Disclaimer: Las tortugas ninja (Leonardo, Raphael, Donatello y
Michelangelo), el maestro Splinter, Oroku Saki, el clan del pie, April
O'neil, Casey Jones.... Son todos personajes propiedad de Mirage Studios. Ana
me representa a mí, así que es un personaje de mi propiedad, Oroku Steven,
también es un personaje inventado por mí.
Nota: Este fic está basado en el universo de las películas, más que el de los comics o las series animadas.
El segundo encuentro
Varias semanas pasaron desde el encuentro con aquel ser. Su vida volvía a su rutinaria normalidad. Iba al trabajo por la mañana y tres días en semana a clase por la tarde. Volvía a deshora de nuevo a casa, se había retrasado con la presentación de un trabajo. Pasó algo temerosa por aquel fatídico callejón, estaba completamente vacío, para su tranquilidad. Pero ignoraba que alguien la vigilaba desde las alturas. Sobre una escalera de incendios, oculto en las sombras, se encontraba él, sin perderla de vista. Llevaba siguiéndola algunos días, que siempre hacía el mismo recorrido.
Sentía cuanto menos, curiosidad por aquella humana, no había llorado, no había suplicado por su vida, y en todo momento no había apartado la mirada. Recordaba a la perfección sus ojos, grandes, oscuros, profundos y con largas pestañas. Tenía aspecto latino, pero su piel era muy clara, no debía pasar mucho tiempo a la luz del sol. Para redondear, llevaba tatuada una extraña marca negra a un lado de la cara.
La siguió hasta un pequeño bloque de viviendas, donde entró.
Ana, que no se había percatado de su presencia, entraba en casa y dejaba sus enseres de clase en la mesa de la cocina, que servía además, de comedor. El suyo era un hogar modesto, pero acogedor, había dibujos suyos en todas las paredes, alguna que otra escultura, también hecha por ella y juguetes, figuras de acción de sus personajes favoritos de la tele y los comics, estaban repartidos por la casa, sobre la tele, el ordenador, las estanterías... en cualquier parte donde no se cayeran. Fue a su cuarto, algo pequeño, con una cama, un armario, una estantería llena de comics y libros; y una mesa de noche. Sustituyó las botas de motorista, sus favoritas, por unas cómodas zapatillas de andar por casa. Vestía vaqueros y top negro, además llevaba una enorme cruz plateada y negra prendida del cuello, que dejó colgada de un gancho de la estantería. Salió de nuevo a la sala y cual fue su sorpresa de encontrarse a aquella tortuga en la ventana, donde estaba la salida de emergencia.
- ¿¡Qué haces aquí?!- Preguntó alarmada. Casi se olvida de su inglés.
- Te he seguido, llevo haciéndolo desde hace una semana y ni te has enterado. – No se movía del sitio, estaba sentado tranquilamente en el quicio de la ventana.
- ¿Y qué quieres? – Se puso en actitud defensiva, había visto como aquel despachaba a seis tíos casi sin inmutarse.
- Saber por qué no actuaste como una típica humana. – Parecía contar sus palabras.
- Por que no soy una típica humana. – Respondió perpleja.
La miró de arriba abajo. Era bajita, algo más que él y tenía constitución media, con las caderas anchas, pero de apariencia fuerte. Además llevaba gafas y tenía el pelo muy largo, oscuro, recogido en una coleta descuidada. Soltó una risita.
- ¿De qué te ríes? – Se molestó por la reacción de él. Puso las manos en la cintura.
- De ti. – Era cortante como la hoja de un bisturí.
- Pues mira qué bien... ¿Y qué te parece tan gracioso? – Se cruzó de brazos, y frunció las cejas, estaba empezando a cabrearse.
Se levantó y se acercó a ella, que retrocedió un paso.
- Eres una humana igual que todos los demás. – Sacó las dagas y las acomodó en sus manos.
- Hace tiempo que dejé de considerarme humana. – Respondió tajantemente.
Con un rápido movimiento, la daga de su izquierda se quedó a menos de un centímetro de su cara, ni se inmutó.
- Podría acabar contigo en lo que tardas en pestañear y lo sabes...
- ¿Y porqué no lo haces? – Se estaba arriesgando demasiado, pero ese tío le estaba tocando las narices.
Clavaron sus miradas, no podían, ni querían, apartar la vista. Los ojos negros de él se sumergieron en los suyos.
- ¿Sigues temiéndome? – Pronunciaron sus labios.
- No. - Ella misma no sabía si mentía, pero era más acertado que decirle que sí por las buenas. – No tengo por qué tenerte miedo.
- ¿No tienes porqué? Soy un monstruo armado y peligroso. ¿Recuerdas?
- No te considero más monstruo que a mí misma. Y en cuanto a lo de peligroso... lo es cualquiera con un arma. – Miró la mano del mutante, que sostenía el puñal que le apuntaba a la cara.
Debía admitir que la humana tenía agallas. Más de lo que esperaba. Enganchó los sais en el cinto y apresó fuertemente su cuello, levantándola del suelo.
- ¿Y ahora?
Las pequeñas manos de Ana agarraban las fornidas manos de su atacante, la estaba ahogando. Sentía cómo se quedaba sin aire. La soltó, ella acabó en el suelo, tosiendo.
- ¿Qué te he hecho para que me trates así? – Le preguntó confusa, no comprendía su comportamiento. El mutante dio media vuelta rumbo a la ventana. - ¡No me des la espalda y responde, maldita sea!- Gritó.
Él se giró hacia ella, en sus ojos podía verse una mezcla de odio y dolor.
- No se trata de lo que me hayas hecho tú en concreto, se trata de lo que la humanidad me ha hecho.
- Humanidad... bonita palabra para unos seres que son como un virus para este planeta. – Se frotó la garganta mientras miraba al suelo.
- Tú perteneces a ese virus.
- Lo admito, pero no por elección propia. – Levantó la vista hacia él. – Ojalá no fuera lo que soy.
- En tu próxima vida tendrás más suerte. – Y salió por la ventana, desapareciendo en la noche.
La dejó allí, en el suelo, odiándose a sí misma, detestando su nacimiento más de lo que acostumbraba y preguntándose qué le había hecho a él la humanidad para odiarla con tanta energía.
Nota: Este fic está basado en el universo de las películas, más que el de los comics o las series animadas.
El segundo encuentro
Varias semanas pasaron desde el encuentro con aquel ser. Su vida volvía a su rutinaria normalidad. Iba al trabajo por la mañana y tres días en semana a clase por la tarde. Volvía a deshora de nuevo a casa, se había retrasado con la presentación de un trabajo. Pasó algo temerosa por aquel fatídico callejón, estaba completamente vacío, para su tranquilidad. Pero ignoraba que alguien la vigilaba desde las alturas. Sobre una escalera de incendios, oculto en las sombras, se encontraba él, sin perderla de vista. Llevaba siguiéndola algunos días, que siempre hacía el mismo recorrido.
Sentía cuanto menos, curiosidad por aquella humana, no había llorado, no había suplicado por su vida, y en todo momento no había apartado la mirada. Recordaba a la perfección sus ojos, grandes, oscuros, profundos y con largas pestañas. Tenía aspecto latino, pero su piel era muy clara, no debía pasar mucho tiempo a la luz del sol. Para redondear, llevaba tatuada una extraña marca negra a un lado de la cara.
La siguió hasta un pequeño bloque de viviendas, donde entró.
Ana, que no se había percatado de su presencia, entraba en casa y dejaba sus enseres de clase en la mesa de la cocina, que servía además, de comedor. El suyo era un hogar modesto, pero acogedor, había dibujos suyos en todas las paredes, alguna que otra escultura, también hecha por ella y juguetes, figuras de acción de sus personajes favoritos de la tele y los comics, estaban repartidos por la casa, sobre la tele, el ordenador, las estanterías... en cualquier parte donde no se cayeran. Fue a su cuarto, algo pequeño, con una cama, un armario, una estantería llena de comics y libros; y una mesa de noche. Sustituyó las botas de motorista, sus favoritas, por unas cómodas zapatillas de andar por casa. Vestía vaqueros y top negro, además llevaba una enorme cruz plateada y negra prendida del cuello, que dejó colgada de un gancho de la estantería. Salió de nuevo a la sala y cual fue su sorpresa de encontrarse a aquella tortuga en la ventana, donde estaba la salida de emergencia.
- ¿¡Qué haces aquí?!- Preguntó alarmada. Casi se olvida de su inglés.
- Te he seguido, llevo haciéndolo desde hace una semana y ni te has enterado. – No se movía del sitio, estaba sentado tranquilamente en el quicio de la ventana.
- ¿Y qué quieres? – Se puso en actitud defensiva, había visto como aquel despachaba a seis tíos casi sin inmutarse.
- Saber por qué no actuaste como una típica humana. – Parecía contar sus palabras.
- Por que no soy una típica humana. – Respondió perpleja.
La miró de arriba abajo. Era bajita, algo más que él y tenía constitución media, con las caderas anchas, pero de apariencia fuerte. Además llevaba gafas y tenía el pelo muy largo, oscuro, recogido en una coleta descuidada. Soltó una risita.
- ¿De qué te ríes? – Se molestó por la reacción de él. Puso las manos en la cintura.
- De ti. – Era cortante como la hoja de un bisturí.
- Pues mira qué bien... ¿Y qué te parece tan gracioso? – Se cruzó de brazos, y frunció las cejas, estaba empezando a cabrearse.
Se levantó y se acercó a ella, que retrocedió un paso.
- Eres una humana igual que todos los demás. – Sacó las dagas y las acomodó en sus manos.
- Hace tiempo que dejé de considerarme humana. – Respondió tajantemente.
Con un rápido movimiento, la daga de su izquierda se quedó a menos de un centímetro de su cara, ni se inmutó.
- Podría acabar contigo en lo que tardas en pestañear y lo sabes...
- ¿Y porqué no lo haces? – Se estaba arriesgando demasiado, pero ese tío le estaba tocando las narices.
Clavaron sus miradas, no podían, ni querían, apartar la vista. Los ojos negros de él se sumergieron en los suyos.
- ¿Sigues temiéndome? – Pronunciaron sus labios.
- No. - Ella misma no sabía si mentía, pero era más acertado que decirle que sí por las buenas. – No tengo por qué tenerte miedo.
- ¿No tienes porqué? Soy un monstruo armado y peligroso. ¿Recuerdas?
- No te considero más monstruo que a mí misma. Y en cuanto a lo de peligroso... lo es cualquiera con un arma. – Miró la mano del mutante, que sostenía el puñal que le apuntaba a la cara.
Debía admitir que la humana tenía agallas. Más de lo que esperaba. Enganchó los sais en el cinto y apresó fuertemente su cuello, levantándola del suelo.
- ¿Y ahora?
Las pequeñas manos de Ana agarraban las fornidas manos de su atacante, la estaba ahogando. Sentía cómo se quedaba sin aire. La soltó, ella acabó en el suelo, tosiendo.
- ¿Qué te he hecho para que me trates así? – Le preguntó confusa, no comprendía su comportamiento. El mutante dio media vuelta rumbo a la ventana. - ¡No me des la espalda y responde, maldita sea!- Gritó.
Él se giró hacia ella, en sus ojos podía verse una mezcla de odio y dolor.
- No se trata de lo que me hayas hecho tú en concreto, se trata de lo que la humanidad me ha hecho.
- Humanidad... bonita palabra para unos seres que son como un virus para este planeta. – Se frotó la garganta mientras miraba al suelo.
- Tú perteneces a ese virus.
- Lo admito, pero no por elección propia. – Levantó la vista hacia él. – Ojalá no fuera lo que soy.
- En tu próxima vida tendrás más suerte. – Y salió por la ventana, desapareciendo en la noche.
La dejó allí, en el suelo, odiándose a sí misma, detestando su nacimiento más de lo que acostumbraba y preguntándose qué le había hecho a él la humanidad para odiarla con tanta energía.
