- CAPÍTULO DOS -
El extraño incidente
Aiken sintió que alguien lo sacudía y le decía algo. Cuando por fin pudo despertarse del todo y abrir los ojos se dio cuenta de que era su prima Cordelia la que lo estaba sacudiendo. - ¡Vamos, Aiken, despierta! ¡Dice mamá que tienes que hacer el desayuno! ¡Apúrate, que es el cumpleaños de Bertie y ya sabes cómo se pone mamá si alguien le arruina su día a su querido niño! - Está bien, ya me despertaste. La niña salió de la alacena debajo de las escaleras que era la habitación de Aiken y se dirigió a la cocina. Aiken empezó a vestirse sonriendo. Todos los planes que tía Marguerite tenía para Cordelia se habían ido a la basura tan pronto la pequeña empezó a mostrar su afinidad con Aiken. Nadie que simpatizara con Aiken podía simpatizar con los Dursley, así que tía Marguerite debió renunciar al sueño de que su hija fuera como ella y tío Dudley tuvo que resignarse a que la niña lo mirara con desagrado cada vez que él obligaba a Aiken a realizar las tareas del hogar. Bertie no hacía mucho caso de su hermana, pero a cambio le hacía la vida imposible a Aiken. Un tremendo golpe en la puerta de la alacena lo sacó de sus pensamientos. - ¡Ve de una vez a hacer el desayuno! –le gritó tía Marguerite -. ¡Y no quemes nada! Cuando Aiken empezó a freír los huevos y el tocino Bertie ya estaba desenvolviendo la enorme pila de regalos que le habían dado por su cumpleaños y tía Marguerite lagrimeaba diciendo: - ¡Mi niño pequeño! ¡No puedo creer que ya tengas once años! Cordelia miró a Aiken e hizo un gesto como si fuera a vomitar, y ambos se rieron ruidosamente. Tío Dudley y tía Marguerite les dirigieron una mirada no muy agradable, pero volvieron a mirar a Bertie cuando éste protestó: - ¡Yo quería una Game Cube Ultra II, no una PlayStation 8! Habría sucedido una catástrofe si no fuera porque tía Marguerite se apresuró a decir: - No te preocupes, cariño, podemos cambiarla cuando salgamos hoy, ¿está bien? Bertie se conformó con eso y tres huevos fritos. Cada año los Dursley y el mejor amigo de Bertie se iban de paseo mientras Aiken se quedaba con la señora Figg, una vecina muy anciana cuya casa apestaba a repollo. Ese año irían al zoológico. Mientras desayunaban en perfecto silencio, salvo por el ruido que hacía tío Dudley al pasar las páginas del periódico, se oyó sonar el teléfono en el salón. Tía Marguerite corrió a atender y estuvo hablando un rato. Al volver a la cocina le dirigió una mirada asesina a Aiken y anunció: - La señora Figg está en el hospital, se cayó y se quebró la cadera. No podrá cuidarlo, tendremos que llevarlo con nosotros. Tres de los cuatro Dursley estaban devastados con la noticia. En cambio Cordelia siguió como si nada tomándose el té, y cuando sus padres no la veían le guiñó un ojo a Aiken. Bertie tenía una rabieta tremenda, gritaba, lloraba y pataleaba. Aunque era pura comedia alcanzaba para desesperar a su madre y lograr lo que quisiera. Pero la escena se vio interrumpida por el timbre de la puerta. Era Gavin Brosling, el mejor amigo de Bertie. Éste tuvo que suspender el teatro y fue a abrir la puerta acompañado de sus padres. Gavin era un chico flaco, alto con el pelo castaño por el que nunca parecía haber pasado un peine, y su madre era idéntica a él pero dos cabezas más baja y con ojos desorbitados. Ciento veinte recomendaciones después la señora Brosling por fin dejó a su hijo y se fue. Entonces los Dursley, Aiken y Gavin pudieron empezar a celebrar el cumpleaños de Bertie. Antes de subir al coche tío Dudley llevó aparte a Aiken: - Te lo advierto, chico, a la primera cosa rara que suceda, ¡y te encerraré en la alacena hasta que entres a la universidad! La verdad era que tío Dudley tenía motivos para temer que algo extraño pasara alrededor de su sobrino. Una vez en clase Bertie le había tirado un borrador al trasero del profesor de Historia y cuando éste se dio vuelta enfadado culpó a Aiken del incidente. Aiken quedó tan furioso luego de la injusta reprimenda que pensó: "Ojalá el bisoñé del profesor Fenton se volara por la ventana". Y segundos después, una misteriosa ráfaga de viento entró al salón de clases llevándose el rubio bisoñé del profesor consigo. Nadie pudo probar que había sido obra de Aiken, pero tío Dudley nunca tuvo ninguna duda. Parecía que el señor Dursley sabía algo que Aiken no sobre aquellos sucesos extraños. En el zoológico todo marchaba bien. Bertie y Gavin empezaban a aburrirse y andaban buscando a Aiken para usarlo de bolsa de arena, mientras Aiken caminaba lo más lejos posible de ellos. Cordelia lo seguía como un perrito para todos lados, lo que a él no le molestaba en absoluto, así por lo menos tenía con quién hablar. A los que sí les molestaba aquello eran a tío Dudley y tía Marguerite, que detestaban ver lo bien que su hija se llevaba con Aiken, y parecía ser que tenían miedo de algo, pues caminaban muy cerca de ellos. Almorzaron en el restaurante del zoológico y luego fueron a ver los reptiles. Bertie y Gavin se pusieron frente a una enorme boa que dormía enroscada en un palo. Después de golpearle el vidrio infinidad de veces y ver que el bicho ni se inmutaba, se aburrieron y se fueron a ver una víbora de coral que sí se movía. El señor y la señora Dursley estaban mirando una tarántula, y Cordelia les explicaba algo mientras ellos ponían caras de asco. La chica sabía mucho de arañas. Aiken se puso a ver la boa constrictor, y casi se cayó sentado cuando vio que el reptil le guiñó un ojo. - Hola –dijo con voz silbante -. ¿Esos pesados de allá son parientes tuyos? - Sí –respondió Aiken en estado de shock -. Siento que te hayan molestado. - No te preocupes, sucede todos los días. Con toda la gente que pasa día a día a molestarme, prefiero hacerme la dormida. - Qué buen sistema, tal vez debería intentarlo. Aunque mejor no, si durmiera para siempre los Dursley estarían encantados. - No les des el gusto, amigo. - Nunca –sonrió Aiken -. Oye, ¿de dónde vienes? - Ni idea, estoy aquí desde que puedo recordarlo. Pero no me pasa muy seguido que haya niños que pueden hablar conmigo. De hecho, sólo una vez hace muchos años vino un chico con una familia insoportable como la tuya que estuvo conversando conmigo un rato. - ¿De veras? - Sí, ¿y a que no sabes qué pasó luego? El chico se enfureció tanto cuando su primo lo empujó para ponerse delante de mi vitrina que hizo que el vidrio desapareciera. Se asustó como nunca el gordo tonto. - ¡Fenómeno! Bertie se moriría si le lanzo una serpiente encima... - No se moriría, pero seguramente tardaría un rato en recuperar el habla. En ese momento apareció Bertie: - ¡Papá, mira, se despertó la boa! –exclamó empujando a Aiken para ponerse delante de la vitrina. Aiken cayó al suelo, y acto seguido Bertie gritó de terror y la serpiente saltó sobre él. - Muchísimas gracias, amigo, a ver si esta vez no me atrapan como la última vez que me ayudaron a escapar –le dijo la boa a Aiken. El niño estaba aturdido. Bertie seguía gritando. Cordelia observaba maravillada a la serpiente que salía de la casa de reptiles. Gavin estaba tan asustado que no podía articular palabra. Tía Marguerite abrazaba a su hijo y le preguntaba cien veces por minuto si estaba bien. - Me quiso matar -sostenía Bertie mientras iban en el automóvil de regreso a casa de los Dursley -. Casi se me enrosca alrededor del cuello. - Qué tonto, si casi ni te tocó –se burló Cordelia. - La tonta eres tú, ¿no ves que Aiken me echó la serpiente encima? ¡Él estaba hablando con ella! ¡Le dijo que me ataque! - Hablando con serpientes, por favor, no digas tonterías –dijo tío Dudley tratando de restarle importancia al asunto -. El problema es la seguridad en ese zoológico, qué gente incompetente. Pero luego, cuando Gavin Brosling volvió a su casa, el señor Dursley dejó ver lo que realmente pensaba: - ¡Vete a la alacena! ¡No hay cena para ti hoy! –le gritó a Aiken. - ¿Por qué? ¡Yo no hice nada! - ¡No mientas! ¡No me tomes por idiota! ¡El desgraciado de tu padre me hizo la misma jugarreta cuando tenía tu edad! Aiken no dijo más nada. Sabía que en esa casa se aplicaba lo de "todo lo que digas será usado en tu contra". Se metió a la alacena y mantuvo la boca cerrada mientras tío Dudley cerraba el pasador de la puerta. Ya tarde de noche él estaba durmiendo cuando oyó pasos que bajaban la escalera sobre su cabeza. Adivinó que se trataría de Cordelia o de tía Marguerite, porque tanto Bertie como tío Dudley eran demasiado gordos como para que sus pasos retumbaran tan poco. Los pasos se detuvieron frente a la puerta de la alacena. Una mano descorrió el pasador y una figura pequeña entró a la habitación. - Aiken... ¿Estás despierto? –preguntó Cordelia en un susurro. - ¿Qué haces aquí? - Te guardé parte de mi cena, pensé que tendrías hambre. - Pues has adivinado. Gracias, Cordelia. Mientras Aiken comía, la niña parecía estar inmersa en una lucha interna. - Vamos, pregúntame de una vez –dijo Aiken. - ¿Qué? - Sé que quieres saber si tuve algo que ver con el episodio de la boa. - Me da curiosidad, a decir verdad. - Bueno, entonces te diré que sinceramente no lo sé. Sí estaba hablando con la serpiente, o al menos eso creí, ¿no es extraño? - No más que otras cosas que te suceden. - Creía estar hablando con la serpiente... Y luego apareció tu hermano y me empujó, y me enojé muchísimo. Fue entonces que desapareció el vidrio como por arte de magia. - ¿Así nada más? - Sí. Tío Dudley me dijo que mi padre le hizo lo mismo hace tiempo, y la boa me contó que hace muchos años otro niño había hecho desaparecer el vidrio de la jaula. ¿Ese niño no sería mi padre? - Tal vez. ¿Qué tan seguido aparecen chicos que puedan hablar con las serpientes? - No muy seguido, según me dijo la boa. - Alucinante.
El extraño incidente
Aiken sintió que alguien lo sacudía y le decía algo. Cuando por fin pudo despertarse del todo y abrir los ojos se dio cuenta de que era su prima Cordelia la que lo estaba sacudiendo. - ¡Vamos, Aiken, despierta! ¡Dice mamá que tienes que hacer el desayuno! ¡Apúrate, que es el cumpleaños de Bertie y ya sabes cómo se pone mamá si alguien le arruina su día a su querido niño! - Está bien, ya me despertaste. La niña salió de la alacena debajo de las escaleras que era la habitación de Aiken y se dirigió a la cocina. Aiken empezó a vestirse sonriendo. Todos los planes que tía Marguerite tenía para Cordelia se habían ido a la basura tan pronto la pequeña empezó a mostrar su afinidad con Aiken. Nadie que simpatizara con Aiken podía simpatizar con los Dursley, así que tía Marguerite debió renunciar al sueño de que su hija fuera como ella y tío Dudley tuvo que resignarse a que la niña lo mirara con desagrado cada vez que él obligaba a Aiken a realizar las tareas del hogar. Bertie no hacía mucho caso de su hermana, pero a cambio le hacía la vida imposible a Aiken. Un tremendo golpe en la puerta de la alacena lo sacó de sus pensamientos. - ¡Ve de una vez a hacer el desayuno! –le gritó tía Marguerite -. ¡Y no quemes nada! Cuando Aiken empezó a freír los huevos y el tocino Bertie ya estaba desenvolviendo la enorme pila de regalos que le habían dado por su cumpleaños y tía Marguerite lagrimeaba diciendo: - ¡Mi niño pequeño! ¡No puedo creer que ya tengas once años! Cordelia miró a Aiken e hizo un gesto como si fuera a vomitar, y ambos se rieron ruidosamente. Tío Dudley y tía Marguerite les dirigieron una mirada no muy agradable, pero volvieron a mirar a Bertie cuando éste protestó: - ¡Yo quería una Game Cube Ultra II, no una PlayStation 8! Habría sucedido una catástrofe si no fuera porque tía Marguerite se apresuró a decir: - No te preocupes, cariño, podemos cambiarla cuando salgamos hoy, ¿está bien? Bertie se conformó con eso y tres huevos fritos. Cada año los Dursley y el mejor amigo de Bertie se iban de paseo mientras Aiken se quedaba con la señora Figg, una vecina muy anciana cuya casa apestaba a repollo. Ese año irían al zoológico. Mientras desayunaban en perfecto silencio, salvo por el ruido que hacía tío Dudley al pasar las páginas del periódico, se oyó sonar el teléfono en el salón. Tía Marguerite corrió a atender y estuvo hablando un rato. Al volver a la cocina le dirigió una mirada asesina a Aiken y anunció: - La señora Figg está en el hospital, se cayó y se quebró la cadera. No podrá cuidarlo, tendremos que llevarlo con nosotros. Tres de los cuatro Dursley estaban devastados con la noticia. En cambio Cordelia siguió como si nada tomándose el té, y cuando sus padres no la veían le guiñó un ojo a Aiken. Bertie tenía una rabieta tremenda, gritaba, lloraba y pataleaba. Aunque era pura comedia alcanzaba para desesperar a su madre y lograr lo que quisiera. Pero la escena se vio interrumpida por el timbre de la puerta. Era Gavin Brosling, el mejor amigo de Bertie. Éste tuvo que suspender el teatro y fue a abrir la puerta acompañado de sus padres. Gavin era un chico flaco, alto con el pelo castaño por el que nunca parecía haber pasado un peine, y su madre era idéntica a él pero dos cabezas más baja y con ojos desorbitados. Ciento veinte recomendaciones después la señora Brosling por fin dejó a su hijo y se fue. Entonces los Dursley, Aiken y Gavin pudieron empezar a celebrar el cumpleaños de Bertie. Antes de subir al coche tío Dudley llevó aparte a Aiken: - Te lo advierto, chico, a la primera cosa rara que suceda, ¡y te encerraré en la alacena hasta que entres a la universidad! La verdad era que tío Dudley tenía motivos para temer que algo extraño pasara alrededor de su sobrino. Una vez en clase Bertie le había tirado un borrador al trasero del profesor de Historia y cuando éste se dio vuelta enfadado culpó a Aiken del incidente. Aiken quedó tan furioso luego de la injusta reprimenda que pensó: "Ojalá el bisoñé del profesor Fenton se volara por la ventana". Y segundos después, una misteriosa ráfaga de viento entró al salón de clases llevándose el rubio bisoñé del profesor consigo. Nadie pudo probar que había sido obra de Aiken, pero tío Dudley nunca tuvo ninguna duda. Parecía que el señor Dursley sabía algo que Aiken no sobre aquellos sucesos extraños. En el zoológico todo marchaba bien. Bertie y Gavin empezaban a aburrirse y andaban buscando a Aiken para usarlo de bolsa de arena, mientras Aiken caminaba lo más lejos posible de ellos. Cordelia lo seguía como un perrito para todos lados, lo que a él no le molestaba en absoluto, así por lo menos tenía con quién hablar. A los que sí les molestaba aquello eran a tío Dudley y tía Marguerite, que detestaban ver lo bien que su hija se llevaba con Aiken, y parecía ser que tenían miedo de algo, pues caminaban muy cerca de ellos. Almorzaron en el restaurante del zoológico y luego fueron a ver los reptiles. Bertie y Gavin se pusieron frente a una enorme boa que dormía enroscada en un palo. Después de golpearle el vidrio infinidad de veces y ver que el bicho ni se inmutaba, se aburrieron y se fueron a ver una víbora de coral que sí se movía. El señor y la señora Dursley estaban mirando una tarántula, y Cordelia les explicaba algo mientras ellos ponían caras de asco. La chica sabía mucho de arañas. Aiken se puso a ver la boa constrictor, y casi se cayó sentado cuando vio que el reptil le guiñó un ojo. - Hola –dijo con voz silbante -. ¿Esos pesados de allá son parientes tuyos? - Sí –respondió Aiken en estado de shock -. Siento que te hayan molestado. - No te preocupes, sucede todos los días. Con toda la gente que pasa día a día a molestarme, prefiero hacerme la dormida. - Qué buen sistema, tal vez debería intentarlo. Aunque mejor no, si durmiera para siempre los Dursley estarían encantados. - No les des el gusto, amigo. - Nunca –sonrió Aiken -. Oye, ¿de dónde vienes? - Ni idea, estoy aquí desde que puedo recordarlo. Pero no me pasa muy seguido que haya niños que pueden hablar conmigo. De hecho, sólo una vez hace muchos años vino un chico con una familia insoportable como la tuya que estuvo conversando conmigo un rato. - ¿De veras? - Sí, ¿y a que no sabes qué pasó luego? El chico se enfureció tanto cuando su primo lo empujó para ponerse delante de mi vitrina que hizo que el vidrio desapareciera. Se asustó como nunca el gordo tonto. - ¡Fenómeno! Bertie se moriría si le lanzo una serpiente encima... - No se moriría, pero seguramente tardaría un rato en recuperar el habla. En ese momento apareció Bertie: - ¡Papá, mira, se despertó la boa! –exclamó empujando a Aiken para ponerse delante de la vitrina. Aiken cayó al suelo, y acto seguido Bertie gritó de terror y la serpiente saltó sobre él. - Muchísimas gracias, amigo, a ver si esta vez no me atrapan como la última vez que me ayudaron a escapar –le dijo la boa a Aiken. El niño estaba aturdido. Bertie seguía gritando. Cordelia observaba maravillada a la serpiente que salía de la casa de reptiles. Gavin estaba tan asustado que no podía articular palabra. Tía Marguerite abrazaba a su hijo y le preguntaba cien veces por minuto si estaba bien. - Me quiso matar -sostenía Bertie mientras iban en el automóvil de regreso a casa de los Dursley -. Casi se me enrosca alrededor del cuello. - Qué tonto, si casi ni te tocó –se burló Cordelia. - La tonta eres tú, ¿no ves que Aiken me echó la serpiente encima? ¡Él estaba hablando con ella! ¡Le dijo que me ataque! - Hablando con serpientes, por favor, no digas tonterías –dijo tío Dudley tratando de restarle importancia al asunto -. El problema es la seguridad en ese zoológico, qué gente incompetente. Pero luego, cuando Gavin Brosling volvió a su casa, el señor Dursley dejó ver lo que realmente pensaba: - ¡Vete a la alacena! ¡No hay cena para ti hoy! –le gritó a Aiken. - ¿Por qué? ¡Yo no hice nada! - ¡No mientas! ¡No me tomes por idiota! ¡El desgraciado de tu padre me hizo la misma jugarreta cuando tenía tu edad! Aiken no dijo más nada. Sabía que en esa casa se aplicaba lo de "todo lo que digas será usado en tu contra". Se metió a la alacena y mantuvo la boca cerrada mientras tío Dudley cerraba el pasador de la puerta. Ya tarde de noche él estaba durmiendo cuando oyó pasos que bajaban la escalera sobre su cabeza. Adivinó que se trataría de Cordelia o de tía Marguerite, porque tanto Bertie como tío Dudley eran demasiado gordos como para que sus pasos retumbaran tan poco. Los pasos se detuvieron frente a la puerta de la alacena. Una mano descorrió el pasador y una figura pequeña entró a la habitación. - Aiken... ¿Estás despierto? –preguntó Cordelia en un susurro. - ¿Qué haces aquí? - Te guardé parte de mi cena, pensé que tendrías hambre. - Pues has adivinado. Gracias, Cordelia. Mientras Aiken comía, la niña parecía estar inmersa en una lucha interna. - Vamos, pregúntame de una vez –dijo Aiken. - ¿Qué? - Sé que quieres saber si tuve algo que ver con el episodio de la boa. - Me da curiosidad, a decir verdad. - Bueno, entonces te diré que sinceramente no lo sé. Sí estaba hablando con la serpiente, o al menos eso creí, ¿no es extraño? - No más que otras cosas que te suceden. - Creía estar hablando con la serpiente... Y luego apareció tu hermano y me empujó, y me enojé muchísimo. Fue entonces que desapareció el vidrio como por arte de magia. - ¿Así nada más? - Sí. Tío Dudley me dijo que mi padre le hizo lo mismo hace tiempo, y la boa me contó que hace muchos años otro niño había hecho desaparecer el vidrio de la jaula. ¿Ese niño no sería mi padre? - Tal vez. ¿Qué tan seguido aparecen chicos que puedan hablar con las serpientes? - No muy seguido, según me dijo la boa. - Alucinante.
