La vida de un ciego llamado Sands

1. Introducción: (parte 1º: ¿quién es Marisa?)

Sands hablaba por su "Motorolla" de última generación, un cacharro que se quedaba sin cobertura cada dos por tres. Su plan no se desarrollaba como él deseaba y, aún por encima, el trasto por el que estaba hablando empezó a tener interferencias hasta que, finalmente, se apagó.

- ¡Mierda!- masculló cerrando el móvil y guardándoselo en el bolsillo.

Sands era un hombre de cabello castaño y ojos oscuros, de estatura media y bien parecido. Se presentaba como miembro de una organización secreta de élite; lo que aprovechaba para hacer lo que le viniera en gana. Gustaba de pasearse por las casas de comida de todo México pidiendo cochinilla pibil, (su plato favorito), hidromiel y tequila. Se consideraba un hombre despreocupado y difícil de acojonar, lo que era bueno en su trabajo. Era de risa fácil, pero también fácil de enojar.

Un niño con una bicicleta se le cruzó en medio y lo paró con el pretexto de venderle chicles. A Sands no le interesaba comprar chicles precisamente.

- Por favor, señor...- suplicó el niño, gimoteante.- Tengo seis hermanas, mi madre está enferma y soy huérf... - Sí, sí; vale.- le cortó Sands.- ¿Sabes lo que vamos a hacer?- añadió mientras se sacaba un billete del bolsillo.- Te voy a dar esto, no quiero tus chicles, pero a cambio no me vas a volver a molestar, es decir, no quiero volver a verte, ¿entendido?.

Le dio el billete al crío, el cual lo observó con ojos como platos.

- ¡Cien dólares!- exclamó- ¡Gracias, señor!

Sands hizo un gesto con la mano como si apartara un bicho; no le gustaba la palabrería, y no estaba acostumbrado a que le dieran las gracias; por no hablar de que los niños le daban alergia.

- Sí, sí; ahora vete- murmuró mientras el niño se iba todo contento en su bicicleta. - ¡Marisa!- gritó.- ¡Mira lo que me ha dado el señor!

Sands echó una fugaz mirada atrás y vió a quién se dirigía el pequeño. Lo que iba a ser una ojeada se convirtió en un examen de cada detalle de la chica a quien se dirigía el chiquillo. Ella era una muchacha de cabello largo, liso y castaño cortado en capas; ojos del mismo color que su pelo, y piel suave. Era un poco bajita, pero tenía un cuerpo digno de una diosa: unas hermosas curvas ni muy grandes ni muy pequeñas formaban su esbelto cuerpo. Su ropa ligeramente ajustada dejaba poco para la imaginación, pero lo suficiente como para estar intrigado. Llevaba el pelo trenzado a medias, con muchos mechones huidizos al aire. Sands no le echaba más de veinte años.

La muchacha debió sentirse observada, pues levantó la vista en su dirección. Sus miradas se cruzaron unos segundos, él retándola y ella manteniendo sus ojos en contacto con los suyos.

Sands sonrió y le guiñó un ojo; ella se ruborizó y bajó la mirada. Cuando la volvió a levantar, Sands ya seguía su camino. Cuando la volvió a levantar, Sands ya seguía su camino.

No era la primera vez que veía a la muchacha. Recordaba haberla visto varias veces en una casa de comidas que frecuentaba, tomando un trago o sencillamente pasando el rato.

"Así que se llama Marisa..."- pensó. "Estupendo; ya tengo una diversión más".

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