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9º Parte
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Apartamento de Mulder.-

Un fin de semana le pareció un largo mes de verano. Tres días se multiplicaron y le hicieron la vida un poco más amarga. La espera, la incertidumbre, las ideas chocando en su cerebro. Su pesadilla se había convertido en toda una realidad. En cuestión de días, todo lo que él significaba se reducía a cenizas. Ahora era un simple humano de carne y hueso, sin ideales, ni sueños, ni metas.

Ya no tenía los Expedientes, ya no tenía a Scully. Ni siquiera quería pensar en su nombre. Sin ella en su mente sería más fácil comenzar de nuevo y escalar pacientemente hasta llegar a la esperada cima. No era la primera vez que caía y se levantaba, pero esta vez la caída era demasiado fuerte.

Era hora de partir. Mientras arreglaba el nudo de su corbata se daba la fortaleza necesaria para enfrentarla por última vez. No podía faltar a aquella reunión y, aunque pudiera hacerlo, no le dejaría la vía libre. No daría su brazo a torcer, nunca delante de ella.


Oficinas del FBI.-

Ella llegó primero. Tal como lo había pensado. La agente Scully y su impecable lista de puntualidades, eso siempre seguiría igual. Ahora más que nunca debía mantener una posición favorable. Ahora estaba libre del paranoico y loco Mulder y podría conseguir el puesto con el que ha soñado toda su vida.

Todo eso pasaba por la mente de Mulder mientras veía a Scully sentada esperando frente a la oficina de la directora. Por sus gestos podía decir que estaba nerviosa, sus piernas no encontraban lugar fijo y el papel que llevaba en las manos terminaría hecho boronas si no lo soltaba.

Al ver a Mulder en el pasillo, ella trató de calmarse y fingir que todo estaba bajo control. Pero él ya había visto que sólo le faltaba comerse las uñas.

-Agentes, pueden pasar- anunció la secretaria, quien le hacía un favor inmenso a Scully al salvarla de la incómoda inspección de su compañero.

La directora los recibió con un gesto, y rápidamente terminó de ojear el informe que tenía en manos. Al parecer era el currículum de ambos.

-Supongo que saben para qué los he citado. Ya que ha sido clausurada la sección en que laboraban, serán trasladados a otros departamentos. Agente Mulder, dada su gran experiencia y su notable desenvolvimiento en esa sección, se le ha transferido a Crímenes Violentos.

Él no se inmutó con la noticia. Era de esperarse que lo mandaran al mismo lugar de donde, según ellos, nunca debió salir.

-Agente Scully- prosiguió la directora, -usted está en proceso de ser ascendida a Directora Adjunta. Esperamos la autorización en par de días, así que puede tomarse esta semana para ajustarse a los cambios.

Scully la miró sorprendida y confundida, como si se tratase de un error. ¿Ascenso? ¿Directora adjunta? ¿De qué se trataba todo esto? Ella no podía ocultar su asombro, aunque para Mulder no era más que otra máscara del juego.

Encontrándose más incómoda que en el pasillo, carraspeó e intentó que las palabras salieran de su boca.

-Yo... me siento muy halagada, pero.. no, no puedo aceptarlo. Al contrario, yo venía a... entregarle esto- dijo pasándole el papel que casi tritura con sus dedos.

-¿Qué es esto, agente?

-Mi carta de renuncia.

Ahora Mulder la miraba como su hubiera cambiado de forma ante sus ojos o hubiera confesado haber visto un alien. Esto no estaba bien; no encajaba en absoluto que Scully rechazara su recompensa por tan arduo trabajo y a la vez fuera alejándose del FBI.

-Agente Scully... ¿sabe lo que está diciendo? Es absurdo, nadie va a aceptar esto. Así que le aconsejo que descanse muy bien esta semana.
Pueden retirarse.

Ella se levantó no muy complacida y abandonó la oficina notablemente molesta. Estaba harta de que sus decisiones no fueran aceptadas por los demás. Había perdido el control de su propia vida.

Sus pasos la llevaron hasta el elevador y automáticamente su dedo índice pulsó por última vez el botón hacia el sótano. No le importaba lo que dijeran ni las decisiones que *ellos* pudieran tomar. Ya estaba hecho... había renunciado. Su vida en el FBI estaba a pocos segundos de pasar a la historia y perderse en unas páginas que nunca debieron existir.

Muchas palabras debían borrarse de su diccionario a partir de hoy. Y si lograba borrar una sola, las demás se irían rápidamente. Mulder. Todo se reduce a Mulder. Toda su vida se resume en siete años porque lo único que recuerda es Mulder.

Lentamente entró a la oficina. Sus pies se resistían a pasar más allá del marco de la puerta, pero tenía que hacerlo. Mientras más rápido pasara el momento, mucho mejor. El pretexto era recoger sus cosas y ahora empezaba a resultarle ridículo. ¿Cuáles cosas recogería? Nada de lo que había aquí le pertenecía. Siempre jugó un papel secundario en la historia que se llevó a cabo entre estas cuatro paredes. Ni siquiera los años al lado de Mulder cambiaron su rol.

Sin darse cuenta llegó hasta el escritorio, del lado contrario de Mulder... como siempre. Ocupó el asiento que acostumbraba y se quedó ahí, recolectando esos pequeños detalles que la acompañaron a lo largo del camino.

***

Cuando su mente dejó de dar vueltas en torno al mismo asunto, sólo pudo percatarse de una cosa: él seguía sentado frente a la oficina de la directora Stevenson con las manos entrelazadas sosteniendo su barbilla. De seguro había perdido otros nueve minutos, aunque eso no era suficiente. Necesitaba perder siete años y tal vez un poco más.

Las palabras que se dijo frente al espejo mientras se afeitaba en la mañana se habían convertido en otra promesa sin cumplir. La imagen de Scully entregando su carta de renuncia estaba viva en su mente, recreándose una y otra vez; con la diferencia de que ahora se le sumaba un pensamiento que en sus momentos de ira hubiera sido perfecto, pero que en este instante le hacía sentir un hueco en el estómago.

Era la última vez que veía a Dana Scully.

"Es lo mejor", pensó tratando de convencerse y emprendió la marcha
rumbo al único lugar donde no podían verle en paz. Ya se le estaba
haciendo costumbre bajar, empacar sus pertenencias y marcharse sin la esperanza de volver a pisar el olvidado sótano. Sin embargo, esta vez no parecía una de tantas.

El elevador bajó más rápido... eso le pareció. A lo mejor el destino le estaba ayudando para que saliera de allí lo más pronto posible. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, un perfume familiar llenó sus pulmones. Ella. De nuevo. ¿Por que? No era justo que su memoria le jugara tan sucio enviando recuerdos que se volvían tangibles.

Él cerró los ojos e intentó desviar su atención. En vano. La esencia de Scully seguía en el aire, haciéndose más fuerte con cada uno de sus pasos. Y llegando al umbral, descubrió que no era producto de su imaginación. O que su imaginación había llegado demasiado lejos y también creaba una figura para que sus ojos se entretuvieran.

La vio sentada, con la cabeza descansando en el escritorio como si el sueño la hubiera vencido. Era un retrato totalmente nuevo para él, parecía indefensa, vulnerable, todo lo que Scully nunca era. Quiso acercarse como aquella noche en su departamento.

Dio un paso, y otro, y otro, hasta que se detuvo en seco al ver que
ella levantaba la cabeza y se reclinaba en su asiento. ¿Le había escuchado? No quería ni pensar en la posibilidad de que Scully se ladeara y le viera allí sin el disfraz de dureza que viste cada vez que se encuentra frente a ella.

-Ya me iba- dijo Scully como si estuviera leyendo los pensamientos de Mulder. Éste temió encontrarse con sus ojos, pero ella seguía de espaldas como si tampoco quisiera ser vista. Él retrocedió lo necesario para darle el espacio que silenciosamente solicitaba. Ambos entendían que traspasar la distancia reglamentaria era lastimar las heridas innecesariamente.

Ella se atrevió a posar sus ojos en Mulder, sólo porque sabía que él no haría lo mismo. Estudió sus facciones, esperando tener memoria fotográfica para cuando la necesitara, y contuvo el adiós que tenía en la punta de la lengua.

Antes de llegar a la puerta, ella le miró una vez más, esperando que alguna palabra saliera de su boca. Pero él no tenía nada que decir, eso quedaba más que claro. Tampoco era de sorprender... después de todo, la reacción más natural de parte de Mulder era guardarse todas sus maldiciones y dejarla ir con el dolor que causa su silencio.

Él se volteó justo cuando la sombra de Scully se alejaba por el pasillo. Ese era el recuerdo que mantendría fijo en su memoria: el de una sombra que poco a poco desaparecería de su vida.


Apartamento de Scully.-

Estar en casa tan temprano le resultaba extraño. Días como esos la
desequilibraban por completo, no lograba encontrar el orden al que estaba acostumbrada y eso le hacía sentir que el tiempo no avanzaba. Para empezar, se quitó la chaqueta y los zapatos. Estaba a punto de sentarse en el sofá cuando su olfato percibió el desagradable olor a tabaco.

-No...- susurró sin importar que su súplica fuera escuchada.

-Lamentablemente sí- respondió El Fumador dejando un pequeño recuerdo en la cenicera de Scully. -Pensé que todo estaba claro, Scully. Pensé que las cosas iban de maravilla, pero... me encontré con esto y me di cuenta de lo erróneo de mis conjeturas- en sus manos estaba la carta de renuncia que Scully había dejado par de horas atrás.

-Qué bueno que se da cuenta, porque fue muy en serio que dije que mi trabajo había terminado.

-No me haga recordarle que hay un trato de por medio. ¿Quiere que le refresque la memoria?

Ella apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos...
no quería perder el control, no quería dejarse llevar por el impulso. Sin embargo, no encontraba manera de canalizar toda la presión que se acumulaba a su alrededor. En un abrir y cerrar de ojos, el arma que llevaba consigo estaba apuntando firmemente el rostro de Spender.

-Puedo terminar con esto ahora mismo- le amenazó Scully.

-Puede y quiere- su tono era natural y su expresión serena, -pero no lo hará. Ni siquiera Mulder lo hizo cuando tuvo la oportunidad.

Él fue retrocediendo lentamente, como si nada estuviera pasando. Sabía perfectamente que Scully no iba a halar del gatillo; no porque no fuera valiente o le faltaran las ganas, sino porque no era lo correcto. Eso no iba con la correcta personalidad de la agente.

Y así la dejó. Revólver en mano señalando al aire... con los ojos humedecidos por las lágrimas que amenazaban con salir. Su mente comenzó a arrojar conclusiones precipitadas al verse a sí misma a punto de disparar contra una pared.

Tal vez la salvación de lo poco que quedaba yacía en su mano derecha.

Continuará...