2. Aclaraciones

Sands llevaba toda la tarde esperando a ver si aparecía. Comenzaba a mosquearse. Justo cuando iba a pagar la cuenta y a largarse, una mano se apoyó con suavidad en su hombro.

- Bonitas horas de llegar.- dijo.

- No dijiste ninguna hora en concreto.- dijo Marisa, que era la que había posado su mano sobre él.- De todos modos no es tan tarde, aún falta un rato para la puesta de sol.

Sands hizo un gesto a la silla enfrente a él, indicando que se sentara. Cuando oyó que la silla terminaba de ser arrastrada hacia la mesa, empujó un poco la fuente de cochinilla pibil que tenía delante hacia Marisa, invitándola.

- ¿Lo has probado alguna vez?- preguntó.

- Sí, claro; pero no me gusta mucho. Gracias de igual manera.

- ¿Dónde lo probaste?

- En mi casa; a veces lo prepara mi madre.

Sands sonrió.

- Entonces es que tu madre no lo hace bien. Prueba este; te gustará.

Marisa cogió un poco.

- ¿Qué te parece?- le preguntó Sands.

- No está mal.

- Sabía que no te iba a desagradar.

- Tú siempre lo sabes todo, ¿verdad?

- No siempre; pero sí a menudo.

- Ya... A propósito, veo que te han curado la heridas de bala. ¿Al final te decidiste a ir a un hospital?

- No precisamente. Fui a casa de un amigo mío que es cirujano. De paso me hizo unas curas en los..., bueno, ya sabes. En los "ojos".

- Sí..., ¿ya estás mejor?.

- Un poco. Aunque aún no estoy muy acostumbrado a todo esto. Apenas llevo veinticuatro horas sin vista y ya echo de menos muchas cosas que antes no apreciaba... o sí apreciaba. El cielo, loa luz, todo... Lo que más me jode es saber que jamás podré ver todo eso, ni a mujeres bonitas como tú. Y apenas tuve tiempo de apreciar tu belleza. Dime, ¿cómo vas vestida? ¿Cómo llevas el pelo? Si no puedo verte al menos puedo imaginarte.

- Pues..., llevo una blusa blanca anudada por encima del ombligo, unos pantalones vaqueros acampanados de caderas baja y unas sandalias de cuerda. El pelo lo llevo trenzado, como ayer; pero un poco mejor recogido.- terminó con una sonrisa.

- Me gustaría ver el panorama.

Lo que a Marisa le gustaría en esos momentos era una máquina del tiempo para viajar al pasado y devolverle sus ojos a Sands. Marisa sentía tristeza y compasión por él, tenía ganas de llorar, pero no iba a hacerlo cuando él no se había derrumbado y lo soportaba con tanta entereza. Así que sonrió otra vez y cogió otro poco de cochinilla pibil.

- Te vas a poner como una vaca- dijo él riéndose.

- ¡Vete a la mierda!- le contestó ella también entre risas. Cuando se calmaron se instaló un silencio entre ellos.- Estuve pensando...- comenzó Marisa.

- Espera..., ¿me has dicho pensando?. Eso debe ser un milagro en ti.- bromeó Sands. Marisa mojó la punta de los dedos en el tequila de Sands y le salpicó la cara a propósito.

- ¡Serás cabrona!- exclamó él.- Ahora te lo bebes tú, ¿eh?.- advirtió él.

- Peor para ti.- dijo ella mientras cogía el vaso de tequila para llevárselo a los labios. Paladeó el líquido como si fuera un vino noble de excelente reseña. Sands podía sentir más que oír, cómo Marisa saboreaba el tequila, con pequeños traguitos.

Se levantó y se guió palpando la mesa ligeramente hasta el otro lado, donde estaba ella.

- He cambiado de opinión.- dijo cuando llegó a su altura. Se agachó un poco sobre ella, para quedar a su altura. - Quiero tequila.

- Sólo queda un traguito.- dijo ella con una sonrisa traviesa. Cogió el vasito y se bebió lo que quedaba de golpe.

- Tú lo has querido.- dijo a su vez Sands. Cogió la cara de la chica con las manos y la besó apasionadamente, haciendo que lo que quedaba de tequila resbalara de la boca de la chica a la de él, cayendo en parte por fuera.

- Nadie me deja sin mi tequila.- dijo con una sonrisa cuando separó sus labios de los de la chica; acto seguido se sentó.

Marisa se quedó mirándolo, con una mano sobre los labios y temblando como una hoja. Parpadeó un par de veces aturdida, carraspeó silenciosamente y se sentó derecha en la silla intentando recobrar la compostura, pero muda por la sorpresa. Un rubor se extendió en su anonadado rostro, que pasó a una expresión de cabreo.

- ¡Serás cerdo! 1¿Cómo diablos te atr...?!- comenzó; pero se vió interrumpida por Sands, quien se llevó un dedo a los labios y habló.

- Ya te he dicho, nadie me deja sin mi tequila. Además, estaba intrigado por saber a qué saben tus labios.

- Al menos me podías haber pedido permiso.- gruñó ella.

- Te gustó...- dijo- así que no te quejes.

Marisa le lanzó una mirada asesina que Sands no podía ver, gracias a Dios, porque se hubiera quedado helado. Pero como no pudo captarla pensó que Marisa se había quedado sin saber qué responder.

- ¿Por qué no me cuentas de qué iba todo eso del golpe de Estado y lo demás y qué papel jugabas tú en todo eso?

- . . .

- ¿Es que no me lo piensas contar?

Sands suspiró y comenzó a relatar lo que había sucedido desde que le habían hablado del mariachi y había decidido contratarlo. Le habló de los líos que había tramado y de lo del Golpe de Estado. Cuando terminó de hablar, Marisa no entendía nada.

- Pero..., ¿al final quien provocó el golpe de Estado? ¿Tú estabas con o en contra de éste?

Sands se encogió de hombros.

- A mí, realmente, me trae sin cuidado. No me pidas que te lo vuelva a explicar: si no lo entendiste es tu problema.

- ¡Pero qué borde eres!- protestó ella.

- Se nota que aún no me conoces.

La camarera se acercó a la mesa.

- ¿Desea algo, jovencita?- le preguntó a Marisa.

- No, gracias.- dijo ella.

- Traiga tequila para los dos.- dijo Sands. Y luego añadió.- Invito yo.

La camarera se fue y Marisa se removió inquieta en el asiento.

- ¿Qué tal si me hablas de ti?- indagó Sands.

Pasaron el resto de la tarde hablando de trivialidades.

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