¿Qué tal? ¡Por fin he vuelto!
Primero que nada, quiero ofrecerte una enorme disculpa por haberte hecho esperar tanto. Yo sé que has estado pendiente del desarrollo de este fic y de verdad te lo agradezco; sin embargo, mi carga de trabajo en la Universidad se complicó bastante desde el inicio del semestre, y me ha sido muy difícil avanzar con la escritura. Aún así, me las he ingeniado para continuar, aunque sea de poco en poco, para que puedas conocer la historia completa que mi hermano Lúgar imaginó una noche que no tenía nada que hacer...
Sin más preámbulos entremos de lleno al capítulo 4.
Digimon no me pertenece, le pertenece a Akiyoshi Hongo.
La leyenda del espíritu del bosque
Por: Lince y Lúgar
Capítulo 4: El devorador de espíritus
–¡Ruki! –llamó la señora Makino asomando medio cuerpo por la puerta de atrás de la casa. –¡Ven un momento por favor!
–¡Ya voy! –respondió un grito amortiguado que parecía provenir del techo. –¡Ya bajo!
Rumiko regresó al interior de la casa cuando se aseguró que su hija utilizaba la escalera para bajar del tejado, ya que Ruki había adoptado la mala costumbre de prescindir de ella y ya le había dado varios sustos a su madre. Cuando la pelirroja vio entrar a Rumiko, saltó del décimo escalón y cayó al suelo con ligereza mientras ahogaba una risita.
–Jovencita, ¿Se puede saber qué escándalo se traen en el tejado? –inquirió Rumiko cuando vio entrar a su hija y levantando mucho la cabeza para poder verla a los ojos. –¿No pueden trabajar con un poco de silencio? Ya están grandecitos como para seguir con niñerías ¿no te parece, Ruki?
La muchacha alta, pálida, de porte orgulloso, se encogió de hombros, giró los ojos, y se apartó el fleco de la cara con elegancia. Ya habían pasado 4 años desde que Ruki había tenido su primer encuentro con Icari. Acababa de cumplir su cumpleaños número 18, y había crecido bastante en los últimos 2. Se había convertido en una chica muy bella, y su cabello largo color de fuego le llegaba casi al final de la espalda; sus ojos poseían un brillo que había logrado enamorar a más de un chico de la aldea, aunque Ruki no les prestara nunca ninguna atención. La chica sonrió inocentemente, Takato y ella habían estado cambiando las tejas del techo, y las risotadas que soltaron cuando a Matsuda se le atoró un pie en uno de los agujeros y se le cayeron todas las piezas por estar bromeando, fue la gota que derramó el vaso en esa mañana en que los dos se encontraban tan alegres. Ruki miró a su madre que la miraba expectante, suspiró y se encogió de hombros antes de responder.
–Es Takato, mamá. Lo que pasa es que no puede hacer nunca nada bien.
–Eso no es verdad. –murmuró una voz a su espalda.
Takato acababa de entrar cargado con un montón de tejas de madera que colocó con cuidado en el piso. Su estatura era mucho mayor que la que tenía antes y se veía más fuerte y seguro; sus ojos color carmesí brillaban como siempre, y su sonrisa sincera había logrado cautivar el corazón de muchas doncellas que jamás resultaban correspondidas. Takato se sacudió las manos, y se desdobló las mangas de la camisa que se había arremangado para trabajar mejor; inclinó la cabeza levemente ante la señora Makino, y sonrió al pararse junto a Ruki, dispuesto a recibir su parte del regaño.
–Disculpe, Rumiko-san. –dijo el chico suavemente. –Fue mi culpa, estuve bromeando allá arriba. No nos dimos cuenta de que estábamos molestando a alguien. –comentó él, sonriendo inocentemente de la misma forma en la que Ruki sonreía para librarse de alguna de las conocidas reprimendas de su madre.
Rumiko miró al chico sonriente, y luego a su hija sonriente, y suspiró; el par había mejorado mucho en sus caras inocentes y cada vez le era más difícil a la señora Makino el reclamarles alguna acción incorrecta. Ella sonrió también, no podía negarles el que se divirtieran un poco, y menos después de que ambos habían logrado manejar aquella terrible catástrofe que había azotado la aldea un año anterior. En vez de discutir los apresuró para que desayunaran y se prepararan para salir; porque la improvisada reparación del techo los había retrasado, y ya se les hacía tarde.
–No vayan a demorarse en el campo, ¿entendieron? –les dijo Rumiko, mientras le acercaba el cayado a Ruki quién se había acabado de trenzar el cabello y que se estaba calzando las zapatillas.
–Claro, volveremos temprano. –respondió la pelirroja al recibir el bastón de manos de su madre. –Te lo prometo. Hoy tengo deseos de pasar una noche tranquila para variar un poco. Hoy no haré ninguna locura.
–Esperemos que esta vez sea cierto. –murmuró Rumiko palmeando la espalda de su hija y acompañándola hasta la puerta. –Cuídate mucho, ¿sí? –le susurró en el oído. –Cuídense los dos.
–Hasta luego, mamá. –sonrió Ruki. –Te veré más tarde.
Ruki alcanzó a Takato que ya arreaba a las ovejas del rebaño familiar, (el cuál había aumentado su número considerablemente) y se encaminaron rumbo al palacio de los Lee para llevar a cabo su rutina diaria, sin más demora que la de los aldeanos que les salían al paso y los saludaban animadamente. Los jóvenes escuchaban continuamente durante el trayecto un alegre: "¡Buenos días, Ruki-san!" o un "¡Excelente clima!, ¿no le parece Takato-kun?" incluso algunos los detenían para estrecharles las manos, y regalarles dulces o pastas; muchos intentaban por todos los medios sacar de los labios de la pelirroja al menos dos palabras seguidas, porque Ruki seguía siendo una muchacha extremadamente seria y en cierta forma no le gustaba ser el centro de atención de las miradas de los otros; en cuanto a Takato... bueno, él se portaba tan jovial como de costumbre, y sonreía y agradecía a todo el mundo. Pero, ¿a qué se debían todas esas prodigiosas atenciones hacía dos simples pastores? Bueno, pues resulta que Ruki y Takato se habían vuelto muy famosos por desaparecer de la aldea a varios monstruos que se habían desatado en la aldea hacía un año; cuando la guerra había arrastrado los espíritus malignos de varios soldados fallecidos y habían ocasionado un caos total entre los pueblerinos. La pelirroja había empleado un cuchillo largo y extraño que parecía tener una hoja de luz para acabar con los demonios, y junto con Takato y un par de soldados que se mantuvieron en pie, destruyeron la amenaza y salvaron muchas vidas. El amo Jyaniu Lee había quedado tan agradecido que les había ofrecido un titulo de alto rango y un lugar en el castillo; pero los muchachos se negaron rotundamente, explicando que nada les gustaba más que recorrer el campo y vivir de forma sencilla y tranquila. Aún así, y a pesar de sus negativas, Lee le obsequió a la familia Makino una carreta, dos caballos y una paga en oro que Ruki decía sería suficiente para que hasta sus nietos vivieran cómodamente.
La pastora acababa de inclinar la cabeza ante otros dos jóvenes que la saludaban a distancia, chasqueó la lengua, y arrastró consigo a Takato (que le guiñaba el ojo a unas doncellas que le sonreían tontamente) para que de una vez por todas se dirigieran a la casona de los Lee, a lo que el chico Matsuda solo sonrió, encogiéndose de hombros. Ruki se encontraba riñendo silenciosamente a Takato cuando se aproximaron a una de las viviendas más cercanas al palacio, Takato pateó una piedrecilla, y Ruki suspiró. Era lo mismo todas las mañanas. La chica levantó la vista hacia un joven de cabello negro que estaba sentado cerca del camino, con una mano sostenía un arco largo de madera, y con la otra tensaba la cuerda blanca y fina que se ataba a los extremos. El muchacho fijó la mirada en el piso cuando los vio acercarse al sitio en el que se encontraba, y entrecerró los ojos al ver a la pelirroja cruzarse por su camino. Ruki se detuvo un momento y tomó aire.
–Buenos días, Wei. –susurró la chica sin quitar la mirada del camino. –Que agradable mañana, ¿no le parece?
El muchacho levantó la vista y esbozó una media sonrisa.
–No mientras siga apareciéndose por aquí, Ruki. –murmuró él. –...desgraciadamente es una rutina que se repite día con día. –siseó en voz más baja.
Takato apretó los dientes y se arremangó las mangas dispuesto a embestir a Wei por su atrevimiento; sin embargo, Ruki levantó su brazo, parando la furia de su amigo, y meneó la cabeza en señal de advertencia. El joven Matsuda suspiró y retrocedió un par de pasos, mientras la pelirroja arqueaba las cejas y se echaba la trenza hacia atrás con calma.
–Es una lástima que opine de esa forma, –respondió ella inclinándose frente al chico y mirándolo fijamente. –porque yo seguiré recorriendo este camino hasta que tenga que dejar de hacerlo, le guste o no.
Ruki se enderezó después de unos segundos, y emprendió la marcha junto con Takato (que parecía muy serio), dejando por unos instantes al joven Wei sólo y algo confundido. De inmediato el chico se levantó y tomó una flecha, la cual posicionó en la cuerda de su arco y que tensó con habilidad, adelantó su pie izquierdo y soltó la resistencia, mientras enviaba su proyectil a volar velozmente y a ensartarse en un tronco que se encontraba a escasos centímetros de dónde la pelirroja había estado segundos antes.
–Esperemos entonces que termine sus labores pronto, Ruki-san... –susurró Wei, inclinándose levemente y recogiendo sus cosas. –Buen día. –dijo caminando hacia su casa y corriendo la puerta tras él.
Ruki y Takato se quedaron de pie en el sitio en el que estaban con los ojos bien abiertos. Luego la pelirroja resopló y sujetó su cayado al reemprender la marcha, el chico Matsuda sólo giró los ojos y meneó la cabeza al seguir a Ruki (no sin antes sacar la flecha del tronco en el que había sido clavada y partirla por la mitad, mientras murmuraba algo para sí mismo.) Por lo que para cuando Takato se dio cuenta, Ruki ya se encontraba muy por delante de él, y tuvo que correr para alcanzarla.
–Uf, vaya forma de empezar las mañanas. –jadeó Takato al ponerse a la par con la pelirroja, mientras recuperaba el aliento. –Ten cuidado Ruki, te digo que ese tipo todavía te guarda rencor.
–Nah, Wei es inofensivo. –respondió la chica meneando la cabeza. –Sólo está molesto por lo de su hermano, ya se le pasar
–Eso dijiste el año anterior y todavía monta este numerito de las flechas. –reflexionó el chico mostrando uno de los pedazos y arqueando las cejas. –que cada vez se sienten más cerca, si te lo puedo hacer notar.
–Bueno, pues que se le pase en el tiempo que quiera, ¿qué más da? Mientras no se nos acerque con un sable, y sus flechas continúen sin dar en el blanco, me conformo.
–Si tú lo dices... –murmuró Takato encogiéndose de hombros. –Eres demasiado benevolente, ese es tu problema, Ruki.
–Y tú eres demasiado paranoico. –concluyó la pelirroja.
Ruki y Takato recorrían los pastos, conduciendo al enorme rebaño de ovejas que acababan de recoger del palacio de los Lee. Caminaron sin hablar durante algunos minutos hasta que Ruki rompió el silencio.
–Takato, ¿no notaste extraño al amo Lee? –preguntó ella.
–Algo. –respondió el chico de forma casual. –La verdad, no le presté mucha atención a su forma de actuar. ¿Por qué, tú sí?
–Ha estado extraño últimamente. –respondió la pelirroja encogiéndose de hombros. –Y no lo entiendo... Hace poco tiempo se llevó a cabo su matrimonio con esa linda doncella de la región del sur ¿no? Creí que el amo se encontraría feliz por ello; pero últimamente lo he notado muy triste. Desde hace un año que se le ve tan pensativo. Pero no tiene sentido. Todos pensamos que ansiaba matrimoniarse con esa joven y por eso no quería esperar más. Incluso la fecha de la boda fue apresurada, ¿lo recuerdas? Aún así, el amo no ha vuelto a sonreír como solía hacerlo... es algo que cómo que te pone a pensar.
–¿Qué te pone a pensar? –repitió Takato sonriendo ligeramente. –¿Y en qué te pone a pensar, Ruki, sí se puede saber?
–No sé, bueno tu sabes... supongo que sólo te hace pensar... –respondió Ruki golpeteando el suelo con su cayado, suspiró ligeramente. –Ah, olvídalo. –le dijo.
Takato arqueó las cejas, se adelantó y comenzó a rodar por la hierba.
–¡Los pensamientos de la gran Ruki no pueden ser escuchados a menos de que supliques y te arrastres cómo gusano! ¡Cómo un gusano! –gritó soltando una carcajada.
–¡Cállate! Eso no es verdad. –soltó Ruki riéndose también y sentándose a su lado. –Lo que pasa es que no sé cómo explicarlo.
Los dos sonrieron, guardaron silencio y se dedicaron a ver el paisaje mientras una suave brisa les acariciaba el rostro. Ruki se dejó caer en la hierba y decidió que no pensaría en nada más hasta que le llegara el momento de hacerlo realmente. La pelirroja miró el cielo por un rato. Había comenzado a adormecerse al apreciar unas formas peculiares en las nubes cuando Takato se giró y llamó su atención quedamente.
–¿Ruki? –susurró él.
–¿Mmmh? –respondió la chica con somnolencia.
–Estaba pensando que tal vez sería buena idea que te quedaras aquí en vez de entrar al bosque como acostumbras. –murmuró con cautela. –Ya sabes, sólo para variar un poco.
Ruki se enderezó lentamente y estiró los brazos desperezándose, luego miró a Matsuda sonriendo ligeramente.
–Suena bien, Takato. –le dijo sinceramente. –Lamentablemente ya te bebiste toda el agua que traíamos con nosotros. ¿Se puede saber qué tanto haces con ella?
Takato sonrió inocentemente y se encogió de hombros.
–Me gusta tomar la suficiente. –contestó en su defensa.
–Lo que pasa es que eres un barril sin fondo para todo. –replicó Ruki con sorna mientras levantaba las cantimploras vacías. –Iré a llenarlas. –avisó. –No pienso tardar mucho de cualquier forma.
–Está bien. –respondió el chico algo aliviado. –sólo no te entretengas demasiado.
–No lo haré. –dijo la muchacha al desaparecer entre los árboles y dirigiéndose hacia el lago del bosque.
Takato observó a Ruki marcharse y meneó la cabeza ligeramente cuando una fuerte corriente de viento levantó algo de polvo y sacudió las copas de los árboles más altos.
–mmm... el viento aúlla siguiendo la puesta... –susurró el chico elevando la vista hacia el horizonte, y siguiendo con la mirada a las aves que levantaban el vuelo velozmente, alejándose del lugar. –Algo maligno se aproxima...
Takato hurgó en su bolsillo y sacó algo pequeño que apretaba en su puño, susurró algo cerca suyo, y abrió la mano, la cual aprisionaba una pequeña chispa de color escarlata que se elevó en el aire, arrastrada por el viento y que desapareció casi al instante.
–Protégela... –pidió él.
–Por la forma en la que se preocupan Takato y mi madre, cualquiera pensaría que camino pegándome contra las cosas. –susurró Ruki en voz baja, mientras caminaba altaneramente por el bosque hasta que chocó de frente contra un ramal bajo. –¡Eso fue una gran coincidencia! –gruñó frotándose la frente. –¿cómo no chocar contra ramas tan bajas?
–¿Cómo no chocar cuando se mide de más? –añadió una voz risueña que provenía de las copas.
Ruki sonrió y levantó la mano con algo de resignación ante el comentario.
–Hola, Icari. –saludó la pelirroja inclinando la cabeza levemente.
El Kitsune dorado descendió de un salto y meneó la cola lentamente frente a la pastora.
–¿Qué tal, Ruki? –le dijo Icari alegremente. –Creí que no me visitarías hoy. –comentó encogiéndose de hombros.
–En verdad, sólo iba al lago a tomar un poco de agua. –confesó Ruki levantando el par de cantimploras que llevaba consigo. –Aunque no puedo negar que esperaba encontrarte en el camino.
Icari sonrió y adoptó su forma humana de costumbre.
–Perfecto. –susurró ella. –Entonces te acompaño, no vaya a ser que te metas en problemas.
–¿Tú también? –replicó Ruki. –¿Qué pasa con todo el mundo? Ya no soy una niña pequeña a la que hay que estar cuidando todo el tiempo.
–Claro, claro, Ruki. –respondió Icari moviendo su mano como no dándole importancia, mientras caminaba por la senda. –Pero no vas a negar que siempre te pasan cosas extrañas...
–Bueno, no... –balbuceó Ruki caminando tras el Kitsune disfrazado. –Pero debes admitir que yo no me lo voy buscando.
–No, pero aún así, los problemas siempre te encuentran. –comentó Icari lacónicamente. –Me he enterado que eres buena esquivando flechas.
Ruki se paralizó y parpadeó confundida. Icari siempre parecía saber todo lo que le ocurría. Suspiró y meneó la cabeza, eso sin duda era un jaque mate. La pastora aceleró el paso y alcanzó a la joven rubia que ya se encontraba en el lago, caminando por la orilla elegantemente.
–¿Cómo supiste lo de Wei? –inquirió Ruki extrañada. –Pensé que no bajabas a la aldea si no tenías algún motivo en especial.
–Tengo mis trucos. –respondió Icari guiñando un ojo. –Debo decirte que ese chico está mejorando más su puntería, y eso que eres un blanco difícil...
–ja, ja, que gracia, Icari. Tú y Takato parecen compartir las mismas opiniones sarcásticas el día de hoy. –gruñó Ruki mientras hundía una de las cantimploras en el agua y esperaba que se llenara. –De verdad que ese sujeto está comenzando a molestarme. –murmuró la pelirroja de repente. –No me deja en paz ni un solo día.
–¿Acaso no es el que te odia por la muerte de su hermano? –preguntó Icari en tono serio.
–Es ese mismo. –confirmo Ruki hundiendo la otra cantimplora en el agua, y sacando la primera. –Pero las cosas no ocurrieron como el piensa. Yo... tuve que matarlo. –susurró la pelirroja lentamente. –Tuve que hacerlo...
Ruki bajó la mirada y guardó silencio. Recordó durante unos momentos lo que había sucedido aquella noche y frunció el entrecejo. No se percató que la cantimplora que sostenía entre sus manos se encontraba hasta el tope, solo miró las ondas que se formaban en la superficie del agua y las siguió con la vista hasta que desaparecieron en el borde, para volver a formarse, y de nuevo, y otra vez... y... Ruki arqueó las cejas, ¿por qué había tanto movimiento en un lago? Levantó despacio la vista y entornó los ojos. Algo muy grande se estaba moviendo entre los arbustos de la orilla opuesta del agua. La pelirroja retrocedió un paso y colocó una mano sobre la empuñadura de Tenko, deslizándola fuera de la funda de manera silenciosa. Icari desapareció, y apareció delante de Ruki en actitud protectora, mientras adoptaba una posición de pelea.
–No me gusta esta aura. –siseó la chica, empujando a Ruki hacia atrás. –Huele a muerte. –susurró, al momento que sus ojos se dilataban, y se erizaba su larga cola de zorro. Se arremangó las mangas de su túnica y sacudió sus largas orejas, que parecían estar captando los movimientos furtivos del intruso que las acechaba. –No puedo equivocarme, se trata de un devorador de espíritus...
Ruki maldijo para sus adentros y sujetó su arma con fuerza, ¿Qué rayos podía ser esa cosa?, la pelirroja comenzó a preocuparse cuando notó el temor en la voz de Icari. El Kitsune era muy fuerte, ¿Qué cosa podía infundirle tanto miedo?, pensaba, mientras veía con sus propios ojos el aura oscura del ser que se ocultaba frente a ellas, y tragaba saliva. Icari movió sus dedos y apareció entre ellos algunas hojas largas y verdes que acercó a su frente, mientras cerraba los ojos.
–Ilusión... –susurró Icari cuando abrió los ojos, y las hojas ardieron al convertirse en cenizas.
Ruki observó entonces cómo la magia del Kitsune se manifestaba en ese momento, las ramas de los árboles parecieron crecer y cobrar vida bajo la guía de Icari; se enroscaron como serpientes en torno a la bestia y la aprisionaron fuertemente, mientras esta gruñía y forcejeaba al ser expuesta a la vista. La pastora jadeó cuando lo vislumbró por completo.
–Es... ¡Un oni! –exclamó.
La criatura apretó los dientes y destrozó la ilusión de Icari con un solo movimiento. Su tamaño era el doble del de un hombre ordinario, y su piel tenía un color grisáceo que le hacía parecer un muerto en vida; una larga mata de pelo blanco y sucio era coronada por un par de cuernos negros que hacían juego con su cara que mostraba marcas igualmente negras. El oni aguzó sus orejas de demonio, cerró sus puños de tamaño de pedruscos, y levantó en alto una vara que más bien parecía ser un tronco de árbol trozado mientras reía de forma gutural mostrando sus largos y amarillentos colmillos despreocupadamente.
–¡Fuera del camino, zorro! –gruñó la criatura, levantando su largo brazo. –La sangre de mi presa la quiero fresca... –siseó, mientras apuntaba con un dedo afilado hacia la pastora que se encontraba expectante tras el Kitsune.
Icari frunció el entrecejo y se irguió calmadamente.
–La humana se encuentra bajo mi protección, bestia. –susurró Icari dando un paso hacia el frente. –Si piensas matarla... tendrás que pasar primero por sobre mi cadáver.
Ruki parpadeó desconcertada, no había podido entender ni una sola de las palabras que cruzaron Icari y el oni, fue como si se comunicaran en una lengua que le resultaba desconocida. Probablemente ese era el idioma de los espíritus y por un momento se preguntó qué tan grave se encontraba la situación. Hasta que vio que el demonio sonreía mientras su túnica, negra, ondeaba, y daba un paso al frente en respuesta al desafío de Icari.
–¡Muere entonces, zorro! –soltó el monstruo, levantando el bastón que llevaba y rodeándolo con su aura oscura.
–¿Icari? –susurró Ruki, al ver que Icari levantaba en alto dos dedos y los colocaba frente a su boca.
–¡Om! –gritó, al construir una protección mágica que las cubrió a ella y a Ruki. Icari se giró a ver a la pelirroja y sonrió ligeramente, mientras la pastora sacudía la cabeza hacia los lados y la miraba implorante. –...Ruki... yo te protegeré... –susurró al dar un paso fuera de su hechizo de escudo. –Tu vida no es para este sujeto... –gruñó, avanzando lentamente, al hacer arder su aura clara.
–¡No, Icari! –jadeó Ruki, golpeando las paredes del domo invisible que la rodeaba. –¡Sácame de aquí! ¡No luches!
Icari saltó y formó unas llamas azuladas en torno a sus manos, golpeó al oni con el puño derecho, luego con el izquierdo, y se giró velozmente al propinarle una patada que lo envió al suelo algo aturdido.
–Nada mal... –murmuró el demonio al levantarse y menear su cabeza de un lado hacia otro. –Mi turno... –sonrió al sujetar su bastón y moviéndose ágilmente hacia Icari, atacándola directamente. El Kitsune detuvo el ataque con las manos y comenzó a rechazarlo, hasta que el oni abrió la boca y comenzó a despedir un humo denso que provocó que Icari se alejara y sacudiera la cabeza, mientras tosía en busca de aire. El oni se rió con ganas y balanceó su bastón de lado a lado.
–Tienes buen olfato, ¿no Kitsune? –siseó entre dientes. –¿Acaso no te gusta el olor de las almas podridas?
Icari gruñó y se cubrió la nariz y la boca con la manga de su túnica, mientras sus ojos celestes analizaban la situación de la batalla, con ese olor repulsivo rodeándole, Icari no podría acercarse mucho a su enemigo. Se irguió lentamente, tendría que atacarlo entonces a distancia. Juntó las manos y levantó dos dedos cuando nueve llamas azules aparecieron a su alrededor y flotaron suspendidas en el aire.
–¡kitsune-bi! –gritó al extender su brazo y enviar un ataque de fuego concentrado al oni que lo recibió con ambos brazos.
–¡Lograste quemarme un poco! –susurró el oni en tono burlón. –¡Qué impresionante! Pero ¿adivina qué, Kitsune? No eres sólo tú quien posee magia...
Icari retrocedió incrédula, un oni con magia era mucho más poderoso que un oni normal; ¿Por qué rayos arribaba un enemigo de esa magnitud a su bosque? ¿Cuál podía ser su motivación?
El oni blandió su bastón y cortó el aire con él como si se tratara de una espada; de inmediato, una onda de choque color púrpura se dirigió a Icari a toda velocidad. El Kitsune la esquivó y corrió velozmente eludiendo cientos de rayos similares que el oni lanzó hacia ella, saltó por sobre su cabeza y cruzó los brazos contra su pecho.
–¡Coyou setsu! –gritó.
El oni se cubrió la cara con los brazos cuando el ataque impactó y provocó una explosión. Por un momento, una nube de polvo cubrió el lugar, e Icari sólo pudo dar un salto hacia atrás y esperar a que se disipara. Entrecerró los ojos. No podía ser tan fácil...
De pronto Icari jadeó cuando el oni se deslizó hacia ella y la sujetó con ambas manos.
–¡Cuánta energía, zorro!... ¿Te importa si me la quedo yo?
–¡Suéltame! –gritó ella pateándolo con fuerza, pero sin herirlo gravemente.
Icari forcejeó y clavó las uñas en los brazos que la sujetaban; sin embargo el oni cerró la manos con más fuerza y se rió con ganas mientras un humo blanco abandonaba el cuerpo de Icari y se perdía en el aire. Las resistencias del Kitsune fueron disminuyendo lentamente al comenzar a perder la energía, y apretó los dientes cuando el oni se propuso destrozarle las costillas con la presión de sus brazos.
–¡Aaaaaaaargh! –gritó Icari cuando las uñas del demonio se clavaron en su costado y tiñeron su túnica de rojo.
–¡Icari! –gritó Ruki desde el sitio en el que se encontraba.
Icari aspiró profundamente, y su aura creció cuando sus manos volvieron a encenderse con ese fuego azul que habían mostrado antes. Presionó sus dedos en los brazos del oni que gritó de dolor y abrió las manos inconscientemente. Icari cayó en la tierra y respiró aceleradamente, mientras su aura brillaba intensamente y curaba sus heridas. El oni rugió enfurecido y golpeó a Icari con su bastón encendido en luz púrpura.
–¡Eres un Kitsune celestial! –bramó el demonio acechándola fieramente. –¡Ahora mismo te exterminaré por insolente!
El oni tomó aire y luego exhaló un humo negro y denso que comenzó a secarlo todo. Los árboles y las plantas se marchitaron y se enroscaron como si las hubieran quemado, el agua se volvió sucia y lamosa, y la tierra se secó y agrietó como si se tratara de un desierto. Icari y Ruki miraron horrorizadas la suerte que había corrido el bosque en tan solo un instante. El oni miró a Icari de manera desafiante.
–¿Qué tan fuerte eres sin esencias a tu alrededor, Kitsune embustero?
–Miserable... –siseó Icari mirándolo con rencor, de pronto jadeó y se sujetó el costado dolorosamente. Miró sus dedos cubiertos de sangre, sus heridas habían vuelto a abrirse. Estaba perdiendo su poder.
El oni se cruzó de brazos y chistó ligeramente.
–Cómo pensé... –susurró melosamente. –eres de los zorros que guardan a Inari y obtienes tu fuerza de la vida... qué lástima que aquí solo haya muerte, porque ahora tú también comenzarás a morir muy pronto...
–¡Calla! –rugió Icari juntando sus manos. –¡kitsune-bi! –gritó el Kitsune al atacar con su magia que sólo empujó un poco al oni esta vez. Icari frunció el ceño, sus ataques se estaban debilitando y el oni sólo se hacía más fuerte con la devastación que él mismo había causado. –Maldición... –siseó Icari temblando ligeramente. –Es cierto... estoy perdiendo mi fuerza...
–¡Ja, ja, ja! Resígnate y dame a la humana... –pronunció el oni al golpear al Kitsune y enviarle a estrellarse contra un tronco seco que se partió en pedazos. –Ya ni siquiera puedes defenderte, zorro patético...
Icari cerró el puño y se levantó dificultosamente mientras su aura iba extinguiéndose lentamente.
–Cierra la boca. –resopló Icari, respirando pesadamente. –No vas a tocar a Ruki... no te lo voy a permitir... –siseó el Kitsune al poner sus manos juntas y preparar un nuevo ataque, cosa que sorprendió al demonio que no podía creer que un zorro tan joven (400 años son muy pocos para un Kitsune.) pudiera resistir tanto castigo. –Tienes que pasar sobre mí... tienes que hacerlo...
Icari mantuvo su posición de pelea hasta que sintió que se mareaba, era como si comenzara a faltarle el aire; se tambaleó ligeramente, y alzó la cabeza con dificultad para sacudirla y entornar los ojos que ya estaban empezando a ver borroso. Se balanceó lánguidamente cuando no pudo sostener en alto sus brazos, y cayó entonces de rodillas al piso, sujetándose el pecho y regresando a su forma de zorro mientras jadeaba desesperadamente. Apretó los dientes de rabia y de dolor al sentir que su fuerza la abandonaba rápidamente y que la vida se le escapaba de las manos. Su pelaje, poco a poco fue perdiendo su brillo dorado y se tiñó de gris cuando se agotaron sus últimas energías, su cuerpo se demacró y reveló marcas de heridas viejas que volvían a abrirse mientras volvía a padecer el sufrimiento que le habían provocado antes. Estaba muriendo. Jamás en toda su vida de avatar, había sentido Icari tanto dolor y humillación como en ese instante. Se dejó caer al suelo muerto, y soltó un débil gañido antes de cerrar los ojos y emitir su último aliento.
–...Ruki... –susurró, antes de desfallecer.
–¡ICARI! –gritó Ruki, golpeando el muro mágico con todas sus fuerzas y con los ojos llenos de lágrimas. –¡No!, ¡Maldito!
El oni se giró a ver a la humana que lo miraba con odio y soltó una risotada.
–Que enternecedor... ¿quieres vengarte humana? ¿Vas a matarme acaso? Quiero ver que siquiera lo intentes...
Ruki no necesitó entender las palabras del oni para darse cuenta de que se estaba burlando de ella, y sintió que la sangre le ardía de coraje. La pastora apretó los dientes y retrocedió todo lo que pudo hasta topar contra la pared del domo de Icari, cerró los puños, y sin pensarlo dos veces, se lanzó a toda velocidad contra la pared opuesta. El oni se preguntó por un momento si la chica buscaba matarse, la protección invisible era como una pared de roca, imposible de deshacer para un humano ordinario. Esbozó una sonrisa maliciosa, tal vez sería divertido observar si se rompía los huesos y moría lentamente; sin embargo, abrió los ojos con incredulidad al ver que la pelirroja atravesaba la protección y lo miraba fijamente al adoptar una posición de pelea.
–¡Demonio! ¡Pagarás esto! –gritó Ruki furiosa, desenvainando a Tenko. –¡Esto lo vas a pagar!
El oni, al ver a la chica que se abalanzaba contra él, creó un escudo oscuro que le impidiera el paso; sin embargo, la pastora hundió su daga y no solo atravesó el muro transparente creado por el demonio, sino que atravesó también la misma piel de la bestia, cortándole la mano con la que empuñaba su bastón, ante su mismo asombro y el asombro del oni que se sujetó la extremidad mutilada soltando un alarido y tambaleándose de manera aterrorizada. Ruki empuñó de nuevo su arma y miró a la criatura fríamente.
–Vas a pagar con tu dolor... –susurró mientras la hoja de Tenko brillaba intensamente.
El oni retrocedió, gruñendo furiosamente al momento que levantaba su bastón y lo aferraba con su otra mano.
–Te aplastaré en este mismo instante, humana... –gruñó entre dientes.
Un rugido retumbó estruendosamente por sobre sus cabezas interrumpiendo la pelea, Ruki levantó la vista siguiendo el sonido de donde provenía y abrió la boca en completo desconcierto. Un aura increíblemente grande se cernía sobre ellos. El oni sacudió la cabeza.
–¿Qué rayos? –gruñó imperiosamente.
Un enorme dragón de color rojo encendido, marcas negras y ojos brillantes de color oro; apareció en el cielo detrás de unas nubes que reflejaban los colores del atardecer. Ruki lo miró estupefacta mientras una onda imponente de energía rodeaba a la bestia y creaba una fuerte corriente de viento que la empujaba con fuerza. La chica cerró los ojos y cayó al piso sintiendo que esa energía la oprimía, sabía que los dragones eran criaturas muy poderosas; pero en su vida soñó con ver uno con sus propios ojos, comprobar su existencia por sí misma era una sensación sumamente sobrecogedora, y se preguntó por un momento si también tendría que luchar contra esa criatura que parecía invencible.
–No es... posible... –jadeó ella, tratando de levantarse de nuevo.
–¡El dragón del dios del agua! –chilló el oni intentando escapar de su vista.
–¡Bestia inferior y cobarde! –bramó la criatura desde el aire. –el precio por el daño a un hijo de Inari es la muerte... más vale que estés preparado a dejar este mundo...
–¡Misericordia! –suplicó el demonio arrastrándose por el piso. –¡Perdóname!
–¡Muere! –gritó el dragón al lanzar una enorme bola de fuego que impactó en el oni y lo redujo a cenizas en un solo instante.
Ruki miró con terror los restos humeantes del demonio y se estremeció por completo cuando el dragón bajó frente a ella y la miró con fijeza. La pelirroja hizo una reverencia y permaneció temblorosa con la vista en el suelo hasta que la criatura le habló de forma suave y profunda.
–Jamás había visto valentía semejante en un humano tan joven. ¿Cómo se te conoce entre los hombres?
–M-me llamo Ruki. –respondió la pelirroja quedamente, la pastora estaba tan impactada que ni siquiera se dio cuenta de que estaba entendiendo las palabras de la enorme bestia que le hablaba en el idioma del mundo espiritual.
El dragón guardó silencio un momento antes de volver a hablar.
–Lo recordaré entonces... Ruki...
La pelirroja se mordió el labio y levantó la cabeza lentamente.
–¿Puedes... ayudar a mi amiga, dragón? ¿Puedes salvar a Icari?
El dragón rojo meneó la cabeza y miró a Ruki directo a los ojos como pensando la forma de decir la respuesta.
–Yo no puedo hacer nada... Pero tu sí. –añadió inmediatamente. –Un sacrificio de voluntad puede regenerar a una criatura mística que ha caído, siempre y cuando quede el tiempo necesario... Ofrécele vida al Kitsune sagrado y este volverá a ponerse de pie.
–Te lo agradezco... –susurró Ruki al escuchar sus palabras. –Te lo agradezco en verdad...
El dragón inclinó la cabeza ligeramente y emprendió el vuelo, desapareciendo de la vista de inmediato al convertirse en un rayo rojizo que se perdió en el horizonte.
–Dios que no sea muy tarde... –pidió la pastora al darse la vuelta.
Ruki se dirigió a toda prisa hacia donde yacía Icari. Tomó su pulso, y resopló aliviada al percatarse de que respiraba muy débilmente, frunció el entrecejo al sujetar la empuñadura de Tenko decidida a salvarla, la pastora desenvainó su daga y se hizo un corte en la vena de la mano. Apretó el puño, un hilillo de sangre se deslizó hasta la boca del kitsune, mientras Ruki tomaba aire y se percataba con asombro, que comenzaba a susurrar palabras en otra lengua.
–Te ofrezco vida por vida, Kitsune. Tus fuerzas se han esfumado pero yo te ofrezco las mías. Tu alimento ha desaparecido, pero yo aún estoy aquí. Usa mi alma entonces... que mi alma sea tu alimento. Toma de ella y levántate nuevamente... Úsala para salvarte...
Ruki cerró los ojos cuando una luz dorada las rodeó a ambas e Icari comenzó a aspirar ligeramente. De inmediato, un aura clara brotó de la herida de la pelirroja y flotó lentamente hacia el cuerpo del Kitsune. La chica se estremeció. Una sensación agradable le recorrió todo el cuerpo y se fue incrementando durante el tiempo que le tomó a Icari recuperarse. Pasados algunos instantes, Ruki apretó los dientes, era una sensación tan intensa que comenzaba a hacerle daño. Sintió que, poco a poco, su piel se pegaba a sus huesos, comenzó a temblar de pies a cabeza a la vez que sus rodillas se negaban a soportarla por más tiempo; gimió ligeramente al sentirse caer. Su cuerpo se sentía demasiado pesado, y las imágenes comenzaron a girar, y a volverse borrosas cuando sus párpados se cerraron y se desvaneció en brazos de Icari quién despertó y la miró sorprendida. Ruki jadeó incontroladamente haciendo un enorme esfuerzo para hacer llegar algo de aire a sus pulmones. Se sentía débil, muy débil, más débil de lo que se había sentido nunca en su vida. Trató de abrir los ojos pero no pudo conseguirlo, movió los labios para decir algo pero ningún sonido salió de su boca. Intentó moverse, pero sentía que sus articulaciones podrían despedazarse en cualquier momento si lo hacía. Icari la sostuvo con cuidado y la dejó en el suelo gentilmente mientras susurraba palabras que Ruki ya no pudo escuchar debido a su agotamiento.
Repentinamente, un halo de luz blanca impactó en el pecho de la pelirroja, y luego todo se convirtió en silencio y oscuridad.
Continuará...
¿Qué te pareció? ¿Acaso te esperabas algo de todo esto? Definitivamente Lúgar se pone cada vez más imaginativo; pero aún así, le siguen quedando cosas muy chidas. Como te habrás dado cuenta, ha pasado el tiempo, han cambiado muchas cosas, y hay ciertos detalles que deben explicarse con más profundidad. Todavía faltan 2 capítulos y puede ocurrir mucho en ellos. ¿Tienes dudas o comentarios? Puedes comunicarte con Lúgar, con una servidora, o puedes dejarla en un review.
Nos leemos hasta que termine el capítulo 5! U.U suspiro
P.D. Si eres de los que leen el fic de "La jaula de cristal" te pido un poquito más de paciencia. El capítulo 7 ya casi está listo.
Ahora sí, ¡Chaocito!
