CAPÍTULO 1. LAS CAVERNAS DEL ABISMO
La esperanza había abandonado los rostros de los allí presentes igual que la calidez abandona la tierra cuando llega el invierno. Fuera de las cavernas los hombre de Rohan luchaban y morían por concederles una oportunidad. El pánico había comenzado a extenderse entre las mujeres, que apretaban angustiadas contra su pecho a sus atemorizados hijos. Sabían que los terribles Huruk-Hai no sentirían piedad cuando atravesaran el último portón y llegaran hasta ellas.
- ¡Escuchad hijas de Rohan, hijas de la Marca! – alzó su clara voz Éowyn, la sobrina del rey Théoden.
Se erguía entre las demás fría y pálida, sus ojos destilaban calma y determinación, como si desdeñara el cruel destino que les tenían deparado las sanguinarias hordas de Saruman si finalmente batían a sus guerreros:
- Nuestros hombres luchan sin esperanza alguna de sobrevivir, muchas ya habremos perdido a algún ser querido, y no os voy a engañar asegurándoos que nada nos sucederá si el bastión cae. Si ellos mueren, nosotras y nuestros hijos les seguiremos.
Alguna mujeres se abrazaron unas a otras sollozando histéricamente mientras que otras apretujaron aún más a sus pequeños.
- Pero yo os digo que si he de morir prefiero que sea luchando – continuó hablando Éowyn con fiereza, ignorando los gemidos -. Aquellas que sabéis manejar una espada o el arco, ¡seguidme a la batalla! Por nosotras, por nuestros hijos, pos nuestros hombres que están cayendo ahí fuera.
Una muchacha se levantó del lugar en que estaba recostada junto a su anciana abuela y pidió hablar:
- Alteza, muchas de las aquí presentes no querrán abandonar a sus niños o son demasiado ancianas para empuñar un arma. Quizás debamos pensar en huir antes de que sea demasiado tarde.
La sobrina de rey miró tristemente a la joven y sonrió levemente.
- ¿Cómo te llamas? – quiso saber Éowyn.
- Mi nombre es Dreya, mi Señora.
- Tienes razón Dreya, debiéramos huir como bien dices mas acaso no quede ya tiempo para ello. Marchaos cuando aún podáis hacerlo, hermanas mías, pues ignoro cuánto tardarán los Huruk-Hai en llegar a nuestro refugio. Yo voy a unirme con mi tío en la batalla, quizás así pueda concederos unos segundos preciosos en vuestra huida.
Éowyn se despidió de las mujeres de Rohan con un ligero cabeceo y se dirigió llena de determinación hacia la entrada de la cueva. Mientras corría con las faldas recogidas por el irregular suelo de la caverna pensó que tal vez había pedido demasiado a aquellas angustiadas mujeres. Se había dejado llevar una vez más por su ardor, más propio de un guerrero que de una recatada princesa.
- ¡Mi Señora, esperad! – gritó a su espalda una voz muy joven.
Éowyn se giró y distinguió entre las sombras a una muchacha correr hacia ella. Se trataba de la hija del jefe de Cazadores de su tío. Tenía los cabellos oscuros revueltos y respiraba entrecortadamente cuando la alcanzó.
- ¿Lucharás a mi lado, Elhandiel? – preguntó emocionada la sobrina del rey.
- No tengo hijos de los que preocuparme, alteza, y mi única familia es mi padre – contestó la joven con un ligero encogimiento de hombros -. Lucharé por nuestro pueblo, por concederles una oportunidad.
Ambas jóvenes se encaminaron cogidas de la mano sabiendo que les aguardaba una muerte segura, mas el temor nos reflejaba en sus rostro. Nada más salir de las cavernas se toparon con el grotesco cadáver de un Huruk-Hai, la espeluznante criatura tenía un profundo tajo en las entrañas y había muerto desangrado y con los intestinos desparramados por el suelo. Elhandiel escupió a la cara del ser y dirigió seguidamente una mirada de disculpa a Éowyn mientras se sonrojaba. La sobrina del rey lanzó una carcajada:
- Me parece Elhandiel que con sólo saliva no aniquilaremos a muchos enemigos.
- Si, mi Señora – contestó avergonzada la joven -. Disculpad.
- Debemos procurarnos armas y quizás alguna coraza o algo que nos sirva de protección. ¿Qué arma sabes empuñar?
- Mi padre me enseñó a cazar y manejo el arco tan bien como él, pero nunca quiso adiestrarme en el arte de la espada. - Encontrarás que cazar liebres no es muy distinto a cazar hombres, salvo que éstos son más grandes y por tanto más fáciles de acertar – dijo con una sonrisa ladeada la sobrina del rey.
Elhandiel dejó escapar una risita pero rápidamente se tapó la boa temerosa de que algún enemigo hubiera podido escucharla.
- Tienes razón – susurró Éowyn -, no es prudente hablar tan alto. Si has ido de batida con tu padre te habrá enseñado el lenguaje de signos de los cazadores. A partir de ahora nos comunicaremos a través de él.
La joven asintió con la cabeza e indicó a su señora que la sala de armas se encontraba por el pasillo que se extendía a su izquierda. Las dos se deslizaron sigilosamente mientras sorteaban los cuerpos de orcos y hombres esparcidos a lo largo del pasadizo. Con una frialdad que le sorprendió incluso a ella misma, Éowyn recogió la espada de un soldado caído y remató a los Huruk-Hai que encontraba a su paso y que yacían moribundos. Cuando hubo terminado, unas lágrimas de rabia bañaban su pálido rostro.
Elhandiel, a su vez, arrebató un arco de las agarrotadas manos de un adolescente que apenas había abandonado la niñez. Besó la fría frente del cadáver y colocó sus manos cruzadas sobre el pecho.
- Casi no le dio tiempo a usar sus flechas – dijo con voz temblorosa la joven mientras se colocaba a la espalda el tartaj del muchacho.
- Por ellos debemos luchar, Elhandiel. Para que su muerte no sea inútil.
Ambas avanzaron lentamente, con las armas prestas y el corazón agarrotado por el miedo pero con fiera determinación en sus encendidos ojos. Pararon abruptamente cuando escucharon los sonidos de la batalla que se estaba desarrollando a escasos metros: el silbido del acero se mezclaba con el desgarrado de la carne al ser atravesada por el metal y el crujido de los huesos astillados por las flechas. Un fuerte olor a cobre invadió las fosas nasales de Éowyn, el olor de la sangre derramada, provocando que se le revolviera el estómago.
La esperanza había abandonado los rostros de los allí presentes igual que la calidez abandona la tierra cuando llega el invierno. Fuera de las cavernas los hombre de Rohan luchaban y morían por concederles una oportunidad. El pánico había comenzado a extenderse entre las mujeres, que apretaban angustiadas contra su pecho a sus atemorizados hijos. Sabían que los terribles Huruk-Hai no sentirían piedad cuando atravesaran el último portón y llegaran hasta ellas.
- ¡Escuchad hijas de Rohan, hijas de la Marca! – alzó su clara voz Éowyn, la sobrina del rey Théoden.
Se erguía entre las demás fría y pálida, sus ojos destilaban calma y determinación, como si desdeñara el cruel destino que les tenían deparado las sanguinarias hordas de Saruman si finalmente batían a sus guerreros:
- Nuestros hombres luchan sin esperanza alguna de sobrevivir, muchas ya habremos perdido a algún ser querido, y no os voy a engañar asegurándoos que nada nos sucederá si el bastión cae. Si ellos mueren, nosotras y nuestros hijos les seguiremos.
Alguna mujeres se abrazaron unas a otras sollozando histéricamente mientras que otras apretujaron aún más a sus pequeños.
- Pero yo os digo que si he de morir prefiero que sea luchando – continuó hablando Éowyn con fiereza, ignorando los gemidos -. Aquellas que sabéis manejar una espada o el arco, ¡seguidme a la batalla! Por nosotras, por nuestros hijos, pos nuestros hombres que están cayendo ahí fuera.
Una muchacha se levantó del lugar en que estaba recostada junto a su anciana abuela y pidió hablar:
- Alteza, muchas de las aquí presentes no querrán abandonar a sus niños o son demasiado ancianas para empuñar un arma. Quizás debamos pensar en huir antes de que sea demasiado tarde.
La sobrina de rey miró tristemente a la joven y sonrió levemente.
- ¿Cómo te llamas? – quiso saber Éowyn.
- Mi nombre es Dreya, mi Señora.
- Tienes razón Dreya, debiéramos huir como bien dices mas acaso no quede ya tiempo para ello. Marchaos cuando aún podáis hacerlo, hermanas mías, pues ignoro cuánto tardarán los Huruk-Hai en llegar a nuestro refugio. Yo voy a unirme con mi tío en la batalla, quizás así pueda concederos unos segundos preciosos en vuestra huida.
Éowyn se despidió de las mujeres de Rohan con un ligero cabeceo y se dirigió llena de determinación hacia la entrada de la cueva. Mientras corría con las faldas recogidas por el irregular suelo de la caverna pensó que tal vez había pedido demasiado a aquellas angustiadas mujeres. Se había dejado llevar una vez más por su ardor, más propio de un guerrero que de una recatada princesa.
- ¡Mi Señora, esperad! – gritó a su espalda una voz muy joven.
Éowyn se giró y distinguió entre las sombras a una muchacha correr hacia ella. Se trataba de la hija del jefe de Cazadores de su tío. Tenía los cabellos oscuros revueltos y respiraba entrecortadamente cuando la alcanzó.
- ¿Lucharás a mi lado, Elhandiel? – preguntó emocionada la sobrina del rey.
- No tengo hijos de los que preocuparme, alteza, y mi única familia es mi padre – contestó la joven con un ligero encogimiento de hombros -. Lucharé por nuestro pueblo, por concederles una oportunidad.
Ambas jóvenes se encaminaron cogidas de la mano sabiendo que les aguardaba una muerte segura, mas el temor nos reflejaba en sus rostro. Nada más salir de las cavernas se toparon con el grotesco cadáver de un Huruk-Hai, la espeluznante criatura tenía un profundo tajo en las entrañas y había muerto desangrado y con los intestinos desparramados por el suelo. Elhandiel escupió a la cara del ser y dirigió seguidamente una mirada de disculpa a Éowyn mientras se sonrojaba. La sobrina del rey lanzó una carcajada:
- Me parece Elhandiel que con sólo saliva no aniquilaremos a muchos enemigos.
- Si, mi Señora – contestó avergonzada la joven -. Disculpad.
- Debemos procurarnos armas y quizás alguna coraza o algo que nos sirva de protección. ¿Qué arma sabes empuñar?
- Mi padre me enseñó a cazar y manejo el arco tan bien como él, pero nunca quiso adiestrarme en el arte de la espada. - Encontrarás que cazar liebres no es muy distinto a cazar hombres, salvo que éstos son más grandes y por tanto más fáciles de acertar – dijo con una sonrisa ladeada la sobrina del rey.
Elhandiel dejó escapar una risita pero rápidamente se tapó la boa temerosa de que algún enemigo hubiera podido escucharla.
- Tienes razón – susurró Éowyn -, no es prudente hablar tan alto. Si has ido de batida con tu padre te habrá enseñado el lenguaje de signos de los cazadores. A partir de ahora nos comunicaremos a través de él.
La joven asintió con la cabeza e indicó a su señora que la sala de armas se encontraba por el pasillo que se extendía a su izquierda. Las dos se deslizaron sigilosamente mientras sorteaban los cuerpos de orcos y hombres esparcidos a lo largo del pasadizo. Con una frialdad que le sorprendió incluso a ella misma, Éowyn recogió la espada de un soldado caído y remató a los Huruk-Hai que encontraba a su paso y que yacían moribundos. Cuando hubo terminado, unas lágrimas de rabia bañaban su pálido rostro.
Elhandiel, a su vez, arrebató un arco de las agarrotadas manos de un adolescente que apenas había abandonado la niñez. Besó la fría frente del cadáver y colocó sus manos cruzadas sobre el pecho.
- Casi no le dio tiempo a usar sus flechas – dijo con voz temblorosa la joven mientras se colocaba a la espalda el tartaj del muchacho.
- Por ellos debemos luchar, Elhandiel. Para que su muerte no sea inútil.
Ambas avanzaron lentamente, con las armas prestas y el corazón agarrotado por el miedo pero con fiera determinación en sus encendidos ojos. Pararon abruptamente cuando escucharon los sonidos de la batalla que se estaba desarrollando a escasos metros: el silbido del acero se mezclaba con el desgarrado de la carne al ser atravesada por el metal y el crujido de los huesos astillados por las flechas. Un fuerte olor a cobre invadió las fosas nasales de Éowyn, el olor de la sangre derramada, provocando que se le revolviera el estómago.
