Cuando pesa tanto el mundo
Capítulo 4: Bombón
Soy un bombón. No nos engañemos, que no hay más. Un bombón pelirrojo y lleno de pecas hasta detrás de las orejas, pero un bombón al fin y al cabo. Irresistible. Muy sexy. De lo más. Si es que no hay otro como yo, Merlín, qué cuerpo.
Se me escapa una media carcajada y sacudo la cabeza resignadamente mientras le guiño un ojo con una mueca de superioridad. Sí, sí, Angie. Me estás comiendo con los ojos. Tú, tú, preciosa, no te hagas la inocente. No te pongas tímida y mires al maromo, que ya me explicarás tú a mí qué pinta aquí, por cierto, y admite que admirabas mi físico hace sólo un momento. Vamos, vamos, Angie, vamos, ¡si te he visto flechitas saliendo de los ojos y apuntándome directamente a mí! Ven, ven, amazona mía, ven, y toma lo que es tuyo.
La observo lascivamente, inclinando la cabeza, entornando los ojos, entreabriendo sensualmente los labios, pero sólo se da por aludida como broma, como parte de mi comportamiento habitual, como si no escondiera un sentido real tras las miradas, y se ríe. No se da por llamada. No me toma en serio. Como si fuera sólo por picarla, como si no la estuviera yo repasando igual, recorriéndola de arriba a abajo con la vista, ¡con lo que yo la quiero! Le dirijo una mirada ofendida que me responde con una mueca burlona, ríe suavemente otra vez y yo me abrazo posesivamente a otra, cruzo las manos en su vientre, me hago el altivo y apoyo la mejilla en el pelo de otro bombón, intentando mandar un montón de celos, vía telepática, a Angie, sin hacer ni decir nada.
Pero soy un bombón.
Estamos en su jardín. La primera vez que vengo a su casa. Luce un sol radiante y nos hemos protegido, de mutuo acuerdo, en la sombra del porche, para las presentaciones de rigor. Cosa que es bastante irónica, siendo como somos un grupito de lo más antiguo, todos jugadores de Quidditch de colegio, todos amigos, más o menos, desde los once. Pero hay mucho por contar y el tiempo nos parece poco y, aunque acabamos de llegar, aunque deberíamos de ir a deshacer las maletas y a instalarnos en las habitaciones respectivas, no tenemos paciencia y, bajo un techo a tablas que filtra la luz lo suficiente como para poder abrir los ojos sin quedar cegados, nos atropellamos las palabras los unos a los otros y nos dirigimos miradas sedientas, por lo menos Angie y yo, que no pasan desapercibidas pero que, en el tráfago de conversaciones, nadie apunta. Es un día precioso y brilla el sol y el mundo es verde intenso de hierba y azul nítido del cielo en el lago, y Angie está preciosa, y yo he vuelto, y esta vez será un mes, y es que nada, pero ¡nada!, y mira que podría, empaña mi horizonte. Vuelvo a mirar a mi flechita, aún con la mejilla en el pelo de Alicia, y le dirijo una mirada tan cargada de cariño que no sé cómo la aguanta ella, cómo soporta estar tan lejos, cómo lo hace para controlarse y no venir a abrazarme fuerte, fuerte, y recuperar el tiempo perdido. No sé cómo soporto yo quererla tanto y estar abrazando a mi cuñada, en vez de a ella. No sé cómo esconder, tampoco, la inmensa felicidad en la sonrisa que provoca su respuesta, que no es otra que una mirada aún más afectuosa.
¡¿Y yo tengo que estar celoso?! ¡Por los pelos de la nariz de Godric!
Suspiro y me apoyo en el respaldo del asiento, arrastrando conmigo a Alicia, que agradece el cambio con una sonrisa y un apretón cálido en mis manos. Nos movemos un poco y luego otro poco más, hasta que los dos estamos cómodos, y yo sigo mirando fijamente a Angie, que me dirige reojos mal disimulados mientras escucha, de lo más distraída, a Wood contando la última de su escoba. O de él encima de su escoba. O de alguien encima de la escoba. Yo qué sé. Como si me fuera a importar, cuando hay panoramas mucho más bonitos que merecen mi completa atención y que están a sólo dos metros, de pie, apoyada en la mesa, con las manos a lado y lado de sus caderas, sujetándola y equilibrándola. Qué guapa está. Es que no lo puedo captar todo a la vez, de lo bonita que es, no puedo verlo todo y la miro mucho rato y al final pienso: ¡ya está, la tengo, es preciosa pero ya está todo en mi cabeza, ya me he fijado en todo, ya se me pasa la sed de ella! Y no. Oh, no. Hace algo, sonríe, se mueve, dice algo, me mira, enrojece un poco y me vuelvo a derretir, noto que no la recordaba lo suficiente, que no le hacía justicia, que no me había fijado en la curva de su muñeca. Está guapísima. Está preciosa. Yo qué sé, creía que ya no podía más, pero las ganas de verla siempre hacen que parezca increíble pero que se siga superando. Es mi Angie y está cerca y la vuelvo a ver cara a cara y ella me ve también y, por Merlín, por todos los magos de la antigüedad, si no es la brujita más perfecta del mundo, más perfecta para mí, para mi modesta persona, para todas mis ganas de hacerla inmensamente feliz, que venga Percy y me castigue ahora mismo a hacerle la colada. ¡Angie, Angie, Angie! Es que no puedo pensar en nada más. Es que estoy tan contento y tan lleno de ella y tan encantado de todo que no puedo pensar en nada más. Vale, vale, doy asco, pero lo doy con una sonrisa enamorada y una expresión idiota mientras no dejo de mirarla. Hola, guapa. Hola, bombón. Estoy aquí, ¿me ves? Me ha encantado tu beso, mi niña, me ha encantado cómo has abierto los ojos al verme, cómo te has acercado, cómo me has tocado el pelo, con esa sonrisa encantadora tuya, y cómo me has abrazado fuerte, fuerte, ¡y qué fuerte te estás poniendo, por cierto!, y me has plantado un beso en el hombro que hubiera notado aunque llevara puesta toda la protección del traje de Quidditch. Qué bonita eres, Angie. Qué ganas tenía de verte. Aún tiemblo cuando te escucho, repetida en mi mente, decirme lo guapo que estoy, con ese tono alucinado, con ese tono de quien ha echado mucho de menos y que está tan contento que no sabe ni cómo sacarlo. Te quiero, Angie. Mi bombita, te quiero un montón y que sepas que vengo dispuesto a lo que quieras, a lo que me pidas, a lo que no me pidas, pero sólo quiero estar aquí contigo, estar juntos, verte dormirte y despertarte y desayunar y luego irte a entrenar, irte a ver, ayudarte a preparar la bolsa para ducharte y cambiarte, si es que te llevas bolsa cada día, con tu champú y tu suavizante y ese potingue nutriente, que, mira lo que he aprendido, tienes que ponértelo al menos una vez por semana para que el pelo esté siempre sano, y prepararte la ropa para después, y ponerte notitas, y esperarte en casa y hacer la comida y recibirte con un montón de besos y un baño caliente y luego una cama tranquila y descansada donde hablemos sobre el día hasta que te quedes dormida... Ay, Angie, te quiero tanto que sólo quiero hacer planes, pensar en ti, pensar en el futuro, imaginarme cerca y dedicado y loco por ti, cuidando los detalles, tú me conoces, los planes y los detalles son mi fuerte, corazón, son lo que mejor se me da, lo que más me gusta, y casi sólo porque es lo que consigue hacerte más feliz. Tú me conoces, Angie, y sabes que te quiero, ¿a que sí? Que me encantas y que no pienso más que en ti, siempre, siempre, aunque esté a medias de un experimento y todo dependa de mi concentración. Deberías de ver la de desastres que he armado por tu culpa, chica dura, y la de veces que he tenido a George al borde de un ataque de nervios por lo imposible que soy, por estar pensando en las musarañas, por la sonrisa estúpida y enamorada mientras lo que debía de calentarse tan sólo ligeramente hervía en un cráter violento. Sí, sí. Bueno, ya me conoces. Sabes perfectamente cómo soy. ¿A que sí?
Y entonces, bombón mío, lo acepto, lo acepto, el bombón eres tú, siempre tú, guapísima, ¡y qué bombón!, ¿me puedes explicar qué estoy haciendo yo aquí? Porque invitar a tus amigos unos días a tu casa, a pasar las vacaciones, gastos pagados, necesitamos vernos, chicos, hace mucho que no hablamos, tengo un mes libre, quiero pasarlo con vosotros, me parece estupendo, genial, brillante como el sol. Bien pensado, Angie, sí que necesitábamos vernos, sí, que George y Alicia ya empezaban a plantearse venirte a ver a traición, para ver si así te acordabas de ellos. Bien hecho.
Pero, ahora, brujita, la verdad... ¿¿esperas que yo me vaya nunca de esta casa?? Porque invitarme, estupendo, sí, me moría de ganas de volver a verte, pero, ahora que he conseguido entrar en tu palacio, ¿no esperarás otra rendición, verdad? Porque lo llevas, sinceramente, morenita, de lo más crudo.
Ja.
Alicia se remueve inquieta y separo más las piernas para que se ponga más cómoda. Estas mujeres de hoy en día no aguantan nada, le digo a Angie con una sola mueca. Un solo viaje en alfombra mágica, todo el tiempo entre los brazos de su marido, mientras yo apechugaba con todo el equipaje, que no es precisamente poco, y es ella la que está cansada. Angie me responde con el ceño fruncido y arrugas de preocupación en la frente, sacude imperceptiblemente la cabeza y sonríe tímidamente, como si se le escapara, con una expresión soñadora que hace que mi marcador personal suba un puntito de lo más planeado. Siempre funciona. Siempre. No sé qué tiene el hacerse mayor, que siempre picas y deseas lo mismo para ti. Y Alicia, con una pequeñaja de seis meses dando pataditas en un más que abultado abdomen, es el cebo perfecto para que a Angie se le despierte el gusanillo de ser madre. ¡Mira, mira, Angie, mi sobrinita! Ya verás qué monadita, ya verás qué guapa, ya verás cómo se nos cae la baba a todos. Ya verás, Angie, ¡va a ser más bonita! Sólo imagínate los nuestros, y no me vengas con rollos de mezclas raras porque, con lo guapos que somos los dos (lo has dicho tú, lo has dicho tú, tú sabes que yo no me lo creo para nada, de mí mismo) seguro que salen preciosos. ¡Y los querremos tanto! Y les veremos crecer, y les enseñaremos a comportarse, y se reirán y nuestra casa sonará tan llena...
Suspiro otra vez y beso el cogote de Allie, aún mirando a Angelina. ¿Cuánto deben de decirle mis ojos? Pienso muchas cosas y la miro intencionadamente al respecto de prácticamente cada una de ellas, pero ¿cuánto le debe llegar? Que estoy contento, que estoy eufórico, que la quiero, eso sí, sin duda. Que me alegro por el feúcho ése que vive en el piso de encima mío y por su mujercita. Que me encanta estar aquí. Pero no que me pienso quedar, ni que la quiero más que nunca, ni que me muero de ganas de abrazarla a ella y, algún día, si ella quiere, si se tercia, si puede ser, que sean nuestros pequeñajos los que notemos dar pataditas, los dos juntos, en nuestra casa, en nuestro paraíso particular. Eso no. Vamos, no creo. Tendría que ser vidente y, en todo caso, me lo comentaría, se reiría, me pararía los pies riñéndome por soñador. No, todo eso no.
Bueno, ya se lo diré. Más tarde.
Alicia alza la cabeza de repente y se gira hacia mi derecha. Viene George, deduzco rápidamente, no puede ser que falle el radar de la señora Weasley. No sé cómo lo hacen para ser tan conscientes de la posición del otro en todo momento. Tienen un control, de lo más inconsciente, casi infalible. Saben qué hace el otro, cuánto tardará, de qué humor estará, y sólo por pura práctica, porque ni lo ensayan ni han hablado jamás al respecto. Sencillamente, lo saben. Algo así como intuyo yo todos y cada uno de los movimientos de Angie en el campo de juego, hacia dónde tirará, qué oportunidad ha visto. Pura práctica. Ver tantas veces las reacciones del otro que acabas por preverlas en tu interior. Y no es cierto que no sepa cómo lo hacen, claro que no. Lo sé perfectamente, porque a mí también me pasa. Es como una percepción superior, como si de repente te fijaras en niveles que antes pasaban desapercibidos. Alguien te importa mucho, mucho, y no intentas tenerle controlado ni coartas para nada sus movimientos, pero sencillamente los sigues. Porque te importa la persona. Porque te mueres de ganas de que vuelva. Porque, sencillamente, se te va toda la atención detrás.
Efectivamente, George venía de camino. Noto como la espalda que estaba relajada contra mi pecho se tensa, como se hincha su pecho, como se estira hacia delante para recibirlo. Miro a Angie, con otra mirada enamorada que no llegará a transmitir que yo me siento exactamente igual que ellos en cuanto la veo a ella, y deshago suavemente mi abrazo, dejando que Allie se incorpore con más o menos facilidad pero sin obstáculos ajenos. George se acerca, nos sonríe, se agacha a nuestro lado y le da un beso en la mejilla, se deja caer en nuestro mismo asiento y nos mira alternativamente con el ceño fruncido, mientras aprieta la mano de Allie, que se ha girado completamente hacia él, de perfil a mí. La conversación, que monopolizaban Oliver y Katie, mientras los otros disfrutábamos cada uno de nuestros pequeños ritos, porque es un rito mirarla y mirarla hasta que temo cansarla, se ha interrumpido casi en el momento en que la cabeza de Alicia ha vaticinado la aparición de mi hermano, y, en el silencio, aprovecho para enterarme de cómo están las cosas.
- ¿Ya has hablado con mamá? – pregunto a George.
Él asiente y palmea suavemente la mano de Alicia, que tiene cogida con la otra.
- ¿He tardado mucho? – se preocupa, con una mueca molesta. – Me ha costado horrores tranquilizarla.
Cierro los ojos afirmativamente, con resignación. Conociéndola, demasiado poco rato ha tardado George en despacharla. Y me pasma que no haya querido venir para asegurarse de que estamos bien, de que el viaje no ha mareado a Allie, de que su nietecita está perfectamente. Mira que si se da cuenta de las alturas. Mira que si a Alicia le vuelve a dar vértigo. Mira que si a Fred (sí, a Fred, lo ha tenido que especificar puntillosamente, debe de pensar que George, con los años, ha ido mejorando, al revés que yo) se le escapa un baúl y os hacéis daño. Mira que si falla la alfombra a medio camino. Es demasiado pequeña, encima; esperad que venga vuestro padre y que os acompañe. Cosa que, he argumentado, sería contraproducente, mamaíta, piensa que entonces seríamos más en la alfombra. Morgana, Morganita, qué mujer. ¡Hasta ha sugerido que, entonces, yo viniera hasta aquí, cargado con todo, apareciendo o en escoba, y que los dejara solos en la estera! ¡Que si era necesario que fuera yo! Que qué ganas de perder el tiempo, Merlín, que ganas de ir por el mundo, con lo bien que se está en casa.
Y la entiendo y la quiero, bastante más, por cierto, me atrevo a decir, desde que no vivimos juntos, y que sé que sólo es preocupación, que quiere mucho a Alicia, que se desvive por todos nosotros, pero, igualmente, a veces pienso que no tiene mesura. No sé qué espera que le pase a la chica aquí. Ni que mi Angie tuviera montado aquí un antro de suciedad, o ni que fuéramos a hacer de Alicia, a estas alturas, una cenicienta. Merlín, con lo cuidadita que ha estado siempre, no sé por qué le ha dado a mamá por preocuparse tanto, por embarazada que esté. Y Allie y George, felices, como si no se dieran cuenta de lo horrorosamente pesada que es, como si no notaran todo lo que se pasa. La tranquilizan con sonrisas y con promesas que luego, y eso es lo peor, cumplen, la dejan participar en todo, la miman y la comprenden, porque, claro, es la primera nieta. Como si eso lo justificara todo y como si, encima, fuera creíble la excusa. Para nada. Me juego lo que sea que con el séptimo nieto estará igual, o peor. Y lo peor es que, nervioso como estoy desde que recibí la penúltima carta de Angie, invitándonos, se me ha reducido la paciencia a la mitad, y acabo por quedar de intransigente, y me duele. ¡Es que hace unas preguntas...! Claro que teníamos que venir, mamá, claro que sí, yo tenía que venir, por supuesto, el primero, ¡no me iban a dejar atrás! Que es Angie, mamá, y que la echo mucho de menos y que, vale, tú puedes haberte resignado a no entender cómo va mi vida, y, la verdad, no te culpo, pero esto es muy importante para mí, mucho, mucho, mucho, mucho. Más de lo que te puedes imaginar. Y yo también me merezco algunos mimos, ¿no?, aunque ni lo esté yo ni haya dejado embarazado a nadie. ¿No?
Suspiro suavemente y le dirijo una mueca comprensiva a George, que me la devuelve con una sonrisa. Casi lo compadezco por haber tenido que informar, claro que hay que reconocer que lo hace él mejor que yo, que sabe cómo convencerla, que tiene más mano. O, vamos, que se esfuerza más porque a mí, para qué nos vamos a engañar, últimamente todo me importa lo justo, ni mucho, ni poco. Y que mamá esté histérica con el embarazo, sinceramente, más bien poco.
En cambio, ciertas mejillas morenitas, que me giro para mirar de reojo, no podrían importarme más. Angelina me mira también, sonríe tímidamente y da un paso minúsculo hacia el banco donde estamos los tres.
- ¿Qué le pasa? – pregunta, mirando alternativamente a mi hermano y a mi cuñada.
Es Allie la que contesta, mientras George me dirige una mirada tanteadora. Pregunta cómo estamos Angie y yo, lo veo clarísimamente en sus ojos, pregunta cuánto hemos avanzado, si hablábamos de nosotros. Le devuelvo la mirada con calma y con una sonrisa contenta pero prudente. Aún nada que no hayas visto antes, campeón.
- Está preocupada por nosotros – explica Alicia, con voz de estar sonriendo, encantada. Si es que no los entiendo. – Cometí el error de decirle que me daba un poco de miedo el embarazo, que me asustaba un poco no saber qué hacer, y se ha propuesto sobreprotegerme.
Sonrío traviesamente antes de abrazar más fuerte a Allie, estirarla hacia mí y mecerla suavemente a un lado y al otro.
- Te podrás quejar – digo, con una fingida mueca de hastío. - ¡Nos tienes a todos pendientes de ti!
Alicia se encoge de hombros, vergonzosa, y me mira de reojo, no sin dificultad, dado mi abrazo, pero Oliver interrumpe las quejas que preveo y que iban por el camino, más o menos, de cómo nos lo agradece pero que no hace falta, que se encuentra estupendamente.
- Sois un caso – nos dice, a los tres, con una mirada divertida que hace que se me entrecierren los ojos de pinchacitos de rabia. – ¿Cómo no nos lo habíais dicho?
La cosa va conmigo, pues. ¿Cómo no se lo había dicho yo a Angie y Angie a él?
- A mí no me mires – me lavo rápidamente las manos. – Ellos me dijeron que no dijera nada, que querían hacerlo en persona.
- Queríamos daros personalmente la noticia – me secunda George. – No es culpa nuestra si sois tan caros de ver.
Eso, eso. Miro a Angie, que está un pasito más cerca mío, y ella frunce el ceño como pidiendo perdón por su falta de tiempo. Sonrío ampliamente, inclino la cabeza quitándole importancia al tema y le mando un beso silencioso que no podría importarme menos a quién moleste. Enrojezco como un colegial cualquiera cuando ella me lo devuelve, tan fuerte que hasta cierra los ojos para mandármelo. ¡Ay, ay, Angie! Te quiero, bombón, ¿lo sabes?
- Me alegro mucho por vosotros – sigue Wood. – No me lo esperaba para nada.
Angie se gira hacia él y asiente.
- Yo tampoco – coincide. – Tenemos que hablar de un montón de cosas, ¿eh?
Alzo las cejas escépticamente. Eso de hablar iba única y exclusivamente hacia Allie y Katie, y lo lleva claro. Ah, no. No, no. Bombón, no vas a tener tiempo de hablar con ellas, porque no me voy a separar de ti ni un momento. No, no. En esta casa hay demasiada gente, así que ni sueñes reencontrarte con todos. ¡Que llevo mucho tiempo sin verte! ¡Tanto! que casi ni me acuerdo de cómo nos encontramos, después del partido contra los Montrose, de cómo de guapa estabas, de cómo cenamos en mi casa ni de cómo acabamos en la cama, contándonos las cosas más ridículas en susurros interrumpidos por carcajadas sin voz. De lo bien que olías. De cómo te brillaban los ojos y de cómo no parábamos los dos de sonreír, tanto que hasta nos dolían la cara. Pero casi, ¿eh? Que eres, bombón, imposible de olvidar.
- Tendremos tiempo – interviene Katie, con una sonrisa encantada. - ¿En serio que nos invitas, Angie?
Todos la miramos y reímos un poco, entre dientes, casi a la vez. Curioso que lo pregunte cuando ya hemos trasladado todas nuestras cosas a su recibidor. Curioso que se sorprenda de que nos invite. Vamos, que es una delicia y que es demasiado perfecto para ser verdad pero que, conociendo a Angie y conociendo la relación que tenemos todos, no es nada raro. La verdad es que, si no nos hubiera invitado Angie a su casa, hubiéramos acabado, como el verano pasado, reuniéndonos cada día en mi casa para charlar, dar una vuelta, ir a cenar fuera. Sólo que este año es mejor porque, aunque esté Wood y Lee esté demasiado ocupado mariposeando por Francia, este año sí, Angie puede perder el tiempo con nosotros, puede tomarse vacaciones en serio, puede hasta permitirse irse a dormir pasadas las diez de la noche. Suprimo un escalofrío emocionado, más que nada por no asustar a Allie, y miro el perfil de Angie mientras doy gracias por este trocito de increíble buena suerte. Un mes con ella. Y con los demás, sí, vale, pero a los demás me los sacaré de encima como pueda, y pienso disfrutar mucho del tiempo con ella. Recuperarnos de toda esta separación. Volver a sentirnos como cuando estábamos en el colegio, que nuestra relación sea como antes, que todo sea bonito y sin prisas y sin tiempo límite y que la despedida tarde semanas en llegar. Que luego me la tomaré mejor, lo prometo. Aunque, bueno, siempre me la tomo muy bien, me concentro en las cosas bonitas, en los ritos, en los detalles, y sigo adelante de lo más bien, siempre en positivo. Pues ahora, más. Ya lo verán todos. Aprovecharé al máximo el tiempo que tengamos, ejercitaré un poco nuestra amistad, que temo que se oxide desde que nos vemos tan poco, y luego me iré con una sonrisa, la llenaré de besos y le desearé muy buena suerte en los partidos, le pediré que eche a Wood de su casa, si es que no se va de motu propio, y, a lo mejor, hasta le confieso algo sobre el asiento seiscientos diecinueve, fila D, junto a la familia McAleer, fanáticos donde los haya pero de lo más divertidos, del estadio de los Puddlemere. A lo mejor. Claro que le quitaría tanta diversión a George si lo confesara, con la de meses y meses que hace que me amenaza con ello, primero con el seiscientos diecinueve, D, y antes con el treinta y siete, tribuna A, que dudo tener la fuerza necesaria para aguar así la fiesta a mi hermano. Tendré que ver cómo va la cosa.
Angie se ha girado hacia Katie y sacude la cabeza como riñéndola.
- Tonta – dice, con una sonrisa en la voz. – Mi casa siempre está abierta para vosotros, y lo sabes. Me encantará teneros aquí, y que sepáis – advierte, mirando amenazadoramente en derredor – que no voy a aceptar que os vayáis antes de tiempo, por nada del mundo.
- Ha dicho – añade Wood, entre dientes, mirándonos a George y a mí con los ojos muy abiertos en una mueca de pavor.
- Cuando se pone, está hecha una leona, ¿eh? – comenta mi hermano, en el mismo tono.
Elegante, rechazo la pulla para mirarla con afecto. Nah, no está hecha una leona. O sí, bueno, a veces sí, un poco sí, no sé, tiene carácter, pero a mí es que me encanta así. De verdad que sí. Tendrá un genio que asusta, como da a entender Oliver, pero sólo lo saca si le haces daño y, si no, es un bomboncito dulce y afectuoso que nunca te cansas de saborear. Sonrío como un idiota y apoyo la mejilla en la cabeza de Allie para observar mejor a mi morenita. No voy a aceptar jamás nada malo de ella, y punto. De ninguna manera. Ni que es una leona ni nada, porque la quiero y la aprecio como es. Y sanseacabó.
- Va – prosigue Wood, casi enseguida, igual por hacer desaparecer del ambiente comentarios que puedan hacer enfadar a Angelina. - ¿A quién le apetece algo de beber?
Alzo la vista hacia él y sacudo la cabeza. No necesito nada, gracias. Kat, por supuesto, tiene que hacerme cambiar de idea instantáneamente con una puntualización que, cómo lo sabe, nos derrite a todos.
- Va, sí – coincide animadamente con Oliver. - ¡Y abrimos la caja de pastelitos Weasley! Hay de crema y de cabello, y de coco, y de esos que llevan azúcar quemada por encima...
Punto débil de todo el grupo. Cómo nos conoce mamá, también. Ha hecho pasteles para todo el mes, para que no viniéramos de vacío, como parte de su preocupación por Allie. Y, sí, ha hecho delicias, sólo de pensarlo se me hace la boca agua. Esta mañana aún olía toda la casa a calabaza y he tenido que robar uno, cuando no me veía, porque, si no, no me hubiera quedado tranquilo. Sí, que los traigan, qué buena idea la de Katie, es que es un sol. A la vez, a tropezones, todos decimos lo que queremos, tráete de chocolate, y de cereza, y doble ración de los de limón, que a Alicia le encantan... Al final, supongo, acaba por decidir que traerá unos cuantos de todos, y punto, porque es imposible que haya conseguido una lista personalizada del galimatías que hemos armado los cinco, comentando, encima, cómo era cada tipo, para deleite de Angelina y de Oliver, que no los conocen tanto como nosotros o que, al menos, no se deben de acordar mucho, y acaban por irse, él y Katie, a preparar un pequeño tentempié.
En cuanto nos quedamos solos, Alicia se separa de mí, se deshace del contacto y, apoyada en un brazo de George, se levanta del banco para sentarse igual que estaba pero entre las rodillas de su marido, que se encoge y ronronea en cuanto la recibe.
- Por fin solos – dice ella, con una sonrisa lobuna. – Siéntate, Angelina, ¡y cuenta, cuenta...!
Angie sonríe dubitativamente, me mira con las cejas alzadas y recorre los pocos pasos que nos separaban aún hasta sentarse en mi regazo. No le quito la vista de encima mientras se acerca, con los movimientos exquisitos y elásticos de siempre, tan alta pero nunca desgarbada, como muy consciente de su propio cuerpo, de sus largos brazos, de sus interminables piernas. Es un pequeño triunfo en sí, el recorrido, es algo que ha dudado y que no sabía cómo hacer que se esfumara, ese metro y poco entre nosotros, algo que tiene más significado en sí que los pasos que representa. Se le ve en los ojos. ¿Fred, me puedo acercar? Has puesto a Allie en medio, está Wood aquí, ¿puedo venir, puedo sentarme, cómo están las cosas entre nosotros? Se hace raro estar entre público, tener quién nos mire, quién nos juzgue, ante quién comportarse. Somos una pareja bastante privada, por lo raro que hay entre nosotros. En público, pocas veces nos ponemos cariñosos, siempre somos sólo amigos, bromistas, abrazados pero no más, un gesto cariñoso, el roce de la mano... pero nada gráfico. Nunca ha habido demostraciones efusivas, ni siquiera cuando el público es completamente ajeno a nosotros. No sé, no nos ha hecho falta. Y no es que no haya deseo sexual entre nosotros pero, bueno, supongo que sabemos repartirlo y administrarlo para cuando toca, para cuando se puede, para cuando hay ocasión. Nunca urgente, nunca violento, nunca tan exigente que se haga evidente a los demás. Siempre en segundo plano porque, bueno, para mí es un segundo plano. Abrazarla, darle besos cariñosos, jugar con las miradas, demostrarle completa atención, no, no es nada secundario, pero todo lo que sea gutural, lo que nieble los sentidos, lo que enajene y reduzca a puro instinto, eso sí que no lo necesito para vivir. No lo niego y lo acepto de buen grado en cuanto nos ponemos a ello, por supuesto, y me encanta, pero no es una necesidad imperiosa. No es lo que echo de menos cuando ella no está allí. Y no me refiero a hacer el amor en sí, no. No me refiero a todo, lo de antes, la charla de después, las risas. Eso sí que es parte de lo necesario, de lo que me duele no tener, de lo que corro a hacer en cuanto estoy con ella. No. Es la parte animal del asunto, lo más bajo, justo antes y durante ese estremecimiento de los sentidos, justo cuando el mundo parpadea. Tampoco después, cuando piensas que es realmente Angelina la que está junto a ti y ves que el mundo es precioso por ese simple detalle. Pero en el segundo de en medio, en lo poquitín que cierras los ojos y la sensación te sobrepasa, ahí ni siquiera importa quién es ella, porque no te da tiempo de pensar en nada más, y, sinceramente, eso es, para mí, infinitamente inferior a todo lo demás, y por eso no intento buscarlo constantemente y no demuestro públicamente todo lo que hay entre nosotros, como muchos adolescentes calenturientos de nuestra querida escuela.
La observo, se me acerca, la cojo por la cintura, con las dos manos, una a cada lado, y la estiro hacia mí hasta que se sienta de perfil, el culo en mi muslo izquierdo, los pies sobre el sillón, junto a las piernas de George. Mi movimiento es tan brusco que pierde el equilibrio unos instantes y noto cómo intenta girar el peso para recuperarlo, separándose de mí con una leve inclinación de torso. Como si yo fuera su escoba, pienso con una sonrisa. Reacción completamente inconsciente, tradición, no más que su propio empleo reflejándose en ella, igual que el mío podría reflejarse en el contenido de mis bolsillos. Como sigo estirando a pesar de que intente contrarrestarme, aunque sea débilmente, no tarda mucho en rendirse y dejarme que la siente como yo quiera, ahora los pies así, la espalda arqueada hacia un lado, así, Angie, bajas un hombro, te cojo de la mano y estamos los dos en el cielo, ¿o no?
- Me encanta teneros aquí – susurra Angelina con una sonrisa tímida y los ojos brillantes, mirando a Alicia. – No puedo creer que volvamos a estar las tres en la misma casa.
La risa de Alicia es fresca y sincera, aunque no sin ironía, y se nos contagia a los tres enseguida.
- ¡Ya! – exclama, copiando a la perfección el tono descarado de Katie. - ¡¡Que te alegras de vernos a nosotras, vaya!!
Mi Angie ríe, esconde la mejilla en el hombro, acercándose más a mí, y arruga luego la nariz.
- ¡Bueno! – protesta débilmente. - ¡También!
George aprovecha para meter baza.
- A mí, por eso, que me zurzan – se queja, altivamente. – Yo soy el que no importa para nada. Ni soy el amante, ni las mejores amigas, ¡sobro!
Froto la mejilla contra el brazo desnudo de Angelina y asiento compungidamente.
- Estás en el mundo porque tiene que haber de todo.
- Y, de algunas cosas – me sigue él, con una mueca ofendida, – doble, ¿no?
Chasqueo suavemente la lengua y pongo los ojos en blanco.
- Eh, eh, no empieces – le advierto. – Ya quedamos en toda una teoría sobre por qué, después de Percy, mamá tuvo que tener gemelos, para contrarrestar tanta mojigatería. No volvamos sobre lo mismo, ¿eh? ¡Es que eres un pesado!
Qué malo soy. Es lo que siempre me dice él, siempre me riñe por volver sobre cómo es posible que Percy sea nuestro hermano, siempre me dice, más o menos, las mismas palabras que yo acabo de decir, pero ahora me adelanto y quedo, delante de Angie, como un pobre gemelo que tiene que aguantar las ñoñerías del otro. ¡Es que es de un pesado, mi flechita...! Deberías de verle, todo el día quejándose, que si Percy esto, que si Percy lo otro, que si a mí no me quiere nadie...
Escondo la nariz en el bíceps de Angie y sacudo la cabeza, frotándome afectuosamente. Es cálido, como todo en ella, su contacto hace que me estremezca, tenerla tan cerca me hace sentir cómodo, como si todo estuviera bien, como si fuera dónde tengo que estar siempre. Es ese sentimiento de perfección, ése, fugaz, trasladador, enajenante, como si, de repente, el mundo entero estuviera dentro de ti, como si te dieras cuenta de repente de que tu vida brilla, como si sintieras cómo se abraza la felicidad. Ése, ése en concreto, el que tengo cuando la abrazo así a ella, cuando la reencuentro, cuando los dos nos rendimos al otro. Ay, Merlín, Angie, ¿qué leches estamos dudando aún? Tú ves que somos parte de lo mismo, que estamos juntos, sea lo mejor o no, tú ves que así es cómo tiene que ser. ¿O no? Porque para mí es evidente, no me creo que no lo veas, no me creo que lo dudes ni por un momento, es que no me lo creo, bombón, ¡nos queremos! Y chafo mi nariz contra tu piel, inspiro suavemente, me rozo, insistente, tímido, encantado, y dejo de picar a mi hermano, porque me da igual, porque no quiero molestarle, porque estoy demasiado bien contigo como para seguir con las pullas. Y te planto un beso fuertote en medio del brazo, tan fuerte que no puedo más, y te acerco más a mí, estrechando el abrazo, y me sorprendes con una caricia en el cogote que no he previsto en absoluto y que hace que, por repetitivo que parezca, cuando hace tan sólo unos instantes era George quien lo hacía, ronronee yo también. Por el ruido, igual, Angie se separa, se estira hacia atrás, espera hasta que abro y alzo los ojos hasta ella y me mira fijamente, con una expresión de afecto, sin sonrisa, por encima de toda otra expresión, sólo cariño, sólo mirarnos, muy serios, trascendentales, y luego sacude la cabeza.
- Tontorrón – musita, sin voz, y veo la punta de su lengua contra los dientes blanquísimos, los labios curvándose, divertidos, y cómo se acerca para besarme, rápidamente, ella manda, claro que sí, siempre manda uno de los dos, alternadamente, en los primeros besos, y el otro se deja, como dando tiempo, como estableciendo las bases. ¿Me dejas? ¿Si sigo, te echas atrás? Ahora yo, ¿te molesta esto?
Cuando nuestros ojos se vuelven a encontrar, pocos instantes después, soy yo quien hablo, en el mismo tono que ella, sólo un poco más bajo, casi sólo marcando las consonantes, sin voz, y la miro con una mueca de aborrecimiento que me sale de lo más falsa, sólo por copiar también el sentido de su apelativo que, podía ir con la intención que fuera, pero era, después de todo, un escarnio.
- Bombón – replico, y luego me giro, altivo, y apoyo la cara en su hombro, mirando a Alicia y a George. Allie ha bajado la vista, con una sonrisa encantada, casi envidiosa, y George, bastante más descarado, me guiña un ojo, con una pena dulce que me hace sonreír. Yo también te quiero, campeón, y yo también me alegro cuando te veo feliz. Porque no es pena, aunque arrugue las cejas como si sí. No lo es. Río suavemente y le saco la lengua juguetonamente. Lo que hay que ver. ¡Te he enternecido, tío!
Como se ha perdido el hilo de la conversación, acabo por reestablecerla, con una palmada afectuosa en el muslo de mi chica, volviendo a lo de la necesidad de gemelos después del apocamiento de nuestro hermano consecutivamente mayor.
- ¿Qué te parece, Angie? – le digo, separándome otra vez para mirarla, ahora cínicamente. – El embarazo la está cambiando, ¿a que sí? ¡Ya ni defiende a Percy en un pulla directa contra él!
Angelina ríe suavemente, me dirige una mirada escéptica, de pensar que la prefecta Allie no ha defendido jamás a Perce, cómo se engaña, y me toma al pie de la letra, inclina la cabeza interesada y observa a Alicia con interés.
- Está guapa – concluye al cabo de poco. – Muy guapa, Liz. Te ha cambiado la cara, no sé, como más redondita... No sé, cariño, estás guapísima, en serio.
Alicia arruga la nariz, quitándole importancia.
- Es la retención de líquidos – explica, con voz profesional. – Siempre cambia un poco la cara.
Asiento, de acuerdo, y miro de reojo a Angelina, insinuando que estoy imaginando cómo le sentará a ella nuestro embarazo. Con la cara más redondita, los ojos brillantes, colorada, con los pies en alto, relajándose en el suelo del comedor, como hace Allie, yoga que le llama, con lo de pérdida de tiempo que le veo yo, mientras nos riñe y pone firmes a George y a mí, por igual, a distancia pero igual de efectiva que si nos estuviera siguiendo a todas partes. Toda redondita, más suave, como desenfocada, me la imagino perfectamente, ¡tan guapa!
Angie lo pilla a la perfección porque se le oscurecen las mejillas y carraspea flojito, casi incómoda. ¡Te me estás volviendo tímida, bombón! Eso va a ser falta de práctica. O que te lo tomas más en serio que una simple broma. Gruño mentalmente, satisfecho. Muy, muy interesante.
- Lo que sea – sigue Angelina, intentando reponerse. – No me lo esperaba nada, Liz. ¿Cómo no me habías dicho que lo planeabais, por lo menos?
Alicia se encoge de hombros y se esconde en George.
- No lo sabía nadie – explica él. – No queríamos darle tanta importancia, no sé... No es para tanto. Quiero decir que – se hincha, encantado – sí, sí que lo es, es lo más bonito que hemos hecho nunca, pero, no sé, no queríamos empezar a darle vueltas antes de tiempo, por si no salía bien, por si tardábamos mucho...
Por si no se quedaba embarazada. Oh, vamos, George.
Angie hace la pregunta lógica siguiente.
- ¿Y, qué? A la primera, ¿no?
Alicia sacude la cabeza, sin nada de pena.
- Casi, pero no – corrige, sin más explicaciones. – Igualmente, no era sólo eso. Lo hablamos y lo decidimos juntos, pero no queríamos meter a toda la familia en ello. Y, un poco... – duda – queríamos que fuera una sorpresa. ¡No sé, Angie, no esperaba tardar tanto contigo, la verdad! ¡Que casi te presentamos a la niña cuando ya ande!
George y yo reímos suavemente. Qué exagerada. Pero, sí, ha sido un poco demasiado largo.
- Lo siento – susurra mi chica, compungida. – No me lo pude montar para el cumpleaños. Lo siento.
- Eh, eh – intervengo rápidamente. – No pasa nada, bombón. No es para tanto. Entienden que estás ocupada. Sólo es que todos nos moríamos de ganas de verte de nuevo. Y, bueno... – apunto al final, señalándolos con un movimiento de cejas - no sólo yo.
- No – coincide Alicia. – Angie, se te echa mucho de menos por casa, ¿sabes? Nos juntamos todos, ¡¡y faltas tanto!! Que lo entendemos, y te apoyamos, no sufras. ¡Si estamos más orgullosos de ti!
George asiente convencidamente, me mira amenazadoramente un segundo, con el carné, cómo no, otra vez en mente, seiscientos diecinueve, bloque D, sí, sí, lo sé, y luego abraza fuerte a Alicia.
- ¡Por favor! – exclama, con los ojos en blanco. - ¡Angelina, si vamos a tener una hija sólo por tener una excusa de verte otra vez!
Mi flechita sonríe, sacude la cabeza y mira a mi hermano con una mueca exageradamente horrorizada. Contagiado, sonrío también, más contento de que le hagan gracia las bromas y se ría y se lo pase bien que no porque me sorprenda un comentario que ya ha dado bastantes vueltas por el ático del Callejón.
- Lo siento – vuelve a disculparse, aún divertida. – Me alegro mucho de que hayáis venido. De que estéis todos aquí – suspira, y me mira con una sonrisa feliz. – Estas vacaciones serán mejores.
Los tres asentimos, convencidos de ello. Claro que sí. ¡Angie, estamos contigo! ¡¿Cómo no van a ser mejores?!
- Gracias por invitarnos – dice Alicia. – Siento estar... – se lamenta, con una mirada indicativa hacia la pequeñaja que acaba la frase por ella. – Bueno, no creo que sea esto lo que tenías en mente, ¿no?
Angie sacude otra vez la cabeza.
- Vienes con sorpresa, Al – accede, con una carcajada suave. - ¿Nada de Quidditch, entonces?
George se pone tieso ante la mención, expectante.
- Ella no – puntualiza, y no necesita acabar la frase para dar a entender, claramente, que los otros, ¡y tanto!, y que ganas no le faltan.
No puedo evitar picarle.
- Como ves – le digo a mi Angie, con una mueca de superioridad – George va falto de ejercicio físico.
Alicia se hace la ofendida rápidamente, abriendo la boca con incredulidad, me pica en el hombro y se gira, muy digna.
- No sé que insinúas – suspira, con un movimiento despectivo de mano.
- Nada – acepto, con los ojos en blanco. – Lo que hay que oír, ¿eh?
George arruga la nariz, asiente y abraza protectoramente a la chica.
- Anda, vida – murmura, tentándola con la nariz en la mejilla para que haga las paces conmigo. – Si sabes que no lo dice en serio. ¡Si sabes que en casa se queja de todo lo contrario!
Río de buena gana. George es el mejor poniendo la puntilla por donde menos te lo esperas. Incluso mientras finge animar a su falsamente afrentada mujercita. En casa me quejo de lo contrario, yo, que nunca he hablado en serio de su vida sexual, por Merlín, con lo discretito que es uno (¡já!), con lo buen chico y las poquitas referencias al sexo que me gusta hacer, por Merlín, por Merlín. Pero, ¿y lo bien que han quedado los dos con ese último remarque? ¡¿Falta de sexo, ellos?! ¡Por las enaguas de Circe!
Allie también se lo traga, se gira y me hace una mueca para hacer las paces.
- Entonces, ¿qué? – dice, enseguida, como si no hubiera pasado nada. - ¿Teníais pensado jugar a Quidditch?
Angelina alza las cejas, sorprendida, y se encoge de hombros.
- ¿Con Ollie en casa? – dice, con incomprensión. - ¡No me dirás que lo dudabas!
Sacudo la cabeza y me alzo para darle un beso en los labios. No lo puedo evitar, es acercarme a ella y me tiembla todo. Me pican los labios. Me escuecen, me hormiguean, hace que hasta quiera que me tente, para que dure más la sensación. Me encanta. Estiro la espalda, ella se encoge y poso los labios sobre los suyos, sólo un momento, sólo fugaz, mientras me doy cuenta de que esto no es normal. Tanto tiempo después de la primera vez, no es normal. En serio que no.
- El chico no está tan mal – la regaño suavemente. – Le gusta el Quidditch, pero no es sólo eso.
Angelina me dirige una mirada escéptica y oigo que George ronca burlonamente a mi lado. Su espinita personal. Qué tontorrón, con la de años que hace de todo aquello. Con la de cosas que han pasado. Pero tampoco él se lo toma en serio, a estas alturas. Que Wood, bastante lo conocemos ya, es como es, pero en serio que no es mal chaval. Un poco obsesivo, se lo toma todo demasiado a pecho, nunca ha sabido relajarse, pero no está mal.
E, insisto, soy yo quien debería de estar celoso.
- Tengo ganas de jugar – confieso. – Hace mucho que no cogemos los bates.
Ahora es Allie la que gruñe.
- Una semana – canta, a media voz. – Última comida Weasley, deberías de haberlos visto, Angie, ¡los seis, hija, los seis!
Cierto, cierto, asiento en silencio. Un partido memorable, sobre todo para lo poco que nos juntamos todos los hermanos. Y porque les salió mal el de las gafas, que, si no, hubiéramos formado el mejor equipo del país, en la mismísima estela de los Wanderers, pero sin carne picada, vaya. Igualmente, me apetece en serio volver a montar, ni que sea sólo por volver a ver volar a Angelina. Por verla sumergirse, esa cosa nueva que hace, que se tumba hacia atrás cuando menos se lo esperan los defensas, con la escoba debajo, y luego la pirueta para estabilizarse. Por verla apartarse el sudor de la frente, con esa mueca molesta, con la cara concentración, con los labios formando una línea fina, de lo que se los muerde, para conseguir más fuerza al tirar. Mi flechita, mi delicia... ¡se pone tan guapa! Nah, nah, ¡es que es guapa! Que no lo digo yo sólo, que tiene un club de fans (y, sí, sí, lo sé, ¡lo sé, el escocés también!), que la sacan en el Weekly, que es una de las jugadoras de Quidditch más atractivas, inscrita dentro de la categoría de exótica.
- Pero con Angelina y con Wood ya no se puede jugar – se queja George con una mueca. – ¡Saben demasiado!
Me encojo de hombros despreocupadamente, frunzo los labios y miro a Angie a través de un mechón de pelo que ella me aparta diligentemente.
- Ya veremos – susurro, concentrado en la cara de mi bomboncito, que me peina hacia atrás con mucho cuidado, concentrado. – No se lo pondremos fácil, eso tenlo por seguro.
Angie sonríe, me mira un instante a los ojos y sigue jugando con mi pelo. Es increíble que hayan podido ni pensar que estaría celoso de ver a Wood aquí. ¿Alguien le ha visto los ojos a Angelina? ¿Alguien se ha fijado en cómo me mira? ¿En cómo nos miramos?
¡¿Merlín, cómo le puede hacer falta a la gente hablar de las cosas, si los actos hablan por sí solos?!
Devoción. Es un concepto curioso, pero es lo que pienso mientras ella sigue con la vista fija en mechón tras mechón, poniéndolos en su sitio, que dudo yo que se haya deshecho el peinado, que no me lo creo, que Allie se ha asegurado de que quedara perfectamente sujeto, y mientras yo no dejo de mirarla a los ojos, fijamente, atrayendo su vista de vez en cuando, robándole sonrisas cómplices cuando su concentración se rompe. En serio, ¿a alguien le hace verdadera falta saber qué piensa su pareja? ¿Es que no se lo ve en los ojos? ¿Es que no sabe sumar dos más dos? Devoción, Merlín, devoción, yo por ella, toda mi atención, todo mi interés, y ella por mí, tanto esmero, tanto afecto, tanta dulzura. Devoción.
Y es tan evidente que hasta Allie y George se dan cuenta, se dicen algo al oído, que me llega sólo como un susurro incomprensible, y él la ayuda a levantarse, con todo el cuidado del mundo, para seguirla después. Sin dejar de mirar a Angie, sin dejar que se rompa el momento, sonrío y les pregunto suavemente que a dónde van.
- Lavabo – se justifica Alicia. – El embarazo y esas cosas.
- Y a retener a Oliver y a Kat – añade rápidamente George. - ¿Tendréis bastante con media hora?
Mi sonrisa se hace más grande, se contagia a Angelina y los dos sacudimos la cabeza a la vez. ¿Bastante? Ni en broma. Creo que ni toda la vida será suficiente.
Pero nos conformaremos, ¿verdad, bombón?
- Todo sea por los pasteles de mamá – suspiro, con la voz ligeramente ahuecada, más ronca, sin pretenderlo.
Angelina asiente, me arregla un último mechón y se gira para despedirse de la parejita.
- Preguntadle a Oliver dónde está el lavabo – indica, mientras se pone aún más cómoda en mi regazo. – Deben de estar en la cocina, la primera puerta a la izquierda.
Los dos asienten y se giran para ir hacia la casa.
- Guardadnos algo – les pido, cuando ya han empezado a andar.
- Oh, deberías de escoger – me reprocha George, sin ni siquiera pararse a mirarme. – O tu bombón, o los pasteles de mamá.
Río suavemente.
- No, cuando puedo tener ambas cosas – me jacto inmediatamente.
George se encoge de hombros, pasa un brazo alrededor de la cintura de Alicia y siguen andando. Vuelvo a centrar la vista en Angie, que sigue girada para mirarlos. Está de perfil, y me paseo por sus pómulos, su nariz, sus labios, su barbilla y su cuello, sólo un momento, esperando que desaparezcan los otros adentro, que nos dejen solos, que volvamos a concentrarnos en nosotros. Y el momento no se ha perdido, no nos hemos distraído, no es irrecuperable. Quizás porque tampoco quiero recuperarlo. George y Alicia acabarán por llegar a la casa y Angie se distraerá de ellos y me mirará y volveremos a hablar, tan sólo a hablar, si yo no necesito más, si es que no me hace falta nada, de verdad que no.
Hace demasiado que no estamos así, solos. Que no podemos hablar. Que no tenemos tiempo. He llegado con Alicia y George, Katie ya estaba aquí, Oliver se ha metido por el medio y sólo nos hemos saludado, un abrazo, una caricia, un beso en el hombro que, lo siento, mi bombita, sé que llegarán muchos más, sé que habrá muchos otros, que no me iré de vacío, sólo con ése y con los otros dos que llevamos, pero será ése el que recuerde, el primero, el más doloroso, el que ha hecho que mi estómago diera un bote, justo como si la pitufa se desdoblara y me diera por tener embarazo solidario. Cosa que, por cierto, haría que mamá se fijara un poquito en mí, para variar, pero bueno, eso va aparte. El caso es que ése me llevaré a casa, de ése me acordaré cuando te duermas, cuando te mire, en la cama, cuando esté otra vez solo, y por Merlín que no quiero pensar en esa parte de lo nuestro ahora, que no quiero estropear nada, que no quiero empezar a darle vueltas a todo cuando tan bien estamos, sólo quiero verte y hablar y saber qué piensas, cómo te sientes, que me hables del equipo y de la casa, que justo me la estás presentando, no la conocía, que me hables de Oliver y de la última escoba que se ha comprado, de Katie y de Allie y de George y de la pequeñaja, que, corazón, será nuestra ahijada, aunque no quieran decírtelo todavía, nuestra ahijada, tuya y mía, pareja en algo, oficialmente metidos en eso juntos, ¿has visto? Nuestra ahijada, un poquito como nuestra hija, la que se vendrá a dormir a casa y nosotros mimaremos, porque para eso están los tíos, y para reñir, los padres. ¿O no? Nuestra ahijada, ya verás qué guapa, ya verás cómo te va a querer, tía Angie, y ya verás cómo pico a George con todo el tema, tú espera y verás. ¡En el fondo, creo que la voy a consentir en serio, sólo por chinchar!
Cosa que también le digo, y también hace que, entre risas, me riña por pendenciero, ponga los ojos en blanco y haga algún comentario afectado, con esa voz atildada que usamos los dos cuando imitamos al hermanito mayor, sí, ése, ése, sobre lo poco que merece él vivir con alguien como yo, qué cruz, qué castigo. Y yo me hago el ofendido porque, sinceramente, no entiendo de qué se queja. Con lo mono que llego a ser.
George y Alicia llegan a la casa y entran, los veo por el rabillo del ojo, aún pendiente del perfil de Angelina, pero parece que no ella no se da por vencida aún, porque sigue mirando en la misma dirección incluso un rato después de que su figura haya desaparecido en la oscuridad del interior. Tengo paciencia, la miro, la observo, me contento con estar sólo allí y dejo que se relaje, que se tome su tiempo, que se sienta cómoda. No voy a ser yo quien fuerce la situación, a estas alturas, con lo bien que estamos. La tengo abrazada, su peso me conforta, su calidez se me contagia y no me importaría ni esperar dos años así. Al revés, al revés, me deleito, me concentro en su cara, en su pelo, la observo, recupero rápidamente el humor que nos envolvía antes de que a mis vecinos se les despertaran las necesidades físicas, la memorizo, me dejo perder en su piel. Qué guapa es. Es que tiene algo, no sé qué es, algo que igual sólo veo yo, que no creo, pero que, ¡bueno, lo acepto!, podría ser que sólo lo viera yo, algo en los ojos, en la cara, en las mejillas suaves, en el tono chocolate de la piel. Es preciosa. La encuentro preciosa. Y quizás eso diga más de mí que de ella, vale, porque la encuentro preciosa, sobre todo, porque estoy demasiado acostumbrado a ella, porque me la sé al dedillo, porque hace tanto que es mi ideal, mi aspiración, mi punto de referencia, que el canon se ha ido desdibujando, la belleza se ha ido redefiniendo, progresivamente, recursiva, y he acabado por encontrar precioso todo lo que me recuerda a ella. Cosa que, si es cierta, no la menosprecia, para nada. Angie es preciosa, tiene un cuerpo increíble, es despampanante, tan alta, tan elegante, tan segura y confiada. Tiene defectos, como todo el mundo, y se los veo, porque la pasión no quita el conocimiento, pero es como si no pudiera verlos como errores. No sé, es como si, por ser parte de ella, se aceptaran como un todo y fueran tan queridos como lo más bonito, ni más, ni menos. O como si no pudiera ni cuestionarme si Angelina es un bombón o no, está en una categoría superior, no puedo verla sólo físicamente, no sé proyectarla sólo en un plano, que la quiero completa y en todas las dimensiones. Y es preciosa, porque es la definición de preciosa, y mi bombón, no porque esté para comérsela sino porque, entre los dos, hemos creado una categoría de bombón en la que sólo cabe ella. Igual que ella me llama, sólo de higos a peras, sólo cuando está especialmente traviesa, batido de de naranja o calabacita. Y dejamos el físico, los piropos puramente animales, para cuando nos ponemos bromistas, para cuando nos sale el descaro, para cuando nos ponemos viscerales, para cuando tenemos ganas de hacer que el otro se ría, con tintes de implicación sexual y nunca sin halago. Qué culo tienes, Angelina. Mmm, deliciosa. Qué hombros, Fred, me encanta cómo te sienta el Quidditch. ¡Y los abdominales, oh, sigues tan en forma como siempre, fortachón...! Y, como nos lo creemos demasiado, ni yo ni ella, respondemos con un piropo mayor, y el siguiente aún más, hasta que traspasamos el límite de la decencia y nuestra exageración hace que se nos escape la risa.
Muevo la cabeza, la inclino hacia arriba para mirarla mejor y, de la nada, una llamarada roja cae sobre mis ojos. Así, al menos, debe de verlo Angelina, porque se gira bruscamente para mirarme, atraída por el movimiento. Sólo era pelo, ¿ves, corazón?, le digo con una mirada silenciosa y una sonrisa. Sólo pelo, rojo, sí, pero es que estás con un Weasley, bombón. Que, hasta esta generación, hemos venido siendo de lo más pelirrojos. Que no es que me importe que la cosa cambie y salgan Weasleys sin pecas, ¡¿eh?! Y mulatos. Tengo que reprimir una sonrisa encantada para que no se dé cuenta de lo que me pasa por la cabeza mientras alzo una mano de su trasero para apartar el mechón, le dirijo un bufido fingidamente cansado para disimular mejor y ella se me adelanta a devolver el pelo a su sitio. Gracias, le digo con una sola mirada, y ella me la devuelve sonriendo.
Sólo que sin demasiada alegría.
Alarmado, la miro con más atención. Por eso los miraba tanto rato, concluyo instantáneamente. Estaba escondiendo algo, estaba aguantándose la falta de entusiasmo, estaba haciendo tiempo para poderse controlar. Porque la estoy viendo, y no está bien, se fuerza a poner cara normal pero tres arrugas paralelas la descubren, en medio de la frente, Angelina no está contenta y estaba haciendo tiempo para que no me diera cuenta. Alzo inmediatamente ambas manos y la tomo por la cintura, estirándola hacia mí, con una expresión que no debería de dejarle dudas sobre si ha funcionado lo de no mirarme o no. Debería de haber sospechado algo. Debería habérmelo olido. No tenía mucho sentido que los siguiera con la vista tanto rato. Me encojo, la miro desde abajo, mi nariz contra la suya, y la abrazo más fuerte con una mano, para compensar la que abandona sus costillas para acariciarle la cara.
- Angelina – susurro, muy flojito. - ¿Qué pasa, mi vida?
Ella alza las cejas como sorprendida, sacude la cabeza y baja la vista a mi barbilla.
- Estoy bien – me asegura. – Te he echado mucho de menos, ¿sabes?
Asiento, dejo la palma de mi mano contra su mandíbula, me acerco y la beso en los labios.
- Yo también – confieso, a media voz. – Pero, bombón, no estás bien. No me engañes – la riño afectuosamente. – Dime, ¿qué pasa?
Sacude otra vez la cabeza y luego inclina un hombro, sin llegarse a separar de mí.
- Estoy bien – repite, me mira fijamente a los ojos y sonríe, lentamente, una sonrisa que va creciendo, primero triste y luego sencillamente brillante, avanza hacia mí y me besa también, todo seguido, sin darme tiempo al escalofrío que me provoca su sonrisa, inesperada, las arrugas desaparecidas, completamente concentrada en mí, como si fuera yo quien la causo. Me besa el labio inferior, lo muerde suavemente, me acaricia de nuevo el cogote, mi parte más débil, lo tengo que confesar. No me creo que no pasara nada, tengo que insistir, tengo que seguir preguntando hasta que borre lo que la pueda hacer infeliz, pero ella me da besos eléctricos, sus labios se cierran sobre los míos, sus manos me acercan tan fuerte a ella que no puedo dudar de que ahora está bien. De que los dos estamos bien. De que nunca hemos estado mejor. Se me hincha el pecho de alegría, de optimismo, de pura delicia, y mi mano, sobre su mejilla, se mueve hasta su cuello y la atraigo hasta mí para devolverle, sin paciencia alguna, el beso, fuerte, descontrolado, muerto de sed. La oigo reír suavemente ante mi desesperación, menea la cabeza y se pone a mi nivel, justo igual de necesitada, justo igual de enamorada.
- No me pasaba nada – me confiesa, en cuanto nos separamos, mirándome intensamente a los ojos, frente contra frente. – Nada de nada.
Otro beso, más corto, más rápido, y la miro suplicantemente.
- No me lo creo, bombita – objeto. – Hacías cara de pena.
Ella se encoge de hombros, empieza a decir que no pero cambia de opinión antes de empezar a justificarse.
- No era por ti – acaba por explicarme.
Alzo las cejas escépticamente.
- Mentirosa – la pico, con una mueca tan creída que no pueda dudar de que era broma. – Todo lo que pasa en el mundo es por mí.
Ríe suavemente, me da otro beso más y se deshace de mi abrazo para darse la vuelta. La dejo hacer, sorprendido por ver qué se mueve y sin entender qué pretende, y la ayudo a levantarse cuando hace ademán de ir a hacerlo. Sin llegar a soltarme las manos, que lleva hasta cada lado de su cintura, se da la vuelta, me mira con una ceja alzada y la otra bajada y pone una rodilla junto a mi cadera. Y luego la otra. Y se me escapa una sonrisa enorme cuando se vuelve a sentar en mi regazo, sólo que ahora a horcajadas, montándome, completamente girada, haciendo de lo más cómodo tanto abrazarla como besarla toda. ¡Angie! Sonrío exageradamente, como un niño ante un caramelo, y la estiro hacia mí, hasta que cruzo los brazos en su espalda y noto que se sienta en mis rodillas, casi todo el peso en el culo, para no cansarse ni que se haga daño en las rodillas.
- ¡Guapo! – me dice, con una mirada encantada. - ¡Mira que eres guapo, ¿eh?!
Sacudo la cabeza, hago como que me pongo tímido y le planto una descarada mano en la nalga izquierda, nada suavemente. Como quien no quiere la cosa, ¿eh?
- Tú más – le aseguro, le doy un beso en los labios, rápido, con la boca cerrada, y froto la nariz contra su pómulo. – Entonces, - cambio de tema, volviéndome a poner serio - ¿qué te distraía de mi inestimable compañía?
- Nada – asegura, chasqueando la lengua. – Absolutamente nada, nunca.
Lo dice con vehemencia, completamente convencida, pero tengo que dirigirle una última mirada escéptica. No me lo creo, chica. ¿Inténtalo de nuevo, a ver?
- Tu hermano – acaba por admitir. – No me distraía de ti – se justifica, y yo le respondo poniendo los ojos en blanco, quitándole importancia a lo que sólo ha sido una manera de decirlo, sé perfectamente que no la distraía y, aunque sí que la estuviera distrayendo, no soy tan egocéntrico como para considerarme objeto de su atención en exclusiva. – Sólo es que, bueno, son tan monos...
- Que dan asco – acabo por ella, usando la voz Percy.
- ¡No...! – se queja rápidamente ella, con una suave risa. – Al contrario. Estaba pensando que eso de marcharse y dejarnos solos, y entretener a Wood y Katie ha sido precioso. Ha sido un detalle muy bonito.
Asiento e inclino la cabeza hasta que mi frente encuentra el puente de su nariz.
- George y Alicia son... – comienzo, y me interrumpo, sin encontrar palabras para describir mi relación con ellos. – Te parecerá ridículo, pero este reencuentro nuestro es casi tan importante para ellos como para nosotros. Prácticamente vivo con ellos y, bueno, Angie, se preocupan por nosotros. Mucho.
Angelina asiente y me besa en las pecas de la nariz.
- Lo sé – susurra, melosa. – Y no creo merecer que me mimen tanto.
Sonrío inmediatamente y me separo de ella para dirigirle una mirada incrédula.
- Te mereces más, trocito de barro – le aseguro, con completa confianza en mí mismo. – Muchísimo más, y tengo un mes para demostrarte cuánto, o sea que ¡prepárate!
Asiente, alza creídamente una ceja y se remueve sobre mis piernas, acercando más el trasero a mis muslos.
- Me refiero a ellos – insiste. – No sabes lo que significa para mí lo que han hecho, algo tan pequeño como irse, Fred, en serio.
- Claro que lo sé – le aseguro. – Sé lo que quieres decir. Y sé – puntualizo, poniéndole un dedo acusador en la barbilla – que te sientes culpable porque ellos se han portado tan bien hoy, cuando tú hace tanto que no los veías que ni sabías lo de Lulú.
Angelina ríe suavemente por el apelativo pero, a la vez, baja la vista, avergonzada.
- Pero es cierto – se queja. – Les tengo muy descuidados.
- Pues cambia – corto rápidamente. – Aprovecha el poco tiempo que tienes, Angie, preciosa, disfruta de este mes, hagamos como si no nos hubiéramos separado nunca, como si nada, y no te sientas mal por haberlos dejado de lado que, uno: no lo has hecho, y dos: a ellos tampoco les importaría, porque te quieren y entienden perfectamente que el día no dé para más.
Medita un momento antes de asentir y sonreírme, agradecida.
- Eso no quita que me sienta culpable de vez en cuando – me advierte.
- Bueno – concedo. – Pero sí que no dejes que la culpabilidad te amargue el momento, porque no te lo perdonarías nunca.
Vuelve a pensárselo un momento antes de sonreír de oreja a oreja y darme un beso feliz y enorme en los labios.
- Te quiero, Fred – susurra, mientras se acerca para abrazarme, escondiéndome en su hombro. – No sabes cómo te he echado de menos.
- Que no – replico rápidamente, mientras cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación de estarla abrazando así. – Te lo crees tú eso.
Angelina ríe suavemente y su garganta se mueve junto a mi nariz. Todo vuelve a estar bien. Estamos juntos, estamos perfectamente los dos, y el tiempo, como de costumbre, se para a nuestro alrededor.
- Te lo digo en serio – dice Angie, soñadoramente. – No sabes cómo te he necesitado.
- Yo también te lo digo en serio – repito. – Lo sé perfectamente.
Chasquea la lengua y me separa de su cuerpo para encogerse y unir nuestras caras.
- No – insiste. - ¿Sabes la de vueltas que le doy yo a todo, cuando tú siempre tienes la respuesta para todo, así, como si nada, ¡te sale de natural!?
Asiento suavemente y empiezo con los arrumacos mientras hablamos. Si es que me encantan, un beso por aquí, una caricia por allí, y los susurros que salen solos, llenos de cariño y de cosas bonitas.
- ¿A qué le dabas vueltas, bombón? – le pregunto, intentando borrar todo lo que pueda molestarla jamás.
- A todo – suspira, hastiada, mientras me besa. – Absolutamente a todo.
A nosotros, concluyo, con un pinchazo minúsculo en algún sitio recóndito de por ahí dentro. A si estábamos bien, a si estaba bien el simple hecho de seguir, a si no era una locura, a si no me estabas haciendo daño, si te conoceré yo, flechita mía. A si invitarme, a si no sería mejor dejar pasar más tiempo, a si esta dependencia mía era sana. Sonrío, sin llegar a esconder del todo que me duele que pueda dudar de algo tan bonito como nosotros, y la beso con una mueca enfadada.
- Tontorrona – la regaño. – A las cosas no hay que darles vueltas, que te marean.
Asiente débilmente y me abraza más fuerte. Un poco, tengo que confesarlo, me pasa por la mente el papel de Wood en su casa, lo que significa, a lo que le puede haber dado vueltas, sin tenerme positivamente en mente, sin pensar en mí más que como molestia, como algo de que desprenderse, con Wood de nuevo allí. Y un poco, concedo, me muerden los celos, el miedo a perder, las ganas de atar fuerte, para no dudar ya más, para poner palabras que pesen más que nuestros sentimientos, para cortar libertades y exigir lo que sólo se puede ofrecer. No quiero perderla y no quiero ni pensar que sea eso lo que Wood hace aquí, darle fuerzas, obligarla a dejarme por él, no lo quiero ni considerar, y tampoco tendría sentido. Mi confianza sólo tiembla un instante, un parpadeo minúsculo, menos de cuarenta milisegundos, un segundo entre veinticinco, que es, según los estudios muggles en los que nos estamos basando para el último invento, el tiempo mínimo necesario para que lo capte conscientemente el ojo. Nada, un tembleque sin importancia, un parpadeo imperceptible, una minucia. No puedo creerme en serio lo de Wood. No puedo dudar en serio de lo nuestro.
Y, a la vez, en sólo ese instante, me siento con ganas de gritarle que la necesito tanto, tan fuerte, que se quede el resto de mi vida conmigo, de pura compasión. Me muerdo el labio inferior, la abrazo más fuerte, hago como que sonrío y me escondo en ella, temiendo soltarlo ahora. Yo no soy así. Yo no dudo de Angelina. Me quiere, se le ve en los ojos, no necesito nada más, no necesito que me prometa fidelidad ni nada de eso. Lo veo en cómo me mira, en cómo somos cuando estamos juntos, en el brillo de sus ojos. Con el corazón en la mano, de verdad, no estoy celoso de Wood. Sólo ha sido un pensamiento fugaz que me ha pasado por la mente, porque sé que ella sí que le da vueltas a dejarme otra vez, porque sé que ella sí que duda y sí que sigue pensando que estaríamos mejor como lo dejamos, sin vernos más, sin darle más importancia a lo nuestro. Sólo ha sido, no sé, dejar salir un instante mis peores pesadillas. Pero no estoy celoso de Wood. Es su compañero de equipo, es su amigo, pasa más rato con ella, a diario, del que yo paso en el día que nos vemos. Bueno. Me duele no estar con Angelina, pero no que ella esté con él o con quién sea. Debe de ser a él a quien acude cuando está hecha un lío, pero no me duele más que no estar más cerca para ayudar.
Y sólo necesito notarla, ser consciente de su abrazo, de que está allí, conmigo, de que me prefiere a todos los demás, de que tengo la inmensa suerte de haber compartido los últimos años con ella, sea cómo y cuánto fuere, para que el fantasma de Wood se desvanezca por completo. He llegado y él estaba aquí, y yo no lo sabía, nadie lo sabía, y ha sido casi violento. Todos se han quedado mirándome, temiéndose lo peor, temiendo verme dolido, dejado de lado, herido, qué sé yo. Celoso. George se ha vuelto cauto, todo un espectáculo, Alicia ha saludado a Angelina con pies de plomo y Katie se ha quedado callada, cosa que, para ser Kat, tampoco es convencional. Pero yo he sonreído, he saludado a Oliver con un abrazo, sólo primero él porque estaba más cerca, la verdad, y luego me lanzado a los brazos de Angie y me ha dado ese beso en el hombro que aún noto. ¿Celoso, yo? No tendría sentido. Después de tantos años con Angie, no tendría sentido. Y ahora sólo ha temblado mi burbuja porque me he planteado lo imposible: no ya que ella y Oliver estuvieran juntos, sino que ella fuera completamente diferente a como la imagino yo, que no me quisiera, que no le importara nada. Es eso lo que me duele, sí, sí, me revuelco un segundo en la sensación, más tranquilo de haberle encontrado nombre, y me acurruco contra su pecho. No la quiero perder. No quiero pensar jamás que me he estado engañando y que todo lo que he hecho durante tanto tiempo no ha servido para nada, no la hecho feliz, no la ha ayudado nunca. Que igual lo estoy racionalizando y resulta que soy celoso, mira tú, verde de envidia a estas alturas, pero lo contrario parece tan lógico, tan perfecto, tan cómodo, que me resisto a pensar que sean celos. Sobre todo cuando no hay animosidad alguna contra Wood, ni me molesta que esté aquí, ni en el equipo, ni en ninguna parte. Debe de hacer los días de Angelina más cortos y, si se parecen a los míos, es un logro digno de todo mérito, que yo le agradezco profundamente. Que ella sea más feliz, claro que sí. De verdad que no me importa más. No pecaré de iluso diciendo rotundamente que sí, que luego las cosas se complican y hay que ver qué tal van, en el fondo, pero creo que, si Angie me lo pidiera, hasta a Wood aceptaría en nuestras vidas, al nivel que fuera.
Eso no quiere decir que no le vaya a reprochar lo de tenerle aquí para ponerme los dientes largos, claro que no. Sólo que, antes de llegar a hacerlo, pienso un momento en lo que le he dicho, en lo de aprovechar los momentos, en lo de no dejar que la culpabilidad se los amargue, y en su reacción, y me doy cuenta de que, igual, no era por Alicia y George. Ya está, pienso que no era por ellos, que era por mí, que va a aprovechar el tiempo que pasemos juntos sin amargarse por lo que vino antes o por lo que vendrá después, imagino que lo que la preocupaba no era no saber cómo decirme que no, enmarcado en un comportamiento totalmente desconocido para mí, sino dudar sobre lo que hacíamos, sobre cuánto dolía, sobre cuándo volver a vernos, sobre lo poco que acaba por dar de sí el tiempo, y el alma se me calienta como si me hubieran encendido un braserito, en pleno verano y todo. Y vengo yo, y le digo que disfrute del momento, y ella dice que me necesita, que necesita que tenga siempre las respuestas, que me echa de menos y que me quiere.
¡¡A pastar con Wood!! ¡Wood no existe! ¡Es un moniato! ¡¿Yo, celoso?! ¡No lo estaba, sólo eran nervios, inseguridad, miedo a perderla! El vértigo de querer tirarme en picado al precipicio que llevo tanto evitando, no porque no quiera llegar al fondo, cuando hace años que no quiero otra cosa, sino sólo porque no es lanzándome de cabeza, por muy buenos resultados que dé, como quiero llegar allí. No, de ninguna manera: poco a poco, conociéndonos, compartiendo, sin que haga falta hablar para entendernos, y que las palabras sean sólo un añadido.
Anda, ya está, vuelvo a ser el Fred de siempre, que no es que tenga crisis, que las tiene, muy de vez en cuando, pero alguna cae, pero que se sobrepone de ellas con un estilo y una rapidez que es que da gusto de verle. ¡¿O no?! Pues eso.
De la pura alegría, pellizco el culo de Angie, otro de mis puntos débiles, sólo que éste en cuerpo ajeno. Ella se separa, me mira con una expresión pícara y me peina hacia atrás, aunque juraría que estoy perfectamente peinado incluso antes de que me empiece a tocar. Cosa que hace que me anote el segundo punto, compartido, va, sí, este también, con George y con Alicia, que, a parte de unos soles, no están nada mal como banco de pruebas, uno, y como esteticista, la otra. ¿A que estoy guapo, trocito de coca de oca?
Parece entender mi mirada, porque ríe suavemente y me pasa los dedos por entre el cabello. Me estremezco cuando rebasa la coronilla.
- En serio que te he echado mucho de menos – susurra, recuperando la conversación. – Dejas un vacío enorme cuando no estás.
Asiento suavemente y me adelanto hasta besarla en la mejilla.
- El sentimiento es mutuo, Angelina – le aseguro, con los ojos cerrados, para concentrarme más en ella. – Cuesta mucho vivir sin ti, flechita.
Arquea la espalda hacia mí y asiente fervorosamente.
- Este año será mejor – me promete, y abro los ojos para ver la sonrisa de su voz brillar también en los ojos. – Nos lo montaremos mejor, no tengo bastante con sólo un partido cada tres meses.
Es curioso, casi nunca hablamos de los partidos ni de cuando me volverá a evitar. Y sé perfectamente que es mi culpa, porque soy yo el que evita el tema, al que no le gusta pensar en ello, nunca, esté ella delante o no, y soy yo el que evita el Quidditch, en general, tanto como puede, no sea que se empiece a cuestionar cosas que no son, o que yo recuerde las que sí que son y estropee el ambiente.
- Yo tampoco – coincido. – Pero no te preocupes. Encontraremos la manera – le prometo. – Siempre la encontramos.
Ella asiente, completamente de acuerdo, y me vuelve a peinar hacia atrás, mientras me observa detenidamente, primero más bien curiosa, mirándome, viendo cómo me queda el peinado, y luego, poco a poco, cada vez más, con hambre. Me bota el estómago en cuanto noto el cambio de expresión y, casi antes de llegar a procesarlo, estoy empujándola hacia mí.
- Bombón – ronroneo suavemente, acudiendo a mi descaro habitual. - ¿Te he dicho ya que cada vez que nos vemos estás más guapa?
Sacude la cabeza, cruza las manos en mi cuello y sonríe seductoramente, como si yo necesitara algún motivo más para ir al grano: nosotros.
- ¿Sabes que estás muy atractivo con este peinado? – susurra como respuesta mientras sus yemas aparecen, a traición, en mi cuello y recorren hacia arriba la nuca. Tirito, bajo el sol cegador. Punto débil, Angie, punto débil. Pero qué lista eres.
- Tú también – confieso, con voz inestable.
- No me he hecho nada especial – objeta, se agacha y su otra mano baja por mi hombro hasta las primeras costillas.
Pienso en responderle que me da igual, que ella está siempre preciosa, que me encanta, que no hay quien se resista a ella, que lo de menos es lo que se haga en el pelo, que me encanta corto, casi más que cuando lo llevaba largo, que la adoro, que es increíble. Pero ella se agacha un poco más, avanza, retrocede, me tienta y, claro, ni encuentro mi voz. Me besa, me toca y puede conmigo. Es que me rindo completamente. Tengo un montón de cosas por decirle, sé que teníamos un montón de cosas de qué hablar, en cuanto nos quedáramos solos, sé que los dos tenemos un montón de cosas por contar, de comentarios banales, de susurros repetitivos y azucarados por decir y decir y decir, que llevamos mucho tiempo acumulándonos, que llevamos mucho sin podérselos soltar al otro, y es que el otro, encima, los inspira muy mucho, pero me besa y me deja sin palabras y sólo pienso en lo increíble que es que esté aquí de nuevo, que tengamos tiempo por delante, que sepamos que no se acaba enseguida, que quiera estar aún conmigo y que podamos compartir tanto. ¿Cómo puedo tener tanta suerte? Porque de verdad que me siento afortunado. Igual por eso no soy celoso. Igual por eso no me planteo poder perderla: porque sé que, en el fondo, lo que he tenido hasta ahora ya es mucho más de lo que mereceré jamás. Porque lo valoro tanto que, bueno, el momento es mucho más importante que todo el futuro que pueda venir. Y sé que teníamos que hablar, que teníamos que aprovechar y sacar algo en claro de nosotros dos, pedirle que me deje compartir un poquito más, prometerle estar más cerca para cuando le dé vueltas a algo, susurrarle que quiero perder todo mi tiempo con ella, que la conozco y eso de que yo pierdo el tiempo cuando vengo a verla es una espinita que tiene clavada, jurarle que no lo pierdo, que es el único tiempo que valoro, decirle lo de ser padrinos juntos, decirle lo de que no me pienso ir de esta casa en mi vida, decirle que ella da sentido a todo, sólo diciéndome que estoy guapo, sólo besándome por encima de la ropa, sólo abrazándome y mirándome como me mira.
Pero Angie, mi Angie, mi flechita, está apuntando directamente a donde le interesa, tiene ganas de jugar, llevamos demasiado tiempo separados y, bueno, yo no soy quién para negarme, no tengo fuerzas. Ni ganas. No será mucho, sólo tenemos lo que quede de la media hora, no serán más que besos y abrazos y caricias, que nos conozco muy bien y no somos nada de espectáculos al aire libre pero, aun así, aun sabiendo lo que será y lo que no, aun con un mínimo control, que lo tengo, me dejo llevar por completo y me entrego a los besos y a las caricias. Hablar, ya hablaremos. Pasar todo un mes juntos, también. Recuperar el tiempo, solos y acompañados, durante ese mes. Todo llegará. Pero ahora está ella, y estoy yo, y por Merlín que no hay nada más en el mundo y que sólo quiero recordar cómo es su piel, cómo son sus labios, cómo era estar tan juntos, abrazados tan fuerte, que notas el cuerpo del otro contra el tuyo, casi propio, casi unido. No me sé resistir. No sé esperar a más tarde. Me encanta besarla. Me encanta tenerla tan cerca. Me encanta ver que me mira con tantas ganas, con tanto cariño, reflejando la historia de tanta morriña. No me sé resistir. Ella, tampoco. Qué le vamos a hacer.
Si es que somos un par de bombones, pienso mientras su lengua dibuja mi labio inferior. Qué le vamos a hacer.
