¡Hola!

Aquí te quedas con el capítulo 3 de esta historia que espero te siga gustando como hasta ahora.

Digimon no me pertenece, le pertenece a Akiyoshi Hongo. (grandísimo cretino .)

 

La leyenda del espíritu del bosque

Por: Lince y Lúgar

Capítulo 3: El presente

Ruki despertó al día siguiente sintiéndose como si todo el rebaño de ovejas le hubiera pasado por encima, le dolía absolutamente cada músculo del cuerpo, y tenía mucha sed. Miró por la ventana, aún no amanecía del todo; así que salió de la casa y se sentó en los escalones de madera que daban al corral mientras bebía agua de un cuenco de madera y veía a las ovejas que seguían durmiendo bajo el cielo oscuro. Levantó la vista hacia el monte por el que acostumbraba pastar y frunció el ceño. ¿En verdad se había encontrado con un Kitsune en ese lugar? Ruki tenía el claro recuerdo de haber mantenido una conversación con un enorme zorro dorado la noche anterior, sin embargo, al final todo parecía haberse tratado de un sueño. Era algo confuso.

No fue un sueño. Sé que fue algo real. Icari me habló sobre mi padre...pensó bebiendo otro poco de agua.

Icari, así había dicho el Kitsune que se llamaba; esa era otra prueba de que su encuentro con ese espíritu había sido de verdad. Pensó por un momento. Podría ir a buscarla al bosque antes del anochecer, si es que se presentaba un motivo para adentrarse a ese sitio, claro. Ruki esbozó una sonrisa y se golpeó la frente, por supuesto que se presentaría un motivo para entrar al bosque; Icari se las había ingeniado para robarle una cría del ganado todos los días durante todos los años de su vida, a ella y a todo el resto de la familia Makino por siglos. Sin duda volvería a suceder.

     –¿Ruki? –llamó Takato con voz adormilada desde el interior de la casa. –¿Qué haces fuera tan temprano? Pensé que ayer estabas cansada.

     –Así era, pero ahora ya no tengo sueño. –respondió Ruki encogiéndose de hombros. –¿No es extraño? Todavía me siento algo adolorida, pero no tengo ni pizca de cansancio. –explicó.

El chico arqueó las cejas y se sentó junto a la pelirroja dejando escapar un enorme bostezo mientras estiraba los brazos y llenaba un cuenco con agua.

     –Entonces, dime. ¿Qué fue lo que pasó ayer exactamente? –inquirió el chico de cabello castaño.

     –Uh... bueno... –dudó Ruki. ¿Sería buena idea decirle a Takato lo que había sucedido? No todas las personas creían en la existencia de espíritus buenos, y menos si vivían en ese bosque maldito. ¿Y si armaba un escándalo o algo así? La chica meneó la cabeza. –Verás, Takato. Ni siquiera yo sé lo que pasó. Creo que fue un milagro. –dijo ella levantándose y dejando su cuenco junto al agua.

     –¿Qué? Pero si anoche dijiste que... –balbuceó el chico mirando incrédulo a la pelirroja que volvía a entrar en la casa.

     –Anoche estaba algo aturdida ¿Sí? Ahora si me disculpas, voy a prepararme para salir. –soltó corriendo la puerta tras ella.

     –¿Salir? ¡Pero Ruki, es muy temprano, todavía! –gimió Takato dejándose caer al suelo y cubriéndose los ojos con ambas manos.

Ruki se calzó las zapatillas y tomó su cayado cuando deslizó la puerta de la entrada y salió a la villa. El pueblo parecía en calma y desierto, así que Ruki decidió pasear a sus anchas y dirigirse a la mansión de los Lee tomándose su tiempo y echando un vistazo de vez en cuando a los alrededores. Arqueó las cejas y entornó los ojos cuando distinguió a lo lejos una figura que parecía encontrarse de pie justo a la entrada de la casona de los Lee. Era un muchacho, si acaso unos años mayor que ella, que vestía armadura y sostenía una lanza larga, el chico de tez bronceada y brillantes ojos color azul cielo le sonrió al verla llegar.

     –Buenos días, Ruki-san. –saludó él educadamente. –Guardar la mansión de noche de verdad vale la pena si se le ve a usted al amanecer llegando junto con el primer rayo de sol de la mañana.

     –Eh... gracias... (eso creo) –murmuró la chica algo cohibida. –También me alegra verlo, Ryo-kun.

     –No tanto como a mí el verla a usted. –sonrió. –Quién fuera una pequeña oveja para tener el placer de ser tocado por sus manos...

El chico acababa de tomar la mano de la pelirroja que de pronto sintió que se estaba ruborizando. Aquel era Ryo Akiyama, un joven que al igual que ella tenía antepasados japoneses, y que era extremadamente coqueto y simpático. Ruki se había pasado la niñez entera peleándose con él e insultándolo o ignorando que existía; sin embargo en cuanto Akiyama y Ruki alcanzaron un poco más de madurez, el chico pareció tomar un insistente interés en ella. Con mucha frecuencia le decía palabras amables, o la invitaba a las celebraciones de las estaciones y a los festivales de la villa; y aunque Ruki siempre se rehusaba, el joven aún guardaba las esperanzas de que algún día la pelirroja le diera una respuesta diferente. Últimamente Ryo parecía tener las intenciones de proponerle un compromiso serio, y por eso Ruki lo rehuía más que nunca; sabía que Akiyama podía ser muy testarudo al respecto.

     –Uh... debo irme. –balbuceó Ruki separándose del chico, inclinando la cabeza y entrando apresuradamente a los terrenos de los Lee. –¡Fue un gusto saludarlo!

Ryo pateó una piedrecilla que se encontraba frente a él y se recargó en la pared del muro que rodeaba la mansión.

     –Un espíritu libre siempre es difícil de capturar... –susurró esbozando una sonrisa.

Cuando Ruki llegó al corral de las ovejas, soltó un suspiro largo y agotado. Ryo era un joven muy insistente, cómo deseaba que Akiyama encontrara a otra chica a quien acosar para que la dejara en paz. Ella no tenía interés en tener una relación con él de ningún tipo, aunque fuera guapo y codiciado.

     –Es un tonto... –murmuró molesta con él y consigo misma.

Al poco rato salió de la mansión un joven alto y de cabello azulado, al que Ruki reconoció como Jenrya, parecía algo molesto y caminaba a grandes zancadas por el pasto bañado de rocío. Jenrya se percató de la pelirroja que estaba inclinada en la cerca del corral y sonrió ligeramente, encaminándose hacia donde ella se encontraba.

     –¡Buenos días, Ruki! –saludó el chico.

     –Eh... ¡Buenos días, joven Jenrya! –respondió la joven. –¿Le sucedió algo malo? –preguntó arqueando una ceja.

El noble se recargó contra la cerca junto a Ruki y suspiró.

     –Algo así, Ruki. –dijo quedamente. –Ayer me enteré que mi padre ha fijado mi compromiso con una joven doncella de una región cercana. –resopló el chico. –Y...

     –Piensa en la idea de no poder casarse con una joven a la que posiblemente no pueda amar. –adivinó la chica.

     –En parte. –asintió el chico.

     –Podría intentar hacer un esfuerzo. –sugirió la chica cautamente. –Tal vez esa joven se encuentra en su misma situación. –murmuró Ruki golpeando el suelo ligeramente con su cayado. –Ahora que si no resulta... pues sólo siga lo que le diga su corazón, joven Jenrya, su padre es un hombre muy comprensivo. Estoy segura de que podrá entender sus razones.

     –No, no creo que pueda entender mis razones. El no sale de palacio como yo lo hago. No ve a las personas de la forma en que yo las veo...

Ruki arqueó las cejas ante las palabras del joven noble sin podérselo creer. ¿Acaso el amo Jenrya se había enamorado de una joven de la villa? Eso si que era algo que su padre no concebiría jamás. Jenrya siendo un noble, tenía que casarse con una doncella y preservar el linaje de la familia. Era su obligación como el único hijo varón y heredero. La pelirroja meneó la cabeza.

     –¿Amo, acaso usted... –balbuceó.

     –A veces desearía ser un campesino, Ruki. –susurró el joven mirándola con ternura a los ojos. –No sabes cómo lo deseo a veces.

Ruki por un momento sintió lástima por él, era tan injusto que lo obligaran a casarse de esa forma. Pensó en decirle algunas palabras de aliento; sin embargo, la puerta de la casona volvió a abrirse y el señor Lee en persona salió del palacio lentamente.  

     –Buenos días, Ruki. –saludó el hombre con cordialidad. –¿Intercambiando algunas palabras con mi hijo?

     –Buenos días, amo. –respondió la pelirroja haciendo una reverencia. –Así es. El joven Jenrya me ha dado la noticia de su reciente compromiso, espero que no interprete como una indiscreción el haberme enterado.

El hombre sonrió y se inclinó frente a ella para poder mirar sus ojos.

     –Por supuesto que no cometes ninguna indiscreción, pequeña Ruki. La noticia se recorrerá por la villa esta misma noche. Así que solo te pediré que no menciones nada hasta entonces, ¿está bien? –terminó guiñando un ojo.

Ruki asintió con la cabeza y sonrió, abriendo la puerta del corral para sacar a las ovejas. Una vez que se hubo despedido de los Lee y que se hubo asegurado que Ryo había abandonado su puesto en la entrada. Ruki se encaminó hacia los pastos con muchas dudas flotando en su cabeza.

     –¿Takato, tú has pensado en lo que quieres hacer en el futuro?

Ruki y Takato estaban al pie de un árbol en la colina que acostumbraban recorrer para pastar. La pelirroja estaba recostada de espaldas al suelo y miraba las nubes que cruzaban el cielo azulado con lentitud, mientras Takato se encontraba sentado junto a ella devorando su almuerzo.

     –¿El futuro, Ruki? –pronunció algo confundido. –No, no lo he pensado realmente. ¿Tu sí?

Ruki se dio la vuelta y comenzó a juguetear con la hierba.

     –A veces.

Takato arqueó las cejas y bebió algo de agua.

     –Oye, ¿supiste lo del amo Jenrya?

     –Sí... que mal... –suspiró la chica en desapruebo. –¡Oye! ¿Tu cómo lo sabes?

     –Lo escuché de los guardias, que lo habían escuchado de las cocineras, que lo habían escuchado del ama de llaves, que lo escuchó del amo Lee. –explicó Matsuda.

     –No puedo creerlo. –resopló Ruki. –Y a mí que me hacen guardar el secreto, seguramente la mitad de la aldea ya está enterada de todo en estos momentos. No se puede confiar en la gente.

     –Eso pasa a veces, Ruki.

     –Sea como fuere, no soportaría que alguien tratara de controlar mi vida de esa forma, creo que me moriría del coraje si lo hicieran. –murmuró la chica haciendo el ademán de estarse haciendo "harakiri"

     –Supongo que en eso tienes mucha suerte. –comentó Takato recostándose también en la hierba. –Tu madre no parece tener mucho interés en comprometerte con algún sujeto de dinero.

     –No... Mi madre dice que le dará mi mano al hombre que yo elija y que crea correcto para mi. Ella es del pensamiento de que el amor no es algo que se le pueda imponer a una persona.

     –Yo pienso que ella tiene mucha razón.

Los dos se miraron y sonrieron, hasta que un sonido extraño se mezcló con el susurrar del viento y de los árboles. Era como una melodía que parecía provenir del bosque. Ambos se pusieron de pie de un salto y escucharon con extrañeza.

     –¿Qué será eso? –murmuró Takato sujetando su bastón y acercándose a los lindes del bosque para escuchar mejor. –Parece que alguien está tocando música, ¿Qué es, una flauta?

     –Eso parece. –corroboró Ruki quien se había emparejado con Takato y que también escuchaba con atención. De pronto Ruki sonrió, probablemente Icari tenía algo que ver, se giró para ver el paisaje; aún era muy temprano por lo que no tendría ningún problema si se adentraba al bosque. Apoyó su mano en el hombro del chico Matsuda y le susurró al oído.  

     –Quédate aquí, Takato. –dijo Ruki sujetando su bastón y sonriendo ligeramente. –Iré a investigar.

     –Está... bien. –balbuceó el chico mientras veía a la pelirroja adentrarse en el bosque. –¡Pero ten cuidado!

Una vez que Ruki hubo desaparecido, Takato regresó al árbol en el que habían estado descansando y sonrió tranquilamente mientras acariciaba al pequeño Nube que se había ido a echar a su lado.

     –Parece que es algo que no puede evitarse, ¿Verdad, Nube? –el cordero solo baló por respuesta. –Así es el destino.

Ruki caminaba por la senda del bosque mirando a todas partes y escuchando esa melodía resonar con más fuerza que antes, a la pelirroja se le hacía extraño que por primera vez en mucho tiempo, los árboles se quedaran en su sitio y que el paisaje no cambiara, o que la senda no se escondiera. De hecho era como caminar por un bosque completamente normal, y Ruki dio gracias por eso, no tenía ánimos de jugar a las escondidas ese día.

     –¡Icari! ¿Icari, eres tú? –llamó la chica mientras seguía ese sonido que flotaba con misticismo entre los árboles.

Ruki apartó unas ramas bajas y se encontró de pronto en un claro que brillaba de una forma fabulosa, luces de diferentes colores bailaban en el aire en torno a una muchacha vestida con una túnica blanca con marcas de color violeta oscuro, que tocaba una flauta larga de madera. Suspendió su melodía cuando se dio cuenta de que la pastora la observaba. 

     –Hola, Ruki. –respondió la joven rubia que meneaba su larga cola de zorro. –¿Qué te trae por aquí?

     –La música. –respondió alegre al comprobar que Icari era real y no había sido producto de un sueño. –Takato y yo creíamos que...

Ruki arqueó la ceja al percatarse que la iluminación del lugar se debía a una especie de humo brillante que brotaba de los árboles, las plantas, el suelo, y las rocas; y que flotaba con ligereza hacia el cuerpo de Icari.

     –¿Qué es eso? –preguntó Ruki, refiriéndose a la niebla.

     –¿Puedes verla? –inquirió la rubia algo sorprendida, pero recuperando la compostura casi de inmediato. –Ruki, Ruki, Ruki, sí que estás llena de sorpresas. ¿Puedes ver las energías de la naturaleza?, un don poco común ¿no te parece?... aunque creo que ni siquiera tú lo sabías. –añadió al darse cuenta de la cara de extrañeza que ponía la chica. –Mmm... supongo que te transferí algunas de mis habilidades cuando te curé... o tal vez fue tu alma la que decidió tomarlas en ese momento. –dijo con calma. –Que peculiar...

     –¿Estoy viendo algo que no se puede ver con facilidad? –soltó Ruki incrédula.

     –Esto que ves, son las esencias del bosque, Ruki. –Explicó Icari poniéndose de pie al trasformarse en Kitsune, y señalando las volutas de humo brillante que serpenteaban a su alrededor. –Son mi alimento.

     –¿Este es tu alimento? –susurró Ruki tocando una pequeña tira de humo con la punta de su dedo y viendo como desaparecía en el aire.

     –¡Oye, cuidado con eso! –dijo Icari saltando desde donde se encontraba y absorbiendo la esencia antes de que se esfumara por completo. –Necesito absorber todo lo que pueda para mantener mi forma física, de lo contrario desapareceré y me convertiré en un mero espíritu.

     –Uh... lo siento. –se disculpó Ruki desviando la mirada y pensando de pronto en todo lo que le había ocurrido ese día.

     –Tu cabeza está hecha un lío de ideas. –susurró Icari volviendo a convertirse en humana y tocando con la palma de su mano el grueso tronco de un árbol. –¿Quieres preguntarme algo, acaso? –pronunció aspirando el humo verdoso que flotó fuera de la corteza.   

Ruki parpadeó sorprendida y se preguntó cómo había hecho Icari para saber sus pensamientos, aunque luego resopló y recordó que Icari era un Kitsune y que tenía toda clase de habilidades mágicas

     –Estaba pensando en mi futuro. –susurró Ruki como no dándole mucha importancia. –¿Sabes si existe la posibilidad de que pueda cambiar mi oficio?

     –El futuro... Mmmm, un tema de suma importancia... sí... –comentó Icari con suavidad. –Aunque nunca había escuchado de un pastor, proveniente de una familia de pastores, que pensara en hacer algún día una cosa diferente a pastar. –expresó Icari de forma amable.

     –Podría hacerlo. –dijo Ruki con firmeza. –Sé leer y escribir en japonés y en chino, hago cuentas y conozco algo de negocios pero...

     –¿No tiene nada que ver con lo que tienes planeado? –cuestionó el Kitsune con avidez.

     –No lo sé... –susurró la pelirroja pensativamente. –Es como...

Ruki meneó la cabeza y sujetó su cayado, mientras se dirigía a  la zorra.

     –Icari, me estaba preguntando... ¿Puedo venir a visitarte seguido?

     –Siempre y cuando sea de día y solo vengas tu sola. –asintió el Kitsune sonriente.

     –Entonces volveré mañana, Icari. Mi amigo Takato debe estar preocupado por mí, y yo tengo muchas preguntas que quiero hacerte.

     –Imagino que sí. –sonrió Icari.

Ruki se despidió haciendo una reverencia mientras el Kitsune se convertía en una sombra y desaparecía en el aire.

     –Adiós, Icari...

Cuando Ruki salió del bosque y se reunió con Takato, la chica explicó que el sonido lo producía un pájaro extraño que desapareció cuando ella había llegado a verlo. Matsuda arqueó las cejas y dibujó una sonrisa extraña en su rostro para luego decirle a Ruki que sus mentiras eran peores que las de él; por lo que soltando una carcajada, los dos regresaron a su trabajo.

Al día siguiente, y al que siguió de ese, y al posterior a ese, y todos lo días; Ruki se las ingeniaba para adentrarse al bosque todas las mañanas y charlar con el Kitsune que parecía saber el lugar y la hora exacta en la que ella llegaría (por supuesto, Ruki volvía después de un rato con Takato y después ambos bromeaban, se reían y continuaban con sus labores). Esta rutina se repitió durante mucho tiempo, tiempo en el que la pelirroja aprendió muchas cosas fascinantes del bosque y de los espíritus, había aprendido a distinguir a los espíritus buenos de los malos, conocía ya todos los recovecos del bosque, y había aprendido a percatarse de todas las esencias que existían a su alrededor. Cada día era una enseñanza nueva, e Icari parecía sumamente contenta de enseñarle a la pastora todo lo que estuviera dispuesta a aprender; pues Ruki era muy curiosa, y a veces Icari se sonreía y le decía que le recordaba a un pequeño Kitsune avatar.

Cuando las hojas de los árboles comenzaron a caer, y el clima comenzó a volverse más frío; fue sin duda señal de que el invierno se aproximaba, y nadie lo lamentaba más que Ruki ya que en el invierno ya no subía a pastar con sus ovejas, y por lo tanto no tendría oportunidad de charlar con su nueva amiga Kitsune. Pero lo que más lamentó fue lo que ocurrió en cuanto el viento comenzó a soplar con fuerza y la temperatura disminuyó como Ruki no recordaba haber sentido antes esa mañana que recibía el primer día de invierno. La pelirroja había despertado temprano y se había encontrado con que Takato cargaba todas sus pertenencias en una bolsa por sobre su hombro y se despedía de Rumiko y de Seiko tristemente. Ruki se acercó lentamente arqueando una ceja. 

     –¿Te vas, Takato?

     –Solo por el invierno. –murmuró el chico. –Tengo un asunto que resuelvo siempre por estas fechas. –comentó lacónicamente mientras recogía la vieja capa de viaje con la que había llegado a la villa por primera vez.

     –Pero... el clima está horrible, Takato. ¿No podrías esperar a que mejorara un poco? –dijo la pelirroja un poco más alto de lo que ella hubiese querido.

     –No puedo, Ruki. –murmuró el joven, meneando la cabeza. –Tengo que salir hoy mismo.

     –Takato...

     –Te prometo regresar, Ruki. –sonrió el chico. –No te vas a librar de mí tan fácilmente. –dijo guiñando un ojo.  

Seiko envolvió al muchacho en una capa gruesa y abrigadora y lo abrazó como si se despidiera de su propio nieto, Rumiko le deseó mucha suerte y le pidió que se cuidara mucho, estrechándolo con fuerza entre sus brazos y acercándole un paquete que parecía contener una gran cantidad de comida, Ruki lo abrazó también y lo miró con tristeza cuando se separaron.

     –¿Por qué no me dijiste que te ibas? –sollozó la chica tratando de no pensar en lo imposible que resultaba hacer un viaje con un clima como aquel y esforzándose sobremanera en retener las lágrimas que querían resbalar de sus ojos.

Takato se encogió de hombros y volvió a abrazarla, solo que esta vez más fuerte que antes; el chico le susurró al oído:

     –Porque no quería que pusieras esa cara tan triste.

Ruki jadeó cuando escuchó las palabras del chico y cuando lo vio cruzar el umbral de la puerta. Le había tomado cariño al joven Matsuda, y se había dado cuenta que le dolía el verlo marcharse; más aún, pensar que tal vez no lo volvería a ver.  

     –¡Prométeme que vas a cuidarte mucho! –le susurró alcanzándolo en la entrada.

     –Te lo prometo. –aseguró él. –Ahora quita esa cara, porque te vas a enojar mucho cuando yo regrese y te des cuenta de las cosas vergonzosas que hiciste hoy.

La pelirroja sonrió débilmente y le dio un golpecito en el hombro.

     –Eres un tonto... –murmuró. –Pero te voy a extrañar. –sonrió al abrazarlo de nuevo, y sabiendo que lo vería regresar con bien, aunque no sabía exactamente cómo podía asegurarlo.

Ruki pasó esos días de invierno ocupada con las labores que debían cumplirse en casa, ya fuera ayudando con la lana, con la leche, con el tejido, con la limpieza... La pelirroja farfullaba las veces en las que se percataba de que se debía realizar alguna reparación, ya fuera que la cerca se rompiera, o que el techo tuviera goteras; sin mencionar que todavía era su obligación el ocuparse de las ovejas, que requerían todas sus atenciones, en especial dos de ellas que estaban preñadas y que no tardarían mucho tiempo en dar a luz; por lo que Ruki casi no tenía tiempo para pensar en otra cosa, y ya no digamos en sus planes a futuro. Era como si algo dentro de ella la obligara a estar en constante actividad. Se encontraba a punto de reunir las características de un colapso nervioso, y así se lo hizo ver su madre una de esas tardes, cuando a Ruki se le habían caído las mantas y el agua que llevaba hacia el establo (que era donde estaban las ovejas ahora que la temperatura era más baja)

     –¡Ruki, tranquilízate! –dijo la señora Makino inclinándose y ayudando a su hija a recoger el desorden. –Te has estado esforzando en abarcar demasiadas tareas tú sola. No puedes estarte exigiendo tanto.

     –¡Pero mamá! ¡Las ovejas están a punto de parir! ¡Tengo que apurarme! –soltó la chica corriendo de un lado hacia otro y llenando de nuevo el balde con agua. –¿Qué diría papá si no pudiera manejar una situación como está? ¡Ni siquiera quiero pensarlo! –gimió saliendo de la casa y encaminándose al establo. –¡Hay tanto por hacer!

Rumiko sonrió y meneó la cabeza como resignándose.

     –Estaré con Ruki, mamá. –Le dijo la mujer a Seiko quien también parecía sorprendida por la forma en la que su nieta había estado actuando recientemente. –¿Por qué no preparas un té fuerte mientras tanto? Nuestra pequeña necesita relajarse un poco.

La abuela asintió y se dirigió a la cocina, mientras Rumiko salía de la casa y caminaba hacia el establo. La mujer pegó la oreja a la puerta antes de abrirla, se escuchaba un traqueteo y un ir y venir constante; Rumiko abrió el portón con lentitud y arqueó las cejas al ver a Ruki dar vueltas de un lado a otro con las manos en la espalda y mirando a las ovejas con impaciencia. Parecía extremadamente hiperactiva y ni siquiera se detuvo cuando vio a su madre de pie en la entrada. Rumiko se acercó y le puso una mano en el hombro, obligándola a detenerse.

     –Ruki... ¿Hay algo que quieras decirme? –preguntó la mujer al ver que la joven jadeaba y se esforzaba en evitar que su cuerpo se siguiera moviendo.

     –No, mamá... –respondió débilmente golpeando incesantemente el suelo con la punta de su pie. –Absolutamente nada.

Rumiko frunció el ceño y miró a su hija fijamente.

     –Ruki... No estarás tomando enervantes ¿o sí?

     –¡Mamá! ¡Por supuesto que no! –gritó la chica revolviéndose el cabello.

     –¿Entonces qué es lo que tienes, Ruki? No entiendo qué es lo que te pasa.

     –¡No lo sé! ¡Es como si no pudiera detenerme! ¡Me está volviendo loca! ¡Es como sí... –de pronto abrió los ojos como si hubiera visto un fantasma. –¡Dios, tengo que salir de aquí! –jadeó al salir apresuradamente y cruzar el camino nevado que conducía hacia los pastos.

     –¡Ruki! –gritó sorprendida Rumiko al verla desaparecer colina arriba. –¡Dios, que le pasa a esta niña! –soltó regresando dentro del establo para ocuparse de las ovejas.

     –¡Esto tiene algo que ver con Icari! –resopló Ruki corriendo derecho hacia el bosque. –¡Estoy segura!

El sol estaba ocultándose cuando la pelirroja cruzó los límites del bosque y entró en el por completo, Ruki pudo escuchar gruñidos de bestias extrañas a sus espaldas y ocultas en los arbustos, pero no le importó; sentía que su corazón latía rápidamente y que debía hacer algo para que se detuviera. Cruzó en dos saltos el lago que se encontraba congelado y ni siquiera se sorprendió por ello, sólo pensaba en encontrar a Icari y saber lo que estaba sucediendo; se detuvo en seco cuando chocó con una figura alta y peluda que la hizo rodar por la nieve. Ruki levantó la cabeza y la sacudió confusa.

     –Hola, Ruki. –saludó el Kitsune en voz baja. –¿Por qué tan excitada?

     –¡Eso es lo que me gustaría saber! –soltó Ruki levantándose de un salto. –Llevo días sin poderme detener, Icari ayúdame, ¿Qué es lo que me pasa? ¡Me está enloqueciendo! –gimió la chica cayendo de rodillas ante el Kitsune que la miró perpleja.

     –Uh... claro. –murmuró Icari arrodillándose frente a ella. –Vamos a ver, cierra los ojos, Ruki.

La chica obedeció y al poco rato sintió que el Kitsune ponía su zarpa sobre sus ojos, una extraña sensación de calor le recorrió el cuerpo y pareció salir de su interior en una especie de humo de color azulado, el cual Icari atrapó con su pata libre.

     –¡Ajá! ¡Aquí está! –pronunció el Kitsune en tono triunfal, mientras Ruki suspiraba y se dejaba caer en la nieve, su corazón parecía haber vuelto a su ritmo habitual.

     –¿Qué es eso, Icari? –preguntó la chica al percatarse de la pequeña esfera brillante que sostenía Icari entre sus patas.

     –Esto es tu energía, Ruki. –explicó Icari casualmente. –El exceso de energía para ser más específicas. Creo que has estado absorbiendo energía de todas partes sin que te dieras cuenta.

     –¡Qué! ¿Pero cómo? –jadeó Ruki atónita.

     –Ya te dije que has tomado algunas de mis habilidades. –murmuró Icari lacónicamente. –Absorber las esencias de la naturaleza es una de ellas. Probablemente tu espíritu se alimentaba de todas estas esencias sin que te percataras de ello, es normal que de pronto tu cuerpo se viera sobre estimulado por todas estas energías. –terminó el Kitsune absorbiendo ella misma la esfera de luz. –Mmmm... nada mal.

     –¿Ya pasó? Porque ahora no me siento muy bien... –susurró Ruki poniéndose de pie lentamente y sujetándose el estómago mientras sufría arcadas. –Creo que voy a...

Icari cerró los ojos cuando Ruki se inclinó junto a un árbol y vomitó por un rato. Para después caer de espaldas en la nieve y resoplar completamente exhausta.

     –Tendrás que venir aquí una vez a la semana para que pueda drenarte hasta que aprendas a controlarlo, Ruki. –murmuró Icari frunciendo el ceño. –No creo que le haga mucho bien a tu cuerpo el absorber esencias de ese modo. 

Ruki se estremeció cuando sintió un nuevo espasmo de asco y respiró profundamente.

     –Creo que no, Icari. –susurró, débilmente.

Una vez que Ruki se hubo sentido mejor, decidió emprender el camino de regreso a casa, Icari insistió en acompañarla, en contra de los deseos de la pelirroja que temía que alguien fuera a verla; sin embargo, cuando Ruki se mareó e Icari la atrapó en medio de la discusión, Ruki no tuvo más remedio que suspirar y aceptar la compañía del Kitsune.

     –Icari, no sé si pueda manejar esto. –murmuró Ruki mientras bajaba con lentitud la colina junto con el Kitsune dorado que caminaba a su lado.

     –Lo harás bien, Ruki. –la animó la zorra sonriendo quedamente. –Ya verás que encontrarás que existen ciertas ventajas al poseer este tipo de habilidades.

     –No lo sé... –suspiró la pelirroja.

     –Lo sabrás... –susurró el Kitsune.

Icari desapareció al dejar a Ruki a la puerta de su casa y esta solo meneó la cabeza, sintiéndose débil y temblorosa, corrió la puerta de entrada, se descalzó en el recibidor y se sacudió la nieve lentamente y como pudo. Estaba a punto de avisar que se encontraba de regreso, más su madre apareció en el pasillo y corrió a su encuentro, atrapándola en un abrazo que le sacó el aire a la pelirroja.

     –¡Ruki! ¿Dónde habías estado? ¡Nos preocupaste mucho a tu abuela y a mí! ¡No vuelvas a escapar de esa manera!

Ruki solo meneó la cabeza con languidez y se quedó dormida de inmediato en el regazo de su madre que parpadeó sorprendida.

     –Mi niña... –susurró Rumiko acariciando su cabeza. –Mi Ruki...

Como le había prometido a Icari, Ruki subía a la montaña y se adentraba en el bosque una vez cada semana para que el Kitsune la drenara de energía. No era algo muy agradable, ya que Ruki terminaba completamente fatigada y desorientada, aunque era algo preferible a estar hiperactiva y como loca.

     Precisamente fue en una de esas mañanas en las que Ruki se disponía a encontrarse con Icari cuando Ryo Akiyama le salió al paso y la entretuvo con uno de sus múltiples intentos de captar su atención.

     –¿Sabe, señorita Ruki? He estado trabajando muy duro para el señor Lee desde que era muy pequeño y no he de negar que siento un gran aprecio por usted –susurró esbozando una sonrisa blanca y fresca que la pelirroja encontraba algo molesta en esos momentos que se encontraba alterada por las esencias. –Si tan solo me dijera que corresponde mis sentimientos, yo podría arreglar el compromiso con su madre y evitar que siga realizando estas labores tan pesadas. Tengo una buena dote, y el amo Lee me ha proporcionado una buena tierra para cultivar. Además, yo...

     –Lo siento, joven Ryo. –lo cortó Ruki algo acalorada. –Pero tengo algo de prisa, debo irme ya. –se inclinó y sonrió con toda la cortesía que le fue posible en ese estado de alteración en el que se encontraba. –Buenos días, disculpe. –susurró al marcharse rápidamente y perdiéndose colina arriba.

     –¡Al menos prométame que lo pensará! –soltó el chico frunciendo el entrecejo al ver que la pelirroja subía a la montaña sin razón aparente.

Ruki se adentró en el bosque y buscó a Icari en los sitios en los que se acostumbraba aparecer, más después de un rato, no pudo encontrarla por ningún sitio, la llamó un par de veces y ya comenzaba a desesperarse cuando un sonido extrañó retumbó a sus espaldas. Un lobo enorme de aspecto feroz, al que Ruki reconoció como un demonio, le salió al paso y arremetió contra ella mostrando sus horribles colmillos. La pelirroja no supo cómo lo hizo en realidad, pero esquivó al animal en todas las ocasiones en las que este embistió contra ella. Era como si el monstruo se moviera con demasiada lentitud, o tal vez era ella la que se movía con más ligereza; en eso pensaba cuando repentinamente el lobo aulló herido y se desplomó en el suelo. Ruki arqueó las cejas al percatarse de los diamantes que tenía el animal incrustados en la espalda, obra sin duda de Icari. Levantó la mirada y se topó con la del Kitsune que sonreía. 

     –Hola de nuevo, Ruki. –saludó Icari desde la punta de una formación rocosa. –Veo que te gustan los problemas. Parece que tienes una extraña atracción por criaturas de este tipo. –susurró señalando los restos humeantes del demonio que yacían en el pasto cubierto de nieve.

Ruki sonrió al ver al Kitsune que se encontraba frente a ella, luego inclinó la cabeza algo apenada.

     –Lo siento Icari, no era mi intención causarte problemas.

La zorra hizo un ademán con la pata como indicando que no tenía importancia y luego bajó para posarse frente a Ruki.

     –Jamás va a causarme problemas el que una amiga me visite, Ruki.

Una vez que Icari hubo drenado a Ruki, ambas se dedicaron a dar un paseo por el bosque; como la pelirroja se encontraba débil, Icari se había transformado en un zorro gigantesco de nueve colas y le había pedido a la chica que montara sobre su lomo, para conversar mientras recuperaba sus fuerzas.     

     –¿Entonces este joven Ryo, te habló de un compromiso? –preguntó Icari sonriendo ligeramente.

     –Lleva mucho tiempo con lo mismo. –respondió Ruki algo molesta. –Ya le he dicho que no busco comprometerme con nadie, por ahora.

     –¿De veras? –inquirió el Kitsune. –¿Entonces has pensado ya lo que vas a hacer con tu vida?

     –No del todo. –susurró la pelirroja. –Aún estoy analizando las cosas.

     –¿En qué forma? –preguntó la zorra deteniéndose al llegar al límite del bosque y apreciando las montañas blancas que se alzaban majestuosas a su vista.

 Ruki meneó la cabeza y recorrió con la mirada el paisaje nevado que se extendía ante ellas.

     –Por una parte, pasar de pastora a doncella significaría dar un gran salto en la valoración que los demás tienen de mí...

     –¿Pero? –preguntó Icari, adivinando que habría un pero en el razonamiento de la joven.

     –Pero, sería un retroceso en la valoración que yo tengo de mi misma... es que no sé, siento que una parte importante de mí se perdería si yo dejara un día de subir a estas montañas. –suspiró meditándolo. –Probablemente cuando deje de hacerlo, mi espíritu se quedará aquí y recorrerá los campos como siempre he acostumbrado a hacerlo. –torció la boca y sonrió al decirlo. –Suena tonto, pero ¿Qué otra cosa podría hacer sin sentirme miserable por no llevar a cabo mis propios objetivos? Sé que pastar ovejas no es la gran cosa, pero tampoco es gran cosa para mí el quedarme en una casona a limpiar, cuidar niños y hacer la cena. Yo... quiero hacer algo más grande que eso, más grande que ser pastora, más grande que ser una doncella, más grande... aunque todavía no sepa lo que es. ¿Entiendes a lo que me refiero, Icari?

Icari, que escuchaba con atención, asintió con la cabeza y meneó sus largas colas con lentitud.

     –Voy a decirte un secreto, Ruki. –murmuró el Kitsune mientras levantaba la vista hacia el cielo. –Las criaturas del mundo espiritual, sean buenas o malas, tienen una capacidad especial para apreciar el valor de las almas del mundo físico. Y tú, Ruki, tienes el valor de la tuya por encima de todas las que he visto antes; has decidido vivir tu vida a tu manera y no a como quieren los demás. Son muy raras las personas que siguen su verdadero camino, ¿sabes? Ahora veo porqué andan los demonios tras de ti, un espíritu libre y escurridizo, siempre sabe mejor que uno sedentario y mediocre. –susurró la zorra mirando a la pastora a los ojos. –Nunca cambies esa forma de pensar, porque es la que te llevará algún día a cumplir con la misión por la que estás en este mundo. Tenlo por seguro.

Ruki sonrió ante las palabras del Kitsune y frunció el ceño ligeramente. ¿Encontraría algún día ese camino del que hablaba Icari?

La primavera retornó a la región y con ella todo pareció cobrar vida de nuevo. Takato regresó con el primer día del deshielo, con historias sobre su viaje, y con obsequios para las mujeres Makino que se veían muy contentas de recibirlo nuevamente; en especial Ruki, quién a pesar de que siempre había discutido con él en el pasado, lo había extrañado muchísimo durante su ausencia. Todo parecía haber vuelto a una normalidad inusitada, Ambos habían vuelto a sus labores como pastores en cuanto el clima permitió que las ovejas retornaran a las montañas, Ryo continuaba molestando a la pelirroja como de costumbre, y Ruki seguía visitando a Icari a hurtadillas con regularidad. Claro que lo mejor del asunto era que parecía que por fin, la pelirroja había logrado controlar ese problema de la absorción de esencias, con mucha práctica y ayuda del Kitsune dorado que la sorprendió esa mañana fresca en la que le entregó ese regalo tan increíble. 

     –Esta daga no es como cualquiera, Ruki. –explicó Icari desenfundando un cuchillo largo y brillante, y mostrándoselo a la pelirroja. –Su filo está cubierto de una poderosa energía que será capaz de atravesar la piel de cualquier demonio que intente lastimarte. Es un arma muy especial. –susurró la zorra. –La llaman: la daga de Tenko.

     –¿Tenko? ¿Cómo el espíritu de los zorros de nueve colas? –cuestionó Ruki intrigada.

     –¡Exactamente! –apremió Icari, sorprendida de lo bien que Ruki conocía los tipos de espíritus que rondaban por el mundo físico. –Esta daga tiene en su filo el poder de un Kitsune de nueve colas, el mismo poder que tengo yo ahora. Fue un obsequio de mi madre cuando yo era pequeña... Ruki, quiero que lo conserves contigo en todo momento; así será como si siempre estuviera a tu lado para protegerte. –terminó Icari tendiéndole el preciado objeto a la temblorosa pastora que no podía creer que se le estuviera ofreciendo semejante obsequio.

     –Pero, Icari, yo... no podría aceptar algo así. –balbuceó. –De verdad no podría.

     –Entonces considéralo como tu presente de cumpleaños, ¿es hoy no es así? No puedes rechazar un regalo que se te ofrece en honor a tan especial fecha. –sonrió el Kitsune como si lo hubiera planeado todo.

Ruki aceptó el obsequio y miró a la zorra con inmensa gratitud.

     –¡Muchas gracias, Icari! –soltó abrazando al Kitsune con fuerza, quien solo sonrió y palmeó con suavidad la espalda de la pastora.    

     –Sólo prométeme que lucharás por alcanzar esa grandeza que anhelas tanto. –susurró el Kitsune mirándola a los ojos como acostumbraba hacerlo.

     –Lo haré, Icari.

Con la daga prendida de su cintura, Ruki regresó a sus labores sintiendo que era la pastora más feliz de todo el universo, y que podía hacer cualquier cosa que le viniera en gana, porque su espíritu y sus sueños eran libres, y eran de ella...

Continuará...

Ok, final del capitulo 3 de este fic, espero que te hayan gustado todos los cambios, que como siempre, mi hermano se da el lujo de hacer. ¿Alguna idea de lo que sucederá después? Tendrás que esperar al siguiente capitulo nn (ya comienza la escuela, ¡qué horror!) no importa, ya me las ingeniaré para continuar escribiendo.

Si extrañaste a mi hermano Lúgar, lo lamento mucho, el está cómodamente viendo la televisión mientras yo me la paso mecanografiando su fic..... U.U (¡cómo sufro!)

¡Nos leemos!