Disclaimer: Las tortugas ninja (Leonardo, Raphael, Donatello y Michelangelo), el maestro Splinter, Oroku Saki, el clan del pie, April O'neil, Casey Jones.... Son todos personajes propiedad de Mirage Studios. Ana me representa a mí, así que es un personaje de mi propiedad, Oroku Steven, también es un personaje inventado por mí.

Nota: Este fic está basado en el universo de las películas, más que el de los comics o las series animadas.

De quien menos lo esperas puede salir lo mejor

Desde que charlaba con Raphael casi todas las noches, le gustaba salir de la escuela e ir a casa. Llevaba más de tres meses visitándola bastante regularmente, pero a pesar de la confianza que parecían profesarse el uno al otro, nunca había habido ninguna clase de contacto físico entre ellos, ni un apretón de manos, ni un roce accidental, nada. Además era muy discreto en cuanto a contar cosas de su vida. Ana lo comprendía, Raph era aún reticente al trato con humanos. Tampoco se relajaba del todo estando con ella, siempre parecía preparado para saltar en cualquier momento, eso la molestaba un poco, pero ya se le pasaría con el tiempo.

Pasó por delante del famoso callejón donde vio por primera vez a su nuevo amigo. Oyó un ligero cuchicheo que venía de dentro, pero siguió andando. Entonces oyó pasos a su espalda. Imaginó que era Raph, que quería asustarla, así que continuó hacia delante, sin detenerse ni a mirar. Del siguiente callejón surgió un chico joven, que le interrumpió el paso y no la dejaba caminar.

- Disculpa. – E intentó pasar a su lado, cuando lo hizo, este la sujetó del brazo con rudeza. - ¿Qué crees que estás haciendo? Suéltame. – Tiró para soltarse, pero el chico tenía más fuerza que ella.

- Dame la pasta que tengas, nena. – Dijo haciendo un movimiento con el otro brazo. Ana sintió una punción en el estómago, bajó la vista, aquel tío había sacado una navaja con la intención de abrirle un nuevo ombligo. Estaba empezando a hartarse de los asaltos con armas blancas hacia su persona y dándole en la nariz con la base de la mano, logró librarse del agarre. El tío dio un salto y un gemido ahogado de dolor. – Hija de...-

Seguía su camino, como si nada, pero de nuevo la sujetaron, esta vez por el otro brazo.

- Oye, como sigas de pesado te parto la boca. – Se giró y vio a otros tres jóvenes, uno de ellos armado con una pistola. Los miró a los cuatro, incluido al de la nariz rota. La empujaron dentro del callejón, con muy poca delicadeza.

- Danos lo que lleves encima. – Ordenó uno de ellos, el de la pistola, que parecía más viejo que el resto.

- Mira, atracan a la persona equivocada, no llevo ni un pavo encima. – Dio la vuelta a los bolsillos de su vaquero, vacíos.

- Pues de alguna manera pagarás el haberle partido el tabique a mi amigo. – Le dio un nuevo empujón y la tiró al suelo, entre las risas de los otros.

No muy lejos de allí, Raphael espera la llegada de Ana en la calle enfrente de su casa. Preocupado por que se retrasa más de lo normal, emprende la búsqueda de la chica. Corrió entre varios edificios hasta una calleja de donde salían voces. Cuando paró a investigar lo que ocurría, su sorpresa fue mayúscula. Cuatro tipos intentaban forzar a la española.

Cabreado, se lanzó contra ellos. Con sus sais y su propio cuerpo, una verdadera arma mortal. Les dio una paliza increíble, pero de la que salieron huyendo por su propio pie. Viendo que los delincuentes se iban, se acercó rápidamente a Ana, estaba acurrucada contra una pared, miraba al infinito, no tenía buen aspecto, habían destrozado parte de su ropa y por la pinta, le habían zurrado. Se arrodilló frente a ella, estudiando su estado.

- ¿Ana? – Buscó su atención moviendo la mano ante su cara.

Los ojos oscuros de la chica se dirigieron hacia él, varias lágrimas emergieron de ellos. Echándose a llorar se llevó las manos a la cara, cubriéndose. No parecía la misma chica dura y autosuficiente de hacía tan sólo un día. Raphael la atrajo hacia él y la acogió entre sus brazos.

- Tranquila, ya pasó. – Apoyó la cabeza en su pelo. En las placas de su torso podía sentir el fuerte latido acelerado del corazón de su amiga. – Te llevaré a casa. – La levantó en brazos, pesaba menos de lo que parecía, y la cargó hasta el apartamento. Entró por la ventana, como siempre y la dejó en su cuarto, sobre la cama, tapándola con la colcha que estaba a los pies. No podía dejarla sola, no así. Acariciando su pelo, con raro cuidado, cogió el móvil que estaba sobre la mesilla de noche, cargándose, y tecleó un número que pocos conocían.

- ¿Hola?- Sonó la voz joven de Leonardo al otro lado del aparato.

- Leo, soy Raph, pásame a Splinter.

- ¿Qué ocurre?

- ¡Tú pásamelo y ya está!

- Vale, vale. – Tapó el auricular y se lo tendió al maestro. – Maestro, es Raphael.

Extrañado, la anciana rata cogió el teléfono.

- Dime, hijo.

- He ayudado a una chica a la que han intentado forzar hace un momento...

- ¿Está bien? – Se notó la preocupación en la voz del sensei.

- No parece que hayan llegado a nada muy serio, pero está conmocionada y le han pegado fuerte. Voy a quedarme con ella hasta que se encuentre mejor.

- Raphael... – Estuvo a punto de reñirle por haberse dejado ver, de nuevo, pero se lo pensó dos veces y sólo añadió. - Ten cuidado, hijo. – Tras esto, la comunicación se cortó.

Raph observaba con tristeza a Ana, que seguía sollozando abrazada a un pliegue de la colcha. Debería darle igual lo que acababa de sucederle a la humana, pero no era así. Odió más al género humano por el trato recibido a la chica. Se sentó a su lado, en la cama, ella apoyó la cabeza sobre su muslo y poco a poco se quedó dormida.