CAPÍTULO 4. ALMAS SOLITARIAS

Silbelminë, la flor de la Casa Real que coronaba las sepulturas de los reyes, resplandecía cuando la pálida luz de la luna acariciaba sus pétalos. Éowyn se hallaba paseando entre las tumbas de sus antepasados, un lugar al que había aprendido a frecuentar desde la niñez cuando necesitaba escapar del mundo.

En aquellos instantes necesitaba más que nunca aislarse para acallar una molesta vocecilla que en su interior no cesaba de canturrear que Aragorn no estaba destinado para ella. La voz le repetía cruelmente que el corazón del montaraz pertenecía a la dama que le había regalado el plateado colgante que siempre llevaba junto a su pecho, había visto su rostro cuando su amigo elfo se lo entregó tras la emboscada de los lobos huargos. Y sin embargo, una parte de ella mantenía la esperanza de que él la correspondiera.

Luego estaban las palabras que acababa de dirigirle Gandalf y que la habían lastimado más de lo que estaba dispuesta a admitir. El mago se equivocaba. Amaba al heredero de Isildur porque sentía que él apreciaba el fuego que crepitaba en su interior y sus ansias de libertad y de gloria.

- Muy sola os veo, mi Señora – una gentil voz sonó a sus espaldas, sobresaltándola.

Comprobó que se trataba de Legolas, el hábil arquero elfo. Como todos los de su raza, su belleza y magnificencia se acentuaba con la tenue luz de la luna.

- No más que otras noches – murmuró la sobrina del rey, más para sí que para su interlocutor, mientras bruscamente se giraba y le daba la espalda.

Éowyn sentía los penetrantes ojos color zafiro del elfo posados sobre ella y aquello la incomodaba sobremanera. ¿Acaso era un libro abierto y todos se habían percatado de su pesar?

- A veces siento el impulso de estar a solas y por eso he venido a este lugar – le dijo el elfo al mismo tiempo que se acercaba a ella -. La quietud que se respira aquí me recuerda mi hogar y es como un bálsamo para mi añoranza.

Se colocó a la altura de la muchacha, enfrente de la tumba Theodred, del recientemente fallecido hijo del rey, y contempló su túmulo funerario.

- En vida debió ser loable.

- Murió luchando por su pueblo y no puedo sino sentirme orgullosa de él, pues no hay mayor honor que morir defendiendo a las personas amadas – le contestó la joven orgullosamente -. No lamento su muerte.

El silencio se hizo entre ambos durante unos minutos, tan sólo roto por el ocasional ulular de un búho.

- Aunque le echo de menos – añadió Éowyn entre susurros.

Alzó su pequeña mano y acarició la hierba que crecía sobre la tumba de su primo y con los ojos cerrados cantó la misma canción fúnebre que entonó el día de su entierro. Sus blancos dedos se confundían con los pétalos de las flores de Silbelminë.

Legolas cerró también sus ojos por un instante y dejó que la voz de la muchacha le envolviera. Ésta no era dulce como la de sus congéneres, sino áspera y en cierto llena de cálida tristeza. Su corazón sintió piedad por la desdichada joven que se encontraba a su lado, a todas luces infeliz aún cuando se empeñara en esconder su abatimiento a los demás. Deseó acariciar su pálido rostro y sus dorados cabellos y lentamente alzó su mano hacia la faz de la sobrina del rey, mas se detuvo abruptamente sorprendido por la vehemencia de su deseo.

La canción terminó dejando melancólicos ecos en el aire y Éowyn abrió sus ojos revelando en ellos quietud, aunque el elfo sabía que aquella calma era sólo momentánea y que pronto le volverían a asaltar los temores. Quiso estrecharla entre sus brazos y liberarla de los sombríos pensamientos que la atormentaban.

- Éowyn – susurró el elfo.

Ella giró su rostro lentamente hacia él y le miró con los ojos abiertos como un animal asustado.

- Éowyn – volvió a murmurar él.

La voz de Legolas se tornó extrañamente cálida y embriagadora para la joven mientras quedaba atrapada por la profunda mirada del elfo. Una lágrima traicionera se deslizó sinuosa por su nacarada mejilla, la cual Legolas se apresuró a enjuagar deslizando lentamente sus dedo índice allá por donde pasara la diminuta gota, apenas rozando la piel hasta, llegar a los labios. Los que acarició dulcemente recorriendo su forma despacio y recreándose en cada centímetro de piel. Acercó su rostro al de ella y la besó.

Éowyn creyó desfallecer cuando sus bocas se encontraron. El contacto de los labios del elfo sobre los suyos se convirtió en un sublime fuego que le quemaba la piel y la consumía por dentro. Su corazón se desbocó cuando Legolas la estrechó fuertemente entre sus brazos y su lengua se abrió paso entre sus labios para acariciar el paladar. Él comenzó a darle pequeños besos en la frente, las cejas y los húmedos párpados para finalmente besarla de nuevo en la boca con ardor.

La sobrina del rey respondió al beso titubeante al principio, pero la pasión se abrió paso en su interior y entrelazó sus manos alrededor del cuello de él. El elfo deslizó su cálida boca por el cuello de la joven provocándole placenteros escalofríos.

Una repentina ráfaga de viento helado los envolvió rompiendo el encantamiento que los unía. Éowyn sintió cómo se enfriaba la pasión que hacía sólo unos instantes la había embargado y separó bruscamente sus labios de la sensual boca del elfo mientras pensaba horrorizada en lo que acaba de ocurrir. Cuando Legolas se inclinó de nuevo para besarla, su cuerpo se volvió rígido ante el contacto de él.

- ¿Qué ocurre? – preguntó él confuso.

La joven le miró sin poder evitar que la angustia se apoderara de su interior a la vez que se recriminaba su comportamiento. Sabía que no debía haber correspondido aquel beso cuando amaba a otro hombre, pero algo en los rasgados ojos del elfo la atraía. Sin mediar palabra, la muchacha comenzó a alejarse del desconcertado elfo mas éste le agarró inmediatamente por un brazo tratando de impedir que se marchara.

- Sueltamente – ordenó fríamente Éowyn.

La sobrina del rey apenas había levantado la voz, pero a los oídos del elfo su orden había sonado como el restallido de un látigo. El tono acerado de ella le había hecho creer por un instante que había escuchado la voz de su padre haciendo que soltara rápidamente el brazo de la muchacha. Viéndose libre de la firme mano de Legolas, Éowyn se alejó del lugar dejando al elfo sumido en un mar de dudas.