Lince: ¡Qué hay! Este es el segundo capítulo de este peculiar fanfic, muchas gracias por tus reviews, Lúgar está emocionado.

Lugar: si, snif snif, muy feliz nn

Lince: O.o? mmm... claro. Perdón por el retraso y sólo espero que te guste.

Lúgar: Digimon no nos pertenece...

Lince: Oye! Esa es mi línea! Yo la digo todo el tiempo!

Lúgar: Si, pero ahora la quería decir yo U.U

Lince: -- Como sea... Digimon le pertenece a Akiyoshi Hongo

Comencemos:

La leyenda del espíritu del bosque

Por: Lince y Lúgar

Capítulo 2: El Kitsune

–Nube, debes aprender a no causar tantos problemas. –murmuraba Ruki mientras descendía la colina junto con un pequeño cordero blanco. –¿Qué haces metiéndote siempre en el bosque?

El pequeño solo miraba a Ruki y soltaba un débil balido de vez en cuando.

     –Lo que pasa es que eres un pillo. –sonrió la muchacha mientras apuraba a la cría con su bastón. –Anda, no debemos demorarnos más.

Ruki dirigió una última mirada por sobre su hombro y recorrió con la vista el páramo.

Me pregunto... qué reto tendré que superar el día de mañana. pensó Ruki mientras esbozaba una sonrisa y proseguía su camino.

     –¡Hermano! ¡Nube no está! –lloriqueaba una pequeña niña de cabello lila y mejillas sonrosadas que paseaba por entre una gran cantidad de ovejas que recorrían un enorme corral.

     –Ya, tranquilízate Shuichon. –respondió un joven alto de cabellera azul y ojos grises que vestía de noble. –Ya verás como Ruki pronto lo trae de regreso. ¿No es así Matsuda?

     –¿Uh? ¡Si! ¡Si, así es, amo Lee! –contestó Takato de inmediato haciendo varias reverencias –¡No tiene de qué preocuparse!

     –Lo sé de sobra. –dijo Jenrya. –Ese pequeño cordero se vuelve muy escurridizo en el campo. Pero Ruki siempre lo hace volver. –comentó el chico sonriendo.

     –Si, así es. –afirmó Takato sonriendo también.

     –¡Nube! ¡Nube! –chilló Shuichon mientras corría al encuentro del pequeño cordero que Ruki ya traía en brazos.

     –Aquí está, señorita. –habló Ruki dejando a la cría en el suelo. –Nube decidió pasear un rato por el bosque él solo.

La niña acarició al animal, inclinó la cabeza agradeciendo a la pastora y regresó junto a su hermano mayor. Ruki acompañó a Shuichon hacia donde se encontraban Takato y Jenrya.

     –Es bueno saber que regresas con bien Ruki. –pronunció Jenrya mientras rodeaba con un brazo a su pequeña hermana.

     –Le agradezco que se preocupe, joven Lee. Pero es parte de mi trabajo. –dijo Ruki haciendo una reverencia. –Disculpe el retraso...

Jenrya sonrió e inclinó la cabeza antes de darse la vuelta y entrar al enorme palacio que se encontraba a sus espaldas junto con su hermana.

     –Eso estuvo cerca... –murmuró Takato.

     –Es porque eres un torpe... –susurró Ruki dándose la vuelta y caminando hacia la salida del palacio.

     –¡Claro que no! –se defendió el chico alcanzándola. –No lo soy.

Ruki y Takato recorrieron la villa saludando a las personas que les salían al frente, o más bien eso era lo que hacía Takato, porque Ruki sólo inclinaba la cabeza y proseguía su camino. La gente del pueblo ya estaba acostumbrada a que la pelirroja no fuera muy sociable. Al llegar a los límites del pueblo se detuvieron frente a una pequeña casa de madera de aspecto antiguo, pero muy bien conservada. Ruki echó un vistazo al pequeño corral que se encontraba en la parte trasera de la vivienda y en el que ya se encontraban durmiendo unas 20 ovejas.

     –¿Te vio mi madre cuando las trajiste? –preguntó la chica volviéndose hacia Takato.

     –Sí. Te vas a meter en problemas... –susurró el chico.

     –Otra vez... –resopló ella.

Ruki deslizó la puerta corrediza y se descalzó en la entrada, dejó su bastón recargado en la pared y se descolgó la bolsa de cuero que llevaba en su costado. Takato hizo lo mismo. Caminando de puntillas entraron a la casa.

     –Ya llegué. –soltó la chica.

Una mujer de cabello castaño claro, ojos oscuros, y de mirada amenazante les salió al paso.

     –¿Vuelves a las andadas, Ruki? –gruñó la mujer, cruzándose de brazos.

     –Hola, madre. –suspiró la pelirroja.

Takato dio un paso hacia el frente y esbozó una sonrisa nerviosa.

     –¡Buenas noches, señora Makino! –susurró inclinando la cabeza. –¡Iré a llenar las bolsas de agua! –comentó deprisa mientras levantaba en alto las cantimploras que Ruki y él se llevaban al campo. –¡Con su permiso!

Ruki miró a Takato ceñuda mientras él se escabullía. ¡Cobarde, traidor!, pensó. Luego volvió la vista a su madre y tragó saliva.

     –Ruki... –comenzó la mujer.

Takato había salido de la casa y se encontraba llenando de agua las bolsas que llevaba en las manos, mientras escuchaba como Rumiko reñía a su hija. El chico sabía que la madre de Ruki se alteraba cuando volvía tarde a casa, después de todo su esposo había fallecido en el páramo no hace mucho tiempo; aún así, Takato pensaba que hacer que Ruki dejara de aventurarse por ahí, sería algo imposible. Cuando Matsuda hubo terminado y entrado a la casa se encontró con que Rumiko traía de los hombros a su hija, quién parecía algo aturdida.

     –Bueno, parece que les gusta quedarse trabajando hasta tarde. –comentó Rumiko. –Muy bien, como veo que les gusta el trabajo duro...

Ruki soltó un respingo, y Takato tragó saliva.

     –Mañana por la mañana, vas a cortar la lana de todas las ovejas Ruki. –continuó la mujer. –De todas. El señor Lee ya la ha solicitado. Y lo vas a hacer tu sola...

     –¡Pero me va a tomar todo el día! –jadeó la chica.

Takato sonrió disimuladamente, pero se estremeció cuando escuchó su nombre.

     –Y Takato... tú te vas a encargar de hacer el abono... –sonrió la mujer.

 Los dos chicos la miraban como si pensaran que les había tocado la peor parte del castigo.

     –Ahora, vayan a lavarse. –los urgió Rumiko. –Que tienen que cenar y dormir bien porque mañana les espera un gran día.

El par de pastores salió de la casa, Ruki parecía estar haciendo un esfuerzo por contener un grito de ira, y pateaba el suelo mientras se cubría la boca con las dos manos, mientras Takato se sujetaba el estomago y murmuraba: ¡el abono!, ¡el abono!... débilmente.

Al día siguiente, Ruki se levantó muy temprano y preparó todo lo que necesitaría. Empacó un almuerzo, tomó su bolsa de agua, su bastón, y un instrumento de metal que asemejaba unas tijeras cortas y anchas. Salió de la casa y se encaminó hacia el palacio de los Lee.

     –Necesitaré una carreta grande... –susurró la chica cuando miró a todos los animales que balaban en el espacioso corral.

Al poco rato salió de la casona un hombre de cabellera larga y azul, acompañado de Jenrya.

     –¡Buenos días, Ruki! –saludó él.

     –¡Buenos días, amo Jyanniu! –respondió inclinando la cabeza hacia el hombre. –¡Buenos días joven Jenrya!

     –¿Cortarás la lana el día de hoy? –preguntó Jenrya mirando las tijeras que Ruki llevaba prendidas en la cintura.

     –Así es. –contestó ella. –Amo Lee, necesitaré que me brinde algunas facilidades... –pidió esbozando una sonrisa.

Ya en el páramo y jalando las riendas de un fino caballo negro que arrastraba una carreta de madera, Ruki condujo a todas las ovejas a que pastaran por ahí, mientras aseguraba al animal bajo una sombra, y ella se sentaba en el suelo para afilar las tijeras.

     –Diablos... –murmuró enfurruñada. –Esquilarlas a todas...

Ya más entrada la mañana, Ruki comenzó su labor y empezó a cortar la lana de todas las ovejas de los Lee. El trabajo le tomó bastante tiempo, y ya estaba atardeciendo cuando terminó, pero cuando la última oveja estuvo esquilada, había llenado por completo la carreta que le habían prestado. La chica secó el sudor de su frente y sonrió satisfecha.

     –Ruki, eres genial. –se sonrió.

Estaba bebiendo agua cuando vio que Takato se aproximaba hacia ella, arrastraba los pies y despedía un olor fuerte a estiércol. La chica soltó una risita.

     –Mire señor Matsuda, ¡pero qué bien se ve usted! –sonrió burlonamente.

     –Cállate. –gruñó el chico. –Creo que voy a apestar así por una semana. Tu madre si que sabe cómo aplicar un castigo.

     –Claro, es mi madre. –se sonrió mientras contaba a las ovejas rápidamente.

De pronto Ruki resopló y pateó el suelo con fuerza.

     –¡Nube no está otra vez! –gritó molesta. –¿Qué demonios pasa en este sitio?

Ruki sujetó su bastón, llamó a las ovejas, y le entregó las riendas de la carreta al joven Matsuda.

     –Takato, llévalas con los Lee. –susurró. –Voy por Nube.

Takato comenzó a guiar a los animales hacia la villa mientras la pelirroja se encaminaba rumbo al bosque.

     –¡No te demores mucho o nos meteremos en problemas otra vez! –gritó el chico.

     –¡No lo haré! –respondió la muchacha.    

Ruki se adentró en el bosque y buscó al pequeño lo más aprisa que pudo, pero como siempre ocurría, los árboles parecían estar cambiando continuamente de lugar y en poco rato la chica terminó por desorientarse. Ruki meneó la cabeza y continuó caminando sin rumbo alguno. Después de un par de minutos, la pelirroja dio con el cordero y lo levantó en brazos. Ya tenía lo que buscaba, pero hacía falta encontrar el camino de regreso. Cosa que no era nada fácil.

     –Espíritu, ¿por qué me torturas? –gimió Ruki después de una hora en la que ella juraba que había estado dando vueltas en círculos por el mismo sitio.

De pronto la chica pegó un  brinco cuando sintió una mano sobre su hombro.

     –¡Aaaaaaah! –gritó dándose la vuelta y apartándose de inmediato.

De entre los arbustos se asomó Takato soltando una risotada. Ruki lo miró ceñuda y Nube baló molesto.  

     –¡Tonto!... –gruñó la pelirroja. –¡Casi me matas de un susto!

     –¡Hubieras visto tu cara!

     –¿Qué haces aquí? –soltó ella.

     –Buscándote. –contestó él. –Como ya había entregado las ovejas y la lana de los Lee y vi que no volvías, pues vine a ver en qué diablos andabas perdiendo el tiempo.

     –Estaba perdida. –gruñó Ruki. –No encontraba la senda para salir de aquí.

Takato la miró confundido y señaló hacia el suelo.

     –Pero si estás en la senda, Ruki. –comentó divertido. –¡Estuviste en la senda todo el tiempo!

Ruki miró a su alrededor y pateó el suelo.

     –¡Eso no estaba así hace unos momentos!

Takato se sonrió y le quitó a Ruki el cordero mientras ella veía el camino completamente disgustada.

     –Vámonos de aquí. –sugirió el chico apurando a la pelirroja. –Este lugar es peligroso en la noche.

 Ruki asintió y siguió al muchacho, pero los dos se detuvieron en seco cuando escucharon que los arbustos se sacudían y que algo, una criatura de tamaño descomunal aparecía de la nada. Parecía un jabalí sobrealimentado, pero su piel tenía un aspecto ponzoñoso y podrido, sus enormes colmillos brillaban a la luz de la luna, y sus pequeños ojos rojos centelleaban como un par de luces de ultratumba; olfateó el aire y chilló.

     –¿Qué rayos ... –balbuceó Ruki mirando al monstruo y sujetando su báculo con fuerza.  

     –¡Un demonio jabalí! –jadeó Takato mirando al enorme animal. –¿Qué hacemos? –preguntó aterrado.

La pelirroja veía al demonio impresionada. ¿Había sido así como había muerto su padre? ¿Era el destino lo que llevaba a los Makino a morir en ese bosque maldito? Ruki se mordió el labio y negó mentalmente. No moriría en ese lugar. No esa noche.

     –Takato... –cuchicheó. –Hay que escapar de aquí...

     –¡Estás loca! –chilló él. –¿Cómo diablos vamos a escapar de esa bestia?

     –Primero... –susurró Ruki tomando la mano del chico con lentitud, sin apartar los ojos de los del monstruo. –Apártate de su camino. –soltó la pelirroja mientras empujaba a Takato hacia unos matorrales.

     –¡Ruki! –trastabillo el chico al ver que la chica sostenía en alto su bastón y lo meneaba lentamente frente a la cara del demonio en un intento de captar su atención.

     –Ven... –susurró la chica. –¿Lo quieres?... síguelo…

La pelirroja le indicó a Takato con la mirada que se alejara mientras seguía balanceando su báculo. Matsuda se escabulló como un gato, deslizándose a espaldas de la bestia sin hacer el menor ruido y mirando a Ruki con aprensión. El chico caminó de espaldas hacia la senda observando a su amiga, le goteaba sudor por la cara  y esperaba que hallara la forma de escapar.

     –Puedes hacerlo... –murmuró él.

Ruki comenzó a moverse, posicionando al animal lejos de la senda. Podría lograrlo. Solo necesitaría lanzar su bastón hacia el lado opuesto para escapar, y lo lograría.

O lo habría logrado de no ser por el balido.

Nube impacientándose de estar aprisionado en brazos de Takato baló quedamente, lo que llamó la atención del demonio, quién giró la cabeza hacia donde se encontraba el chico.

     –¡Ah, no!, ¡Eso no! –gruñó Ruki golpeando al monstruo en la cabeza con todas sus fuerzas.

La bestia chilló de una forma aterradora y volvió su vista a Ruki con ojos furiosos mientras la chica corría hacia el bosque lo más rápido que podía.

     –¡Ruki! –gritó Takato.

     –¡Santo Dios! ¡Santo Dios! –jadeaba Ruki corriendo a toda velocidad, y saltando piedras y raíces mientras la enorme bestia la perseguía tratando de embestirla.

La pelirroja siguió corriendo de frente, y dobló en una bifurcación que se le presentó más adelante. Llegó a un pequeño arroyo en el que resbaló al tratar de cruzar, salió de ahí como pudo y chocó contra una persona que se encontraba en la orilla. Una chica.

     –¡Ven conmigo! –la apuró una joven de cabello dorado y ojos claros, unos años mayor que ella, vestida de sacerdotisa que la tomó de la muñeca y la ayudó a incorporarse. –Por aquí.

Ruki la miró sorprendida y se estremeció al escuchar los chillidos de la bestia que todavía la seguía. Pasó saliva y comenzó a correr junto con la rubia que se movía con la ligereza del viento. La pelirroja jadeó cuando llegaron a un claro, en el que la única salida posible consistía en  tratar de saltar una pendiente que se pronunciaba al frente y sobrevivir la caída sin partirse la cabeza.

     –¡Esto no me gusta! –gimió Ruki deteniéndose a escasos metros de la picada.

Los árboles se sacudieron y rebelaron al demonio jabalí, que por fin había dado con ellas. El animal resoplaba y chillaba salvajemente, enfurecido. La sacerdotisa se colocó al frente de Ruki y miró a la bestia con decisión.

     –¡Aléjate! –ordenó la muchacha. –¡O acabaré contigo!

El monstruo chilló estruendosamente y se abalanzó contra la joven, quién solo meneó la cabeza y levantó dos dedos.

     –¡Om! –gritó al momento que un domo transparente las cubría a ella y a Ruki, y rechazaba a la bestia atacante enviándola a unos cuantos metros de distancia.

     –¡Asombroso! –soltó Ruki mirando a su alrededor.

El animal se incorporó y sacudió la cabeza. Iba a intentarlo de nuevo. La chica rubia se movió hacia él con la rapidez de un rayo, y saltó asombrosamente alto. Por sobre encima del demonio, la joven formó una equis sobre su pecho con sus brazos, y luego los extendió.

     –¡Coyou Setsu! –gritó, arrojando una gran cantidad de cristales agudos hacia el jabalí; que solo chilló y se sacudió, hasta que finalmente se deshizo y desapareció en el pasto, convirtiéndose en polvo.

La chica cayó al suelo con ligereza y se giró con rapidez para que Ruki no notara el pelaje blanco que asomaba por las faldas de su túnica.

     –Tú... –balbuceó Ruki dando unos pasos hacia atrás y sujetando su bastón frente a ella como si fuera una espada.

La rubia jadeó al darse cuenta de que una larga cola afelpada asomaba por fuera de su traje y se golpeó la frente como reprendiéndose a sí misma.

     –¡Torpe! –gruñó meneando la cabeza. 

Ruki miraba a la muchacha con la boca abierta. 

      –¡Tu no eres humana! –gritó Ruki retrocediendo asustada. –¿Qué clase de lugar es este?

     –¡Espera! –jadeó la joven.

Ruki gritó al perder el balance y caer por la pendiente ante la mirada atónita de la misteriosa rubia que en vano trató de sujetarla. La pelirroja se deslizó todo el camino hacia abajo encajando los dedos en la tierra para disminuir su velocidad inicial; más cuando sus pies toparon con una saliente, la chica se fue de espaldas contra el suelo y se golpeó en la cabeza con fuerza. Todo alrededor de Ruki comenzó a girar, y de pronto se volvió negro.

     –Oye, ¿Te encuentras bien? –llamó una voz. –Despierta.

     –¿Uh? –Ruki despertó lentamente y se irguió sintiéndose algo mareada, dirigió la vista hacia arriba y se percató de la distancia desde la que había caído. Demasiada altitud para su gusto. Se palpó la sien derecha cuando sintió un goteo. Estaba sangrando ligeramente. ¿Qué otra cosa podía suceder? Estaba perdida en las profundidades de un bosque encantado, estaba sucia, sentía el cuerpo agarrotado, y ya no sabía en qué diablos pensar. Se inclinó para levantar su bastón, cuando se percató de una cola peluda que zigzagueaba a sus pies.

     –Estás sangrando. –susurró una voz gentil frente a ella.

     –Si, pero no es nada. –respondió Ruki, irguiéndose de nuevo. Levantó la mirada y se topó de frente con un par de ojos profundos de color de jade que la observaban con fijeza. –¡Aaaargh! –soltó la chica haciéndose hacia atrás cuando vio que tenía delante un enorme zorro dorado parado en dos patas, llevaba diferentes marcas de color violeta en su piel, y le sonreía mostrando sus blancos colmillos.

     –Vaya, vaya, vaya. –pronunció la criatura con voz melosa. –Te felicito. –se sonrió, cruzándose de brazos, los cuales asemejaban mucho a los brazos humanos, salvo que eran largos y sólo tenía tres dedos grandes y afilados. –Si me descubriste por fin, Ruki.

Ruki jadeó y parpadeó varias veces. ¡Esa cosa le estaba hablando con voz humana y de mujer! Y... ¡Un momento! ¿Cómo es que sabía su nombre? Ruki sacudió la cabeza.

     –¿Quién eres? –soltó Ruki frunciendo el entrecejo, desconcertada. –¿Acaso eres tú quién se lleva a las crías hacia el bosque y me prueba? –cuestionó la pastora poniéndose de pie y enfrentándose al enorme animal.

     –¡Excelente! –pronunció la zorra dando un salto y sentándose en una rama alta mientras aplaudía. –Eres muy lista.

Ruki la miró por unos instantes y se dio cuenta de que la criatura se trataba de un Kitsune. Un espíritu zorro al que le gustaba divertirse probando las habilidades de los humanos por medio de ilusiones. Ruki había escuchado hablar de ellos, pero nunca había visto a uno en persona. Decían que eran muy poderosos y que tenían muchas habilidades misteriosas. Dándose cuenta de que hablaba con un dios del bosque, Ruki comprendió que no trataba con un mal espíritu; por lo que decidió conocer los motivos por los que el Kitsune mostraba interés en ella.

     –Me doy cuenta de que me conoces, Kitsune. –habló Ruki. –Pero yo no te conozco aún. –pronunció la pelirroja mientras hacía una reverencia –Mi nombre es Ruki Makino, ¿Cómo se te conoce en el mundo de los espíritus?

El Kitsune dibujó una sonrisa en su rostro y bajó a tierra, frente a Ruki.

     –Me llaman Icari. –respondió la zorra inclinando la cabeza ante la pelirroja y meneando la cola con elegancia. –Soy una de las hijas de Inari y he habitado este bosque desde hace 300 años, protegiéndolo de los demonios que provienen del mundo espiritual.

La chica jadeó cuando escuchó las palabras de Icari. ¿Una de las hijas de Inari? Inari se trataba de un espíritu muy importante. Se decía que tenía la forma de una zorra blanca de innumerables colas y que tenía miles de hijos que protegían a los espíritus inferiores; pero, ¿Qué relación tenía con ella? No tenía ningún sentido.

     –Pero, Icari-sama –habló Ruki frunciendo el ceño. –¿Puedo conocer los motivos por los que me pruebas?

Icari sonrió y se transformó en la chica rubia que había rescatado a Ruki hacía unos momentos. Ella sonreía y meneaba su larga cola de zorro, vestigio que conservan los kitsunes al transformarse en humanos. Ruki la miró asombrada, dándose cuenta de que Icari tenía la habilidad de cambiar de apariencia.

     –Yo he probado a los pastores Makino durante siglos. –comentó la zorra. –Desde el primero que recorrió estas sendas, hasta ti Ruki. –explicó Icari mientras volvía a su forma original.

La chica seguía sin comprender mucho.

     –No entiendo... –murmuró la joven.

     –Cuando mi madre me envió a estas tierras, yo era todavía muy joven, ignorante del mundo físico y de sus peligros. –comenzó Icari. –Fue hace muchos años que conocí al primero de los Makino, creo que se trataba de tu tatarabuelo... pero claro, en ese entonces el apenas era un niño. –recordó el Kitsune mientras sonreía con nostalgia. –El fue mi primer amigo humano. Recuerdo que pastaba sus ovejas por aquella colina justo como tú lo haces ahora.

     –Increíble. –resopló Ruki.

     –Lo salvé de un Tamamo que se había salido de mi control ese día...

Ruki escuchaba el relato con fascinación. Todas esas historias que se contaban sobre el bosque y sobre los monstruos que aparecían en él, eran ciertas. Era como estar soñando.

     –... Y semanas después, cuando uno de esos extraños monjes se proponía a sellarme... tu ancestro me salvó. Supongo que me había confundido con un demonio zorro. –reflexionó ella. –Yo le prometí a tu tatarabuelo que en agradecimiento siempre cuidaría de su familia y que seríamos amigos.

     –¿Entonces, perder y encontrar al cordero es un juego? –preguntó Ruki comenzando a comprender.

Icari asintió y sonrió.

     –Ustedes los Makino tienen una naturaleza extraña. Les gusta enfrentar retos complicados.

Ruki sacudió la cabeza.

     –¡Entonces porqué nunca me enteré de esto! –inquirió la pelirroja sorprendida.

Icari se encogió de hombros y sonrió inocentemente.

     –Era parte del trato. –explicó. –El pastor que sucediera al anterior, no podía saber de mi presencia hasta que descubriera mi identidad por su propia cuenta. De esa forma volvería a revivirse el primer encuentro entre tu tatarabuelo y yo. Realmente fue su idea. –sonrió.

Ruki giró los ojos. No podía creer que su tatarabuelo e Icari se hubieran puesto de acuerdo para atormentar a las generaciones futuras con ese juego de las escondidillas, aunque tenía que admitir que era entretenido... De pronto la pelirroja fue invadida por esa pregunta que la inquietaba y de la que jamás había obtenido una respuesta.

     –Pero... ¿Mi padre? –susurró la chica. –¿Qué fue lo que sucedió con él? ¿Acaso lo sabes?

Icari bajó la mirada y meneó la cabeza.

     –Fue la obra de un Oni. –pronunció ella. –...No pude salvarlo y te ruego me perdones. –suplicó Icari mientras reverenciaba a la pelirroja. –Protegerlo era mi deber...

Ruki, quién jamás imaginó que siendo una simple pastora un dios zorro la reverenciaría, había comenzado a sonrojarse.

     –N-no, por favor... –balbuceaba. –No puedo creer que arriesgaras tu vida enfrentando a un Oni para ayudar a mi padre... Soy yo quién está agradecida. –terminó Ruki inclinando su cabeza ante el Kitsune.

Icari la miró con gratitud y admiración.

     –Tienes un gran espíritu Ruki. –susurró la zorra. –Uno muy especial.

La chica parpadeó varias veces.

     –¿De verdad lo crees? –preguntó incrédula.

     –Los hijos de Inari no podemos mentir. –sonrió Icari mientras ponía su pata cerca de su corazón.

     –Entonces creo en tus palabras Icari-sama. –susurró Ruki. –Gracias por salvar mi vida... –agradeció haciendo una reverencia.

El Kitsune se acercó a Ruki lentamente.

     –Por favor, llámame simplemente Icari. –pronunció la zorra mientras acercaba uno de sus largos dedos hacia la frente de la pelirroja. –Sólo Icari...

Ruki se sorprendió cuando sintió una gran calidez que comenzó a recorrer por todo su cuerpo. Estaba siendo curada por un Kitsune, lo que provocaba una sensación extraña de tranquilidad y sosiego; las heridas de Ruki desaparecieron, y poco a poco la chica se fue adormeciendo hasta que perdió por completo el conocimiento y todo se oscureció.

      Icari...

     –¡Ruki! ¿Estás bien? –se escuchó débilmente. –Despierta...

     –¿Uh? –la chica entornó los ojos lentamente y distinguió la cara borrosa de Takato que la miraba preocupado junto con el pequeño Nube.

     –Que bien, no te lastimaste. –resopló Takato al darse cuenta de que la joven recuperaba la conciencia.

     –¿Qué sucedió? –preguntó Ruki desconcertada.

     –Te caíste. –respondió el chico Matsuda mientras señalaba la pendiente por la que Ruki se había deslizado momentos atrás. –No puedo creer que escaparas de un demonio jabalí, te cayeras desde esa distancia y que no tengas un solo rasguño. –observó Takato impresionado.

Takato ayudó a Ruki a levantarse y caminaron juntos hacia la salida del bosque.

     –Me siento extraña. –susurró Ruki. –Tuve un sueño muy raro.

     –¿Si? –preguntó Takato con interés. –Ya podrás contármelo cuando lleguemos a casa.

     –Hoy no... –suspiró la chica. –Ahora solo quiero dormir.

     –Tu mamá se moriría si supiera todas las locuras que haces. –murmuró el chico en tono burlón.

     –Oh, cállate.

Los dos pastores abandonaron el bosque, y se dirigieron a la villa siendo observados desde lejos por un Kitsune de pelaje dorado y ojos claros.

    –Ruki... De ahora en adelante... yo te protegeré...

Continuará...

¡Ja ja ja ja! ¿Qué te pareció? ¿Te lo esperabas? Como ves, Lúgar sigue haciendo cambios en los personajes y en pequeños detallitos, pero creo que ayudan a que la historia se desarrolle mejor. ¿Tu qué opinas? Si tienes dudas, comentarios, felicitaciones, porras, lo que se te ocurra; ya sabes, mándalas por e-mail o por un review. Si quieres saber más sobre los Kitsunes y las criaturas mitológicas orientales, puedes preguntarle a Lúgar o buscar el tópico en Internet.

¡Nos estamos leyendo!