CAPÍTULO 2. DANZAS MORTALES
La rabia inundó el pecho de Éowyn haciendo que apretara sus dientes tan fuerte que su mandíbula comenzó a protestar dolorida. Dirigió una mirada a Elhandiel, y sin mediar palabra se lanzó de lleno a la lucha, decapitando de una sola estocada a un orco que estaba devorando el cuerpo de un soldado en una sala contigua. Tres sorprendidos orcos dejaron caer sorprendidos los cuerpos que habían comenzado a descuartizar.
Durante unos pocos segundos todo se paralizó en el pasillo escuchándose tan sólo el jadeo de aquellas bestias. Un Huruk-Hai de aspecto cruel comenzó a reír enseñando sus afilados dientes rompiendo el hechizo que les envolvía. Había malicia en sus ojos:
- ¡Mirad qué tenemos aquí! Ha llegado el postre por propia voluntad y sin tener que ir a busc....
La criatura no pudo continuar hablando pues una certera flecha acababa de atravesarle la garganta. La sangre comenzó a salir a borbotones a través de la nauseabunda boca manchando la tosca corza del ser. El Huruk-Hai se desplomó con los ojos abiertos y sorprendidos.
Como si de una señal se tratara, el resto de orcos desenvainaron sus espadas y se dirigieron raudos hacia Éowyn mientras proferían maldiciones en su ininteligible idioma. La sobrina del rey eludió hábilmente la estocada de unos de ellos y le clavó su espada en el costado, haciendo que la bestia chillara como un cerdo en el matadero. La joven comenzó a ejecutar una mortal danza moviéndose grácilmente de una lado para otro mientras atacaba a sus enemigos sin piedad. Uno a unos fueron cayendo las bestias, impotentes ante la mortífera habilidad de Éowyn.
Mientras tanto Elhandiel puso a prueba su puntería con el arco cuando disparó a dos Huruk-Hai que en esos instantes llegaban al pasadizo atraídos por el ruido de la contienda, cayendo irremediablemente sin vida. Varios orcos más llegaron y allí fueron recibidos por la presta espada de Éowyn y las raudas flechas de Elhandiel. Sin embargo, por más que abatían a sus enemigos el número de éstos fue aumentando paulatinamente hasta que ambas jóvenes se vieron rodeadas. Las dos ofrecían una imagen terrible cubiertas por la sangre de sus enemigos y con la mirada encendida, hermosas y aterradoras en su justa ira. Juntaron espalda con espalda sabiendo que no había esperanza para ellas pero con la certera convicción de que habían otorgado a su pueblo una pequeña oportunidad para sobrevivir.
Repentinamente un cuerno sonó haciendo vibrar el suelo y las paredes con su grave y cavernoso sonido. Los orcos gruñeron amenazadoramente como si intentaran diluir el retador sonido con sus guturales voces. La profunda voz del cuerno acarició los corazones de las dos jóvenes infundiéndoles coraje y valor.
Elhandiel lanzó una salvaje aullido y empezó a disparar sus flechas tan velozmente que muchos de sus adversarios murieron sin saber qué les había matado. Éowyn imitó a su compañera y comenzó a chillar ferozmente a la vez que atravesaba con su espada a los incautos orcos que se habían acercado demasiado. El cuerno siguió sonando implacable y aquellas bestias comenzaron a vacilar en la batalla pues no estaban ya tan seguros de vencer. Un gruñido proveniente del final del pasillo les avisó de algún importante suceso puesto que las pocas criaturas que habían sobrevivido al ataque de las dos mujeres abandonaron la estancia precipitadamente. Las dos jóvenes se miraron extrañadas y entraron a una sala adyacente la cual poseía un mirador que daba al patio de la fortaleza. Allí observaron atónitas como las hordas de Saruman que hacía unos instantes estaba masacrando al ejército de Rohan y sus aliados, huían ante el implacable avance de una hueste de Rohirrim.
- ¿Realmente está sucediendo lo que estoy viendo? – preguntó con voz temblorosa la sobrina del rey .
- ¡Vuestros ojos no os engañan, ni Señora! – contestó gozosa Elhandiel -. ¡Están huyendo! ¡Nuestro pueblo está a salvo!
Lágrimas de felicidad recorrieron las sonrojadas mejillas de la muchacha mientras sus manos apretaban su pecho intentando calmar los latidos de su corazón.
- Mirad, alteza, se trata de vuestro hermano y su cohorte de jinetes. Les acompaña el mago de túnica blanca que liberó a vuestro tío del encantamiento de Saruman.
Éowyn sintió que las piernas le fallaban y hubo de apoyarse en la pared para sostenerse. Su corazón, hasta esos instantes henchido de alegría por la inesperada victoria, comenzó a vacilar angustiosamente y el pesar se apoderó de ella. ¿Él había sobrevivido? Se mordió los labios en un fútil intento de dispersas las crueles imágenes que intentaban atormentar su mente. Claro que había sobrevivido, quiso convencerse a sí misma, era hábil con la espada y nadie dudaba de su arrojo. Al fin y al cabo la sangre del antiguo pueblo de Númenor corría por sus venas y era difícil acabar con él. ¿Acaso no sobrevivió al ataque de los huargos y aquella terrible caída por el precipicio? Intentó acallar su corazón pero había una pequeña espina que no cejaba de pinchar su alma.
Una suave y pequeña mano se posó sobre su hombro, dolorido por la batalla, sacándola abruptamente de sus atormentados pensamientos:
- Mi Señora, ¿os encontráis bien? Habéis palidecido repentinamente – quiso saber Elhandiel.
- Oh no, mi querida amiga – intentó tranquilizarla Éowyn posando su mano sobre la de su compañera -. Sólo es cansancio, nada más. Debemos regresar a las cavernas junto a las demás antes de que nos sorprendan aquí afuera. A mi hermano no le haría gracia saber que he estado combatiendo y creo que a tu padre tampoco.
Arrastró el cuerpo de uno de los soldados muertos y lo tendió cerca del hediendo cadáver de un Huruk-Hai dejándolo en tal posición que semblaba que había sido el hombre el que había acabado con la bestia.
- Deberías devolver el arco y el tartaj a su dueño – prosiguió la sobrina del rey ante la mirada interrogadora de la otra joven -. Jamás deben saber que tú y yo luchamos y arriesgamos nuestras vidas. Dejemos que la gloria se la lleven los caídos.
Elhandiel asintió comprensivamente y arrastró el cuerpo del muchacho al que había arrebatado el arco cerca del lugar donde había tenido lugar la batalla.
La rabia inundó el pecho de Éowyn haciendo que apretara sus dientes tan fuerte que su mandíbula comenzó a protestar dolorida. Dirigió una mirada a Elhandiel, y sin mediar palabra se lanzó de lleno a la lucha, decapitando de una sola estocada a un orco que estaba devorando el cuerpo de un soldado en una sala contigua. Tres sorprendidos orcos dejaron caer sorprendidos los cuerpos que habían comenzado a descuartizar.
Durante unos pocos segundos todo se paralizó en el pasillo escuchándose tan sólo el jadeo de aquellas bestias. Un Huruk-Hai de aspecto cruel comenzó a reír enseñando sus afilados dientes rompiendo el hechizo que les envolvía. Había malicia en sus ojos:
- ¡Mirad qué tenemos aquí! Ha llegado el postre por propia voluntad y sin tener que ir a busc....
La criatura no pudo continuar hablando pues una certera flecha acababa de atravesarle la garganta. La sangre comenzó a salir a borbotones a través de la nauseabunda boca manchando la tosca corza del ser. El Huruk-Hai se desplomó con los ojos abiertos y sorprendidos.
Como si de una señal se tratara, el resto de orcos desenvainaron sus espadas y se dirigieron raudos hacia Éowyn mientras proferían maldiciones en su ininteligible idioma. La sobrina del rey eludió hábilmente la estocada de unos de ellos y le clavó su espada en el costado, haciendo que la bestia chillara como un cerdo en el matadero. La joven comenzó a ejecutar una mortal danza moviéndose grácilmente de una lado para otro mientras atacaba a sus enemigos sin piedad. Uno a unos fueron cayendo las bestias, impotentes ante la mortífera habilidad de Éowyn.
Mientras tanto Elhandiel puso a prueba su puntería con el arco cuando disparó a dos Huruk-Hai que en esos instantes llegaban al pasadizo atraídos por el ruido de la contienda, cayendo irremediablemente sin vida. Varios orcos más llegaron y allí fueron recibidos por la presta espada de Éowyn y las raudas flechas de Elhandiel. Sin embargo, por más que abatían a sus enemigos el número de éstos fue aumentando paulatinamente hasta que ambas jóvenes se vieron rodeadas. Las dos ofrecían una imagen terrible cubiertas por la sangre de sus enemigos y con la mirada encendida, hermosas y aterradoras en su justa ira. Juntaron espalda con espalda sabiendo que no había esperanza para ellas pero con la certera convicción de que habían otorgado a su pueblo una pequeña oportunidad para sobrevivir.
Repentinamente un cuerno sonó haciendo vibrar el suelo y las paredes con su grave y cavernoso sonido. Los orcos gruñeron amenazadoramente como si intentaran diluir el retador sonido con sus guturales voces. La profunda voz del cuerno acarició los corazones de las dos jóvenes infundiéndoles coraje y valor.
Elhandiel lanzó una salvaje aullido y empezó a disparar sus flechas tan velozmente que muchos de sus adversarios murieron sin saber qué les había matado. Éowyn imitó a su compañera y comenzó a chillar ferozmente a la vez que atravesaba con su espada a los incautos orcos que se habían acercado demasiado. El cuerno siguió sonando implacable y aquellas bestias comenzaron a vacilar en la batalla pues no estaban ya tan seguros de vencer. Un gruñido proveniente del final del pasillo les avisó de algún importante suceso puesto que las pocas criaturas que habían sobrevivido al ataque de las dos mujeres abandonaron la estancia precipitadamente. Las dos jóvenes se miraron extrañadas y entraron a una sala adyacente la cual poseía un mirador que daba al patio de la fortaleza. Allí observaron atónitas como las hordas de Saruman que hacía unos instantes estaba masacrando al ejército de Rohan y sus aliados, huían ante el implacable avance de una hueste de Rohirrim.
- ¿Realmente está sucediendo lo que estoy viendo? – preguntó con voz temblorosa la sobrina del rey .
- ¡Vuestros ojos no os engañan, ni Señora! – contestó gozosa Elhandiel -. ¡Están huyendo! ¡Nuestro pueblo está a salvo!
Lágrimas de felicidad recorrieron las sonrojadas mejillas de la muchacha mientras sus manos apretaban su pecho intentando calmar los latidos de su corazón.
- Mirad, alteza, se trata de vuestro hermano y su cohorte de jinetes. Les acompaña el mago de túnica blanca que liberó a vuestro tío del encantamiento de Saruman.
Éowyn sintió que las piernas le fallaban y hubo de apoyarse en la pared para sostenerse. Su corazón, hasta esos instantes henchido de alegría por la inesperada victoria, comenzó a vacilar angustiosamente y el pesar se apoderó de ella. ¿Él había sobrevivido? Se mordió los labios en un fútil intento de dispersas las crueles imágenes que intentaban atormentar su mente. Claro que había sobrevivido, quiso convencerse a sí misma, era hábil con la espada y nadie dudaba de su arrojo. Al fin y al cabo la sangre del antiguo pueblo de Númenor corría por sus venas y era difícil acabar con él. ¿Acaso no sobrevivió al ataque de los huargos y aquella terrible caída por el precipicio? Intentó acallar su corazón pero había una pequeña espina que no cejaba de pinchar su alma.
Una suave y pequeña mano se posó sobre su hombro, dolorido por la batalla, sacándola abruptamente de sus atormentados pensamientos:
- Mi Señora, ¿os encontráis bien? Habéis palidecido repentinamente – quiso saber Elhandiel.
- Oh no, mi querida amiga – intentó tranquilizarla Éowyn posando su mano sobre la de su compañera -. Sólo es cansancio, nada más. Debemos regresar a las cavernas junto a las demás antes de que nos sorprendan aquí afuera. A mi hermano no le haría gracia saber que he estado combatiendo y creo que a tu padre tampoco.
Arrastró el cuerpo de uno de los soldados muertos y lo tendió cerca del hediendo cadáver de un Huruk-Hai dejándolo en tal posición que semblaba que había sido el hombre el que había acabado con la bestia.
- Deberías devolver el arco y el tartaj a su dueño – prosiguió la sobrina del rey ante la mirada interrogadora de la otra joven -. Jamás deben saber que tú y yo luchamos y arriesgamos nuestras vidas. Dejemos que la gloria se la lleven los caídos.
Elhandiel asintió comprensivamente y arrastró el cuerpo del muchacho al que había arrebatado el arco cerca del lugar donde había tenido lugar la batalla.
