Excursión a "the Quibbler"

por: Alvaro Sanchez

I: Regreso a Grimmauld Place

Harry esperaba impaciente que el tiempo pase mientras se sentía

encerrado en el número cuatro de Privet Drive. Duddley le hacía

compañía a veces.

No era que Harry o Duddley quisieran estar juntos, pero, por

petición de los Aurores, la familia Dursley se veía obligada a hacerle

compañía, y Duddley era el que más tiempo tenía. Además, un sentimiento

que compartían los había unido más de lo que nunca pensaron.

Aquel cálido atardecer en Little Whinging había quedado bien

marcado en la memoria de Duddley, y nada se lo iba a borrar. Odiaba a

Harry, odiaba haber estado junto a él cuando esas abominables criaturas

vinieron por su cabeza y odiaba haber saboreado de manera tan amarga el

mundo al que Harry corría desesperado cada vez que Agosto terminaba.

Sin embargo, aquella tarde hace un año por fín entendió lo que

era tener el dolor más grande que uno haya sentido martillándole en la

frente.

Conversaban de temas nimios y constantemente explotaban las

discusiones, pero se aplacaban inmediatamente porque, a diferencia de

antes, ambos eran reprendidos.

Pasaron un par de semanas, y Harry se inquietaba día y noche

pensando en el destino del mundo mágico, y las previsiones que el

Ministerio y todos los magos estaban tomando después del retorno del

Señor Oscuro.

El diario mágico, El Profeta, al que Harry se había suscrito,

le traía conmocionantes noticias sobre avistamientos de

Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, aterradoras noticias de desapariciones de

magos, y vientos de cambio atravesando tempestuosamente todo el mundo

mágico. Los gigantes, en su mayoría, se habían unido a las huestes del

Señor Oscuro, y los dementores eran conocidos y temidos aliados de éste

desde hace unos meses. Sin embargo todas estas noticias habían llegado

a serle rutinarias.

Las cartas de sus amigos eran alegres y de tono jovial y, si él

no lo hubiera sabido, se habría convencido que nada malo pasaba. Aunque

a veces las cartas adquirían tonos oscuros cuando volteaba el

pergamino, empezando a relatar de manera angustiante las bajas de la

Orden.

La Orden del Fénix, el grupo primeramente secreto que combatía

a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, trabajaba a marchas forzadas y

escasamente descansaba de las terribles sorpresas, y Ron, Ginny, y, a

veces, Hermione le relataban detalles generales de los acontecimientos,

pues temían que las cartas fueran interceptadas por algun Mortífago.

Hermione no estaba en los Cuarteles de la Orden, por lo que a veces

era Harry el que la tenía que informar.

Sin embargo ahora Harry también se había suscrito a una revista

de variedades, que hasta hace un tiempo no era muy difundida, que en un

principio había sido el único medio que publicó la historia de Harry

acerca del levantamiento de Voldemort: The Quibbler.

A Harry a veces la revista le parecía descabellada, pero le

guardaba gratitud por haberle escuchado cuando nadie más lo hacía, y

además era amigo de la hija del director de la revista; la joven

estudiante, y compañera de Harry, Looney Lovegood.

Casi cumpliéndose tres semanas de desesperante estancia en la

casa de los Dursley recibió por fin una ruidosa llamada de Ron.

- ¡Quiero hablar con Harry! -gritó Ron, mientras, la tía de Harry,

Petunia Dursley alejaba aterrorizada el auricular.

- ¡No grite! -gritó ella a su vez, y le lanzó el auricular a Harry al

tiempo que él llegaba al lado de su tía.

- Hey, Ron, no hace falta que grites -dijo Harry bajando la voz tanto

como pudo-, te escucho.

- Harry, vamos a recogerte mañana de la casa de tus tíos -le informó

Ron con visible alegría.

- Perfecto, voy a decirle a tía Petunia- dijo Harry.

Un par de minutos pasaron, y Harry regresó al auricular

gesticulando como si Ron pudiera verlo.

- Muy bien, vengan con ropas muggles -empezó Harry.

- ¡Mañana mismo! -le interrumpió Ron alegre.

- Si, a las diez de la mañana, ¿está bien?

- Allí estaremos -se despidió Ron.

Harry alistó sus cosas desesperado por la tarde, y se ocupó de

empaquetar perfectamente su escoba, pues los vecinos de los Dursley

habían estado más curiosos que de costumbre. Escondió la jaula de

Hedwig debajo de la capa invisible, y envió a la inquieta lechuza

directamente al número doce de Grimmauld Place.

Harry casi no durmió de la emoción, pues tenía verdaderas ganas

de ver a sus amigos, pero, después de varias horas de revolcarse

inquieto en su cama, por fín quedó plácidamente dormido.

A la mañana siguiente Vernon, el tío de Harry, salió temprano,

pues no deseaba ver a los magos.

Y a las diez de la mañana llegaron a la puerta del número 4 de

Privet Drive: Ron, Alastor Moody, Ninphadora Tonks, y los gemelos,

hermanos de Ron, George y Fred.

- ¡Ron! -saludó Harry emocionado.

- ¿Como has estado, Harry? -le preguntó Ron sonriente.

- Bien, los Dursley han sido amables conmigo todo el verano, y no tengo

quejas -Harry no mentía del todo.

- Harry, me alegro que la hayas pasado mejor -dijo sonriente George.

- Si, veo que estos muggles se han portado mejor contigo- dijo Tonks,

que en esta ocasión llevaba el pelo rubio platinado, una sonrisa

sarcástica, unos ojos de desprecio y una elegante nariz afilada, aunque

de pronto le desagradó a Harry, pues se parecía bastante a la de su

peor enemigo, Draco Malfoy, el hijo de un despreciable Mortífago que

casi lo asesina un mes antes.

- Bueno, ¿vamos? -dijo Ron.

- Si, el tiempo que planeamos casi se vence- dijo Moody, revisando un

reloj dentro de su gabardina. En esta ocasión el sombrero que llevaba

Moody para ocultar su ojo mágico era más elegante, e iba más con el

resto de su indumentaria.

Tonks, Fred y George ayudaron a Harry con su equipaje, y en

unos minutos llegaron a un estrecho callejón, en el que el Autobús

Noctámbulo apareció angostándose alarmantemente.

- Bienvenid... -recibió el conductor- ah, son ustedes.

- A Londres, Grimmauld Place- dijo serenamente Moody, enfriando de

pronto la mirada.

Mientras el autobús se movía violentamente y alternativamente

avanzaba por calles, carreteras, autopistas y, a veces, entre casas y

atravesando parques, Ron y Harry apenas pudieron hablar.

- George y Fred han dejado un poco de lado su negocio ¿sabes? -dijo Ron

preocupado- Sé que no se sienten a gusto dejando de lado su tienda,

pero ahora se los necesita constantemente en los Cuarteles de la

Orden -Ron les dirigió una mirada, mientras bajaba la voz.

- Los noto algo irritables a veces -acotó Tonks, mientras sacaba un

espejo de una elegante cartera, en la que Harry recién había reparado-,

pero hacen todo esto sin quejarse, pues saben que sus padres los

necesitan ahora, y no quieren estar riendo y vendiendo sin enterarse de

nada...

Harry recordó lo difícil que había sido para casi toda la

familia Weasley el ataque que sufrió el señor Arthur, padre de los

gemelos y Ron, el año pasado.

- Hoy los veo de buen humor -comentó un poco extrañado Harry.

- Se alegran de verte, y se alegran de haber venido a recogerte -dijo

Moody-, a veces supongo que se sentían encerrados...

Moody calló, pero Harry sintió de pronto un sobresalto: se

dirigían a la casa de Sirius, y sería la primera vez que la iba a

visitar desde que Sirius se fue.

Una media hora pasó aproximadamente, y todos se mostraron algo

nerviosos y callados. Finalmente llegaron a Grimmauld Place

La vieja y descuidada casa de los Black apareció delante de sus

ojos, abriéndose espacio entre la casa número once y la número trece.

- Adelante, Harry -dijo Tonks.

Harry de pronto sintió ganas de ver al despreciable traidor que

envió a Harry a una trampa: tenía que ver a Kreacher.

- Kreacher se fue -dijo Ron, como respondiendo al pensamiento de Harry-

olvidé decírtelo.

- ¿Como? ¿Qué? -dijo Harry sorprendido- ¿Cuando?

- Recuerda que, luego de Sirius -Ron se detuvo un instante, observando

lo que la mención de Sirius provocaba en Harry, pero, al verlo

tranquilo, continuó- la madre de Draco es el pariente Black más

cercano, y se fue allí.

- Bueno, no veremos la cara de ese miserable traidor por aquí de nuevo

-dijo irritado Harry. Odiaba la idea de dejar impune a Kreacher.

La casa Black no mostraba ser diferente desde la última vez que

Harry la visitó, aunque se notaba que la habían intentado limpiar, el

desorden continuaba, y la apariencia de lugar abandonado persistía, más

por la presencia de esos viejos y descuidados cuadros.

- Ah, Harry, después de acomodar tus cosas, debemos hablar un momento

-dijo sorpresivamente Arthur Wealey, apareciendo con un "Krack" delante

de Harry.

A Harry le sorprendió el recibimiento de la familia Weasley,

que se encontraban convocados como Harry no los había visto en años. A

excepción de Percy, todos se encontraban en la casa.

Percy reconoció haberse equivocado respecto a Harry y a sus

padres, pero todavía no se disculpaba, pues él consideraba haber hecho

lo más sensato en ese momento. La señora Weasley intentaba reunirlo con

su padre, pero, por lo ocupado que estaba el ministerio por ahora,

ellos no habían podido verse.

Harry llegó al cuarto que compartiría con Ron. Mientras

preguntaba a Ron por Percy se cambió las ropas y descendió de nuevo

para encontrarse con un señor Weasley serio, y con una mesa llena de

aurores.

- Harry -dijo una voz desde el fondo.

- ¡Profesor Dumbledore! -dijo Harry admirado.

- Harry vine a ver como se encontraban las cosas ayer, y me informaron

que ibas a llegar hoy, así que decidí pasar para ver como te

encuentras... ¿has practicado Oclumencia?

Harry de pronto recordó: anoche no se concentró para nada. No

recordaba haber tenido ningún sueño raro en la noche, pero había estado

practicando lo poco que sabía de Oclumencia todas las noches

anteriores.

- Si, aunque anoche lo olvidé -confesó Harry.

- No te preocupes, si te has estado concentrando antes de dormir todas

las otras noches, y con toda la conmoción que envuelve el mundo mágico

estos días, estoy sin duda orgulloso de ti, Harry -dijo sonriendo.

- Harry, mejor vayamos al grano -dijo una voz algo apresurada.

Conelius Fudge, Ministro de Magia, estaba parado en una

esquina, y sonreía agitado mientras revisaba su reloj con el rabillo

del ojo.

- Ah, si -dijo Kingsley, un auror que Harry no había visto cuando entró

al cuarto pero que conocía y respetaba. Sacó un viejo pergamino

enrollado y con el sello de cera del Ministerio de Magia.

- Harry, como podrás suponer -dijo el Ministro, mientras recogía el

pergamino que Kingsley había dejado delante de él sobre la mesa- sería

una conmoción demás para el mundo mágico toda esta avalancha de

información, y es por eso que tenemos planeada para pasado mañana la

noticia de la inocencia de Sirius, y... -dijo, desenvolviendo el

pergamino- Harry, las pertenencias de Sirius, su casa, y la fortuna,

nada despreciable, de la familia Black han pasado... a tus manos

-terminó, extendiendo el pergamino hacia Harry.

Harry se quedó callado, pero dentro de sí sentía una furia

terrible. De pronto, y sin razón, empezó a sentir que quería gritarles

a todos. Había estado tranquilo en la casa de los Dursley, pensando en

Sirius de noche, y consolándose en las numerosas fotos de Sirius que

había juntado. Pero ahora sentía que no valía nada todo esto, que todo

lo que Sirius podía dejarle no valía nada comparado con su compañía, y

su apoyo y comprensión de pronto cobraron terrible importancia desde

que se fue... todo esto hizo un nudo en la garganta de Harry, y sus

ojos se humedecieron visiblemente.

- Mira -dijo el Ministro, con el más amable tono que pudo- toma esto

¿está bien?, yo, ahora que sé de la inocencia de Sirius, reconozco su

valor, y lamento su pérdida. Pero debo retirarme, pues el Ministerio

trabaja contra el reloj también, y debo retirarme.

Diciendo esto Fudge se fue, y nadie tuvo ánimos para continuar

con la reunión con Harry presente, pues obviamente deseaba irse, y

Lupin se ofreció para acompañarle, cuando de una estrecha ventana

apareció una lechuza grande y ligeramente robusta, con un mensaje

dirigido a él.

Harry se empezaba marchar silenciosamente, y de repente Moody

lo alcanzó y le habló en voz baja.

- Harry, no sé si era el momento de decirte, pero... -dudó el viejo

auror un momento- bueno, mañana tenemos cubierto por completo los

movimientos de todos los posibles mortífagos, y, con una pequeña

escolta, permitiremos que la señorita Granger, Ron y tú puedan visitar

algún lugar ¿piensas donde pueden ir?

- Estaba pensando... -Harry susurró meditabundo- tal vez... ¿el

callejón Diagon estaría bien?

- Claro... -respondió pensativo Moody- uhm... allí hay bastantes magos,

pero creo que no habrá mucho problema...

Moody le dio las buenas noches a Harry y se alejó a la cocina

meditabundo.

Harry llegó a su cuarto y se puso ropa de dormir pensando en

que ahora era dueño de este lugar... y de Buckbeak ¡Buckbeak!

Saliendo precipitadamente del cuarto, Harry fue a visitar a

Buckbeak, que, como suponía, se encontraba en la azotea.

Buckbeak se veía algo triste, si es que esos ojos podían

reflejar alguna expresión que un humano pueda entender. Estaba delgado

y decaído, y numerosas ratas a medio comer empezaban a oler un poco a

podrido.

- Buckbeak... ¿como estas? -le dijo, mientras se inclinaba en signo de

cortesía, solo por si Buckbeak había olvidado que Harry lo había

salvado tres años atrás.

Pero Buckbeak no lo había olvidado, y en cuanto lo vio se

acercó desesperado y empezó a gemir bajito desplegando las alas

suavemente. Luego de envolver a Harry con las alas, se sentó en el

suelo, y comenzó a echarse lentamente, llevando a Harry con él.

Buckbeak seguía gimiendo, y, de alguna manera, Harry entendía los

lamentos que emitía, o tan solo algunos pensamientos ocultos tomaban

los gemidos de Buckbeak como medio para manifestarse ante Harry.

Así estuvieron, y Harry empezó a pensar en todo lo que le debía

a Sirius, y Buckbeak susurraba algo como: "No tengo nadie que me

acompañe".

- Yo tampoco -respondió Harry.

- Y Sirius entendía qué era ser un fugitivo, sabía qué era ser visto

como un monstruo -continuó quejándose Buckbeak.

- Me entendía tan bien... -respondió, con un sollozo, Harry.

Entonces Harry comenzó a llorar. Y todo se hizo tan fácil,

mientras renegaba de su situación, y se quejaba del cruel destino,

ahora maldiciendo su memoria por olvidar el espejo con el que

fácilmente se habría comunicado con Sirius... ahora estaría con él.

Unos minutos después empezó a oír débilmente unos pasos,

subiendo las escaleras, y se limpió las lágrimas a tiempo para que una

cabeza apareciera a través de la entrada del ático.

- Harry, supuse que estarías aquí -dijo una voz murmurante.

- Bien, no te preocupes, Ginny -dijo Harry esquivando su mirada.

- Debes ir a dormir -le dijo, mientras lo dejaba- creo que hablaremos

después.

Harry estuvo unos momentos después que Ginny se fue, y luego se

levantó y se dirigió perezosamente a su cuarto.

- Harry estaba pensando dónde te podrías haber metido -dijo Ron cuando

lo vio entrar.

- Estaba con Buckbeak, esta muy triste -dijo Harry ocultando su cabeza

dentro de las sábanas-. Estoy cansado -suspiró, emergiendo de su cama

de pronto.

- Muy bien, hablaremos mañana -dijo Ron, enterrándose en su cama.

Harry empezó a adormilarse, y olvidó la oclumencia. La visita a

Buckbeak había sido un extraño consuelo, y el inmenso Hipogrifo lo

entendía a la perfección.

De pronto se encontró caminando por un corredor iluminado, y

muchos cuadros mágicos de distintos equipos de Quidditch mostraban

jugadores montando escobas y cambiando de cuadros a altas velocidades,

mientras se gritaban y reían. Alguno saludó a Harry. Más adelante,

cuadros de celebridades del mundo mágico conversaban entre ellos, y

ninguno ponía la más mínima atención a Harry.

Al final del corredor encontró una vieja puerta, y dentro una

tenue luz. Abrió la puerta y encontró una habitación amplia y vacía y

una silla que miraba a una ventana, a la que la luz del sol le llegaba

plenamente.

Harry se sentó y miró afuera. La luz del sol bañaba en tenues

matices verdosos el lago de las afueras del Castillo de Hogwarts.

Muchos arboles dejaban caer numerosas flores, que flotaban

tranquilamente llevadas por una suave brisa.

- Este año la primavera ha demorado en irse ¿eh? -dijo una voz suave y

soñadora al lado de Harry.

Harry se dio cuenta de la presencia de otra persona en el

cuarto, mas no le causaba el más mínimo miedo, y volteó tranquilamente

a ver de donde provenía.

- Cada noche se oyen los cantos de las ranas ¿sabes? -dijo la voz de

nuevo. Harry intentó ver quién era, pero no le podía ver el rostro,

estaba vuelto a la ventana. Sin embargo, quedó sorprendido ante lo que

vio.

Una chica de largo pelo rubio, que caía lacio sobre su espalda,

estaba al lado de él, vistiendo una larga túnica oscura, muy parecida al

uniforme de diario en Hogwarts, pero, a la vez, más elegante.

- Es divertido oír como cantan, y leí el mes pasado que si las imitas a

la perfección, puedes hipnotizar a cualquiera- continúo, tal vez ni

siquiera notando que Harry se le había quedado viendo con la boca

abierta-. Debieras hacerlo, imagínate hipnotizando a Quien-Tu-Sabes

-rió estrepitosamente, y Harry se asustó de pronto, reconociendo esa

risa, y ella volteó a verle con aquellos ojos plateados, que lucían

alegres y somnolientos.

- ¡Looney! -dijo Harry. Y se incorporó, acercándose a ver de cerca a su

amiga.

Lucía encantadora. Looney nunca había sido muy bonita, pero

aquella dulce alegría con la que ella acababa de voltear a ver de nuevo

la ventana le robó sorpresivamente el aliento a Harry.

- ¡Mira! ¡Ahora el calamar gigante está intentando hacer olas! -dijo,

explotando en aquella ruidosa risa que Harry le había oído tanto tiempo

antes, cuando la conoció.

- Looney... -repitió Harry, mientras se acercaba a la ventana. El pelo

de Looney brillaba a la luz del sol, y la alegría de su risa lo agitaba

de manera que parecía danzar. Un suave viento sopló por la ventana,

desordenando el pelo de Looney, y recuperó un poco la apariencia que

siempre le había visto Harry.

Ella volteó a verle, sosteniéndose el abdomen con ambas manos,

y un mechón de pelo le atravesaba el rostro. Harry sintió de pronto el

estómago revolcándose dentro de él.

- Pero... todo puede perderse -dijo sorpresivamente, y su risa se

extinguió, inclusive el eco, que había estado viajando de aquí por allá

por la habitación- ¿crees que podemos?

- ¿Podemos? ¿Podemos qué? -dijo Harry acercándose a propósito.

- Quien-tú-sabes, Harry -dijo Looney, y su mirada se perdió en el lago,

que continuaba brillando, interrumpido de vez en cuando por las ondas

que el calamar gigante hacía.

- Podremos -dijo Harry, sorpresivamente seguro- Tú y yo.

Harry se acercó a Looney, que se había apoyado en el alfeizar

de la ventana, y la abrazó por la espalda. Looney se empezó a voltear

y Harry de pronto tuvo claro qué hacer.

- Harry... -suspiró Looney.

De pronto, Harry sintió que su espalda golpeaba algo frío, y

apareció echando en el suelo, abrazando su almohada, con la cabeza

apoyada suavemente sobre la parte superior.

- Harry, amigo, ¿estás bien? -dijo Ron, mientras lo miraba con una

sonrisa- soñando con ella ¿eh? -dijo, explotando en una estruendosa

carcajada. La noche había pasado, y era de día, las seis, tal vez.

- No, eh... -Harry se incorporó, y se alisó la pijama buscando sus

lentes- Ya sé donde ir hoy.

- Voy a avisarle a Moody -dijo Ron, desapareciendo por la puerta.

- ¡No te he dicho a dónde! -dijo Harry sorprendido.

- Le gusta... vaya, y yo creía que con Cho iba a tener problemas...

Uhm... no, tal vez con ella no se haga tantos problemas... -dijo Ron,

sonriendo pensativamente.

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Bueno, este es el primer fic de Harry que publico, espero que les

guste.

No duden en postear, y denme su opinión sincera.

El siguiente capítulo titula: "El Animago más grande".

Alssus the unmaker.