Disclaimer: Las tortugas ninja (Leonardo, Raphael, Donatello y Michelangelo), el maestro Splinter, Oroku Saki, el clan del pie, April O'neil, Casey Jones.... Son todos personajes propiedad de Mirage Studios. Ana me representa a mí, así que es un personaje de mi propiedad, Oroku Steven, también es un personaje inventado por mí.

Nota: Este fic está basado en el universo de las películas, más que el de los comics o las series animadas.

Barreras rotas

Había pasado la noche velando a su amiga. Cuidando su sueño. La española se sacudió un par de veces en mitad de la noche, asustada, temblando, buscando una cara familiar que la arropase. Allí estaba él para hacerla sentir a salvo y protegida.

A la mañana siguiente, Ana despertó en los cálidos brazos de Raphael, que la estrechaban contra él, le gustaba la sensación. Al notar que ya estaba despierta, la soltó con cuidado.

- ¿Cómo estás? – Sus ojos negros buscaron los de ella.

- Mal. – Dijo con la mayor sinceridad del mundo. Tenía el cuerpo magullado, lleno de cortes y su orgullo estaba por los suelos. Intentó levantarse, cuando puso los pies en el suelo y dejó la colcha sobre la cama, se dieron cuenta casi a la vez de la ropa había quedado en peores condiciones de las que parecía. La camiseta roja y el vaquero estaban hechos jirones, a través de los cuales podía verse la ropa interior de la chica y parte de su pálida piel. Se sentó de nuevo en la cama y se tapó con la colcha sucedidamente, estaba completamente sonrojada.

- Voy a sacar algo para desayunar. – Raphael salió del cuarto hacia la cocina. Sabía que no debía haberse fijado en ella estando tan vulnerable, pero no pudo evitarlo. Hincó las manos en el poyo de la cocina y dejó caer el peso de los hombros hasta ellas. ¿Qué le estaba pasando?

Ana salió de la habitación, con una camiseta y un pantalón corto. A la luz del día podían verse las heridas infringidas la noche anterior. Raph estaba sirviéndole un vaso de leche de la nevera. Lo puso sobre la mesa con el bote de galletas con forma de rata blanca. Él se preparó algo de café, no había pegado ojo en toda la noche. Estaban los dos sentados a la mesa, en silencio.

- Raph... – La voz de la española rompió el hielo.

- Dime. – Qué diferente el tono, comparado con el que la había tratado la primera vez.

- Gracias por lo de ayer, por todo. – La mirada de Ana, tampoco parecida ni de lejos a la que estaba acostumbrado a verle, lo hipnotizó. Además había posado una de sus pequeñas manos sobre una de las suyas, tan distintas, pero iguales en esencia, como la noche y el día.

Tomó un trago de café y puso la taza en la mesa. Su mente le decía que no debía involucrarse tanto, que la humana le traería problemas, siempre pasaba, pero algo más adentro le indicaba que cuidase de Ana, que le necesitaba. Alguien le necesitaba, aparte de sus hermanos...

- De nada. – Giró la muñeca y sujetó con cuidado la mano de la chica. – Para qué están los amigos.