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Parte 10
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La muerte no es una opción. Es la salida más fácil para aquellos que no tienen el valor de enfrentar los retos que ofrece la vida. Una salida que aunque parezca fácil al principio, condenará tu alma por destruir lo que no has creado. Pero cuando el dolor deja de ser una llovizna y se convierte en una gran tormenta, es difícil ver a través del cristal. El camino se empaña y por más que intentas enfocar lo que tienes delante, sólo encuentras nubes que se hacen cada vez más grises... hasta que llegan a negro y no puedes ver más.

Scully se detuvo cuando vislumbró la primera nube negra. Fue como si de repente la hubieran dejado abandonada en medio del Ártico y el hielo se filtrara por su piel, encontrando el hábitat perfecto en sus huesos. Aquel vacío le daba pánico. La muerte le daba pánico. Porque no había ninguna luz al final del túnel.. no si terminaba con su vida de esta manera.

Una voz repetía constantemente: -Eres inocente. No puedes irte ahora. No puedes dejarlo así.- Y ella retiró el arma de su sien, sin ser capaz de recordar cuando la había llevado hasta allí. Dándose cuenta por primera vez de la locura que estuvo a punto de cometer y de las graves consecuencias que tendría. ¡Qué egoísta había sido!

Se odió a sí misma por las ideas que cruzaron por su mente. Por no haber tomado un par de minutos para pensar en su madre, en sus hermanos... en Mulder. Ahora entendía todo lo que le quedaba por hacer y el poco tiempo de que disponía. Sabía bien que su suerte estaba echada, pero tenía la esperanza de tener todo en orden para cuando llegara su hora.

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Sus dedos ya dolían de tanto escribir y a su lado estaba formándose una diminuta montaña de papeles, con cada hoja que tras pasar por la furia de sus manos iba a parar al suelo. No encontraba las palabras... en realidad, éstas estaban ahí, el problema era tener que escribirlas, en vez de decirlas.

¿Cómo le explicaba a Mulder en unas cuantas líneas todo lo que estaba pasando? Deseaba más que nunca poder tomar el teléfono, marcar su número y contarle todo. Pero su deseo se desvanecía con la cruda realidad: dos vidas a cambio de la verdad. Tres vidas... porque ella no podría soportarlo.


Apartamento de Mulder.-

La televisión nunca tiene algo que ofrecer cuando se busca despejar la mente. Mulder se preguntaba para qué habían tantos canales si todos tenían lo mismo: basura. Y él no tenía el mínimo deseo de levantarse del sofá, tomar su pelota de basket e ir en busca de la cancha más cercana. Le faltaba energía. Le faltaba vida. Él bien sabía donde estaba todo lo que le faltaba, así como sabía que jamás lo volvería a tener.

Su alma estaba de luto, como otras tantas veces. Pero ahora era más doloroso. Mucho más doloroso que cuando perdió a su padre o a su hermana. Porque con ellos tuvo que resignarse a no verlos nunca más y a que el tiempo curase las heridas... la idea de que estaban descansando en un lugar mejor le daba el consuelo que necesitaba para seguir adelante.

El timbre del teléfono le sorprendió. Era un sonido extraño a estas horas.

-Mulder.

-¿Qué tal?- le saludó Langley. -Te has olvidado de nosotros.

-¿Para qué llaman?

-Uys... ya que andas de mal genio, iremos al grano. Tenemos algo para ti, la verdad no sé de que se trata todo esto, así que mejor velo por ti mismo.

-Voy enseguida- dijo soltando el teléfono y dejando que la curiosidad le diera el empuje que necesitaba.


Refugio de los Pistoleros Solitarios.-

A pesar del constante esfuerzo de los chicos para alegrar un poco el ambiente, Mulder seguía con la misma cara de tragedia. Tras ver que no podía robársele ni media sonrisa, decidieron ponerse las máscaras de seriedad y mostrar lo que guardaban celosamente.

-Bueno...- intervino Frohike con manos temblorosas -apenas ayer logramos colocar las cámaras y hace par de horas conseguimos algo interesante.

Mulder tomó asiento y respiró profundo para que sus amigos no pagaran por su mal genio. Se estaba desesperando con la extrema calma de los "tres chiflados". Byers se acercó al video y colocó la cinta.

-Esto es...- dijo éste presionando el botón de play.

La imagen ya le era familiar, así como la sensación de asco que le causaba.

-No quiero ver esto- se puso de pie, pero los chicos se encargaron de que volviera a su lugar.

-Ya no seas tan...- Langley selló su boca antes que decir alguna palabra hiriente. La actitud de Mulder ya los estaba irritando, era difícil el momento, pero él no ayudaba.

Las imágenes seguían vivas en la pantalla del televisor, pero él buscaba la forma de no enfocarlas. Suficiente había tenido con haber presenciado una de sus charlas frente al buró, como para también tener que soportar una visita en el departamento. Se estaba arrepintiendo de haberle pedido ese favor a los pistoleros... eso fue hasta que encontró ese "algo interesante".

-¿Qué...- las palabras se extraviaron en su garganta. Tal vez el nudo que se estaba formando no las dejaba pasar. Tenía miedo de ver lo que seguía... miedo de que alguna de las imágenes que se formaban en su mente fuera la siguiente. Pensó que su temor no podía ser mayor, pero cuando vio que El Fumador se marchaba... cuando vio el rostro de Scully y el arma en su mano... sintió que el mundo dejaba de girar y quiso gritar para que pararan la cinta.


Apartamento de Mulder.-

Girar la llave en aquella cerradura nunca había sido tan complicado para ella. Necesitaba control, mesura... no nervios traicioneros que bloquearan su mente cuando menos le convenía. Él no estaba en casa, lo confirmó cientos de veces antes de tomar el elevador y poner un pie en aquel pasillo.

La puerta ya estaba abierta, sólo faltaba dar par de pasos y entrar. Tan simple como eso.

No, no era sencillo. Entrar a hurtadillas al departamento de su compañero le hacía sentir que estaba profanando algún templo sagrado. No podía creer que tenía que tomar tantas precauciones para entrar a un lugar que poco a poco se fue convirtiendo en una especie de segundo hogar.

La oscuridad le recibió. Como siempre. Aunque fuera mediodía, el principal decorado eran las sombras, compañeras inseparables de Mulder, quizá las únicas que le han comprendido a través del tiempo... que no le han traicionado.


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Las calles crecían ante sus ojos y parecían no tener fin, pero el problema principal era que no tenía un rumbo fijo. Tal vez llevaba todos esos minutos recorriendo la misma cuadra sin darse cuenta; no era algo que le sorprendiera, su mente seguía mostrándole la imagen de Scully a pesar del esfuerzo que hacía por borrarlo todo y quedarse en blanco.

Necesitaba un lugar... su sofá era una buena opción, excelente para hundirse en él y quedarse allí hasta el día en que sintiera la necesidad de volver a la vida y seguir adelante. O quizás tendría que levantarse a responder el teléfono y recibir alguna mala noticia... mejor que no timbrara.

Sin importar lo que pensara el policía de tránsito de la esquina, Mulder hundió el pie en el acelerador. Su caso era una emergencia, al diablo con las leyes.


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Un pequeño sobre blanco estaba sobre la mesa. No tan visible que pudiera ser notado de inmediato, pero tampoco tan oculto que no permitiera que lo encontrara. Según sus cálculos tardaría par de días, incluso semanas, en ver el sobre y descubrir su contenido... se tomaría el tiempo suficiente para que todo estuviera en completo orden, como debía ser.

Hacer esto la colocaba en jaque mate. Se tardaron casi una década para lograrlo... pero la victoria es dulce y ellos disfrutaron cada paso, cada jugada, cada año. El final no sería la excepción.

Ella se acercó hasta la persiana y miró hacia la calle para confirmar sus sospechas. Dos hombres, un auto negro... ¿Así de patéticos se veían Mulder y ella cuando vigilaban desde un auto? Una pequeña carcajada se le escapó, no podía creer que estaba pensando en esas tonterías justo en aquel momento.

Miró su reloj y se dio cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo. No debía estar ahí dando vueltas cuando su misión ya estaba cumplida. No debía llenarse los pulmones de aquel perfume característico de Mulder, ni revivir recuerdos que la hicieran flaquear.

Tenía que irse. Rápido. No lo pensó, lo puso en práctica. Mecánicamente, sin pensarlo, sin sentirlo.. no podía darse el lujo de mirar atrás porque corría el riesgo de no salir nunca de allí. Giró el pomo, haló la puerta y los segundos se perdieron en el espacio.

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Viva. Esa fue la primera palabra que vino a su mente. Ese pensamiento le nubló por varios segundos.

-¿Qué haces aquí?- su mecanismo de defensa fue lo suficientemente rápido para activarse enseguida. No estaba muy seguro de lo que acababa de decir, sólo veía el rostro de Scully palidecer. Parecía un fantasma. Probablemente no era más que una proyección de sus deseos.

Ella seguía sin habla; quizá no estaba tan viva como pensaba. Sintió la necesidad de tocarla y saber si en verdad estaba allí, pero antes de llevarlo a cabo ella estaba avanzando hacia él. ¿Debía esperar a que traspasara su cuerpo para caer en la cuenta de que aun muerta su alma le perseguiría?

No le traspasó. Su pequeña figura se deslizó hábilmente por el poco espacio que quedaba como salida. Estaba escapando sin darle una explicación de su presencia, no otra vez, no se iría dejando la duda en el aire.

-¡Scully!- le gritó al tiempo que la sujetaba por el brazo como si se tratase de su presa más preciada. Su nombre tenía un sabor diferente en sus labios... era tan amargo como la hiel.

-No...- le susurró ésta tratando de zafarse, mirando nerviosa a todos lados como si alguien la persiguiera. -Esto no está bien.

-¡Nunca ha estado bien!

-Lo siento...

-No digas algo que no puedo creer.

Él la sintió temblar bajo su mano, así como sentía su pulso acelerado. En sus ojos leyó algo que muy pocas veces había visto en Dana Scully: miedo.

-Entonces déjame ir- le dijo sin esconder su desesperación. Es lo único bueno que puedo hacer por ti.

Y así lo hizo. A pesar de que sus dudas se multiplicaron, a pesar de toda la confusión... de esa sofocante sensación de que esto no terminaba todavía.

****

El Mulder que había dejado en el pasillo no era la fotografía que quería llevar consigo para el largo viaje que le esperaba. Ninguna imagen de él era buena para que la acompañara. Por eso no quería verlo; ahora le resultaría imposible borrarlo de su cabeza por un buen tiempo.

Viendo su auto a pocos metros, ella se echó a correr para acortar la distancia. Entró y se encerró rápidamente, como si quisiera aislarse del mundo que le rodeaba y así liberarse momentáneamente del enorme peso que llevaba encima.

A través del retrovisor, Scully vio el mismo auto negro listo para
partir al igual que ella.

Era hora de emprender el viaje del que sólo sabía la hora de
salida, pero no la hora de llegada.

Continuará...