1. Introducción: (El... ¿final?)
Estaban casi en el centro cuando el taxista paró.
- ¿Por qué para? ¿Ya hemos llegado?- preguntó Sands.
- ¿Es que no lo ves? ¡Ha estallado un golpe de Estado ahí adelante, no pienso avanzar ni un metro más!- contestó el taxista.
- ¿Qué si lo veo? Maldito imbécil...- masculló Sands.- ¡Estoy ciego!- terminó gritándole, agotada su paciencia.
- Me da igual. No paso de aquí. ¡Y no acepto más dinero!
Sands reprimió el impulso de ahogarlo con sus propias manos, soltó un sonoro resoplido, volvió a coger a Marisa por la cintura e indicó al niño que saliera.
Salieron todos del taxi.
Le pasó los guantes y la chaqueta al chiquillo el cual le pasó a su vez lasa armas. Sands se las acomodó; iba armado hasta los dientes. Dejó la chaqueta en el taxi; ¿Qué más daba?: iba a morir. No tenía posibilidades él solo y, además, ciego. Aunque...,¿y si...?. Podía funcionar, aunque era una estupidez con gran probabilidad de fracaso.
El chiquillo le pasó un guante. Se lo estaba poniendo cuando se dio cuenta de que no encajaba: el mocoso le había dado el guante de la otra mano. No pudo evitar sonreír, divertido.
Caminaron hasta llegar frente a un edificio imponente de piedra, el edificio del Estado: ahí dentro estaba el presidente.
Se paró en seco al oír pasos frente a ellos, donde estaba la entrada del edificio. Sands se fiaba de las indicaciones de Darío y su hermana: era todo lo que tenía.
Prefería no pensar en sus dudas respecto a si Marisa tenía algo que ver con todo aquello.
Definitivamente oía pasos delante suya: eran dos, por lo que pudo deducir. Y debían ser de los de la banda que iban a matar al presidente y lo habían cegado a él. Otro acontecimiento que lo puso sobre aviso acerca de aquellos tipos fue la reacción de sus acompañantes: el pequeño se aferró a mi brazo con más fuerza y Marisa se acurrucó contra mí ligeramente. Esto último fue lo que me extrañó... y lo que más me animó. Si ella les temía significaba que no pertenecía a su banda. La apretó contra sí, le besó el pelo ante la sorpresa de ella e, inmediatamente la soltó, igual que se soltó del pequeño, y los empujó con las manos hacia atrás.
- Largaos.- susurró. Ninguno de los dos se movieron.
- ¡No os oigo correr!- exclamó con una nota de mandato en la voz. Marisa se mordió el labio inferior. Cogió a Darío de la mano.
-Vámonos, Darío- susurró. Él echó a correr hasta doblar la esquina de una casa. - ¡Darío! ¡Espera!- exclamó y corrió tras él. A Sands se le encogió el corazón al oírla alejarse, pero no dejó que sus emociones se colaran en su expresión: no iba a darles el gusto a esos dos de verlo como un tío débil.
Sacó su pequeña metralleta y disparó en la dirección de los hombres, errando todos los tiros. Los hombres comenzaron a reírse ante la patética escena. Sands disparó hacia la izquierda, donde se oía una de las risas y acertó al hombre en el torso matándolo. Cuando disparó al segundo hombre este ya había reaccionado y sacado su pistola. Sands le dio en un brazo lo que no evitó que le dispararan a él: en ambas piernas y en un brazo, haciéndolo caer de rodillas. Sands volvió a disparar y lo mató.
Se dejó caer boca abajo agotado.
* __ * * __ * * __ *
- ¡Darío! ¡Espera!- exclamó y corrió tras él. Marisa dobló la esquina de la casa por donde había desaparecido su hermano y derrapó al sentir como la cogían por el brazo. Cayó al suelo sentada y se giró a ver quién había provocado su caída. Y vió a Darío.
La ayudó a levantarse sin una palabra y se asomó por la esquina de la casa. Ella también se asomó. Vieron a Sands haciendo frente a los dos tipos. Acto seguido sacó un arma y disparó errando. Había disparado justo alrededor de los dos hombres y no había acertado ni una. Los dos hermanos pudieron oír las hirientes risas de los dos hombres. Darío se asustó y echó a correr mientras Sands apuntaba con su pistola al hombre de la izquierda. Dudó si seguir donde estaba o ir tras el niño. Se decidió por lo segundo.
No había dado ni cuatro pasos cuando oyó un disparo. Cerró los ojos y rezó en silencio porque no le hubiera pasado nada a Sands. Aún podía notar el calor de su cuerpo cuando la abrazó y la dulzura inusual de su beso.
Se llevó una mano al cabello y oyó más disparos y un grito prolongado. Luego otro disparo y silencio.
¡Diablo de niño!. Había desaparecido.
* __ * * __ * * __ *
Una mujer vestida de negro, más exactamente la mujer que había pillado a Sands en aquella casa de comidas, Ajedrez, se acercaba a él con paso femenino desde el edificio del Estado. Él se irguió hasta quedar de rodillas encarando a la mujer. Ella le cogió del cabello y lo obligó a levantarse.
- Arriba... ¡levántate!- dijo. Se puso en pie y ella se le acercó tras dar unas vueltas a su alrededor, contoneándose atrevidamente.- Parece que ya no ves nada... Eso está bien.
Se arrimó aún más a él.
- ¿Ves algo bonito?- y acto seguido lo besó apasionadamente.
* __ * * __ * * __ *
Marisa había desistido en su empeño de encontrar a su hermano y había dado vuelta al lugar donde había dejado a Sands. Dobló la esquina y oyó el final de una pregunta.
- ...lgo bonito?
Marisa se quedó clavada en el suelo al ver como la mujer que había sido el cebo para pillar a Sands se acercaba a él y le metía un morreo. ¡¿Pero qué se creía esa zorra?!
Cuando reaccionó, comenzó a andar directa hacia ella pero, no había dado dos pasos cuando se escuchó un disparo. La furcia se echó hacia atrás con los ojos desorbitados y con pasos tambaleantes. Se llevó una mano al estómago, de donde salía mucha sangre. Marisa pudo ver la pistola con la que Sands le había disparado.
- No, no veo nada bonito.- dijo él a la mujer. Ella se desplomó muerta en el suelo.
Sands se tambaleó en el sitio y al instante cayó de rodillas para, un momento después, desplomarse boca abajo sobre el polvoriento suelo.
- Sands- susurró Marisa asustada. Vió sus piernas y su brazo manchados de sangre y le entró el terror. Corrió la distancia que los separaba y volvió a susurrar su nombre con mayor aprensión . Se arrodilló junto a él y le ayudó a darse la vuelta, entre una sarta de maldiciones por parte de él. Respiraba entrecortadamente, entre pequeños jadeos silenciosos que trataba de reprimir. Marisa lo obligó a apoyar su cabeza en sus rodillas.
- ¡No soy un maldito inválido, joder!- masculló tratando de zafarse de las atenciones de la chica.
- Cierra la boca y descansa unos momentos; para recuperar el aliento- añadió rápidamente al ver que iba a protestar.- Cuando te hayas recuperado te ayudaré a levantarte.
- No necesito ayuda...
- Lo sé.
Sands soltó un gruñido pero se quedó donde estaba.
- ¿Tienes idea de qué está pasando exactamente? ¿Cuál es la situación?- le preguntó a Marisa.
- Las calles de alrededor, sobre todo las más céntricas, son un caos. Militares y civiles luchan entre ellos y alguien poderoso entre los civiles no para de utilizar armas de fogueo, bombas y sabe Dios qué más armas.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Sands.
- Los mariachis...- susurró.
- ¿Quiénes?- preguntó Marisa intrigada.
- Nada; no va contigo.- de pronto se dio cuenta de que había sido un tanto brusco. Tras un momento de silencio dijo: - Sabía que vendrías.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué te hacía pensar eso?- inquirió irónicamente Marisa.
- Ninguna mujer a la que he tenido en mis brazos se resiste a mis encantos.
- Yo no soy una mujer cualquiera.
- Lo sé; lo estoy comprobando. Y jamás me hubiera enamorado de una mujer cualquiera.
- Sí, ya; seguro que eso se lo dices a todas. Además, casi no me conoces.
- Eso te crees tú.- dijo sonriendo.
Marisa lo miró suspicaz, pero prefirió callarse. Tras medio minuto Sands hizo un amago de levantarse y Marisa quiso ayudarlo pero él la alejó. No tuvo otro remedio que dejarlo en paz. Tras varios intentos tambaleantes se puso en pie y comenzó a andar. Ella se puso a su par e hizo otro intento de ayudarlo. Él lo rehusó, pero la tomó de la mano.
* __ * __ *
Sands se apoyaba contra una pared en actitud desenfadada: la espalda pegada a la pared y apoyaba también el pie izquierdo.
Marisa, también apoyada de espaldas a la pared, guardaba silencio para no irrumpir la paz de la que gozaba Sands. Seguramente, pensaba, esté saboreando la vida que creyó que iba a perder.
Un hombre pasó por delante. Éste tenía rasgos aflamencados, ojos y pelo largo negros, era ancho de espaldas y llevaba en la mano la funda de una guitarra. Se paró frente a ellos.
- El presidente sigue vivo.- anunció.
- Me alegro. - dijo con sarcasmo Sands.- ¿Qué harás ahora que has vengado a tu familia?- preguntó. El hombre se encogió de hombros.
- Volveré de dónde he venido, supongo.
- Que te vaya bien entonces.
- Nos vemos.- saludó con segundas el de la guitarra. Sands sonrió casi forzadamente. Le hizo el corte de manga a la vez que contestaba:
- ¡Qué te jodan!. Ese es el mariachi.- añadió, cuando éste se había alejado, dirigiéndose a Marisa.
Fue la última vez que coincidió con el hombre.
Un minuto después apareció por allí Darío con su bicicleta.
- Hola Marisa. ¡Hola, señor!. ¿Se encuentra usted bien?- preguntó. Sands asintió. - Marisa, nuestra madre dice que vayas cuanto antes para casa, que hace dos días que apenas te ve. Dice que anoche llegaste de madrugada y que saliste antes de la puesta de sol. Parece enfadada...
- Que espere.- contestó Marisa. Darío se encogió de hombros.- Señor, ¿estará usted bien?.
- No te preocupes, enano, estaré bien.- contestó el aludido.
- Marisa,- volvió a insistir el crío.- yo que tú iba yendo... De verdad que nuestra madre está muy malhumorada...¡ Y luego las paga conmigo!- añadió por último con una nota de reproche en la voz, como un principio de rabieta.
Marisa puso los ojos en blanco y suspiró sonoramente.
- Está bien, vámonos.- se giró hacia Sands.- ¿Puedo ayudarte en algo?
- Como ya le dije a tu hermano, estaré bien.
- Quizá deberíamos acompañarte a un hosp...
- Lárgate.- le cortó Sands.- No necesito nada. Sólo pásate mañana por la casa de comidas; quizá podamos charlar.
- Hecho.- dijo ella con una sonrisa.- Hasta mañana.
- Adiós, muchacha.
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Estaban casi en el centro cuando el taxista paró.
- ¿Por qué para? ¿Ya hemos llegado?- preguntó Sands.
- ¿Es que no lo ves? ¡Ha estallado un golpe de Estado ahí adelante, no pienso avanzar ni un metro más!- contestó el taxista.
- ¿Qué si lo veo? Maldito imbécil...- masculló Sands.- ¡Estoy ciego!- terminó gritándole, agotada su paciencia.
- Me da igual. No paso de aquí. ¡Y no acepto más dinero!
Sands reprimió el impulso de ahogarlo con sus propias manos, soltó un sonoro resoplido, volvió a coger a Marisa por la cintura e indicó al niño que saliera.
Salieron todos del taxi.
Le pasó los guantes y la chaqueta al chiquillo el cual le pasó a su vez lasa armas. Sands se las acomodó; iba armado hasta los dientes. Dejó la chaqueta en el taxi; ¿Qué más daba?: iba a morir. No tenía posibilidades él solo y, además, ciego. Aunque...,¿y si...?. Podía funcionar, aunque era una estupidez con gran probabilidad de fracaso.
El chiquillo le pasó un guante. Se lo estaba poniendo cuando se dio cuenta de que no encajaba: el mocoso le había dado el guante de la otra mano. No pudo evitar sonreír, divertido.
Caminaron hasta llegar frente a un edificio imponente de piedra, el edificio del Estado: ahí dentro estaba el presidente.
Se paró en seco al oír pasos frente a ellos, donde estaba la entrada del edificio. Sands se fiaba de las indicaciones de Darío y su hermana: era todo lo que tenía.
Prefería no pensar en sus dudas respecto a si Marisa tenía algo que ver con todo aquello.
Definitivamente oía pasos delante suya: eran dos, por lo que pudo deducir. Y debían ser de los de la banda que iban a matar al presidente y lo habían cegado a él. Otro acontecimiento que lo puso sobre aviso acerca de aquellos tipos fue la reacción de sus acompañantes: el pequeño se aferró a mi brazo con más fuerza y Marisa se acurrucó contra mí ligeramente. Esto último fue lo que me extrañó... y lo que más me animó. Si ella les temía significaba que no pertenecía a su banda. La apretó contra sí, le besó el pelo ante la sorpresa de ella e, inmediatamente la soltó, igual que se soltó del pequeño, y los empujó con las manos hacia atrás.
- Largaos.- susurró. Ninguno de los dos se movieron.
- ¡No os oigo correr!- exclamó con una nota de mandato en la voz. Marisa se mordió el labio inferior. Cogió a Darío de la mano.
-Vámonos, Darío- susurró. Él echó a correr hasta doblar la esquina de una casa. - ¡Darío! ¡Espera!- exclamó y corrió tras él. A Sands se le encogió el corazón al oírla alejarse, pero no dejó que sus emociones se colaran en su expresión: no iba a darles el gusto a esos dos de verlo como un tío débil.
Sacó su pequeña metralleta y disparó en la dirección de los hombres, errando todos los tiros. Los hombres comenzaron a reírse ante la patética escena. Sands disparó hacia la izquierda, donde se oía una de las risas y acertó al hombre en el torso matándolo. Cuando disparó al segundo hombre este ya había reaccionado y sacado su pistola. Sands le dio en un brazo lo que no evitó que le dispararan a él: en ambas piernas y en un brazo, haciéndolo caer de rodillas. Sands volvió a disparar y lo mató.
Se dejó caer boca abajo agotado.
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- ¡Darío! ¡Espera!- exclamó y corrió tras él. Marisa dobló la esquina de la casa por donde había desaparecido su hermano y derrapó al sentir como la cogían por el brazo. Cayó al suelo sentada y se giró a ver quién había provocado su caída. Y vió a Darío.
La ayudó a levantarse sin una palabra y se asomó por la esquina de la casa. Ella también se asomó. Vieron a Sands haciendo frente a los dos tipos. Acto seguido sacó un arma y disparó errando. Había disparado justo alrededor de los dos hombres y no había acertado ni una. Los dos hermanos pudieron oír las hirientes risas de los dos hombres. Darío se asustó y echó a correr mientras Sands apuntaba con su pistola al hombre de la izquierda. Dudó si seguir donde estaba o ir tras el niño. Se decidió por lo segundo.
No había dado ni cuatro pasos cuando oyó un disparo. Cerró los ojos y rezó en silencio porque no le hubiera pasado nada a Sands. Aún podía notar el calor de su cuerpo cuando la abrazó y la dulzura inusual de su beso.
Se llevó una mano al cabello y oyó más disparos y un grito prolongado. Luego otro disparo y silencio.
¡Diablo de niño!. Había desaparecido.
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Una mujer vestida de negro, más exactamente la mujer que había pillado a Sands en aquella casa de comidas, Ajedrez, se acercaba a él con paso femenino desde el edificio del Estado. Él se irguió hasta quedar de rodillas encarando a la mujer. Ella le cogió del cabello y lo obligó a levantarse.
- Arriba... ¡levántate!- dijo. Se puso en pie y ella se le acercó tras dar unas vueltas a su alrededor, contoneándose atrevidamente.- Parece que ya no ves nada... Eso está bien.
Se arrimó aún más a él.
- ¿Ves algo bonito?- y acto seguido lo besó apasionadamente.
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Marisa había desistido en su empeño de encontrar a su hermano y había dado vuelta al lugar donde había dejado a Sands. Dobló la esquina y oyó el final de una pregunta.
- ...lgo bonito?
Marisa se quedó clavada en el suelo al ver como la mujer que había sido el cebo para pillar a Sands se acercaba a él y le metía un morreo. ¡¿Pero qué se creía esa zorra?!
Cuando reaccionó, comenzó a andar directa hacia ella pero, no había dado dos pasos cuando se escuchó un disparo. La furcia se echó hacia atrás con los ojos desorbitados y con pasos tambaleantes. Se llevó una mano al estómago, de donde salía mucha sangre. Marisa pudo ver la pistola con la que Sands le había disparado.
- No, no veo nada bonito.- dijo él a la mujer. Ella se desplomó muerta en el suelo.
Sands se tambaleó en el sitio y al instante cayó de rodillas para, un momento después, desplomarse boca abajo sobre el polvoriento suelo.
- Sands- susurró Marisa asustada. Vió sus piernas y su brazo manchados de sangre y le entró el terror. Corrió la distancia que los separaba y volvió a susurrar su nombre con mayor aprensión . Se arrodilló junto a él y le ayudó a darse la vuelta, entre una sarta de maldiciones por parte de él. Respiraba entrecortadamente, entre pequeños jadeos silenciosos que trataba de reprimir. Marisa lo obligó a apoyar su cabeza en sus rodillas.
- ¡No soy un maldito inválido, joder!- masculló tratando de zafarse de las atenciones de la chica.
- Cierra la boca y descansa unos momentos; para recuperar el aliento- añadió rápidamente al ver que iba a protestar.- Cuando te hayas recuperado te ayudaré a levantarte.
- No necesito ayuda...
- Lo sé.
Sands soltó un gruñido pero se quedó donde estaba.
- ¿Tienes idea de qué está pasando exactamente? ¿Cuál es la situación?- le preguntó a Marisa.
- Las calles de alrededor, sobre todo las más céntricas, son un caos. Militares y civiles luchan entre ellos y alguien poderoso entre los civiles no para de utilizar armas de fogueo, bombas y sabe Dios qué más armas.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Sands.
- Los mariachis...- susurró.
- ¿Quiénes?- preguntó Marisa intrigada.
- Nada; no va contigo.- de pronto se dio cuenta de que había sido un tanto brusco. Tras un momento de silencio dijo: - Sabía que vendrías.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué te hacía pensar eso?- inquirió irónicamente Marisa.
- Ninguna mujer a la que he tenido en mis brazos se resiste a mis encantos.
- Yo no soy una mujer cualquiera.
- Lo sé; lo estoy comprobando. Y jamás me hubiera enamorado de una mujer cualquiera.
- Sí, ya; seguro que eso se lo dices a todas. Además, casi no me conoces.
- Eso te crees tú.- dijo sonriendo.
Marisa lo miró suspicaz, pero prefirió callarse. Tras medio minuto Sands hizo un amago de levantarse y Marisa quiso ayudarlo pero él la alejó. No tuvo otro remedio que dejarlo en paz. Tras varios intentos tambaleantes se puso en pie y comenzó a andar. Ella se puso a su par e hizo otro intento de ayudarlo. Él lo rehusó, pero la tomó de la mano.
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Sands se apoyaba contra una pared en actitud desenfadada: la espalda pegada a la pared y apoyaba también el pie izquierdo.
Marisa, también apoyada de espaldas a la pared, guardaba silencio para no irrumpir la paz de la que gozaba Sands. Seguramente, pensaba, esté saboreando la vida que creyó que iba a perder.
Un hombre pasó por delante. Éste tenía rasgos aflamencados, ojos y pelo largo negros, era ancho de espaldas y llevaba en la mano la funda de una guitarra. Se paró frente a ellos.
- El presidente sigue vivo.- anunció.
- Me alegro. - dijo con sarcasmo Sands.- ¿Qué harás ahora que has vengado a tu familia?- preguntó. El hombre se encogió de hombros.
- Volveré de dónde he venido, supongo.
- Que te vaya bien entonces.
- Nos vemos.- saludó con segundas el de la guitarra. Sands sonrió casi forzadamente. Le hizo el corte de manga a la vez que contestaba:
- ¡Qué te jodan!. Ese es el mariachi.- añadió, cuando éste se había alejado, dirigiéndose a Marisa.
Fue la última vez que coincidió con el hombre.
Un minuto después apareció por allí Darío con su bicicleta.
- Hola Marisa. ¡Hola, señor!. ¿Se encuentra usted bien?- preguntó. Sands asintió. - Marisa, nuestra madre dice que vayas cuanto antes para casa, que hace dos días que apenas te ve. Dice que anoche llegaste de madrugada y que saliste antes de la puesta de sol. Parece enfadada...
- Que espere.- contestó Marisa. Darío se encogió de hombros.- Señor, ¿estará usted bien?.
- No te preocupes, enano, estaré bien.- contestó el aludido.
- Marisa,- volvió a insistir el crío.- yo que tú iba yendo... De verdad que nuestra madre está muy malhumorada...¡ Y luego las paga conmigo!- añadió por último con una nota de reproche en la voz, como un principio de rabieta.
Marisa puso los ojos en blanco y suspiró sonoramente.
- Está bien, vámonos.- se giró hacia Sands.- ¿Puedo ayudarte en algo?
- Como ya le dije a tu hermano, estaré bien.
- Quizá deberíamos acompañarte a un hosp...
- Lárgate.- le cortó Sands.- No necesito nada. Sólo pásate mañana por la casa de comidas; quizá podamos charlar.
- Hecho.- dijo ella con una sonrisa.- Hasta mañana.
- Adiós, muchacha.
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