sala, rodeado de camas y el olor del ungüento que había aplicado ella a los dos adolescentes con cuerpo de hombres. Por fin rompió su mutismo.
- Tu no eres cobarde, sólo necesitas que alguien te escuche... Por cierto, - añadió como si ella estuviera todavía sentada en la cama, - estás muy equivocada.