CAPÍTULO 3. LA MÁSCARA DE ÉOWYN
La Gran Sala del palacio de Medusel se encontraba atestada de gentes alegres celebrando el regreso a Édoras desde el Abismo de Helm. Todos bebían y cantaban felices mientras brindaban por la vida; ya habría tiempo para llorar a los muertos.
El rey Théoden presidía desde su dorado trono la fiesta con expresión complacida. A su lado se sentaban sus sobrinos, Éomer y Éowyn, y los gentiles amigos que habían prestado su ayuda y su espada en la defensa del pueblo de Rohan: Gandalf, el caballero Aragorn, el elfo Legolas y Gimli el enano. Por fin podía sentarse relajado y tratar de recuperar la dignidad perdida en los días que Grima, Lengua de Serpiente, había sido su consejero y había emponzoñado su mente. Apretó la suave mano de su sobrina como si intentara resarcirla de la amargura del pasado. Se acordó de Théodred, su malogrado hijo, y sintió que un puño le golpeaba le corazón.
- Vos no tuvisteis la culpa – le susurró al oído Éowyn -. Estoy segura que mi primo se encuentra sentado entre nuestros Viejos Padres y vela por nosotros.
Théoden sonrió tristemente a la hija de su hermana y acercó la mano de la joven a sus labios para besarla cariñosamente mientras le susurraba:
- Éowyn, más cara para mí que una hija.
- ¡Hie-Jäil! – exclamó en voz alta una joven de cabellos oscuros y vivaces ojos verdes en medio de la sala. - ¡Hie-Jäil! – les respondieron todos los hombres de la estancia entre risas y con las jarras en alto. - Veo, hermana, que tu amiga Elhandiel ha decidido restablecer la antigua tradición – comentó Éomer con los ojos brillantes.
La muchacha comenzó a batir las palmas con ritmo sincopado a la vez que meneaba ligeramente las caderas. Los músico comenzaron a entonar una sensual melodía mientras dos hombres muy parecidos entre sí se levantaron de sus mesas y se situaron alrededor de ella cantando una antigua canción al mismo tiempo que acompañaban el ritmo de la melodía golpeando el suelo con los pies. Varios hombres les imitaron formando un círculo alrededor de Elhandiel mientras ésta seguía batiendo las palmas y lanzaban miradas desafiantes a aquellos que continuaban sentados y sonreía provocadoramente a los que la rodeaban.
- Es una danza ancestral de nuestro pueblo – explicó el rey a sus invitados -, la bailan nuestras mujeres desde tiempos inmemoriales. Los hombres que han sido invitados por la mujer han de colocarse alrededor de ella formando un Hie-Jäil, "rueda" en el antiguo idioma.
Varios hombres más se agregaron al círculo mientras cantaban con sus hermosas graves voces.
- Seguirá desafiando con la mirada y con movimientos sensuales a los hombres durante bastante tiempo – continuó explicando Théoden con una gran sonrisa de satisfacción -, pues cualquier doncella que se precie no cejará en su empeño hasta conseguir que el mayor número posible de varones baile en su círculo. - Luego – siguió Éomer -, escogerá a cuatro hombres deteniéndose delante de ellos y empezará a golpear sus caderas siguiendo el ritmo de la canción. Los elegidos deben situarse en el centro del círculo y arrodillarse mientras ella danza a su alrededor. - El primer hombre que elija siempre será su padre o algún pariente cercano tal como un hermano o un tío – añadió Éowyn mientras miraba a su amiga -. Aunque en este caso, al haber fallecido el padre de Elhandiel y único pariente, será un grandísimo honor ser elegido el primero. El último varón que elija será su esposo o prometido, si lo tiene. - Más de una doncella ha cazado marido gracias a este baile – comentó jocoso Éomer.
La sobrina del rey dirigió a su hermano una no muy amable mirada y continuó explicando a sus invitados aquella ancestral costumbre:
- De esta forma, las mujeres de Rohan demuestran públicamente su agradecimiento a aquellos que han arriesgado su vida y han derramado su sangre por defenderlas a ellas y a sus hijos.
Algo en la forma de hablar de la joven llamó la atención de Legolas, el silencioso príncipe elfo. Había viveza en su vos, aunque su aspecto era severo y en ocasiones triste.
- Caballeros – dijo el rey Théoden mientras se levantaba de su trono -, ya es hora de que nos unamos al Hie-Jäil, no está bien hacer esperar a una dama. - ¿Nosotro también, mi señor? – preguntó extrañado Gimli. - Maese Gimli, creedme cuando os digo que temo más la furia de una mujer Rohirrim cuando se cree ofendida que cien mil orcos armados – le contestó Éomer-. Venid, amigos míos, honremos a la antigua tradición y bailemos en el círculo de la hermosa Elhandiel. - No creo que yo deba unirme – titubeó el enano. - No tenéis elección – le dijo con una sonrisa burlona -, pues nos ha mirado y desafiado a todos los presentes.
Todos, a excepción de Gandalf, se levantaron y se dirigieron a la gran sala donde Elhandiel seguía danzando en medio de numerosos Rohirrim. Éomer empezó a golpear el suelo más fuerte que nadie mientras Gimli unió su profunda voz de barítono al canto de los hombres de Rohan aún sin saber la letra de la canción.
Elhandiel se dirigió primero al rey y, tal y como se había descrito anteriormente, comenzó a golpear suavemente sus caderas siguiendo un complicado ritmo. El monarca se adelantó y besó la frente de la joven para acto seguido arrodillarse en el centro del círculo. Seguidamente Elhandiel se paró delante del enano y le sonrió de forma descarada mientras éste, sin saber muy bien qué hacer, la miraba embelesado hasta que Éomer le empujó al centro del Hie-Jäil en medio de las carcajadas de los demás. Un tanto azorado, Gimli se arrodilló y esperó estoicamente a que la muchachas eligiera a los dos hombres que restaban.
Seguidamente le llegó el turno a Legolas que, con una delicada reverencia se unió a su compañero. Elhandiel a continuación se detuvo delante de Éomer, y cuando parecía que iba abatir sus caderas, sacó la lengua al guerrero para después detenerse enfrente de Aragorn y completar así el ciclo. El sobrino del rey se quedó momentáneamente sorprendido pero pronto se recuperó y estalló en divertidas carcajadas. Los cuatro hombres escogidos cantaron hincados de rodillas en honor de la joven mientras ésta bailaba resplandeciente alrededor de ellos.
Éowyn miraba impasible el baile desde su asiento como aquel que contempla un paisaje desde la lejanía, aunque su rigidez y frialdad no eran más que un muro protector. Había aprendido a camuflar sus sentimientos desde muy joven puesto que tenía la convicción de que debía anteponer los intereses de su pueblo a los propios.
- Creo que vuestro hermano ha encontrado a su melda, a aquélla que completa su corazón.
La cálida voz de Gandalf hizo que la sobrina del rey relajara su postura momentáneamente y aflorara en sus labios una amago de sonrisa.
- Es valiente y leal – le respondió la joven -. No hallaré en todo Rohan mejor persona para Éomer, y si el afecto llega a fructificar entre ambos no podré sino dar mi bendición. - Gran razón tenéis cuando habláis de su coraje y valor.
La voz de Gandalf se había tornado casi inaudible. Éowyn ladeó su cabeza para escudriñar los ojos del mago y supo entonces que no podía ocultarle ningún secreto de su alma. Se sintió pequeña y vulnerable ante él y sus ojos se humedecieron haciendo que su visión se tornara borrosa. Apartó bruscamente la mirada y parpadeó furiosamente.
- Tened cuidado con las carga que portáis sobre vuestros hombros, pues corréis el riesgo de que ésta os asfixie – le susurró solemnemente Gandalf -. Puede que hayáis depositado vuestras esperanzas en el lugar equivocado habiéndoos guiado por ese sentimiento del deber que tan profundamente albergáis en vuestro interior. - Pero yo le amo – protestó débilmente Éowyn.
La música cesó abruptamente mientras los comensales comenzaron a aplaudir fervorosamente. Su tío regresó sonriente seguido de los demás salvo Éomer, que se encontraba rezagado conversando y susurrándole cosas al oído a Elhandiel.
- Es hermoso como el amor florece entre dos jóvenes de gran valía – comentó satisfecho el rey -. ¿No estáis de acuerdo, Gandalf? - El amor siempre es hermoso, mi Señor – le contestó el mago -. Es un rayo de luz en medio de la oscuridad que nos da esperanza. - Si me disculpáis, caballeros voy a retirarme – anunció la sobrina del rey -. La jornada ha sido larga y llena de emociones.
Se levantó grácilmente de su sitio e hizo una elegante reverencia a los allí presentes mientras les dirigía una tenue sonrisa. La máscara que ocultaba sus emociones había sido de nuevo colocada en su rostro, y Éowyn abandonó la estancia.
La Gran Sala del palacio de Medusel se encontraba atestada de gentes alegres celebrando el regreso a Édoras desde el Abismo de Helm. Todos bebían y cantaban felices mientras brindaban por la vida; ya habría tiempo para llorar a los muertos.
El rey Théoden presidía desde su dorado trono la fiesta con expresión complacida. A su lado se sentaban sus sobrinos, Éomer y Éowyn, y los gentiles amigos que habían prestado su ayuda y su espada en la defensa del pueblo de Rohan: Gandalf, el caballero Aragorn, el elfo Legolas y Gimli el enano. Por fin podía sentarse relajado y tratar de recuperar la dignidad perdida en los días que Grima, Lengua de Serpiente, había sido su consejero y había emponzoñado su mente. Apretó la suave mano de su sobrina como si intentara resarcirla de la amargura del pasado. Se acordó de Théodred, su malogrado hijo, y sintió que un puño le golpeaba le corazón.
- Vos no tuvisteis la culpa – le susurró al oído Éowyn -. Estoy segura que mi primo se encuentra sentado entre nuestros Viejos Padres y vela por nosotros.
Théoden sonrió tristemente a la hija de su hermana y acercó la mano de la joven a sus labios para besarla cariñosamente mientras le susurraba:
- Éowyn, más cara para mí que una hija.
- ¡Hie-Jäil! – exclamó en voz alta una joven de cabellos oscuros y vivaces ojos verdes en medio de la sala. - ¡Hie-Jäil! – les respondieron todos los hombres de la estancia entre risas y con las jarras en alto. - Veo, hermana, que tu amiga Elhandiel ha decidido restablecer la antigua tradición – comentó Éomer con los ojos brillantes.
La muchacha comenzó a batir las palmas con ritmo sincopado a la vez que meneaba ligeramente las caderas. Los músico comenzaron a entonar una sensual melodía mientras dos hombres muy parecidos entre sí se levantaron de sus mesas y se situaron alrededor de ella cantando una antigua canción al mismo tiempo que acompañaban el ritmo de la melodía golpeando el suelo con los pies. Varios hombres les imitaron formando un círculo alrededor de Elhandiel mientras ésta seguía batiendo las palmas y lanzaban miradas desafiantes a aquellos que continuaban sentados y sonreía provocadoramente a los que la rodeaban.
- Es una danza ancestral de nuestro pueblo – explicó el rey a sus invitados -, la bailan nuestras mujeres desde tiempos inmemoriales. Los hombres que han sido invitados por la mujer han de colocarse alrededor de ella formando un Hie-Jäil, "rueda" en el antiguo idioma.
Varios hombres más se agregaron al círculo mientras cantaban con sus hermosas graves voces.
- Seguirá desafiando con la mirada y con movimientos sensuales a los hombres durante bastante tiempo – continuó explicando Théoden con una gran sonrisa de satisfacción -, pues cualquier doncella que se precie no cejará en su empeño hasta conseguir que el mayor número posible de varones baile en su círculo. - Luego – siguió Éomer -, escogerá a cuatro hombres deteniéndose delante de ellos y empezará a golpear sus caderas siguiendo el ritmo de la canción. Los elegidos deben situarse en el centro del círculo y arrodillarse mientras ella danza a su alrededor. - El primer hombre que elija siempre será su padre o algún pariente cercano tal como un hermano o un tío – añadió Éowyn mientras miraba a su amiga -. Aunque en este caso, al haber fallecido el padre de Elhandiel y único pariente, será un grandísimo honor ser elegido el primero. El último varón que elija será su esposo o prometido, si lo tiene. - Más de una doncella ha cazado marido gracias a este baile – comentó jocoso Éomer.
La sobrina del rey dirigió a su hermano una no muy amable mirada y continuó explicando a sus invitados aquella ancestral costumbre:
- De esta forma, las mujeres de Rohan demuestran públicamente su agradecimiento a aquellos que han arriesgado su vida y han derramado su sangre por defenderlas a ellas y a sus hijos.
Algo en la forma de hablar de la joven llamó la atención de Legolas, el silencioso príncipe elfo. Había viveza en su vos, aunque su aspecto era severo y en ocasiones triste.
- Caballeros – dijo el rey Théoden mientras se levantaba de su trono -, ya es hora de que nos unamos al Hie-Jäil, no está bien hacer esperar a una dama. - ¿Nosotro también, mi señor? – preguntó extrañado Gimli. - Maese Gimli, creedme cuando os digo que temo más la furia de una mujer Rohirrim cuando se cree ofendida que cien mil orcos armados – le contestó Éomer-. Venid, amigos míos, honremos a la antigua tradición y bailemos en el círculo de la hermosa Elhandiel. - No creo que yo deba unirme – titubeó el enano. - No tenéis elección – le dijo con una sonrisa burlona -, pues nos ha mirado y desafiado a todos los presentes.
Todos, a excepción de Gandalf, se levantaron y se dirigieron a la gran sala donde Elhandiel seguía danzando en medio de numerosos Rohirrim. Éomer empezó a golpear el suelo más fuerte que nadie mientras Gimli unió su profunda voz de barítono al canto de los hombres de Rohan aún sin saber la letra de la canción.
Elhandiel se dirigió primero al rey y, tal y como se había descrito anteriormente, comenzó a golpear suavemente sus caderas siguiendo un complicado ritmo. El monarca se adelantó y besó la frente de la joven para acto seguido arrodillarse en el centro del círculo. Seguidamente Elhandiel se paró delante del enano y le sonrió de forma descarada mientras éste, sin saber muy bien qué hacer, la miraba embelesado hasta que Éomer le empujó al centro del Hie-Jäil en medio de las carcajadas de los demás. Un tanto azorado, Gimli se arrodilló y esperó estoicamente a que la muchachas eligiera a los dos hombres que restaban.
Seguidamente le llegó el turno a Legolas que, con una delicada reverencia se unió a su compañero. Elhandiel a continuación se detuvo delante de Éomer, y cuando parecía que iba abatir sus caderas, sacó la lengua al guerrero para después detenerse enfrente de Aragorn y completar así el ciclo. El sobrino del rey se quedó momentáneamente sorprendido pero pronto se recuperó y estalló en divertidas carcajadas. Los cuatro hombres escogidos cantaron hincados de rodillas en honor de la joven mientras ésta bailaba resplandeciente alrededor de ellos.
Éowyn miraba impasible el baile desde su asiento como aquel que contempla un paisaje desde la lejanía, aunque su rigidez y frialdad no eran más que un muro protector. Había aprendido a camuflar sus sentimientos desde muy joven puesto que tenía la convicción de que debía anteponer los intereses de su pueblo a los propios.
- Creo que vuestro hermano ha encontrado a su melda, a aquélla que completa su corazón.
La cálida voz de Gandalf hizo que la sobrina del rey relajara su postura momentáneamente y aflorara en sus labios una amago de sonrisa.
- Es valiente y leal – le respondió la joven -. No hallaré en todo Rohan mejor persona para Éomer, y si el afecto llega a fructificar entre ambos no podré sino dar mi bendición. - Gran razón tenéis cuando habláis de su coraje y valor.
La voz de Gandalf se había tornado casi inaudible. Éowyn ladeó su cabeza para escudriñar los ojos del mago y supo entonces que no podía ocultarle ningún secreto de su alma. Se sintió pequeña y vulnerable ante él y sus ojos se humedecieron haciendo que su visión se tornara borrosa. Apartó bruscamente la mirada y parpadeó furiosamente.
- Tened cuidado con las carga que portáis sobre vuestros hombros, pues corréis el riesgo de que ésta os asfixie – le susurró solemnemente Gandalf -. Puede que hayáis depositado vuestras esperanzas en el lugar equivocado habiéndoos guiado por ese sentimiento del deber que tan profundamente albergáis en vuestro interior. - Pero yo le amo – protestó débilmente Éowyn.
La música cesó abruptamente mientras los comensales comenzaron a aplaudir fervorosamente. Su tío regresó sonriente seguido de los demás salvo Éomer, que se encontraba rezagado conversando y susurrándole cosas al oído a Elhandiel.
- Es hermoso como el amor florece entre dos jóvenes de gran valía – comentó satisfecho el rey -. ¿No estáis de acuerdo, Gandalf? - El amor siempre es hermoso, mi Señor – le contestó el mago -. Es un rayo de luz en medio de la oscuridad que nos da esperanza. - Si me disculpáis, caballeros voy a retirarme – anunció la sobrina del rey -. La jornada ha sido larga y llena de emociones.
Se levantó grácilmente de su sitio e hizo una elegante reverencia a los allí presentes mientras les dirigía una tenue sonrisa. La máscara que ocultaba sus emociones había sido de nuevo colocada en su rostro, y Éowyn abandonó la estancia.
