El sol naciente parecía velado por las nubes otoñales que daban un aspecto aún más frío a la mañana. Soplaba un viento del este que agitaba los pequeños arbustos y los follajes cobrizos de los árboles. Atanamir caminaba entre los campos que descansaban la tierra después de una abundante cosecha, rumbo a la Ciudadela. Los mechones de oscuro cabello, revueltos por el aire golpeteaban su cara y con los rayos de sol que lograban colarse por entre las nubes, el ámbar de sus ojos chispeaba. Andaba rápido, imperceptible. Iba tan metido en sus pensamientos que no se percató de la dulce vocecilla que lo llamaba

-¡Atanamir!- gritaba una muchacha a lo lejos. Se giró y la pudo ver

-Buenos días Adanel - respondió haciendo una ligera reverencia ante la presencia de la joven: era más baja que él, con el cabello rojizo y ensortijado y unas pecas que le daban un aspecto travieso a su rostro

-¿Vais a la ciudadela?-

-Exacto ¿Me acompañas?-

-Será un placer-

Adanel trabajaba en el Palacio de Minas Tirith junto con su madre; casi siempre estaban en las cocinas y de vez en cuando se encargaban de la limpieza de las habitaciones. Atan la conocía desde hacía muchos años, sentía que de toda la vida... y toda la vida había sido y sería la misma chica risueña y enojona... y también era bastante coqueta

-Es extraño que vayas al a Ciudadela-

-¿Te parece? ¿Por qué?-

- A esta hora, creí que estarías en el bosque-

-Estaba... pero tengo clases de esgrima-

Adanel se carcajeó hasta que Atanamir se puso incómodo

-¿Qué tiene eso de raro?-

-Lo raro no son las clases, sino que vayas tú... además hasta yo sé tomar mejor una espada-

-¿Ah, sí?-

El muchacho la cruzó un brazo por su cuello y la aprisionó juguetonamente; las fuertes risas de ambos rebotaban en las paredes de roca provocando una especie de eco de alegría en los campos. Aún con sus jugueteos constantes no tardaron mucho en llegar hasta la Ciudadela. Los guardias los reconocieron, incluso a Atan, que no andaba mucho por ahí

-Buen día tengan jóvenes- dijo el guardia sonriente. Adanel se despidió de su amigo y entró por una de las puertecillas del palacio que conducían a las cocinas.

Atanamir sólo había estado una vez en las galerías de preparación, pero creía recordar el camino. Pasó por varios edificios de piedra y madera, donde se escuchaba el chocar de las espadas y todas las órdenes y gritos inundando el aire. Entró, vacilando y vio a su padre que de inmediato lo reconoció y puso una expresión, entre alegría y extrañeza

-Atanamir, vaya, ya era tiempo de que vinieras por aquí- dijo, dando una palmada en la espalda del muchacho

-Sí... he venido a las clases... de esgrima-

-Acompáñame, tienes al mejor maestro de todo Minas Tirith; debe estar por aquí-

El lugar estaba lleno de jóvenes entrenando con muñecos de paja, tirando a los blancos con el arco... Atan miraba todo aquello como si viese un risible espectáculo. No comprendía exactamente por qué habría que prepararse para hacer pedazos a los demás Se detuvieron donde un hombre de largo cabello castaño contendía a la espada con un joven que parecía ser muy fuerte. Lo venció sin problemas

-Emeldir, amigo mío – dijo su padre, dando un abrazo a aquel hombre, como si no se hubiesen visto en años

-Este debe ser tu hijo- comentó, clavando su mirada de ojos índigo en el joven

-Él es Atanamir, hace tiempo debió estar aquí...- hizo una pausa y miró a su hijo- pero estaba en otros asuntos-

-Se parece a su madre-

-Los mismos ojos-

- Bueno, para empezar necesitas una espada-

Atanamir se volvió hacia su padre. No tenía una espada, ni siquiera algo parecido...

-No te preocupes, conseguiremos una- dijo Emeldir y fue a una pequeña caseta de madera de donde sacó una sencilla espada, un poco mellada.

-Servirá para empezar. Yo los dejo, tengo asuntos que atender- dijo su padre y se alejó rápidamente.

Sin saber por qué, Atan se puso muy nervioso. Ni siquiera sabía como agarrar una espada correctamente, o desenvainarla. Recogió de nuevo los mechones que se habían escapado de la cinta y la ató de nuevo

- No te interesa en lo más mínimo, ¿verdad?- preguntó Emeldir.

-¿Qué? Ah, esto... yo... pero lo tengo que hacer de todos modos-

Emeldir comenzó a reír desenfadadamente, por lo que Atan se molestó bastante, pero no dijo nada. Las horas se dejaron ir; estaban entrenando incansablemente, bajo el sol que avanzaba detrás de una cortina de nubes. Atanamir no escuchaba más que órdenes e indicaciones

-¡Agárrala con fuerza! Con cualquier golpe te pueden tirar esa espada, ¡con decisión! Parece que estás apaleando un bulto!-

Por lo menos aquella mañana había sido productiva. Atan estaba realmente cansado, tenía la camisa suelta y el cabello azabache revuelto y fuera de la cinta.

-Bueno, para ser tu primera vez aquí no ha estado mal, pero tendrás que venir mañana-

-¿Esto... es a diario?- respondió Atan, con todavía la voz un poco agitada

-Claro que es diario ¿acaso creías que con un día de clases bastaría?-

-Pues...-

Emeldir se despidió de su nuevo aprendiz y lo dejó sólo. Atan recogió su primera espada y la observó un momento que pudo prolongarse más si no fue por que un pequeño grupo de jóvenes, que parecían de su edad, se habían acercado a él

-¿Ahora quieres hablarle a las espadas también?-

Esa voz. No podía ser otro más que Uldor; parecía no haber día en que Atan recibiera insultos y provocaciones de su parte. Y siempre acompañado de dos muchachos fornidos, pero lo suficientemente tontos como para resultar inofensivos.. Los miró con desdén e ignorándolos con un orgullo desbordante, dio media vuelta, para irse.

-¿Ya te vas? ¿tan pronto?- dijo Uldor, burlón

-Es que nos tiene miedo-

Atanamir no pudo más; se volteó y miró directamente a Uldor.

-¿y a qué se supone que he de tener miedo?-

-a vértelas con hombres de verdad... ¡mira nada más, una mujer envaina una espada con más fuerza que tú!- dijo Uldor tomando el brazo de Atan con fuerza

La ira invadió el puño izquierdo de Atan y sin saber de dónde sacaba fuerzas dejó ir su mano iracunda justo en la nariz de Uldor. Este comenzó a sangrar de inmediato, mientras los otros muchachos miraban asombrados a Atanamir, podrían haberse esperado cualquier respuesta... menos esa. Pero sin tardar demasiado, los muchachos lo tomaron de los brazos, dejándolo casi indefenso frente a Uldor, que ardía de rabia y estaba manchado en el rostro y en la camisa con su propia sangre. Soltó un puñetazo en el estómago de Atan, quien cayó al suelo sin aire. Desde ahí no pudo hacer nada más que encogerse y tratar de que los incontables puntapiés que le estaban dando no le hicieran tanto daño.

-¡¿Pero qué es este desorden?! ¡Uldor! ¡Atanamir!- Emeldir había vuelto al lugar y de inmediato corrió a desbaratar la pelea. Tendió la mano a Atan, que tenía sangrando el labio.

-¡Este no es el comportamiento de jóvenes como ustedes! ¡Uldor, usted y sus amigos, siempre provocando a los demás! ¡¿ y usted, Atanamir?! Su primer día en las galerías de entrenamiento y ya está buscando problemas, su padre estará muy orgulloso!-

Nadie tuvo el valor, o el orgullo para levantar la cabeza; Emeldir no se fue de ahí hasta que todos se hubieron retirado, para evitar que se peleasen de nuevo. Ahora Atan ni siquiera se acomodó la camisa polvorienta y con gotas de sangre. Tampoco el cabello, que caía sobre su rostro. Caminó lentamente por la solitaria callejuela que lo conduciría hasta su casa.

-Un día ¡Sólo un día y ya me he convertido en un animal!- decía en voz alta. Vio entonces de frente a las mujeres del palacio, que llevaban canastas repletas de verduras y de panes. Ahí estaba Adanel.

-¡Atanamir! ¡¿Pero qué te ha pasado?!- preguntó la pelirroja muchacha, dejando su canasta en el suelo. La demás mujeres pasaron por su lado y la madre de Adanel le dijo a esta que no tardara demasiado.

-Nada...-

-¿Nada? Sólo mírate, parece que te hubiera caído un troll encima- dijo Adanel sonriente

-Tuve un percance-

-Ah, ya imagino que clase de percance... Uldor de nuevo ¿me equivoco?-

-Ese imbécil...-

-Te ves muy bien así- dijo Adanel, poniendo una coqueta sonrisilla y enrollando un rizo de su cabello en un dedo.

-Sí, con esta pinta pasaría por príncipe- dijo Atan irónicamente

Adanel lo agarró por los brazos y lo empujó lentamente; no se detuvo hasta que él estuvo recargado en uno de los muros de piedra, con ella enfrente.

-Adanel... nosotros... somos sólo amigos... ¿no?- decía nervioso Atan, aprisionado entre su amiga y el muro.

-Claro, sólo amigos- respondió la muchacha, acercándose cada vez más

-Bueno, pues los amigos no hacen estas cosas...¿o sí?-

-¿Y qué cosa estamos haciendo?-

-Bueno...esto...yo...- medio decía Atan, mirando a todos lados menos hacia enfrente. Adanel soltó una risilla pícara

- ¿Alguna vez te han dado un beso?-

-No me lo irás a dar tú... ¿verdad?- Atan no quiso admitir que con sus 18 años jamás había besado a una chica, de hecho, jamás había estado tan cerca de una como lo estaba ahora

-¿Y por qué no?-

-Por que somos ami...-

Atanamir fue interrumpido cuando los rellenos labios de Adanel tocaron los suyos. Cerró los ojos casi automáticamente. Tenía las manos aferradas a los muros y sentía que el corazón se le saldría. ¿Qué podría pensar de todo eso? Pensaba en todo y en nada, sentía todo y no sentía nada. La humedad de una boca ajena pegada a la suya, un tibio aliento con un gusto indefinible, una respiración demasiado cerca... y Adanel se retiró suavemente. No supo cuánto tiempo había pasado, fue nada, un suspiro y también una infinidad.

-Bueno, tengo que irme, ¡nos vemos, Atan!- dijo la muchacha, recogiendo su canasta del suelo y alejándose poco a poco

-¡Ada! ¿qué fue esto?-

-Perdóname, es que te ves muy guapo así! ¡adiós, mi madre me matará!-

La siguió con la vista hasta que se perdió en la curva de la callejón.

-Me golpean sin motivo... me besan sin motivo... ah no, pero yo soy el que está loco..- dijo Atanamir en voz alta y siguió su camino.

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Nan se recogió el pelo con una cinta. Sentía que tenía telarañas en la boca de no hablar; estaba realmente incómoda con todo eso, y extrañaba como nunca a sus hermanos, y a su padre... a Lili, la taberna... ni siquiera ganas tenía de recordar por que estaba segura de que robaría el caballo de Fram y regresaría cuanto antes a su hogar.

- Prepare sus cosas, estamos por partir-

Nan no le contestó nada; cuando Fram se dio la vuelta ella lo imitó burlonamente

-"prepare sus cosas, estamos por partir, bla bla bla..." estoy cansada de este hombre, ¿es lo único que sabe decir o qué? -

Guardó en su bolso la manta que se había puesto encima para pasar la noche y se levantó perezosamente. Aquello de dormir a la intemperie empezaba a serle común. Se acercó hasta donde estaba Fram colocando una manta gris sobre el lomo de su caballo, para montar de nuevo, y seguir el camino.

-Para el anochecer estaremos en Tharbad- dijo Fram, impasible, indicándole a Nan que subiera al caballo. Ella suspiró con un aire de resignación.

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A lo lejos vio las diminutas lucecitas de varios faroles en un conjunto, hundidas entre varias colinas. Esa debía ser Tharbad. Nan no pudo ahogar un bostezo y Fram aceleró el paso.

-Eso es Tharbad, pasaremos ahí algunas noches, el invierno amenaza-

Nan no se había percatado hasta ese comentario de que el cielo había estado cubierto de nubes, y de que la neblina bajaba conforme la noche caía. Tampoco había sentido frío, pues Fram prácticamente la cubría con su propio cuerpo. Había un fuerte portón que protegía la entrada del Norte, pero tan sólo había un guardia de edad, que les preguntó de dónde venían. Fram respondió sin dar ningún detalle, pero aunque había sido bastante discreto, su apariencia no podía ser del todo normal. Aún con eso, el vigía los dejó pasar

Anduvieron a pie, llevando el caballo a su lado. El empedrado estaba húmedo y resbaladizo. El frío llegó de pronto y cuando menos lo esperaban el denso cielo dejó caer ligeras plumas blancas. El invierno fue entonces inminente, con la primera nevada de la temporada. Fueron a parar a una posada bastante concurrida y sólo pudieron conseguir un cuarto. Nan subió las escaleras estrechas de la posada y llegó a un cuarto pequeño, con dos camas y una ventana que daba al sur. Se dejó caer en una de las camas; cerró los ojos y quiso con todas sus fuerzas abrirlos de nuevo y encontrarse en el montón de pieles y mantas donde solía dormir, en aquel tapanco al cuál subía por una escalerilla... pero no apareció nada de eso; había paredes de madera y una cama vacía, con mantas blancas. Dejó de escuchar el bullicio de abajo; un silencio helado la lleno por entero. Estaba sola. Horriblemente sola, como nunca había estado. Las lágrimas cayeron una a una en la almohada de plumas y en el silencio de la habitación se podían escuchar los sollozos de Nan... No sabe cuanto tiempo estuvo así, con la cabeza enterrada en la almohada, llena toda ella de nostalgia y de recuerdos.

Abrieron la puerta y la luz entró al cuarto que estuviese en penumbras. Nan se levantó apresurada y secó las lágrimas de su rostro. Trató de disimular que nada pasaba al ver a Fram

- ¿Tenéis hambre?- le preguntó, sin poder ignorar que había estado llorando, pues sus negros ojos parecían enrojecidos y su semblante melancólico. Parecía estar lejos aquella muchacha alegre y pizpireta que había visto en Bree.

-No- respondió escuetamente la chica, con un gesto orgulloso.

Cerró la puerta y se sentó en la otra cama, dejando su equipaje a un lado. Esta vez él se quitó la capucha sin que Nan se lo pidiera.

-He de pediros disculpas... pues he exterminado vuestro buen humor en este viaje-

Nan lo miró a los ojos; era la primera vez que hablaba de otra cosa que no fuesen órdenes o planes... y no dejó de mirarlo. Vaya que aquel hombre era extraño, tenía unas facciones bellas y delicadas, la nariz recta, la piel clara y los ojos profundos, como si no tuvieran fin.

-Ya sé que soy una obligación y que si te hubieran dado a escoger no hubieses querido conocerme nunca... podría regresar yo sola...-

Fram la interrumpió

-Hice un juramento... –

- ¿Qué más da? Seguro ya se han calmado y podré regresar a mi vida y dejar de causarte problemas-

- No me los causas-

- ¡¿Quién eres?!- preguntó Nan, con un tono fuerte y enfadado. Fram se sorprendió ante la magnitud de esa pregunta... estuvo bastante tiempo sin contestar, pero no dejaron de mirarse a los ojos, Nan parecía retarlo a decir la verdad

-Sabía que no me responderías-

Los ojos de Fram relampaguearon

- Mi reino es el de los bosques, lejos de aquí-

-¿Los bosques? ¿Eres un...? no, no, olvídalo-

-Sí, lo soy-

Nan se quedó boquiabierta; tenía a uno de esos de los que hablaban las leyendas justo frente a ella. Debía tener miles de años, se le notaban en los ojos... se sintió avergonzada un momento, por hablarle tan desenfadadamente a un elfo que, pensó, debía ser importante.

-Pero aún no sé nada...- dijo Nan de pronto, llena de curiosidad

-Me llamo Narwain... y es todo lo que usted necesita saber, jovencita-

-No, no es todo... ¿Por qué me llevas contigo? Pudiste haberte ido y ya...-

-No, no pude, por eso os traje-

Nan puso un gesto de confusión ¿es que ese hombre... elfo, nunca hablaba claro?

-¿Y nunca hablas de nada? Será que no quieres hablar conmigo-

- Bueno... tal vez he sido un poco reservado-

-¿Un poco? ¡Si es la primera vez que cruzamos tantas palabras! –

Fram, ahora Narwain para Nan, sonrió. Era la primera vez que le veía cambiar el semblante.

-¿Y es cierto que los elfos se hacen pequeños como una golondrina y espían a los hombres en sus aldeas?- preguntó la chica, curiosa a dar respuesta a todas esas leyendas que se contaban en su pueblo

Narwain rió.

-¿Tú crees eso?-

-Bueno, el abuelo del amigo de mi hermano Bohort dijo que una vez vio a una niña elfa bailar sobre una flor y tenía unas pequeñas alas...- Nan interrumpió sus palabras por un gran bostezo. El elfo negó con la cabeza mientras escuchaba la disparatada historia de la chica.

-Lo que creo, Nandya, es que debes dormir-

Ella sonrió. Y se recostó sobre la cama

-¿Entonces no puedes hacerte pequeñito y... cantar sentado en un lirio....?-

Cayó dormida. Narwain se levantó de la cama y miró por la ventana; nunca había pasado tanto tiempo con alguien que no fuese de su raza, pero, extrañamente, la reserva ya era innecesaria con esa chica. No podría traicionarle; en toda su larga vida había conocido a pocas personas tan inocentes como ella. La miró dormir de nuevo y no pudo evitar sonreír. Luego, la cubrió con las mantas.

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Gracias por sus revius! Gracias a Nariko (aunque siento que hace un millón de años que no la veo u_u) a Jennyfer, a Lisswen (a quien tengo mucho que agradecer por sacarme de ciertas trabas creativas y darme ideas. Claro que Atan es la onda, y esto apenas empieza....) a Altariel (jeje gracias por tus reviews preciosa!) y a todos los demás que me leen y no se notifican, gracias!

Arroooooz!