Yaoi, Lemon, HieixKurama

Los personajes no me pertenecen etc...

Capitulo 3 : El Filo de la espada.

(H)

Kurama intentó hacer subir su ki de nuevo, yo estaba atento a todos esos cambios, estabamos en medio de un bosque y cualquier distracción por mi parte podía resultarme fatal. Agarré a Kurama por los hombros lo alcé y volví a empujarlo al suelo, esta vez boca abajo. Gimió un poco. Creo que lo hice con demasiada fuerza porque del impacto comenzó a sangrar por el labio. Aun así no dijo nada. Recorrí su espalda con mis manos lentamente de arriba abajo hasta llegar a sus pantalones, los agarré con fuerza y tiré de ellos, rompiéndolos por varias partes, ahora a Kurama solo le quedaba una pieza de ropa – esa estúpida manía ningen de llevar ropa interior ¿de que servía? – tiré también de ella, dejándole completamente desnudo.

Kurama intentó escapar de mi de nuevo, pero sin éxito, le agarré fuerte por el cuello y alcancé mi espada, la coloque lentamente en su garganta y él se quedó inmóvil. Iba a demostrarle que no tenía modo alguno de huir de mi, la moví lentamente hacia su espalda y comencé a bajarla por su columna mas lentamente aun, asegurándome de que él notaba el frío contacto del filo en su cuerpo, quería que le quedara claro quien mandaba.

(K)

Intentaba por todos los medios controlar mi respiración, los latidos de mi corazón, no parecer excesivamente asustado, pero fracasaba miserablemente. Había cometido un error subestimando a Hiei, yo conocía su modo de luchar y él el mío, pero él se había anticipado cambiando su manera de hacerlo y esperando que yo actuase como siempre, por eso no se había opuesto al encuentro en el bosque, sabía que eso me haría ser mas confiado y que sería a la vez mi perdición. No podía hacer menos que admirar su táctica.

Pero ahora yo estaba tirado boca abajo sobre la hierba, desnudo, con Hiei sentado a horcajadas sobre mi y completamente indefenso. Podía notar el frío intenso del filo de la katana de Hiei deslizarse por mi espalda lentamente, hacia abajo. - ¿Qué era lo que pretendía hacerme? – intenté conservar la calma pero no lo conseguí, - maldito sea yo mismo por no haber escuchado a Genkai en su momento, por haber dejado que mi lado Youko se apoderara de mi, por haber retado a Hiei a un estúpido duelo – Su espada seguía deslizándose hacia abajo lentamente y no pude reprimir un escalofrío, su espada bajaba directamente hacia... – Dios Hiei, no puede ser lo que estoy pensando – no me atrevía a moverme, ¿qué podía hacer? ¿sería él capaz de... ? - ¿Tanto me odias por haberte retado? – pensé.

Mi sangre fría me había abandonado por completo, comencé a temblar absolutamente fuera de mi, no podría soportar algo así ni siquiera en mi forma de zorro espiritual, mucho menos con el cuerpo humano que tenía ahora, y su katana continuaba bajando lentamente por mi espalda. Youko Kurama se había volatilizado, y ahora solo quedaba un Suuichi desesperado y asustado, sin saber que hacer.

¡Hiei por favor no! – grité - ¡no me hagas esto! ¡no así, no de este modo!

El se detuvo ¿qué estaría pensando? Mi voz me sonó extraña incluso a mi. Intenté no volver a gritar, él no me respondió. Tenía unas ganas enormes de llorar pero me contuve, se que él odia eso.

Hiei por favor – susurré – por favor.

(H)

- ¿Qué demonios le pasaba ahora al kitsune? – de pronto se había puesto a gritar, a suplicarme que no hiciese algo - ¿el qué? – observé lentamente desde otra perspectiva, algo se me había pasado por alto, con él siempre me sucedía así, de pronto reaccioné, mi katana, bajando lentamente hacia... ¡vaya! solo a la pervertida mente de Kurama se le podía ocurrir que yo iba a hacer eso precisamente con mi espada.

Le observé detenidamente, su respiración se había acelerado y los latidos de su corazón también , su ki en cambio fluctuaba de manera escandalosa cayendo una y otra vez en picado. No pude por menos que reír. - No me des ideas zorro pervertido – pensé, me quité la camiseta y me estiré completamente sobre su espalda abrazandolo por los hombros y la cintura, aspirando su aroma, sintiendo como su cuerpo temblaba levemente bajo el mío, ¿cuántos habrían tenido así al zorro antes? seguramente nadie, yo era el primero.

El calor de su cuerpo, su respiración agitada, su fragilidad comenzaban a excitarme enormemente, había cerrado los ojos, permaneciendo así, a la expectativa de que yo hiciese algo, de que le hiciese algo.

Acerqué mi boca a su oído y susurré :

¿Qué harías tú conmigo, zorro pervertido, si la situación fuese al revés?