Disclaimer: Las tortugas ninja (Leonardo, Raphael, Donatello y
Michelangelo), el maestro Splinter, Oroku Saki, el clan del pie, April
O'neil, Casey Jones.... Son todos personajes propiedad de Mirage Studios. Ana
me representa a mí, así que es un personaje de mi propiedad, Oroku Steven,
también es un personaje inventado por mí.
Nota: Este fic está basado en el universo de las películas, más que el de los comics o las series animadas.
Entre los espinos se divisa la flor de la esperanza
A la mañana siguiente había acudido un poco tarde a su puesto en la librería, la riñeron y luego atendió a los clientes. Entre ellos, un extraño individuo, tapado de pies a cabeza, ojeaba los libros de guía de pintura y dibujo. Ana se acercó a él, con aire más o menos cordial.
- ¿Buscaba algo en especial, señor? – Le preguntó, viendo que no se decidía.
- Hace unos días vi un libro de anatomía artística comparada y ahora no lo encuentro. – La voz del cliente era amable y juvenil. - ¿Ya lo han vendido?
- Me temo que sí. Pero si quiere le reservo uno en cuanto lleguen de nuevo. – Le sonrió.
- Perfecto. – La acompañó hasta el mostrador, la otra dependienta le estaba enseñando un muestrario de tarjetas a una señora. - ¿Cuándo llegará? Tengo mucho interés en él.
- Pues, creo que la semana que viene, es muy vendido. Yo misma tengo un ejemplar. – Dijo con aire distraído, sacando un block de notas de debajo del expositor. – ¿Al nombre de quién hago la reserva?
- Me llamo Michelangelo. – Respondió ajustándose el sombrero a lo detective de los años cuarenta.
- Como el artista... qué curioso. Bien, ¿quiere que le llame en cuanto lo tengamos?
- ¡No! – Se puso nervioso. - No hace falta, vendré de vez en cuando a ver. - El extraño salió de la tienda algo apresuradamente.
- De acuerdo... Hasta luego... – Se encogió de hombros y siguió con el trabajo.
Ese día no tenía clase por la tarde y la aprovecharía para adelantar algunas tareas. Estaba sentada con las piernas cruzadas, a la mesa del comedor, cortaba unas cartulinas con un cutter de color amarillo, cuando una sombra se proyectó sobre la suya, en el tablero. Hizo como que no la había visto y en un momento se giró, hoja en mano para plantar cara al intruso. Se sorprendió de no ver a nadie...
- Ana la paranoica... – Dijo negando con la cabeza. Cuando se volvió, él estaba de cuclillas sobre la mesa, no había hecho ninguna clase de sonido. – ¡JODER!- Exclamó en su lengua materna levantándose de la silla.
La primera reacción de él había sido agarrar la mano que sostenía el instrumento cortante. La chica miró su mano capturada y luego al quelonio.
- Suéltalo. – Dijo él escuetamente.
Usó el pulgar para guardar la hoja retráctil del cutter y luego lo dejó caer sobre la mesa. Entonces él la soltó.
- Debemos dejar de encontrarnos así. – Recogió las cartulinas que ya estaban cortadas y las metió en una carpeta de DIN-A3. - ¿Qué quieres ahora? ¿Vas a volver a reírte de mí o piensas restregarme más que soy humana?– No había un ápice de temor en ella esta vez. Empezaba a acostumbrarse a su amenazadora presencia.
- Así que te llamas Ana. – Seguía allí parado.
- Sí, con una "n". ¿Y tú?
- Raphael. – Le respondió, como si tuviera aquella conversación programada.
- Encantada. – No lo dijo muy convencida, mientras guardaba las cosas de clase dentro de una maleta hecha polvo, imitación barata de cuero negro.
- ¿Vives sola? – Parecía un poco más amistoso que las veces anteriores, lo cual no es que fuera demasiado difícil.
- Sí. – Estaba más confusa cada vez, no entendía aquella repentina curiosidad.
- ¿Y tus padres?
- En mi casa de España. – Respondió mientras él se bajaba de la mesa.
- Española... lo imaginaba. Se te nota el acento. ¿No eres muy joven para vivir sola, tan lejos de tu casa?
La pregunta la dejó conmocionada. ¿Cuántos años creía que tenía, diez?
- Creo que a mis 25 años soy bastante capaz de arreglármelas sola. – Con la maleta cargada al hombro y la carpeta en las manos, se fue a su cuarto. Raphael no la siguió, tenía el caparazón apoyado en la mesa.
- Aparentas muchos menos. – Comentó cuando retornó a la sala.
- Pues vale. – Parecía que la batería de preguntas había acabado. Raph se limitaba a seguirla con la mirada por la casa. - ¿Vas a quedarte toda la noche ahí de pie o te vas a sentar? – Le señaló el sillón de dos plazas que estaba enfrente de la televisión.
Sin mediar palabra, aceptó la proposición y tomó asiento.
- Vale. Ahora dime, a qué viene tanto interés por mí. – Ana se había sentado en una silla al revés, con el respaldo delante de su pecho.
- Simple y llana curiosidad de haber encontrado a alguien que ha llamado mi atención.
- Me siento halagada. – Puso una mano en el pecho de modo un tanto sarcástico, con media sonrisa.
Le gustaba la forma de ser de la española. Era directa, no aparentaba incomodidad por su presencia y se mostraba muy natural. Revisó el cuarto con la vista y se fijó en una pequeña escultura del protagonista de "Pesadilla antes de Navidad" que decoraba una mesita cerca de la ventana por la que había entrado.
- ¿La has hecho tú?- Señaló al esquelético personaje.
- Sip. Los dibujos que decoran esto también son míos.
- Uno de mis hermanos también se interesa por el arte, pinta y escribe poesía. – Dijo observando el dibujo de una especie de ratona con postura felina, hecho a base de líneas.
- Así que tienes hermanos... – Le preguntó muy interesada.
- Sí, y son tortugas como yo. – Respondió adelantándose a su siguiente pregunta, con una cara no muy agradable.
- Ah. ¿Y tienes más familia? – Apoyó la cara en los brazos sobre el respaldo de la silla.
- Mi sensei. – Su cara volvió a relajarse.
- ¿ Sensei? ¿Estudias artes marciales? – Fue una sorpresa para ambos. Él no se hubiera creído nunca que ella pudiese saber lo que era un "sensei". Ella se extrañaba de que alguien tuviese los nervios suficientes para darle clases a él.
- Ninjitsu. – Vocalizó.
- Así que eres un ninja...
- Chica lista. – Sonrió, por primera vez desde que le conocía, pero no era una sonrisa amable, era más bien irónica.
Siguieron charlando hasta bien entrada la noche, que fue cuando Raphael se retiró a su casa.
Las cosas parecían haber cambiado en sus vidas. Ana había trabado algo parecido a una amistad con él, un ser fascinante para ella. Raphael nunca habría pensado, que aparte de April, Casey y Keno, pudiera haber algún otro humano por el que sintiera algo de simpatía, incluso afinidad.
Nota: Este fic está basado en el universo de las películas, más que el de los comics o las series animadas.
Entre los espinos se divisa la flor de la esperanza
A la mañana siguiente había acudido un poco tarde a su puesto en la librería, la riñeron y luego atendió a los clientes. Entre ellos, un extraño individuo, tapado de pies a cabeza, ojeaba los libros de guía de pintura y dibujo. Ana se acercó a él, con aire más o menos cordial.
- ¿Buscaba algo en especial, señor? – Le preguntó, viendo que no se decidía.
- Hace unos días vi un libro de anatomía artística comparada y ahora no lo encuentro. – La voz del cliente era amable y juvenil. - ¿Ya lo han vendido?
- Me temo que sí. Pero si quiere le reservo uno en cuanto lleguen de nuevo. – Le sonrió.
- Perfecto. – La acompañó hasta el mostrador, la otra dependienta le estaba enseñando un muestrario de tarjetas a una señora. - ¿Cuándo llegará? Tengo mucho interés en él.
- Pues, creo que la semana que viene, es muy vendido. Yo misma tengo un ejemplar. – Dijo con aire distraído, sacando un block de notas de debajo del expositor. – ¿Al nombre de quién hago la reserva?
- Me llamo Michelangelo. – Respondió ajustándose el sombrero a lo detective de los años cuarenta.
- Como el artista... qué curioso. Bien, ¿quiere que le llame en cuanto lo tengamos?
- ¡No! – Se puso nervioso. - No hace falta, vendré de vez en cuando a ver. - El extraño salió de la tienda algo apresuradamente.
- De acuerdo... Hasta luego... – Se encogió de hombros y siguió con el trabajo.
Ese día no tenía clase por la tarde y la aprovecharía para adelantar algunas tareas. Estaba sentada con las piernas cruzadas, a la mesa del comedor, cortaba unas cartulinas con un cutter de color amarillo, cuando una sombra se proyectó sobre la suya, en el tablero. Hizo como que no la había visto y en un momento se giró, hoja en mano para plantar cara al intruso. Se sorprendió de no ver a nadie...
- Ana la paranoica... – Dijo negando con la cabeza. Cuando se volvió, él estaba de cuclillas sobre la mesa, no había hecho ninguna clase de sonido. – ¡JODER!- Exclamó en su lengua materna levantándose de la silla.
La primera reacción de él había sido agarrar la mano que sostenía el instrumento cortante. La chica miró su mano capturada y luego al quelonio.
- Suéltalo. – Dijo él escuetamente.
Usó el pulgar para guardar la hoja retráctil del cutter y luego lo dejó caer sobre la mesa. Entonces él la soltó.
- Debemos dejar de encontrarnos así. – Recogió las cartulinas que ya estaban cortadas y las metió en una carpeta de DIN-A3. - ¿Qué quieres ahora? ¿Vas a volver a reírte de mí o piensas restregarme más que soy humana?– No había un ápice de temor en ella esta vez. Empezaba a acostumbrarse a su amenazadora presencia.
- Así que te llamas Ana. – Seguía allí parado.
- Sí, con una "n". ¿Y tú?
- Raphael. – Le respondió, como si tuviera aquella conversación programada.
- Encantada. – No lo dijo muy convencida, mientras guardaba las cosas de clase dentro de una maleta hecha polvo, imitación barata de cuero negro.
- ¿Vives sola? – Parecía un poco más amistoso que las veces anteriores, lo cual no es que fuera demasiado difícil.
- Sí. – Estaba más confusa cada vez, no entendía aquella repentina curiosidad.
- ¿Y tus padres?
- En mi casa de España. – Respondió mientras él se bajaba de la mesa.
- Española... lo imaginaba. Se te nota el acento. ¿No eres muy joven para vivir sola, tan lejos de tu casa?
La pregunta la dejó conmocionada. ¿Cuántos años creía que tenía, diez?
- Creo que a mis 25 años soy bastante capaz de arreglármelas sola. – Con la maleta cargada al hombro y la carpeta en las manos, se fue a su cuarto. Raphael no la siguió, tenía el caparazón apoyado en la mesa.
- Aparentas muchos menos. – Comentó cuando retornó a la sala.
- Pues vale. – Parecía que la batería de preguntas había acabado. Raph se limitaba a seguirla con la mirada por la casa. - ¿Vas a quedarte toda la noche ahí de pie o te vas a sentar? – Le señaló el sillón de dos plazas que estaba enfrente de la televisión.
Sin mediar palabra, aceptó la proposición y tomó asiento.
- Vale. Ahora dime, a qué viene tanto interés por mí. – Ana se había sentado en una silla al revés, con el respaldo delante de su pecho.
- Simple y llana curiosidad de haber encontrado a alguien que ha llamado mi atención.
- Me siento halagada. – Puso una mano en el pecho de modo un tanto sarcástico, con media sonrisa.
Le gustaba la forma de ser de la española. Era directa, no aparentaba incomodidad por su presencia y se mostraba muy natural. Revisó el cuarto con la vista y se fijó en una pequeña escultura del protagonista de "Pesadilla antes de Navidad" que decoraba una mesita cerca de la ventana por la que había entrado.
- ¿La has hecho tú?- Señaló al esquelético personaje.
- Sip. Los dibujos que decoran esto también son míos.
- Uno de mis hermanos también se interesa por el arte, pinta y escribe poesía. – Dijo observando el dibujo de una especie de ratona con postura felina, hecho a base de líneas.
- Así que tienes hermanos... – Le preguntó muy interesada.
- Sí, y son tortugas como yo. – Respondió adelantándose a su siguiente pregunta, con una cara no muy agradable.
- Ah. ¿Y tienes más familia? – Apoyó la cara en los brazos sobre el respaldo de la silla.
- Mi sensei. – Su cara volvió a relajarse.
- ¿ Sensei? ¿Estudias artes marciales? – Fue una sorpresa para ambos. Él no se hubiera creído nunca que ella pudiese saber lo que era un "sensei". Ella se extrañaba de que alguien tuviese los nervios suficientes para darle clases a él.
- Ninjitsu. – Vocalizó.
- Así que eres un ninja...
- Chica lista. – Sonrió, por primera vez desde que le conocía, pero no era una sonrisa amable, era más bien irónica.
Siguieron charlando hasta bien entrada la noche, que fue cuando Raphael se retiró a su casa.
Las cosas parecían haber cambiado en sus vidas. Ana había trabado algo parecido a una amistad con él, un ser fascinante para ella. Raphael nunca habría pensado, que aparte de April, Casey y Keno, pudiera haber algún otro humano por el que sintiera algo de simpatía, incluso afinidad.
